Mi madre siempre ha tenido macetas. Durante toda su vida, en las casas en las que ha vivido, siempre ha estado rodeada de macetas que ha cuidado con constancia admirable. Lo recordaba el otro día cuando escribía en su casa de hoy, delante de un florero de cristal con flores de plástico, y pensaba en el medio centenar o más de tiestos que allí pudo haber, con aspidistras, costillas de Adán y ficus —dentro—, con geranios y hortensias —fuera, en los balcones, ahora vacíos. Me acordaba del riego como un rito inaplazable sobre el que ella me inculcó dos normas, una de cantidad y otra de tiempo, y ambas cabales. No había que enguachinar las plantas, había que darles el agua precisa; y no se podían regar las macetas del balcón antes de las doce de la noche. Hay en esa casa, a pesar de todo, dos macetitas nuevas y vivas que no sé identificar. Ella dice que son un cóleo y un cactus, y yo admito al primero como un molino y al segundo como un gigante, por lo lacio de la hoja. En cualquier caso, no voy a contradecirle. Como otras veces allí, me acordé de aquella población vegetal que había en los balcones, pasillos y patios de las tres casas en las que vivimos, y contemplaba esas dos pequeñas muestras como un vestigio de aquello que hoy resultaría difícilmente sostenible. Mi madre el otro día se llevó al regazo dos veces la macetita que está sobre la mesa camilla y tocó con el dedo la tierra para comprobar su nivel de humedad. También intentó ponerla en el suelo al lado del cóleo para así contemplar ambas plantas a la luz exterior y a sus pies. Quizá fuese su manera de decirme que hay otros seres dependientes, de sentirse útil. Quizá.
domingo, septiembre 18, 2011
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4 comentarios:
Precioso texto, Miguel Ángel.
Tierno y evocador.
Me ha encantado esa escena de llevarse la macetita al regazo para comprobar la humedad.
¡Y cuánto tiempo hacía que no me topaba con la palabra "enguachinar"!
Abrazo.
Cierto es que no conviene enguachinar las plantas de agua, pero no es menos cierto que enguachinarnos de sentimientos como los que provoca tu entrada, es conveniente y hasta imprescindible (Benedetti dixit).
Gracias Miguel Ángel
se riega y se alimenta al amor
diariamente, y gracias a eso
el amor crece, le salen hojas,
el color le puebla la tez
y transcurren los días con
una intensidad que solo exhiben
los grandes sucesos
como el amanecer,
como las olas,
como los besos...
Las madres son todas unas expertas...¡Y en todo!
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