jueves, febrero 28, 2008

Espectáculos y espectadores

En las estadísticas comparativas de audiencias que ayer se publicaron, a costa del consabido debate, y hoy siguen siendo noticia, no se acuerdan de los que nos relajamos viendo el lunes en La 2 Una película hablada (Um filme falado, 2003), de Manoel de Oliveira, el director portugués que fue Premio Extremadura a la Creación en 2004. No sacan —con RaZón— a los que vimos la película y, durante los cortes —lástima por lo de los cortes en televisión, que ya llegarán a las salas de cine— comprobamos la falta de cultura democrática de un país en donde un debate —cuya anterior edición tenía quince años— es un espectáculo en el que no caben otras fuerzas políticas ni caben varios periodistas para hacer preguntas. Lástima. Un debate en el que alguien que se postula para ser presidente del Gobierno de España dice al Presidente del Gobierno de España que ha agredido a las víctimas del terrorismo. Razón suficiente para levantarse e irse; y ahorrarse el próximo debate, que, por lógica del espectáculo, tendrá que ser más interesante que el anterior.
Ayer fuimos al cine a ver La soledad (2007), la película de Jaime Rosales que, contra pronóstico, salió triunfante de los últimos Premios Goya. La programaron en el XV Festival Solidario de Cine Español de Cáceres, entre las de la sección de “Imprescindibles”. Bien. Excelente. La sala estaba llena. La ejemplar interpretación de las actrices (Petra Martínez, Sonia Almarcha, Miriam Correa, Nuria Mencia —la vimos el pasado verano aquí en Cáceres con el montaje de la CNTC de El curioso impertinente—, María Bazán), la propuesta visual y la estructura narrativa, la crudeza y la poesía, entre otras virtudes no menores, justifican los galardones a la mejor película y al mejor director. Una alegría fue ver a Juan Margallo —y a Petra, claro, espléndida—, a quien tuvimos en la Universidad como autor becado.
Dos películas esta semana pueden saber a poco, y más en fechas festivaleras; pero, con la contundencia de las dos citadas, colman el apetito estético y la conciencia ética. Y, sobre esto último, ambas tienen en común la incorporación del terrorismo —sea el que sea— a la vida cotidiana —sea la que sea.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espero que te equivoques en lo de los cortes publicitarios en las salas de cine