domingo, enero 01, 2023

Año Nuevo

Terminé el año con una avería y lo he comenzado con la misma avería sin importancia y con clave CP221222FIFJV6. Mi televisor se ve; pero no se oye. Bueno, por ser preciso, discrimina entre las decenas de canales que tengo y la 1 y la #0, que conservan un audio perfecto. Después de un par de días probando de todo para solucionar solito el problema, ayer hablé con un operador muy atento de apellido Corrales que intentó ayudarme hurgando en mi conexión. Me sentí extraño. Tanto que hubo un momento en que me no supe qué decir cuando el técnico me preguntó por teléfono si veía cómo se llenaban de blanco los puntos del reinicio del sistema. Yo había ido a la cocina y no veía nada; pero algo raro había notado desde allí, como si alguien estuviese palpándome las entrañas. Cuando volví al salón después de la séptima vez que él —Corrales— se disculpaba por la demora, el sistema cumplió su ciclo. Pero la avería persistía y persiste hoy, día tan señalado en que he cumplido con la tradición de escuchar el Concierto de Año Nuevo como uno entre los cincuenta millones de espectadores que lo siguen. Aunque precisamente La 1 es la que se oye, siempre veo el concierto con el sonido de Radio Clásica, también con los simpáticos comentarios de Martín Llade. Así que todo bien en esta edición dirigida por Franz Weiser-Möst —no sabía que tiene detractores que le motejan con «Frankly worse than most» («Francamente peor que la mayoría»)— desde la Sala Dorada del Musikverein, en donde por primera vez los Niños Cantores de Viena han tenido niñas en su formación para interpretar la polca «Espíritus alegres». Un avance. Ya se sabe que el próximo concierto lo dirigirá el alemán Christian Thielemann —ya estuvo en 2019—, y que habrá que esperar todavía para que sea una mujer la directora de la orquesta, como ha lamentado Martín Llade, que, antes de terminar con su «¡Viva Mozart!», ha leído un trocito del discurso de Charles Chaplin en El gran dictador (1940): «En este mundo hay sitio para todos, la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso; pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros». No pierde su fuerza; y me parece muy bien que se repita para desear salud y paz en este inicio de año en el que sigo inquieto por esa avería sin importancia (CP221222FIFJV6) por la que mañana, primer día laborable de 2023, vendrá a casa un técnico de cuerpo presente y para la que he de tener a mi disposición la llave del «cuadro de conexiones», que debe de ser algo así como la piedra filosofal en las comunidades de vecinos, y que en mi casa tiene la misma utilidad que un tornillo sin rosca. 

1 comentario:

José A. García dijo...

Hace años que no tengo televisión. Me he ahorrado una cantidad enorme de disgustos innecesarios que ni para contarlos.

Saludos,
J