sábado, enero 07, 2023

Ceniza en la boca

Los reyes que me envió una amiga —siempre acierta con los libros que me regala— se adelantaron y llegaron el día 3, de modo que ya he terminado de leer Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), y también de escribir esta nota; algo que suele llevarme más tiempo que algunas de mis lecturas. El relato en primera persona de la hermana de Diego, que se suicida en la cuarta línea de la novela —tiene menos de ciento ochenta páginas—, envuelve desde ese momento al lector y lo va llevando a un ritmo de lectura más revolucionado de lo normal. Me ha dado esa sensación. Tiene su gracia —quizá no sea el término apropiado— que una editorial como Sexto Piso, que justifica su nombre con que esa es la altura mínima para suicidarse —y de ahí el logo—, publique una novela con ese incidente como arranque. La trágica ficción del principio pone en marcha algo que tiene su poco de alegato, de confesión, de recuento, de flujo de conciencia, más que en la tradición mexicana de Rulfo —como he leído en algún sitio—, del narrador de La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, sin salir realmente de esa tradición ni del país de la autora, del que hay mucho en esta novela, como también de la España que viven unos emigrantes mexicanos. Pero también tiene mucho de conversación con el hermano muerto. «¿Quién llorará por mí si todos están ocupados llorándote a ti?» (pág. 111), que para eso es la que lleva de España a México las cenizas de Diego, la transportadora, la mensajera que explica el título de la obra: «Eso pensaba mientras abría la cajita de madera y tocaba su ceniza. Un poco nada más, casi que sólo para mancharme los dedos. ¿Es este el destino que el mundo planeó para nosotros? Luego entró mi abuela y me preguntó si estaba lista para los rosarios. Por miedo a que me descubriera a Diego en las manos, me chupé los dedos. Me comí a mi hermano» (pág. 111). Pero el hallazgo del título va más allá de la fuerza de esa imagen que te golpea y que se prolonga al comienzo de la cuarta y última parte de esta novela; pues es toda una metáfora de la expresión del dolor y la rabia a través de la palabra, del relato oral, e igualmente de la escritura. Puesto a hablar de precedentes y sin ninguna intención de reconocer ecos que deben de estar lejos de lo que interesa a Brenda Navarro, me he acordado de obras en las que aparece la ceniza. No al buen tuntún, como la lectura reciente de la novela de Rafael Reig El río de cenizas (Tusquets, 2022). Sí al acuerdo de aquel libro Oda en la ceniza, de Carlos Bousoño, que tiene un segundo poema —el que da título al poemario— dedicado a Francisco Brines, cuyos últimos versos podría repetir la narradora dedicados a su llorado Diego: «Dame la mano / tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y tienes lo que acaso no sabes, / dame la mano hacia la felicidad olorosa que embriaga, / dame la mano y no me dejes caer / como tú mismo, / como yo mismo, / en el hueco atroz de las sombras». Es esta también una novela sobre lo inexplicable o lo que cuesta comprender: por qué se quita la vida un chaval mexicano que estudia en un instituto de Madrid, fan de los Vampire Weekend; por qué los hombres de todas las edades siguen siendo tan machistas; por qué tanta violencia, tanto desarraigo cuando alguien tiene que dejar lo suyo; por qué vivir para trabajar…, entre tantos interrogantes. Ceniza en la boca sugiere mucho y recomiendo su lectura. También, porque está mejor dicho y es más extenso que lo de esta nota, el comentario de Rosa Martí aquí. Son, además, muy agradables las ediciones de Sexto Piso, por su tipografía o sus cubiertas, como la de esta novela, ilustrada por Riki Blanco, a quien tantos seguimos con gusto en El País. Hoy mismo lo he comentado en casa con Julia, que ha llegado con un ejemplar de otro título de la editorial: Los nombres propios (2021), de la madrileña, licenciada en Filología Hispánica, Marta Jiménez Serrano. Habrá que estar al tanto, no sé.



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