domingo, febrero 02, 2014

Rafael Lapesa (y II)


«Empecé a trabajar en el Centro de Estudios Históricos en septiembre de 1927, al mismo tiempo que por las mañanas trabajaba en una oficina, la misma en que había trabajado durante toda la licenciatura, y en 1929, liberado de esa oficina, pude preparar mis oposiciones a Cátedra de Instituto. La gané en 1930 y fui destinado a Soria; pero pedí una excedencia para poder continuar en el Centro de Estudios Históricos.
Dos años después, en 1932, decidimos casarnos; mi mujer —Pilar Lago Couceiro— era una compañera de estudios, y fui destinado a Oviedo, pero se fundaron entonces tres institutos nuevos en Madrid y el Gobierno de la República estaba interesado en que funcionasen desde el primer momento con catedráticos, y como no daba tiempo a que se celebraran oposiciones y concursos, nombraron interinamente en comisión de servicio los catedráticos que necesitaban. Yo fui uno de ellos, y tuve la suerte de que el catedrático de Francés se llamase Antonio Machado y de estar en un claustro estupendo, con una compañera mía de instituto, María Elena Gómez, profesora de Geografía e Historia, hija de Manuel Gómez Moreno, y persona de una valía extraordinaria. Entre ese Instituto, el Centro de Estudios Históricos y la Universidad, porque desde 1930 empecé a dar clases en la Universidad como ayudante, sobre todo en los años en que Américo Castro estuvo enseñando en Alemania, estaba ocupado todo el tiempo, y así estuve hasta el año 1936, en que con la guerra desapareció el Centro —y todavía estuve encargado de lo que quedaba en Madrid del Centro y de mantener una correspondencia con Tomás Navarro Tomás.
En 1942 publiqué mi Historia de la lengua española, fui designado luego a Salamanca, y di clases allí y en Oviedo; y en 1947 gané la Cátedra de Gramática Histórica de la Universidad de Madrid, previa consulta con don Américo, exiliado voluntariamente en Estados Unidos, a quien le pregunté si pensaba volver, y me dijo: «no deje usted de presentarse». La gané e inmediatamente me invitó Américo Castro a estar como profesor visitante en la Universidad de Princeton. En Estados Unidos pasé un año, dos cuatrimestres en Princeton, un curso de verano en Harvard, otro cuatrimestre en Yale y otro curso de verano en Berkeley, California. Fue una experiencia maravillosa para mí, pude consultar bibliotecas, que suplieron la escasez de libros que se padecía en España por las interrupciones propias de nuestra guerra civil y de la guerra europea.»
En 1947 comenzó a trabajar en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, en la que ingresó como miembro de número en 1950. La impartición de clases en universidades americanas y las labores en el Diccionario Histórico de la Lengua retrasaron la lectura de su discurso de ingreso sobre Los decires narrativos del Marqués de Santillana hasta 1954. Hoy, Rafael Lapesa está de actualidad —palabra horrible para el humanista de investigación callada— por su designación como director de la institución. Para don Rafael, también secretario de la Academia desde 1964 hasta 1971, «la única posibilidad que habría en lo que se refiere a la apertura social de la Real Academia Española sería la celebración de actos públicos con más frecuencia que las simples recepciones de nuevos académicos. Hay actos de este tipo, pero parece que el público no está acostumbrado a ellos; por ejemplo, ocurrió con la conmemoración de Bécquer, en la que intervinieron García Nieto, Carlos Bousoño y Luis Rosales; y las intervenciones de crítica literaria de Rosales y Bousoño fueron realmente espléndidas, aparte de la buena poesía leída por García Nieto; pues hubo muy poca gente. Al lado de esto, la prensa no hace caso, no publica —y si lo hace es sólo para sacar punta a posibles burlas— las listas de enmiendas y adiciones al Diccionario que se le mandan al trimestre, de modo que la RAE no tiene culpa de que no se dé noticia de sus actividades, más que para hablar de las candidaturas o de cosas semejantes». Hasta aquí la palabra de «este varón cordial», del verso guilleniano, hasta aquí el homenaje.
(Aguas Vivas, segunda época, núm. 13, 3-6-1988, pág. IV)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso, Miguel Ángel. Me han encantado las dos entregas. Un beso, P.