sábado, septiembre 22, 2018

Serrat

Foto © Efe
Disfruto de la lectura de la prensa sentado en mi terraza favorita de la Plaza de San Juan. Se está muy bien, incluso cuando se llena de gente y, sin poder evitarlo, te llegan las conversaciones de las mesas vecinas. La preocupación de una hija con un bebé en los brazos que cuenta a sus padres los problemas digestivos de la pequeña. Lo mucho que le ha gustado a una señora la ciudad, que hacía tantos años que no visitaba. De quién habrá sido el entierro de esta mañana —yo lo sé; estoy leyendo la esquela. Suele ocurrir cuando ya llevo un buen rato de lectura apacible y sin sobresaltos, ni siquiera de un tráfico que no acaban de restringir. Estremecido aún por la lectura de la noticia de ayer de la muerte súbita de una criatura de ocho meses en la guardería de la UEX, levanto la vista y veo en la acera a Joan Manuel Serrat —esta noche canta en el Teatro Romano de Mérida—, muy sonriente y amable con las personas que le saludan. A mi lado, desde una mesa ocupada por tres parejas, una de las mujeres pregunta al cantante si pueden hacerse una foto con él. —«Diez euros», responde Serrat, con una sonrisa de oreja a oreja mientras rodea con su brazo la cintura de la mujer rubia encantada de la amabilidad, la simpatía y el sentido del humor del autor de Mediterráneo. —«Es admirable —dice uno de los hombres —pelo oscuro de brillantes caracolillos, camisa blanca y bronceado de verdad— que alguien así sea tan atento y que, en lugar de quitarse de encima a los pesados, no le importe hacerse unas fotos. Qué simpático». Serrat sigue su camino, hacia el hotel, quizá, donde debe de alojarse, y desaparece. Si yo fuese como uno que yo me sé, me habría levantado y le habría invitado a sentarse a mi mesa para que tomase lo que quisiese, por los muchos ratos estupendos que me ha hecho pasar. —«¿Desde cuándo no nos vemos, Juan?». Fuera de bromas, quien desaparece sin darme cuenta es uno de los maridos de la mesa de la foto. Ha debido de ser en el mismo momento en que reconocimos a aquel señor con atuendo informal y una gorrilla como Joan Manuel Serrat. Y ha tenido que desaparecer por lo siguiente: al cabo de unos quince minutos, durante los que mis vecinos han seguido hablando del encuentro con el genial artista, ha vuelto el tipo —más bronceado de verdad que el otro, camisa blanca de Ralph Lauren, entradas marcadas por esa manera de peinar hacia atrás un cabello inseguro que acaba caracoleando con brillantez en la nuca y gafas de sol que para mí todas son Ray-Ban—, haciendo un gesto con su brazo derecho, como el que espanta un olor pestilente, y ha preguntado a todos —«¿Ya se ha ido el rojo ese?». Y ha añadido a voces, para que todos los que allí estamos lo escuchemos: —«¿Sabéis que ese quiso cantar «Mediterráneo» [sic] en el Festival de Eurovisión; pero en catalán? ¿Y sabéis lo que le dijo Franco? Pues sí, vas a cantar «Mediterráneo»; pero en la ducha, je, je.». He pedido la cuenta, y mientras espero, el energúmeno ha dicho a la que he supuesto su mujer con mechas: —«¡Déjame hablar, hostia puta!». A lo que ella ha contestado: —«Tranquilo, X, relájate». En un sorprendente cambio de tercio y para contemporizar, uno de los maridos ha dicho que Garcilaso de la Vega tuvo muchas disputas literarias con Miguel de Cervantes. Lo juro. A pesar de todo, se sigue disfrutando mucho de la lectura de la prensa en la calle y hoy ha sido un buen día —toco madera, que aún no ha terminado—, y «que todo cuanto te rodea / lo que han puesto para ti / no lo mires desde la ventana / y siéntate al festín. / Pelea por lo que quieres / y no desesperes / si algo no anda bien. / Hoy puede ser un gran día / y mañana también». Sigue gustándome leer la prensa en papel; pero basta con levantar la vista para ver la vida de otro modo.

1 comentario:

Natalia Sanchez dijo...

jeje lo que no sabe es que Alejandro Betancourt va con todo sobre la marca Ray Ban, obviamente es el competidor principal de cualquier marca de gafas de sol, pero no muchos tienen la calidad necesaria.