domingo, agosto 18, 2024

XXV FLVS

Sana costumbre la de visitar esta ciudad de Santander en agosto y pasar por su Feria del Libro Viejo (FLVS), que celebra este año su vigésima quinta edición. Gracias a Pedro Álvarez de Miranda he conocido a quien fue fundador de la feria, el librero Alastair Carmichael, que el jueves saludaba a alguno de los dieciséis expositores que han participado este año hasta hoy domingo 18, provenientes de Segovia, Ponferrada, Navarra, Barcelona, Bilbao, Valencia, Cantabria, o Madrid, de donde son Ortiz Marcos Libros Antiguos y Velintonia Libros, que han acudido por primera vez. El viernes volví a saludar a Javier y a Alicia, de Velintonia, en la madrileña Cuesta de Moyano, con quienes compartí comentarios sobre Gonzalo Hidalgo Bayal, a quien admiran, o sobre el Premio Dulce Chacón y la lastimosa polémica que ellos han seguido y lamentado. Esta edición ha girado en torno a «Cuentos y cuentistas» y ha habido talleres de microrrelato, lecturas con música del cuento Pedro y el lobo, charlas sobre el género; y el viernes culminaron las actividades con un diálogo con los escritores Gonzalo Calcedo Juanes y Fernando Menéndez Llamazares. Mucho libro de saldo para todos los públicos, aunque me detenga en los numerosos estudios literarios descatalogados que he ojeado, alguno con especial interés personal como el volumen de la serie «Acta Universitatis Upsaliensis» con el estudio de Ángel Crespo sobre Aspectos estructurales de El moro expósito del Duque de Rivas (1973), u otras piezas como la primera edición (1960) de Encerrados con un solo juguete, de Juan Marsé —si levantase la cabeza, me recriminaría por la adquisición—, un ejemplar inmaculado de la Floresta de varios romances (1652) de Damián López de Tortajada que editó Rodríguez-Moñino en Castalia en 1970, o una bella edición barcelonesa de El sí de las niñas de 1957 con un prólogo («Don Leandro en Barcelona») del extremeño de Villanueva de la Serena Joaquín Montaner. Al morral. Alfonso V de Aragón dijo que no hay mejor cosa que tener amigos ancianos para conversar y libros viejos para leer. En mis días en Santander no me han faltado ni los unos ni los otros; eso sí, la ancianidad de mis amigos solo puede ser imputable a su sabiduría y a su liberalidad, y no a sus años. 

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