viernes, abril 01, 2022

Destrucción

© VEGAP Cáceres 2022
Recibe en el interior del Museo Helga de Alvear esta gran fotografía de Frank Thiel que impresiona y que no desmerece en su potencia frente a la icónica lámpara de Ai Weiwei con la que comparte espacio. Mide seis metros y medio de ancho y tres de altura y muestra en Cáceres —nótese— una estampa ya inexistente de lo que fue una ruina monumental inmortalizada por el objetivo del artista, un edificio que vivió las consecuencias de la caída del Muro de Berlín, la ciudad (Stadt, 5/18) de la imagen, y los imponentes cambios por la unificación de las dos Alemanias. Me ha venido a la cabeza esta inmensa fotografía al ver en El País las imágenes de las ciudades de Ucrania asoladas por el ejército ruso. En portada, la de un chaval sobre las ruinas de una escuela destruida en Yitómir, y en las páginas de Cultura las de la reseña que hace Paco Cerdá del libro de Owen Hatherley Paisajes del comunismo (Traducción de Noelia González Barrancos. Madrid, Capitán Swing, 2022), las fotografías de la destrucción de edificios en Járkov o Kiev, imágenes de hace días que ponen el pie a un texto escrito antes de tanta debacle. Es sobrecogedor. Y no debería ser. No hacía falta que nos pusiesen a la mano realidad tan fehaciente para escribir y crear a partir de ella. Ya tenemos a los trágicos antiguos para leer el infortunio. Y a los contemporáneos. He releído «Naturalizar el mal. El mal del bien racional», de Isidoro Reguera (Posmodernidad, melancolía y mal. Edición y prólogo de Carla Carmona. Athenaica Ediciones Universitarias y Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2018, págs. 247-279). A pesar de todo. Seguir.

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