A mi profesor Juan Manuel Rozas (1936-1986) escuché por primera vez hablar de Anticípolis, la novela de mi paisano Luis de Oteyza (Zafra, 1883-Caracas, 1961). Fue en sus clases sobre la literatura del 27. Rozas va a ser recordado en unas jornadas en abril de las que habrá noticias en estos blogs, seguro. A Oteyza se le recuerda en Zafra, aunque nació allí por casualidad. Anticípolis se publicó por primera vez en 1931 (Madrid, Renacimiento) y conoció una segunda edición dos años después; pero no se había reeditado hasta ahora, que la publica la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra, en edición de Beatriz Barrantes Martín. No se había reeditado suelta, pues en 2000 se incluyó en la esmerada edición que la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, publicó como Obras Selectas en dos volúmenes estuchados y que fue presentada en Zafra en un homenaje al autor en octubre de 2000, como me recuerda la dedicatoria que mi hermano José María escribió en su regalo. Rozas citaba —en clase y en sus Tres secretos (a voces) de la literatura del 27— Anticípolis al hablar de la fascinación de la vanguardia por la gran urbe y por la modernidad, principalmente, Nueva York, y al hilo de las referencias a las obras más conocidas de Juan Ramón Jiménez, Moreno Villa, García Lorca, Rafael Alberti... En la narrativa, Benjamín Jarnés, Antonio de Obregón; en el reportaje periodístico, Pedro Segura y Julio Camba. Referencias que no olvida mencionar Beatriz Barrantes en su introducción, que considero una de las más certeras aproximaciones a la significación de Oteyza en las letras españolas, y específicamente a esta singular novela. Pérez Bowie ya escribió sobre El diablo blanco, la novela más conocida de Oteyza, en la oportuna reedición de Clásicos Extremeños del Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz (1993), y Mª Rosa de Madariaga hizo lo propio en su estudio introductorio a Abd-el-Krim y los prisioneros, que la Consejería de Cultura de la Ciudad Autónoma de Melilla publicó también en 2000, un libro que recogía una de las proezas periodísticas de Oteyza, la entrevista con el guerrillero del Rif que nadie hasta el momento había logrado y que inmortalizó en una fotografía —que no adjunto— el famoso fotógrafo “Alfonso” (Sánchez Portela). Tengo también en casa media docena de ediciones originales de Oteyza. Es fácil encontrarlas a precio asequible en librerías de viejo. Pero mi mayor ‘tesoro’ bibliográfico de Oteyza es un regalo de un sabio amigo, Pedro Álvarez de Miranda. Se trata de la edición de El diablo blanco (New York, The Macmillan Company, 1932), con notas, ejercicios y vocabulario elaborados por Willis Knapp Jones, para la enseñanza del español en universidades americanas. Es una edición espléndida. El diablo blanco fue traducida, además, a catorce idiomas y estuvo a punto de ser llevada al cine. Pasado mañana, diez de marzo, se cumplen, precisamente, los cuarenta y cinco años de la muerte de Oteyza en Venezuela.