domingo, noviembre 09, 2014

Ávidas pretensiones


—¿A ti cómo te gusta el whisky?
—A mí con humo y con putas.
Me he acordado de este diálogo de chiste al dejarle mi ejemplar de Ávidas pretensiones a C., que quiere leer la novela de Fernando Aramburu que fue reconocida con el Premio Biblioteca Breve de 2014. Y es que hay un momento en que el tabernero pregunta: —¿Todos ustedes sois de poesía? Y Juanjo Changa contesta que «estos sí», pero que él es de whisky con hielo. Ahora que me he quedado sin mi ejemplar de la novela y que no tengo referencias precisas, me han dado ganas de poner estas líneas aquí después de unas antiguas notas sacadas durante y después de la lectura. Escribí que hay lecturas talentosas que, sin ser trascendentales, adquieren una notoriedad que ya la quisieran las obras de culto. Ocurre, en mi opinión, digo ahora, con esta novela de Aramburu. Me llegó muy bien recomendada por buenos lectores. Entre una y otra recomendación leí comentarios fiables de Álvaro Valverde y Eduardo Moga, entre otros, como el de, más tarde, Enrique García Fuentes. Y la leí. Luego, una buena lectora de Aramburu, también profesora de literatura, me preguntó qué me había parecido; y coincidimos en que, siendo P el planteamiento, N el nudo y D el desenlace, y que en cada una de esas partes hay diferentes capítulos o secuencias (de 1 a 23; de 1 a 21; y de 1 a 5, respectivamente), en P1 hay —a ojo de buen cubero; aunque quizá venga al caso a humo de pajas—, hay, digo, una felatio. En P3 se folla; en P4, el viejo ciego y la jovencita y la viagra. En P7 se chupa una teta; en P8, la relación de las tortilleras Conchita y Susana; en P13 lo mismo; en P19, el vibrador de Amalia Solórzano (A.S.). La parte escatológica es muy divertida, eso sí; pues al final de P6, hay una ventosidad —un pedo— acompañada de un gorgoteo de diarrea. También está en P23 y en N4. Un poco más adelante, la lluvia dorada de Vanessa sobre la cara del ciego, que recibe con arrobo el pipí de la chica que se descubre poeta. La alusión al intento de penetración anal a Amalia Solórzano hace que Conchita Arroyo diga que ella solo se acuesta con gente a la que ama, y, siendo así, la puede penetrar por donde le plazca. Así. Y me he quedado —insisto— sin referencias, sin ejemplar en el que seguir anotando. Esta novela de Aramburu es extraordinariamente divertida y está escrita con talento, es un «auténtico banquete lingüístico» (García Fuentes) y una brillante ristra de logrados recursos gamberros solo admisibles —por el propio autor— en un registro cómico, como la inserción de la definición de un adjetivo como cenceña... Me gustó encontrarme con esa manera de introducir la referencia a la historia del motorista que se quitó el casco y era el rey (pág. 353); y lo del tabernero...; vuelvo a lo del whisky. Si no fuera por todo esto, o precisamente por esto, no puede ser una sátira del mundo poético español. (Se me ha ido el hilo. Me he levantado a buscar hielo y me he acordado de palabras que suscribo del comentario de Eduardo Moga). Y después de todo esto, a ver cómo convenzo al que sea diciéndole que esto es una sátira sobre el mundillo poético español. —¡Amos anda! Esto será otra muestra de que Aramburu es un buen escritor, que sabe tratar con la lengua. No sé. Sí. Esto sí que es crítica literaria, sin referencias; y jugando, sin prejuicios. Sin humo y sin putas; pero con whisky. Con whisky.

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