viernes, noviembre 30, 2018

El «Lazarillo» de TAPTC? teatro

Volví gratamente sorprendido por las actividades y la organización de la Muestra Ibérica de Artes Escénicas que se celebró la semana pasada en Cáceres. En la sesión matinal del jueves —Teatro Maltravieso Capitol—, pude ver De Lázaro a Lazarillo, la propuesta que «TAPTC? teatro», con dramaturgia de Raquel Bazo —también en el papel de Ana— y dirección de Juan Carlos Tirado, se ha atrevido a llevar a las tablas, a convertir en un hecho teatral, materia tan apasionante y difícil como el alijo encontrado en Barcarrota en 1992 que contenía una edición del Lazarillo de Tormes desconocida hasta el momento, publicada en 1554 en Medina del Campo. La sinopsis de la obra es la siguiente: «Año 1995. Ana, doctora en Filología Hispánica, ha llegado a Barcarrota para asesorar al gobierno de Extremadura sobre la compra de unos libros del S. XVI aparecidos allí, tras la tapia de una casa, en 1992. La acompaña Paco, un conductor de la Junta, más preocupado por terminar pronto su jornada laboral que por el valor de aquellos libros prohibidos por la Inquisición. Ambos esperan a que aparezca Alfredo, el albañil que los descubrió mientras hacía unas reformas. Entre los tesoros entonces encontrados estaba un ejemplar de La vida de Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades, del año 1554. Las vidas de Lazarillo y de Alfredo se funden ante la presencia de Ana, preocupada en resolver dos grandes misterios: quién escondió los libros y quién fue el verdadero autor de El Lazarillo». Esos dos grandes misterios justifican dos fuentes principales, con nombres y apellidos, del texto de Raquel Bazo: Rosa Navarro Durán, catedrática emérita de Literatura Española de la Universidad de Barcelona, y autora del libro Alfonso de Valdés, autor del Lazarillo de Tormes (Madrid, Gredos, 2003), y el llorado Fernando Serrano Mangas, autor del estudio El secreto de los Peñaranda. El universo judeoconverso de la Biblioteca de Barcarrota. Siglos XVI y XVII, publicado por primera vez en Hebraica Ediciones en 2003, y como edición definitiva por la Universidad de Huelva en 2004. Ella se afanó en poner luz sobre aspectos esenciales —autoría e intención— de la novelita picaresca, y él fue quien puso en claro muchas de las circunstancias que llevaron a ese lote de libros a ser escondido en la pared de una vivienda de Barcarrota hace más de cuatro siglos. Ambos compartieron espacio en la edición de 2004 de El secreto... —pues la profesora figuerense escribió el prólogo— y ambos han quedado fundidos en el nombre imaginario del personaje de esta obra de teatro: Ana Serrano Durán. Queda claro, así, que Raquel Bazo ha tomado partido en su homenaje por dos de las líneas principales de investigación impulsadas a partir del hallazgo de los libros en Extremadura. Es, de verdad, un reto abordar para el lenguaje escénico un hecho histórico como el de aquel descubrimiento, con tantos elementos culturales especializados y que siempre puede resultar difícil divulgar. Y, además, combinarlo con la sustancia necesaria para que un espectáculo teatral pueda sostenerse y guste a todos los públicos; eso sí, con la voluntad evidente de atraer al espectador más joven —que disfruta y se lo pasa bien— por una motivación didáctica que puede ser el valor principal de este tan recomendable De Lázaro a Lazarillo. El trabajo de Francis J. Quirós —Paco, el conductor, Ciego, Clérigo, Escudero, Buldero y Arcipreste— y de Yoni González —Alfredo, trasunto de un original no tan basto ni ignorante, y Lázaro en sus dos tiempos— es extenuante y soporta con solvencia toda la parte cómica de la obra. La interpretación de Raquel Bazo marca claramente —ella descansa más al hacer de testigo y público en escena de lo que en ella sucede— los dos registros de divulgación y de comicidad de este montaje. Quizá el espectáculo se alargase innecesariamente —aunque, a juzgar por la reacción de los chavales cuando Lázaro dice «Y con esto termino mi narración...», que gritaron «¡Noo!», no lo pareció— y puedan acortarse algunos tratados o cuadros con los diversos amos —los tres primeros se representan: ciego, clérigo y escudero—, pues luego tienen espacio el buldero y el arcipreste en escenas de aún mayor intensidad cómica y de complicidad con el patio de butacas. Pero la sensación cuando uno sale de la sala es de satisfacción y de admiración por el esfuerzo en divulgar algo nuestro, que atañe a tantos aspectos siempre atribuidos a la erudición histórica, y, definitivamente, es un golpe de aire fresco una propuesta así, tan desinhibida y a la vez tan cabal y documentada. Un paso más, y más que honroso a la intrahistoria contemporánea de la historia de la Biblioteca de Barcarrota.

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