domingo, agosto 31, 2025

Cáceres de novela (V)

Valdrán estas líneas como una adenda al artículo en el que derivaron algunas entradas de este blog, entre 2017 y 2022, bajo el título de «Cáceres de novela», que fue el que di luego a las páginas que se publicaron en la revista Ateneo de Cáceres (núm. 22, 2022 págs. 177-191) y que se cerraron con un «Corpus incompleto por orden cronológico» de las novelas en las que esta ciudad ha sido escenario de ficción. Estas líneas, pues, vienen a confirmar las reservas de esa bibliografía que se acrece ahora con una obra publicada en enero de 2001 en Santiago [de Chile], que es la única información de un libro sin más datos de edición y con el escudo de Cáceres y una reseña histórica de la ciudad en la cuarta de cubierta: Luis Magaña Cuadrado, Aventuras de Juanito en Cáceres. Lo encontré en una de mis siempre fecundas visitas al fondo «Pedro de Lorenzo» de la Biblioteca de la Diputación Provincial de Cáceres que se aloja felizmente en la Central de la Universidad de Extremadura en este campus desde junio de 2022. Su autor, Luis Magaña Cuadrado (1920-2008), fue un granadino que llegó a Cáceres a los cuatro años y vivió aquí hasta los diez. Después de la Guerra Civil, en la que fue soldado republicano y fue hecho prisionero, viajó a Chile, en donde pasó el resto de su vida. Escribió dos novelas más: Maldita guerra, de 1994, y Arena, moros y legionarios, de 1999, ambas publicadas en Santiago de Chile, y de las que también hay sendos ejemplares en la biblioteca de Pedro de Lorenzo. En el texto de las solapas de la cubierta de esta edición, que lleva una fotografía de la Torre de Bujaco, se alude a los recuerdos «imborrables» que motivaron la escritura de estas Aventuras de Juanito en Cáceres que carecen, fuera de ser un documento curioso —dedicado «A los niños extremeños»—, de otros rasgos que justifiquen su rescate. Transcribo unos fragmentos sin corregir nada: «A mí mamá le gusta ir en las tardes al paseo de Cánovas, es muy bonito, pero muy aburrido. Es un paseo de arenilla rodeado de macizos de flores y arbolitos pequeños recortados dándole varias formas, también hay árboles grandes y a la entrada del paseo hay una estatua de un señor que se llamaba Gabriel y Galán, yo creía que eran dos, pero me aseguraron que era uno solo, también le llaman el poeta extremeño y tiene un poema, supongo que es de él, escrito en la piedra donde está colocado ese señor, claro que no está entero, es la cabeza y los hombros nada más […] A mí no me gusta este paseo, porque los niños no podemos hacer de las nuestras, nos tenemos que portar bien; está lleno de mamás y de gente grande y cursi, no se puede correr, ni tirar piedras ni pelear […] En cambio al Paseo Alto, no va ese tipo de gente, podemos correr, tirar piedras, subirnos a los árboles, recoger piñas, cascabillos de eucalipto, bellotas de las encinas» (págs. 69-71). Más adelante: «El instituto, como todas las cosas interesantes, está en la parte antigua de la ciudad por la plaza de San Mateo, van a estudiar los niños mayores que ya han estado en el colegio […] En la plaza de San Mateo está su iglesia y a la vuelta el Palacio de las Cigüeñas, es muy grande y bonito, pero lo que más me llama la atención es el nombre, ¡claro que tiene nidos de cigüeñas! Pero todas las torres altas de Cáceres tienen nidos de cigüeñas y no veo la razón de que solo ese palacio se llame así. También están al otro lado la Casa del Águila y la Torre de la Plata, no sé si en esa torre guardarían la plata que traían de América y el oro en la de los Solís, que también se llama casa Sol por su parecido con el oro» (pág. 133). Tierna e imaginativa evocación.

