miércoles, noviembre 25, 2020

La Moneda de Carver

 Ángel, en la memoria

El motivo por el que traigo aquí, precisamente hoy, este libro tiene que ver con una parte de su contenido. La Moneda de Carver (Madrid, Reino de Cordelia, 2020), de Javier Morales, está compuesto por ocho relatos organizados en tres secciones: «El tiempo del tabaco», «Ninguna necesidad» y «Nuevas miradas»; y está lleno de sugerencias y guiños literarios, y es un libro que, de haber tenido tiempo, habría reseñado aquí hace semanas. Lo hago hoy por recordar a Ángel Campos Pámpano (1957-2008), a quien dedica el autor uno de los relatos del precioso y cuidado volumen —«Viaje a la Ciudad Blanca»—, y al que recuerdo ahora por contar afligido doce años desde su muerte. El cuento arranca cuando en Lisboa, en agosto de 1988, un joven somnoliento de veinte años llamado Samuel —alter ego que está en otros sitios— se apea del tren, del Lusitania Express, y tiene su primera experiencia en la ciudad blanca, que es el título del libro de poemas que le acompaña en su viaje. Aquel primer y determinante libro de Ángel publicado por Pre-Textos en la primavera de aquel año en el que ardió meses después el Chiado. Mi recuerdo, pues, para Ángel; y mi recomendación de lectura de un libro que, en esa su parte central, la citada «Ninguna necesidad», se fija en tres escritores que murieron pronto: el que sirve para el título de todo, Raymond Carver —su moneda de medio dólar está en la página 59—, que vivió cincuenta años; Ángel, que murió con cincuenta y uno; y José Antonio Gabriel y Galán, que se fue con cincuenta y dos, casi la misma edad que tenía Julián Rodríguez, a quien es inevitable encontrar por su Ninguna necesidad (Barcelona, Random House Mondadori, 2006) —y por su prematura pérdida— en las páginas de esta obra de Javier Morales. Salvado este trozo tan literariamente elegíaco, creo que los otros cuentos del libro son piezas sabiamente labradas en la elección del punto de vista —femenino en más de una—, en su objeto, bien sea literario o extraído de una experiencia personal —hay un Javier personaje que se suma como profesor de cursos de Escritura Creativa—, o en una manera de escritura depurada, un estilo reconocible por su llaneza en comparaciones como las de las hojas del tabaco «listas para transformarse en cigarrillos, en humo, como ocurre con los veranos de mi adolescencia» (pág. 26). Sencillo. Sugerente. Bien escrito. No puedo evitarlo: esta lectura de La Moneda de Carver, que merece más, está dedicada a la memoria de Ángel.

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