sábado, agosto 15, 2015

Vida de Valle-Inclán (y II)


Decía abajo que dan confianza la seriedad y el rigor con que Manuel Alberca aborda su biografía de Valle-Inclán, que aporta mucho a la ya numerosa e importante bibliografía sobre el autor y sus obras publicada en los últimos cuarenta años del siglo XX y lo que va de este. Aunque se insiste tanto en el propósito de corregir la desfiguración a la que se ha sometido a Valle-Inclán que pareciera que esas grandes aportaciones de los investigadores no han sido tales. La tarea de desmontaje de La espada y la palabra de tópicos y leyendas sobre don Ramón del Valle-Inclán —desde su precariedad económica o su despreocupación por sus obras, hasta anécdotas fantásticas— se impone, y se persevera en lo ideológico con la negación de su supuesto izquierdismo y del carácter postural de su carlismo, para decir que don Ramón era un retrógrado, cercano a la extrema derecha, y que su carlismo fue algo más que una pose estética. Incluso en su tiempo de más reconocible progresismo —el que luego le reconocieron sus contemporáneos a poco de su muerte— desde la dictadura de Primo de Rivera, Alberca insiste en que incluso «en estos años, conserva una fidelidad a su pasada militancia carlista y da muestras evidentes de seguir siendo fiel a las personas y a los símbolos de tradicionalismo» (pág. 505). El biógrafo de Valle persiste en hacer caer ciertos tópicos, como digo; pero hay alguno que sigue sin abatirse: la preeminencia de Luces de bohemia a la hora de exponer la teoría y la práctica del esperpento, y la relegación de una obra tan capital y didáctica a ese efecto como Los cuernos de don Friolera, una pieza fundamental que, si no me equivoco, solo se cita en un par de ocasiones en las seiscientas cuarenta y tantas páginas del libro. Los libros de texto de los bachilleres siguen trayendo la escena XII de Luces de bohemia, que pocos estudiantes comprenden sin referentes, para explicar el esperpento; y ni mencionan el prólogo y el epílogo de Los cuernos de don Friolera, que, junto a la conocida entrevista en ABC (7 de diciembre de 1928) con Gregorio Martínez Sierra, son la mejor explicación de la propuesta estética de «nuestro hombre», como reiteradamente se le alude en esta biografía que hay que alabar. Hoy he leído un comentario de Manuel Rodríguez Rivero en Babelia sobre la biografía de Blasco Ibáñez escrita por Javier Varela (El último conquistador. Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), Madrid, Tecnos, 2015) en el que se lamentaba de que no llevase un índice onomástico. Es muy útil en este tipo de libros. Por eso me ha llamado la atención que el índice onomástico del de Manuel Alberca no lo sea para las casi cien páginas de «Notas», en las que hay tanta información y tantos nombres, como Dionisio Pérez, Enrique Peinador o el arquitecto Gómez Román, que no quedan recogidos; como otros, por descuido —que aparecen en el cuerpo principal—, y es el caso de Díez-Canedo (págs. 394 y quizá 403), y, con otros criterios, nombres como Real Academia Española, Ateneo de Madrid, Asociación Española de Escritores, CIAP o Academia de Roma, que tanta presencia tienen en este recomendable relato y retrato de uno de los nombres principales de la literatura española del siglo XX.

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