Después de haberse abierto el martes 2 de junio el XXVI Festival de Teatro Clásico de Cáceres con la estupenda obra de Juan Mayorga El chico de la última fila, con uno de los montajes de la Escuela de Arte Dramático de Extremadura (ESAD), la sección «oficial» arrancó el miércoles con Juego de damas, una obra escrita y dirigida por Isidro Timón, basada en la que Marcel Bataillon llamó «novela cortesana» de materia picaresca La hija de Celestina, de Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo. Esto es lo de menos, a mi parecer, porque lo que Isidro Timón ha hecho es una obra propia, adaptada a unas circunstancias, que no debe ser considerada una versión del texto del siglo XVII. La honestidad del autor es manifiesta cuando firma y titula Juego de damas con citación de «A partir de La hija de Celestina, de Salas Barbadillo». Y, a partir de ahí, en efecto, la propuesta de Isidro Timón transita por caminos muy distintos al rescate de un texto del Siglo de Oro. (Que no desmerece, por cierto: «Sabed, señora, que en llegando una mujer a los treinta, cada año que pasa por ella la deja una arruga; los años no se entretienen en otra cosa sino en hacer a las personas mozas viejas, y a las viejas mucho más; que este es su ejercicio y mayor pasatiempo. Pues si por haber vivido una mujer mal, adquiriendo con torpes medios hacienda, cuando llega a la vejez, aunque la goza descansada, es triste vida por ser afrentosa, ¿cuánto peor estado será el de aquella que tuviese juntas la afrenta y la pobreza?»). Así que el marco se ha comido al lienzo o paño de la historia de la bella Elena hija de Pierres y Celestina —donde Méndez, el ama, es ahora Menda—, solo pespunteada en lo escrito por Isidro Timón por algunas alusiones y precisos referentes —el origen del personaje, la afición al alcohol de su padre, la prisión, Montúfar, etc.—, en beneficio de una dramaturgia centrada en el lucimiento de las dos actrices —Asun Mieres y Elizabeth Ruiz—, cuyo trabajo merece un reconocimiento, y en concesiones al público con cuadros como el homenaje al Quijote o el rap que dice Menda como un narrador épico que no aporta narración, aunque lo pretende, y sí comicidad a la escena. O —marca de Isidro Timón; recuérdese su Okupando clásicos— en la intención didáctica del juego metateatral que hace intervenir al Poeta en su voz —con la excelente locución del periodista radiofónico Vicente Pozas—, al que hablan sus personajes. Buena entrada en la Plaza de las Veletas —único escenario al raso ya de un festival que tenía el atractivo de sus espacios en el conjunto histórico—, con las butacas vendidas de la familia y los amigos —me incluyo— del director, de las actrices y los compañeros en la Universidad de Extremadura —también me incluyo— de Rafa Santana, responsable eficiente del sonido y las luces; o de un grupo de estudiantes y profesores universitarios de Nuevo Méjico. Bien. Buen ambiente. 26 grados. Y uno alto de satisfacción en todos los que han trabajado este espectáculo que ojalá pruebe suerte en las tablas de otros festivales y contextos.
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