Ayer estuve en Plasencia en Las Edades del Hombre: Transitus. Magnífica. La editorial M. Moleiro, que tiene un mostrador en el espacio-tienda a la salida, me envió hace unos meses un par de entradas que le agradezco nuevamente y ahora con más razón. Todavía me sobra una, porque fui solo y decidido a no dejar pasar más días de los pocos que quedan hasta el 11 de diciembre y a no perderme uno de los más grandes acontecimientos culturales que se han organizado por aquí en mucho tiempo. Una pieza de alabastro del siglo XVI de un Jesús atado a la columna que está en Brozas; el busto en mármol de Carlos V del Palacio de los Marqueses de Mirabel de Plasencia; el cuadro del Cristo de la Encina de la iglesia de San Mateo de Cáceres; la talla en madera (1676) de San Pedro de Alcántara de la Catedral de Coria; una carta de Felipe II de 1567 que está en el Archivo Catedralicio de Plasencia, de donde vienen una Biblia Sacra del XIV o una edición de 1542 de Basilea del Nuevo Testamento; otras de fuera, como la de La Celestina de 1502 y la de 1519 de la Odisea en griego; algunos zurbaranes de Guadalupe; los manuscritos árabes de Hornachos; el Fuero de Plasencia de 1297… Menciono la procedencia de algunas de las más de ciento ochenta piezas que vi porque me parece importante subrayar que es un conjunto único de un patrimonio de Extremadura. Reunido por primera vez de una manera tan sobresaliente y admirable. Me sobrecogió, por ejemplo, tener delante la custodia de plata sobredorada de la Colegiata de la Candelaria de mi pueblo, Zafra; y, sobre todo, el cuadro de Zurbarán de la «Imposición de la casulla a San Ildefonso», que yo, desde niño, he visto casi en lo más alto del retablo de la capilla de la derecha de la iglesia, y que ayer tuve a un palmo de mi nariz y me inmuté. Me inmuté y por eso lo escribo. También, por circunstancias del oficio, fue gozoso ver cómo se materializaba la imagen de un santo sobre el que acababa de leer un breve estudio cuya publicación he de gestionar. Aunque uno ha visto algunas exposiciones como esta, fue fascinante sentirse tan cercano a este nuevo relato de la historia. Es un relato que me parece que está bien estructurado —me lo he traído a casa en el libro de Gaspar Hernández Peludo, Transitus. El relato de la exposición— y que alude a una muestra contenida en un espacio tan espectacular como una catedral, una sala en la que uno eleva la mirada sobre los paneles y encuentra otro tránsito más, además de la musealización del continente, sea el retablo o la sillería del coro. Sobrecoge. Al entrar no esperé; y qué bien. Mejor fue al salir, cuando vi que la cola era muy larga y supe de la que me había librado. Contento por lo visto, por la hora y el buen tiempo, me aposté en el «Torero» de la Plaza y esperé a que sucediese lo mejor de la otra parte del día. Los amigos: María José y Gonzalo; Yolanda y Álvaro. Un sábado completo. Volví pensando en escribir sobre lo visto: la Relación del viaje de Fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo (1607), el Rollo de Torah (siglo XVI) del Museo Sefardí de Toledo, la edición veneciana de 1587 de Il Cortegiano, la Piedad de Alonso Hipólito, las esculturas de Gregorio Fernández y su carta al cabildo de la Catedral placentina en febrero de 1631, los cuadros de Luis de Morales…
domingo, noviembre 27, 2022
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