viernes, mayo 12, 2017

En el bus


Se me hicieron eternos aquellos minutos en el bus como único pasajero. Me había sentado al fondo y divisaba todo el coche como un largo pasillo cambiante, como una siniestra diligencia conducida por un tipo avieso vestido de negro y con sombrero de copa que hiciese chascar su látigo sobre los lomos de seis caballos brunos, o casi brunos, «porque la pena tizna cuando estalla, / donde yo no me hallo no se halla / hombre más apenado que ninguno. / Sobre la pena duermo solo y uno, / pena es mi paz y pena mi batalla, / perro que ni me deja ni se calla, / siempre a su dueño fiel, pero importuno. / Cardos y penas llevo por corona, / cardos y pena siembran sus leopardos / y no me dejan bueno hueso alguno. / No podrá con la pena mi persona / rodeada de penas y de cardos: / ¡cuánto penar para morirse uno!». El bus paró y yo levanté la vista del libro. Entonces comenzó a subir gente.

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