martes, noviembre 25, 2025

Ángel en un jardín cerrado

Es un recuerdo perenne el de Ángel Campos Pámpano (1957-2008), de cuya muerte se han cumplido hoy diecisiete años. La fecha alienta la conmemoración; pero hoy ha sido la poesía quien ha propiciado la evocación del amigo. Qué mejor modo. Ha sido la relectura —o lectura inducida— de un libro tan reciente como memorable: Jardín cerrado, de Carlos García Mera (Guadalajara, 1992). Publicado por Devenir hace un par de meses como Premio Internacional de Poesía «Miguel Hernández-Comunidad Valenciana», es un libro confirmativo de la calidad de una voz que se dio a conocer de tan natural modo en nuestro contexto como la colección de Poesía de la Editora Regional de Extremadura, con la publicación de El contorno del eco (2019) —le había precedido algo más que una plaquete, Acercanza, en 2014. Sin menospreciar los valores de Jardín cerrado —la exploración formal constante de todos los poemas y el magnífico cierre en cuatro poemas de lírico estoicismo (De vita beata) son esencias que justifican un análisis más demorado—, mi nueva inmersión en sus páginas ha sido para ver hoy —fecha señalada— a Ángel Campos Pámpano, a quien Carlos García Mera evoca en el cuarto poema de su libro, cuyos dos primeros versos,  «Todavía si llamas / acudo a ti» (pág. 16), repite en homenaje los del primer poema —«La dignidad»— del gran libro La semilla en la nieve (2004). Se veía venir, podría decirse, pues el primer poema de Jardín cerrado menciona a la madre y el segundo trae «un lirio encendido en mitad de la nieve» (pág. 14), que al lector le llevan a la emocionante elegía de Campos Pámpano, que se revalida, insisto, en el poema mencionado, cuarto de la serie de García Mera. El homenaje explícito en este libro a compañeros de viaje del poeta de San Vicente de Alcántara como Álvaro Valverde y Basilio Sánchez —que apadrinan a García Mera con sendos textos en cuarta de cubierta— confirma cómo la poesía joven —y me repito— ha incorporado a su equipaje la tradición más cercana de la poesía escrita por autores extremeños que se convierten en maestros cercanos, en un rasgo destacado recientemente por Dionisio López en la fundamentada justificación de su antología Los últimos del Oeste (RIL editores- Ærea, 2025), en la que Carlos García Mera está entre los autores más jóvenes incluidos —con  Francisco José Chamorro, y Sandra Benito. En Jardín cerrado, los ecos se entreveran menos explícitamente en otros poemas, y el de Ángel Campos resurge de forma inesperada en la segunda mitad del libro, en el poema que comienza «He aprendido del liquen», en cuyo segundo verso, «la paciencia antigua de su oficio», resuena «la costumbre / antigua de su oficio» de «Oficio de palabras», de Siquiera este refugio (1993). El recuerdo perenne del amigo se ha acentuado hoy gracias a la lectura del magnífico Jardín cerrado de Carlos García Mera. Gracias.

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