sábado, septiembre 07, 2024

Dj Lowry

Creo que la proliferación de otros medios para la difusión de contenidos en las redes sociales ha ido relegando a los blogs literarios que tanto apogeo tuvieron hace ya casi una veintena de años. Recuerdo aquel momento que vivió el género con la aparición, al menos en este ámbito de autores extremeños, de páginas en las que estos trataban sobre libros y asuntos de literatura. Santos Domínguez, Álvaro Valverde, Gonzalo Hidalgo Bayal, José María Lama (2005), Álex Chico, Hilario Jiménez (2006), Manuel Simón Viola, José María Cumbreño, Jesús García Calderón (2009), o  Elías Moro y Carlos Medrano (2010) fueron algunos escritores —más tarde se animarían algunas escritoras— que por aquellos años comenzaron a publicar en la blogosfera. Salvo excepciones notables, con el paso del tiempo, la actividad en estos sitios ha ido menguando y, en algún caso, cesó hace unos años. Por esto, no deja de ser chocante que ahora surja un nuevo espacio de esta índole. Acaba de propiciarlo el escritor Alonso Guerrero, que ha inaugurado el pasado agosto su bitácora titulada Dj Lowry, en un homenaje a Malcolm Lowry, «un genio en los ratos en que la dipsomanía se lo permitió, quizá no los suficientes», escribe el autor de El durmiente (1998), que presenta su página con estas palabras: «pretende ser una plataforma para expresar voces propias: la mía y las de quienes deseen aportar las suyas. Pretendo que sirva de foro de participación completamente abierto. Es un blog literario, de pensamiento, de vida y obra, en el que se debatan las ideas que nunca salen en periódicos, revistas especializadas, cadenas televisivas, editoriales o en los foros de la red, ya que al parecer —y es casi una maldición— somos incapaces de superar el meme. Se trata, sobre todo, de un encuentro donde se aporten ideas y se interprete lo que ocurre en el mundo y en la literatura. Espero que predomine lo importante. En este país apenas existe nada que merezca ese adjetivo y, si lo hay, lo recibimos como la escarapela que le ponen a las vacas en la oreja. Hablemos de esa literatura que todavía contiene lo que no conocemos del hombre y del mundo. Intentemos reflexionar y poner las cosas en claro. Si no se consigue, al menos tengamos en cuenta que es una pretensión insoslayable. ¿Os parece abstracto, pretencioso? Bienvenidos. Que Lowry ponga la música». A los espacios en los que se encuentra esa justificación, datos sobre su producción literaria y sobre su persona, Alonso ha distinguido cuatro categorías en las que por el momento distribuye los contenidos que va publicando: «Pensar», «Leer», «Escribir» y «Vida», en los que leemos, por este orden, observaciones sobre lo que ocurre en el mundo («El retorno de Piranesi», «La realidad y sus mentiras», «El apagón»...), reseñas de libros y notas sobre lecturas («Kafka y sus biógrafos», «Volver a Conan» y «Patrones eternos»), reflexiones sobre literatura y el oficio de escribir («Expiación») y juicios propios y pensamientos de todo tipo («Testimonios», «La felicidad» y «Cuestiones políticas»). Celebro este modo de expresión de un escritor de tanto fuste como Alonso Guerrero, que siempre ha sido un caso cierto de lo que para uno es una aspiración no satisfecha todavía: tener algo inteligente que decir y escribirlo bien.

miércoles, septiembre 04, 2024

Hemeroteca

Sienta bien entretenerse con los papeles que se han amontonado durante un tiempo —ya lo dije aquí—, y encontrar acomodo a ese «material incandescente», como llamó Tomás Sánchez Santiago (La vida mitigada) a los recortes y fotografías que uno acaba desperdigando sobre la mesa como si se tratase del tablero de un juego cuyas reglas han prescrito. Me permite discurrir por un pasado del que casi siempre me llega algo placentero, que prevalece frente a otros sinsabores, afortunadamente transitorios, y constato en ello la razón por la que he conservado ese papel como la señal de un tiempo. Una señal que arrastra su contexto de entonces y que es el que ahora, pasados los años, me saca una sonrisa o un suspiro. Los documentalistas saben bien que la hemeroteca es una fuente fecunda de datos para el análisis histórico y los políticos saben que puede llegar a ser demoledora. Por eso los primeros la valoran tanto y los segundos la temen y la desprecian, como una forma de repulsa y negación de su propio pasado. Me gusta leer esa prensa envejecida como un testimonio de lo vivido que permite ahora hacerse preguntas, establecer ciertas comparaciones, lamentarse de que la piedra con la que topamos siga siendo la misma. Imagino la reacción de un lector sobre el papel añejo. La lectura de dos titulares del mismo día de hace varias décadas ya: «La xenofobia y los inmigrantes, cuestión clave en la campaña francesa» y «Un estudio oficial dice que los españoles están sobrealimentados» (El País, jueves 16 de enero de 1986, págs. 8 y 23). La irritación, al cabo de los años: «El Rey hace un llamamiento a la lucha contra la corrupción en su mensaje de Nochebuena» (El País, 26 de diciembre de 1994). Lo consuetudinario: «El Museo de Colecciones Reales se retrasa al menos 4 años» (El País, martes 12 de febrero de 2002); «El mito del peso de las mochilas escolares. Los 7,5 kilos de media que carga un estudiante suponen menos riesgo en la espalda que arrastrados por la muñeca» (El País, martes 7 de junio de 2005). La triste resignación: «La reforma del Senado contará con el apoyo del PP pero no del PNV» (Hoy, jueves 14 de octubre de 1993, pág. 27); «El Gobierno está dispuesto a discutir y modificar la Ley de Secretos Oficiales» (Hoy, sábado, 7 de septiembre de 1996, pág. 21); «Aznar rechaza una nueva reunión con Zapatero para negociar el pacto por la inmigración» (Hoy, miércoles 20 de septiembre de 2000). Son el contexto que fue de un hecho íntimo, más cercano, como la muerte de alguien —la necrología de Juan Manuel Rozas en El País coincidió con el recuerdo del cincuentenario del fusilamiento de Ciges Aparicio en agosto de 1936 en el suplemento de Libros que se publicaba los jueves—; o de un hecho histórico, como una declaración de guerra rodeada de la profundidad intrahistórica de una crónica de barrio. Otra vez esta tarea modesta de obsequiar a unos cuantos papeles con un orden perdurable.