jueves, agosto 28, 2025

Maruja Mallo

La afluencia de público en el Centro Botín de Santander la mañana del sábado 23 de agosto debió de ser la habitual para visitar el edificio, y tomar fotografías de su privilegiado enclave, porque en las salas que albergan la magnífica exposición Maruja Mallo. Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982 había escasísimas personas. Queda poco ya —hasta el 14 de septiembre— para que concluya una muestra que se inauguró el 12 de abril de este año, y es normal que el número de visitantes sea menor cada día. A partir del 7 de octubre, creo, y hasta marzo de 2026, podrá verse en el Reina Sofía de Madrid. La comodidad de estar en esas grandes salas junto a no más de dos o tres personas aumentó el atractivo de conocer la primera gran exposición que se monta de la artista gallega, la primera retrospectiva de casi sesenta años que culmina con la reproducción de la entrevista que Paloma Chamorro le hizo en el programa Imágenes de TVE en 1979, que es un colofón soberbio, formativo y ameno, después de un recorrido tan suculento. Me complació, gracias al profesor y académico Pedro Álvarez de Miranda, sentirme muy cercano a la presencia —in situ, documental— de su madre Consuelo de la Gándara (1920-1986), la autora en 1978 de «la primera monografía realizada en España sobre Maruja Mallo, dentro de la serie Artistas españoles contemporáneos que edita el Ministerio de Educación y Ciencia», como escribe Juan Pérez de Ayala en la «Cronología» que cierra el estupendo catálogo de la exposición (pág. 243). En él, otro atractivo es la inclusión de «Textos de Maruja Mallo» (págs. 181-184), entre los que hay algunos impagables, como la carta «El artista contra el crítico» que la pintora dirige al «Juan de la Encina» que había escrito sobre su exposición madrileña en la Asociación de Amigos del Arte Nuevo (ADLAN) en mayo de 1936: «... también tenemos los artistas derecho a pensar que no es posible trabajar honrada, leal y esforzadamente para que una crítica desatenta y ligera, en lugar de marcarnos con fuego si es preciso nuestros defectos, pase la vista por nuestra obra con una indiferencia y un desdén totalmente injustificados» (pág. 182). O curiosidades como la misiva a Sebastià Guasch de abril de 1928 en la que la nacida en 1902 dice que «voy a cumplir veinte años» (pág. 181). «Maruja Mallo. Trayectoria de la máscara» titula Patricia Molins, comisaria de la muestra, su introducción, que, leída ahora, me confirma la trascendencia y novedad de lo visto, sobre todo en su producción americana y en los estudios sobre el espacio y el tiempo de series como sus Naturalezas vivas. La contemplación en vivo de Sorpresa del trigo (1936) o de La tierra y El mar (1938) emociona, y a la emoción uno suma en la lectura al Miguel Hernández de «las manos puras / de los trabajadores terrestres y marinos» de Viento del pueblo. Una delicia. Un encanto más del verano santanderino.



miércoles, agosto 27, 2025

Fraseo

Escuchó dos frases en su paseo matinal: «—¿Te aburres, Petra?» y «—No me paro, Mamerto». Ambas con la identificación —real— de sus destinatarios. La primera, la interrogativa, la pronunció una señora sentada junto a otra en un banco de un paseo en sombra. La segunda, en su enunciación negativa, era una advertencia proferida en marcha. A Mamerto, que llegaba de frente, se le veía en la cara la gana de saludar con tiempo; pero todo quedó en cruce y en la premura andariega de la frase. «Tengo que anotar esto», pensó. Cumplió. Y escribió estas líneas sobre una mesa en la que había varios libros —dos volúmenes de un mismo título—, tres vasos de cerámica con lápices y bolígrafos, un teléfono móvil y las dos pastillitas de la medicación que había olvidado tomar en el desayuno.

miércoles, agosto 20, 2025

Del viaje


Leo y escribo en estos días sobre literatura de viajes en el siglo XVIII. Es el centenario del nacimiento de Antonio Ponz y los LIV Coloquios Históricos de Extremadura en Trujillo estarán dedicados, del 22 al 28 de septiembre, a viajes y viajeros de Extremadura. Quiero creer que no es lo mismo andar leyendo estos papeles después de haber tenido la experiencia de un viaje que comparte con aquellos de antaño algunas motivaciones y beneficios: desde la adquisición de conocimientos, o el contacto con modos y costumbres distintos, hasta el puro goce estético. No así el deber —que decía el abate Prévost— de escribirlo y publicarlo, aunque estas líneas vendrán a ser como una puntita visible de las notas que servirán, como siempre, para reavivar el recuerdo; o de guía en otra futura ocasión de repetir lo hecho. Haber recorrido lugares como Toulouse, Montpellier, Annecy, Narbonne o Taninges y las poblaciones de la cuenca del río Giffre, ya en la Alta Saboya, representa ahora una suerte de paralelo con los textos que me llevan a muy diferentes puntos de la geografía peninsular, por limitarme al ámbito que me interesa ahora en mi estudio. «¿Hay por ventura un medio más seguro de conocer bien los pueblos y provincias de un reino que el de ir a los lugares mismos y aplicar la observación a los objetos notables que se presentan?», escribió Jovellanos, precisamente a Antonio Ponz, en unas cartas que vieron la luz después de la muerte del historiador levantino. Incluso encuentro guiños como lo que escribe Alejandro Cioranescu en la introducción a su edición del Viaje a La Mancha en el año de 1774 de José Viera y Clavijo, que tomó el Quijote como el manual para ir a los «santos lugares» manchegos: «Con el libro en la mano, el viaje es diferente». Yo creo que sí, y, en esta ocasión, me llevé Anna Karénina, pues no hay libro inapropiado para un viaje, al que en cualquier pormenor cabe encontrar acomodo en la lectura. Por ejemplo, que Tolstói ponga a hablar en francés a los personajes de las altas esferas de la sociedad rusa de su tiempo, que utilizan ese idioma con frecuencia, y con frecuencia para no ser entendidos por la servidumbre. Si, bajando a Chamonix en el tren cremallera desde Montenvers, un perro posaba para sus dueños como una estrella, o en Lérida un pomerania ladraba embutido en una mochila rígida y panorámica, yo recordaba al volver a la novela que Tolstói permite al lector conocer el pensamiento de una perra cazadora en el sexto libro. Cuando uno disfruta, los imperativos del viaje se tornan lecciones esenciales y una mera parada intermedia para reponer fuerzas resulta una provechosa enseñanza sobre un lugar tan singular como la Cartuja de Miraflores en Burgos, cuya exposición permite ver desde un bojarte en madera policromada del XV hasta incunables (la Cronica de Nuremberg de 1493), como detalles de un conjunto histórico de especial relieve. Más didáctica y entretenida es la visita que ofrecen los responsables de la exposición en la Chartreuse de Mélan de Taninges sobre la Edad Media —Quoi de neuf au Moyen Âge?—, que hacen de la visita todo un descubrimiento. Transiciones, derivaciones o pausas enjundiosas de un viaje son al tiempo ratos y tramos de la lectura que uno comparte sin venir a cuento. Así, esa comida de Oblonski y Lievin que motiva el comentario del primero al celebrar el menú de que el objeto de la civilización estriba en que todas las cosas se conviertan en placer; a lo que responde el campesino alter ego del autor: «—Bueno, si ese es el objeto de la civilización, prefiero ser salvaje» (I, x) 

