viernes, mayo 05, 2017

«Mi nombre es Carmen Alfonso y no nos conocemos»


Así comenzaba su carta sin fecha —pero quizá de 1 de marzo de 2017— esta profesora de Lengua y Literatura Española de un instituto de Sevilla. Me enviaba con ella un ejemplar de esta novela de Antonio Jiménez Casero, Medea murió en Corinto (Barcelona, Chiado Editorial, 2016). Me predispone favorablemente saber que es el producto de una clase de Literatura Griega de este profesor extremeño de Azuaga (Badajoz), en donde nació en 1952, y que ha ejercido durante la mayor parte de su vida profesional en el IES Pino Montano de Sevilla y que fue Premio Felipe Trigo de novela en 1988 con El morador insomne (Madrid, Bitácora, 1989). Pero, sobre todo, me predispone el gesto de esta lectora que me manda dos folios mecanoscritos para recomendarme, disculpándose por la «intromisión osada», una obra «de visible valor» que es «la concienzuda deconstrucción del mito de Medea. Desarrolla un alegato literario sin estridencias contra la misoginia, bien dosificado. Pero hay en la novela muchos más elementos del pasado que han desembarcado en el presente. En la novela el poema épico aparece desenmascarado, sorprendido en sus verdaderas intenciones, antes de que hubiésemos acuñado el término «postverdad». El protagonista narrador nos desvela que el mito está lleno de mentiras urdidas hábilmente. Las mismas mentiras que tejen los asesores de imagen y los gabinetes de prensa de nuestros días. […] Sutilmente dibujada, como telón de fondo, está Corinto. Como cualquier gran ciudad de hoy, es abierta, cosmopolita, laboriosa, sin pobres en las esquinas, de edificios elegantes y seguros; una ciudad que habla cien lenguas pero en la que la gente se entiende fácilmente. La evolución de la ciudad en la narración nos puede servir hoy para explicar el ascenso al poder de manipuladores oportunistas por muy larga y consolidada que sea la experiencia democrática en algunas naciones. Basta con que la sociedad cosmopolita, abierta, culta y democrática sienta miedo. En esos casos puede suceder cualquier cosa. Y, por supuesto, está Medea, la mujer cuya inocencia se proclama. Esta Medea no es la que todos conocemos. No es la bruja colca, la princesa salvaje y sin conciencia que dio muerte a sus hijos para vengarse de un marido ambicioso que había olvidado sus promesas. Ella podría ser cualquier mujer con la que uno se cruza al caminar. Antonio Jiménez hace un uso ágil de los diferentes planos temporales cuando la novela se centra en la historia principal. Pero llama especialmente la atención el lenguaje cuidadosamente aquilatado, preciso, con un léxico rico, con frases a las que nada sobra ni falta. En un lenguaje evocador; siendo un castellano actual, resuena en esta prosa el ritmo de los poemas épicos. Sin embargo, no resulta pretencioso ni artificial, a pesar de su eficacia.» Éstas tienen que ser, pues, las primeras palabras de una reseña del libro que estoy leyendo. Son prueba de la amistad de una lectora, prueba de fervor por la lectura. Son, finalmente, una recomendación que ha calado en uno que ya está leyendo Medea murió en Corinto. 

2 comentarios:

Carmen Fernández Daza dijo...

Ya somos dos quienes la leemos. Y de entrada estoy disfrutando mucho.

Antonio JIMENEZ CASERO dijo...

Cualquier obra literaria es un proceso que comienza el autor y que continuan los lectores durante un tiempo que es dificil precisar. Me complace comprobar que esta Medea mía está en buenas manos . Es un honor formar parte de tu biblioteca, Miguel Ángel. Y agradezco tu interés y el eco de mi obra en tu blog. Aquí también agradezco a Carmen Fernández con quien tengo una secreta deuda su comentario. Un abrazo a los dos.