lunes, noviembre 11, 2019

Lluvia fina


Coincidí hace días con una antigua y muy querida compañera de carrera de camino a la presentación del último libro de Basilio Sánchez que me había preguntado que cuándo iba a escribir sobre Lluvia fina, la novela de Landero. Ella es una de esas licenciadas en Filología Hispánica que siguen haciendo todos los días todo lo posible para que los demás lean. Lo mismo que hago yo, aunque ella no sea funcionaria de carrera —qué sintagma tan curioso—; pero ella fomenta todo lo que haga falta en el club de lectura que promueve. Ya no me acuerdo si volvió a hablarme de su «landerismo» y de que ahora estaban con esa novela, que iba a ser el texto principal en el Encuentro de Clubes de Lectura de Extremadura que se celebrará en Plasencia el sábado 23 de noviembre, con la presencia del autor. No me acuerdo porque yo iría pensando en cómo quería decir lo escrito sobre He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor, 2019), el libro de Basilio. Qué bueno ese libro de Basilio. Como este de Luis Landero, que ha vuelto a ser un pretexto para no hablar de literatura cuando en los medios, vistosos y numerosos, se ha tratado de él. Incluso el propio autor en una presentación se quejaba de que él no es psicólogo, sino que es un contador de historias, y de que, a lo sumo, de lo que puede hablar es de literatura. Pero han sido tantas las ocasiones en las que en entrevistas y conversaciones se le ha inquirido por personajes como si fuesen personas reales y por sucesos y asuntos como si fuesen ciertos o le hubiesen ocurrido a él, que es algo desesperante; y no me extraña que en alguna ocasión haya reaccionado así. Ahora que esta fascinante novela de Luis Landero ya parece que no es ninguna novedad, aunque espero que los lectores no hayan perdido el interés por ella, rescato algunas de mis notas y me pongo a escribir. Poco me importa llegar a un destiempo que solo puede entenderse en aquellos que viven con ansiedad la rabiosa actualidad, el rampante estar al día —expresión que ya resulta antigua cuando hay que estar al minuto. Si a mis estudiantes les amonesto por no ir al grano de una lectura analítica cuando me cuentan el argumento de la obra de la que tienen que tratar, cualquiera podrá imaginar lo nervioso que me pone leer una reseña en la que se describe a Gabriel, el filósofo que convoca la reunión de la familia, a Andrea, a Sonia…Y no encontrar, salvo excepciones, que alguien me ilumine sobre las técnicas narrativas, los recursos y las estrategias que un escritor como Luis Landero utiliza para urdir obras tan monumentales como las que nos viene regalando desde que publicó Juegos de la edad tardía. Por ejemplo, esa manera de trenzar narración y diálogo en torno a un interlocutor que luego narra al dialogar con otros personajes en una suerte de discurso libre indirecto, que es un término futbolístico —campo tan querido para el escritor— aquí más idóneo que el consabido estilo indirecto libre de la gran novela de siempre. Hay un momento al principio de Lluvia fina en el que, cuando por primera vez se habla del personaje de Aurora, la que escucha, a la que todos quieren, a la que todos cuentan, a la que todos agradecen siempre su comprensión, el narrador utiliza la palabra «narrador» cuando se pregunta: «¿Qué habrá en Aurora que despierta enseguida la confianza de la gente y las ganas de sincerarse con ella y de contarle fragmentos antológicos de su vida, secretos que acaso el narrador no ha revelado nunca a nadie?» (pág. 13). Creo que es la primera clave del carácter de una poética de la narración que es esta novela de Luis Landero. Por eso, páginas después, la caracterización de Aurora, que cataliza todo en este relato eminente, la escuchante, es la que tiene una historia que contar, que «con gusto se la contaría a alguien, pero no tiene a quién» (pág. 19). Más de doscientas páginas después, envuelta en la telaraña del relato de la familia, se verá como un personaje más de la trama, en un pasaje que Landero escribe dibujando la tela de araña de su relato con palabras, que es lo que sabe hacer. Espléndido (pág. 231). Es Sonia la que dice casi al final de la novela que quizá «hay historias que no deben contarse, asuntos del pasado que es mejor que sigan perteneciendo para siempre al pasado» (pág. 259); pero puede entenderse como la expresión —lo digo otra vez— de una poética novelesca que afirma que hay que contar así, como lo hace Landero en esta Lluvia fina. Contar así para que historias como esta sigan perteneciendo a la historia de la literatura y a los lectores. Me gustaría preguntar a mi antigua y querida compañera de promoción si han hablado del final de la novela en su club. Porque me ha pasado ya que he hablado con lectores de Lluvia fina que no se han dado cuenta de un final, tan despiadado, como escribió Santos Sanz Villanueva en su reseña de El Cultural. Yo suscribo lo de «despiadado», y lo de que el libro es «amargo, durísimo, desolador, implacable»; pero también afirmo que es monumental, abierto, literariamente reparador, excelente, y una nueva resolución magistral de otra obra maestra del escritor de Alburquerque, que mañana estará en Almendralejo, en el Otoño Literario 2019, en un encuentro con la escritora Pilar Galán.


2 comentarios:

Sandra Sánchez dijo...

"Poco me importa llegar a un destiempo que solo puede entenderse en aquellos que viven con ansiedad la rabiosa actualidad, el rampante estar al día —expresión que ya resulta antigua cuando hay que estar al minuto. " Pues agradezco muchísimo que ese "a destiempo", Miguel, lo bueno siempre agradece una que se lo reseñen, así que gracias. Me llamaba la atención este libro, pero ahora más aún.
Saludos.

Miguel A. Lama dijo...

Gracias, Sandra. Un saludo.