miércoles, noviembre 11, 2020

Más Mar Rojo

© Fotografía de Antonio Martín

El domingo. Mensaje de voz de un amigo en mi teléfono: «¿Dónde andas, guapo (sic)? Te recuerdo que estamos en confinamiento (sic). ¿Qué haces por ahí? Llámame. Venga». Él llamaba desde Barcelona y yo estaba en el Gran Teatro de Cáceres (fila 9, butaca 2), en la versión expandida de Mar Rojo, que vi en enero, en una función de la que hablé aquí. Tres euros me costó la entrada. Menos que unos «sanjacobos» de La Cocinera (3,89 €) en el sitio más caro; casi lo mismo que un paquete de doce rollos de papel higiénico de doble capa en una de las superficies más baratas. Veintiséis céntimos menos que una tableta de turrón de chocolate Suchard no recuerdo dónde. Podría seguir, claro. El domingo, Raphael, el cantante —valga la redundancia—, decía en una entrevista en un suplemento en papel prensa a color que el peligro del contagio está en la noche y en las celebraciones, y no en el teatro o en el cine, ni en los museos. No por eso me animé a ir aquí cerca para pasar una hora escasa con un aforo muy controlado. Pero he de reconocer que salí de casa y volví a ella como el que reivindica algo. Quería ver la nueva versión de la obra escrita por mi compañera Maribel Rodríguez Ponce, que puso, tirando de clásicos, un sugerente inserto que se acopló bien a esta especie de encuentro imaginario y simbólico de unos seres en las aguas de la vida. Lo visto fue muy distinto a aquello en la Sala Maltravieso. No solo por la distancia que media en medios entre una sala alternativa y un teatro con todas las posibilidades técnicas, sino por la manera de recomponer una breve historia, entre inquietante y cotidiana, en un marco que la envuelve de una forma muy vistosa. Pondré solo dos ejemplos de lo inalcanzable que puede ser para un grupo que representa en un espacio íntimo: la calidad y la calidez envolvente de un sonido potenciado con micrófonos y el apoyo de la imagen sobre el foro para una escenografía tan minimalista como una mesa y unas sillas de tijera. Son dos elementos externos, ajenos a la esencia del texto teatral y a su interpretación, pero que ayudan enormemente a que el público aprecie más los valores de una función de teatro nada convencional. A una forma de vivir y de hacer teatro muy recomendable.

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