Uno de los veneros en los que se puede comprobar cómo es la fantasía literaria del escritor e ilustrador Javier Alcaíns es su espléndida Arquitectura melancólica, una de sus obras más completas, porque representa buena parte de lo que ha escrito el autor durante muchos años, una obra que dio por concluida en mayo de 2004 y que publicó en facsímile en una tirada numerada y firmada en febrero de 2009. Después, hemos seguido conociendo al artista que ha iluminado los textos de otros —su Sepulcro en Tarquinia, de Antonio Colinas, en la Editora Regional de Extremadura, por ejemplo— o al editor —el sello de Javier Martín Santos— que ha recuperado alardes de edición como los del suizo François-Louis Schmied. Una especie de subrogación en la que lo principal es la difusión de la obra que se admira, como hacemos los profesores de literatura cuando nos apropiamos de los textos que explicamos en clase y los tratamos como clásicos, que por eso se llaman así. Lo que he leído ahora me lleva a aquel Alcaíns de Arquitectura melancólica, aunque nuevamente sea alguien que escribe para otros. En esta ocasión, él pone el texto y otro —Kamilo Guevara— las ilustraciones. Y digo mal, pues no es un texto, como dice la cubierta de este libro grande y pequeño. Alcaíns pone varios textos, los mismos —diez— que ilustraciones. Y los pone, en un sentido literal, sobre los dibujos previos de Rodrigo Pastor, que ha elegido este seudónimo que viene a coincidir no sé si voluntariamente y con k de kilo con el nombre del hijo del Che. «El día 29 de octubre de 2016 y en la ciudad de Cáceres se dio fin a esta edición del Jardín de las Flores-Pájaro, fantasía que pintó Kamilo Guevara según una revelación que tuvo un día de calor extremado y que Javier Alcaíns describió luego como mejor supo su no siempre bien domada inspiración». Así reza el colofón de El jardín de las Flores-Pájaro, que muestra otro rasgo de las creaciones de Alcaíns, la calma que impone el rigor en la tarea. La de un calígrafo y dibujante como es Javier, con un concepto insólito hoy de la relación entre trabajo y tiempo. Como el que también tiene Rodrigo Pastor —no Kamilio Guevara—, pues me apetece asociar estas nuevas creaciones a Rodrigo, directamente, sin la intermediación de otros nombres. Los dibujos tienen un aire —y no seré el único en señalarlo— a aquellos dibujos de José Ramón Sánchez para los carteles electorales del PSOE en las primeras elecciones de la nueva democracia de los setenta; y, sin duda, propician que de ellos pueda surgir un espacio —un jardín— en el que todo se vuelve diáfano, como escribe Alcaíns para presentar sus diez formas de nombrar imágenes —qué lástima no poder reproducirlas aquí—: «Ermengarda López, meretriz y vampira», «Las cuatro zascandilas» (que se llaman Melanie, Tormenta, Cunegunda y Choni), «La Fuente de las Lágrimas de Anís», «Esculturas vivientes para tardes de estío», «Rumbos posibles de las horas», «Diabólico enredo», «El río arrastra plata», «Los títeres borrachos», «La Laguna de la Luna Menguante» y «Peregrino sin norte».
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