lunes, agosto 18, 2025

El volumen del tiempo

Hace unas semanas Julia me habló de este libro. Se había rayado con la sinopsis: «Tara Selter y su marido Thomas viven en Clairon-sous-Bois y son libreros anticuarios especializados en libros ilustrados del siglo XVIII. El 17 de noviembre Tara se despide de su esposo y viaja a Burdeos para asistir a una subasta. A última hora de la tarde toma un tren de Burdeos a París y se aloja en el hotel de siempre, situado en la rue Almageste, donde hay muchas librerías anticuarias. Su plan es dedicar los dos días siguientes a visitar a colegas y realizar más compras para su negocio. El 18 de noviembre va a una de esas librerías y se quema la mano con una estufa de gas. De vuelta en el hotel se lo cuenta a Thomas por teléfono y se acuesta. Y entonces sucede algo inaudito: al despertarse por la mañana en el hotel, no tarde en descubrir que continúa en el 18 de noviembre. Su marido no es consciente de ese bucle temporal y es inútil intentar explicárselo. Solo ella parece percatarse de que están atrapados en un día que se repite hasta el infinito. Y solo ella parece sometida al paso del tiempo: su quemadura sana, lo cual quiere decir que —a diferencia de los demás— ella sí envejece. Y Tara, que es la angustiada narradora de su propia historia, se va quedando cada vez más aislada en un tiempo sin tiempo...» (Solvej Balle, El volumen del tiempo I. Traducción de Victoria Alonso. Barcelona, Anagrama, 2024). A Julia le intrigaba mucho cómo podría resolverse una situación narrativa así, tan coincidente con la de la película de Harold Ramis de 1993 que todos conocemos como El día de la marmota (Groundhog Day), que se tradujo en España como Atrapado en el tiempo, con Bill Murray y Andie MacDowell como protagonistas. Y lo que más le sorprendió fue haber leído que bajo ese título de una desconocida escritora danesa como Solvej Balle (1962) hay una serie de siete novelas. El citado es el volumen primero, que apareció en noviembre del año pasado, y en marzo de este apareció también en Anagrama El volumen del tiempo II.  Me hice con los dos en julio y he terminado de leerlos ahora, antes de que Julia vuelva a Irlanda, después de pasar unos días aquí, y así pueda llevárselos. No sé qué ha podido más; si las ganas de lector de competir o el afán de padre de dar gusto a la hija. Me resulta muy atrayente la intención especulativa de una narración en primera persona que incorpora a su trama la escritura como medio para preguntarse por ese día que vuelve una y otra vez: «Esa es la razón de que comenzase a escribir. Porque lo oigo en la casa. Porque el tiempo se ha roto. Porque encontré un paquete de folios en la estantería. Porque intento recordar. Y el papel recuerda. A lo mejor las frases son sanadoras en algún sentido» (pág. 31). La narración comienza a partir del día # 121 e irá avanzando, en anotaciones diarias no consecutivas, con la esperanza de que pase un año y un nuevo 18 de noviembre detenga el bucle en el que la protagonista ha quedado atrapada. Al tiempo detenido responde un desplazamiento en el espacio cada vez mayor y más febril, que ocupará real y simbólicamente el volumen segundo: «Camino por el borde de un abismo, cuento días y lo anoto todo. Lo hago para recordar. O para evitar que los días se me escapen. O tal vez porque el papel recuerda lo que digo. Como si yo existiera. Como si hubiera alguien escuchándome» (pág. 20, de II). No quiere Julia que le desvele nada más de una lectura tan sugerente, de este modo de acompañar al personaje de Tara Selter que mueve a reflexionar sobre la relación que tenemos con el tiempo. He leído que cuando Solvej Balle concibió la idea de su obra aún no se había estrenado la película de Bill Murray; que, por cierto, he vuelto a ver, y su banalidad cómico-romántica no resiste una comparación con la ambiciosa meditación de esta novela sorprendente. He indagado sobre la autora y parece ser que nació en Sønderjylland el mismo día del mismo mes y del mismo año que yo. Cosas del tiempo cronológico.