lunes, enero 21, 2013

Islas flotantes


Antonio Ansón, el traductor de esta novela corta de Joyce Mansour, Islas flotantes, publicada el septiembre pasado por Editorial Periférica, menciona en el postfacio de esta primera edición española el número 13 de la revista La luna de Mérida (diciembre de 2001) como uno de los lugares en los que la poesía de esta autora se difundió aquí. Fueron unos poemas en versión de Ildefonso Rodríguez. Aquel número dedicado a traducciones —del gallego, del portugués, del francés y del italiano— trajo también —por hablar de difusión de lo desconocido— textos, entre otros, de Michel Seuphor o Giuseppe Gioacchino Belli, autores que me interesan. Del primero algo anoté aquí; y del otro espero escribir pronto a propósito de una importante novedad editorial próxima. Ambos, además, han estado incluidos en unas jornadas sobre traducción organizadas por algunos compañeros de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de mi Facultad hace pocos días. Vuelvo a Joyce Mansour, que, si conocida en España, es como poeta, en efecto, por traducciones primeras de Jaime Siles y más recientemente de Eugenio de Castro en Igitur. A los aprensivos no recomiendo la lectura de Islas flotantes. Bastante tienen ya con lo suyo. ¿Entonces? Pues que es un texto breve, con conciencia de radicalidad y sin mucho afán por el lenguaje —que algunos comentaristas han tildado de exquisito—; es decir, un ejemplo más de supuesta escritura automática —noción imposible en una traducción— que resulta provocador. Su expresión del extremo de cierta radicalidad en la experiencia del dolor y la enfermedad es sugerente, si vale decir esto; que vale decirlo, si hablamos de experiencia literaria, que es de lo que se trata. No se puede recomendar su lectura para disfrutar; pero sí para descubrir (al leer); sí para conocer otros lados distintos de lo real de lo que somos (cuando escribimos).   

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