Me acuerdo de Robert Walser, que murió tal día como hoy. Murió en la nieve, el día de Navidad de 1956, mientras paseaba por los alrededores del manicomio de Herisau (Suiza) en el que estaba ingresado desde hacía veintitrés años. Aunque vuelvo a su magnífica obra El paseo, y visito algunos sitios en los que se escribió sobre él —la revista Turia le dedicó en 2020 el cartapacio del número 133-134—, sigo teniendo como mejor recreación de la figura de Robert Walser la novela Doctor Pasavento (2005) de Enrique Vila-Matas, una inspirada invitación a pensar en la feliz identidad de paseante anónimo Walser, el loco aparente a quien homenajea hasta la obsesión fetichista en esa narración en la que el protagonista acude al escenario en el que murió el escritor. En la cuarta y última parte, «Escribir para ausentarse», Pasavento rumia algo que decir y surge el nombre de Kafka, en aquel paisaje de nieve, y me ha recordado el libro de poemas Nevada (2000), de Julián Rodríguez, y en una probable presencia de Walser, más por simpatía genérica por las estampas que por alusión anecdótica a las circunstancias de la vida retirada —y de la muerte— del suizo, más por cualquier otra relación formal que por asociación con su poema «Nieve», que Vila-Matas transcribe en su novela. Doctor Pasavento es una gran exaltación de quien atrajo a ese personaje por «su ironía secreta y su prematura intuición de que la estupidez iba a ir avanzando ya imparable en el mundo occidental» (pág. 248).
jueves, diciembre 25, 2025
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)


No hay comentarios:
Publicar un comentario