martes, junio 25, 2013

El coloquio de los perros


El sábado vimos El coloquio de los perros en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres. Sobre el montaje de Els Joglars sabía de antemano que del coloquio de Cervantes, poco. Y que algunos puristas se habían rasgado las vestiduras clásicas y habían denunciado un cervanticidio cuando la obra se estrenó en Madrid esta primavera. Qué cosas. Queda bien claro que es una adaptación libre; y tan libre. Els Joglars, por primera vez dirigido por su estratosférico actor principal, Ramón Fontserè, y con la dramaturgia de éste y de Albert Boadella y Martina Cabanas, ha puesto en escena otra lectura del diálogo cervantino en clave de farsa contemporánea que es toda una lección de teatro con el texto clásico muy al fondo. Una lección sobre cómo expresarse en escena con los mínimos recursos, y una lección de interpretación. La de una espléndida Pilar Sáenz (Berganza) como pareja de Cipión (Fontserè), y la asistencia de un poco lucido pero digno papel de Xevi Vilà (Manolo) y de un notabilísimo trabajo —con el desenfado del vodevil y la comicidad del sainete— de los secundarios Dolors Tuneu y Xavi Sais. El don del habla —y la pérdida del don cuando acaba la noche— es lo que estructura esta ilusión teatral que se abre con ladridos puros que paulatinamente van articulándose en vocablos reconocibles y que termina con la palabra desleída en el puro ladrido del perro que vuelve a su ser después de haber puesto en solfa al bípedo «gilipollas», que es la última palabra —moraleja— que se dice en el espectáculo antes de los aplausos unánimes del público. O casi unánimes, que hay gente que se molesta mucho con estas adaptaciones, para añadir después que, como teatro, están bien. Qué digo bien; muy bien.

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