© Juan Carlos Hidalgo, EFE.
Al leer las crónicas después del partido de ayer entre Rafa Nadal y Andy Murray se diría que estamos ante una catástrofe deportiva —otra más tras los últimos resultados de las selecciones españolas de fútbol, baloncesto o balonmano. El «balear cae al séptimo puesto del ránking», titula 20 Minutos; y Alejandro Ciriza de El País habla de «inclinación» del español ante el tenista escocés y de que «besó la lona», en una crónica ilustrada con esta fotografía de Juan Carlos Hidalgo que parece la imagen del fracaso. La imagen del mejor tenista español de todos los tiempos, con más títulos individuales, y de un jugador que ayer, en el Madrid Open, jugó la final después de ganar a otros como Bolelli, Dimitrov o Berdych. Este muchacho que cumplirá en junio veintinueve años ha sido el tenista más joven en conseguir los cuatro títulos más importantes del mundo y la medalla de oro de los Juegos Olímpicos en 2008, y el único que ha logrado nueve títulos de Roland Garros. Sin embargo, hoy todo eso parece que no vale nada. Somos especialistas en comentar desde el borde de la zanja cómo trabajan los demás y exigimos a los otros una excelencia que nosotros no podemos comprender por estar muy lejos de nuestra propia condición y de nuestra escasa capacidad. Ni es razonable ni es justo.
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