«Un gran acontecimiento literario» se lee en la faja que acompaña esta edición de las «dos novelas anteriores a Tiempo de silencio que Luis Martín-Santos dejó terminadas e inéditas» —se añade. Forma parte, como volumen tercero, de las Obras completas (Galaxia Gutenberg, 2024) del escritor de Larache, dirigidas por Domingo Ródenas de Moya, y recoge El vientre hinchado y El Saco, en edición, prólogo y notas de Epicteto Díaz Navarro. En efecto, es un acontecimiento que, pasados los años, se exhumen textos desconocidos de tan extraordinaria importancia como para modificar la idea que teníamos de la trayectoria literaria de un escritor de esa talla. Dejo constancia de esta impresión en estas líneas después de leer estas dos obras. El vientre hinchado es una novela corta escrita en torno a 1950 y El Saco es de mayor extensión y está fechada en San Sebastián entre septiembre de 1954 y mayo de 1955. Aunque la primera fue presentada al premio Café Gijón, es probable que no la diese por definitiva el autor, así como pudo ocurrir con El Saco, del que Díaz Navarro aporta el testimonio de una carta de Martín-Santos a Juan Benet de febrero de 1955 en la que le habla de los avances de ese relato. El vientre hinchado es una narración de ambientación rural, que, sin duda, tiene en cuenta la tendencia tremendista de la década de los cuarenta, quizá para responderla con la muestra de la crudeza y del laconismo de tres seres innominados —el amo, el criado y la criada— con la rotunda intención de exponer la fuerza de un poder frente a los que no tienen otra salida que la sumisión y la obediencia, en un triángulo en el que la criada soporta su condición social, agravada por ser mujer. Otra expresión de las tensiones entre autoridad y sometimiento es El Saco, que narra la vida de los presidiarios en un penal gobernado por un Alcaide al que llaman así. La combinación de tres niveles narrativos representa el ejercicio formal de una novela realista y crítica que trasciende alegóricamente una trama de violencia estanca. Ambas novelas, leídas teniendo en cuenta el contexto social y literario en el que fueron escritas, son enormemente atractivas y enriquecen mucho la idea sobre un escritor asociado a un único gran título como Tiempo de silencio. Cómo ayuda a alejarse de esta idea este empeño editorial de Galaxia de publicar sus Obras completas y dar a conocer al gran público, por ejemplo, su narrativa breve en el primer volumen de la serie, con Condenada belleza del mundo, que recuerdo desde mi recién estrenada suscripción a la nueva etapa de El Urogallo de José Antonio Gabriel y Galán, que dio el relato en su primer número de mayo de 1986 como «Lo último que escribió Luis Martín-Santos». No me extraña que Andrea Toribio escribiese en una reseña de estas Obras completas en El País del primero de marzo de este año: «No miento si les digo que tengo los tres volúmenes completamente subrayados y repletos de comentarios ("ja, ja, ja", "qué es esto" o también el escrito muchas veces "qué barbaridad" con corazones al lado) […] (En fin, todo esto para decirles que no pienso prestar ni uno de los tres libros y que, en el caso de que alguno de ustedes y yo tengamos amistad, les conmino a que acudan a su librería de confianza o a la biblioteca más cercana)». Sin lugar a dudas, todo «un acontecimiento literario» esta edición de las obras completas de Martín-Santos, y especialmente de estas «Dos novelas inesperadas», que es como titula su estudio introductorio (págs. 7-28) Epicteto Díaz Navarro, quien no da muchos detalles del estado —en su mayor parte bueno— de los textos que han servido para su edición, que moderniza la ortografía y propone algunas correcciones «que en nada afectan a lo esencial de la narración» (pág. 27); pero que no disipa las posibles dudas —dada la circunstancia de estar ante unas versiones inéditas hasta ahora— sobre los lugares en los que se encuentra un caso de errata, barbarismo consciente o error: «todo el agua» (pág. 35); «—No puedo comprender al que ríe cuando hago una pregunta sería» (pág. 111); «Carita miró a López como pidiendo que le defendiera y que le explicará que él no había dicho nada» (pág. 160); «Bueno puede que fueran los mismos, pero no lo parecían» (pág. 169); «A mí dejarme con mi pus y mis algodones hidrófilos. Dejarme pasar mi tiempo a mi manera» (pág. 172); y o el más estridente de «la ofensa que se les ha infringido es adecuadamente vengada» (pág. 207).
miércoles, julio 23, 2025
2 novelas inéditas de Martín-Santos
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sábado, julio 19, 2025
Guelbenzu
Siento mucho la muerte ayer de José María Guelbenzu (Madrid, 1944), a quien debemos una obra narrativa que ocupa un lugar preeminente en la historia literaria española desde 1968, fecha de la aparición de El mercurio, que fue uno de los más logrados ejemplos de la novela innovadora y experimental de aquellos años, un «juguete exacto», en palabras de Ana Rodríguez Fischer en su edición anotada de la obra en la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra (1997). Guardo un gratísimo recuerdo de su estancia en Cáceres cuando participó en el Aula literaria José María Valverde en enero de 2007. «No puedo negarme a colaborar con un aula que lleva ese nombre», respondió a la invitación en abril del año anterior. Disfruté largamente con él de una conversación inteligente, en la que salieron con reiteración los nombres de sus amigos Juan Benet, Juan García Hortelano y Antonio Martínez Sarrión. Los dos primeros, «los dos juanes —me dijo cuando vio el ejemplar que yo llevaba de su novela La noche en casa (1977)— bromeaban con ella: —José María la noche, Guelbenzu en casa». Sabedor de la amistad que le unió a Benet, le anuncié que íbamos a publicar en pocas semanas el libro de Antonia Mª Molina Ortega, Las otras regiones de Juan Benet (Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2007), cuyo origen fue una tesis doctoral dirigida por mi colega José Luis Bernal Salgado. Guelbenzu me insistió mucho en que hiciese el favor de enviárselo cuando saliese, y se lo mandé a su casa de la calle Valenzuela sin recibir acuse. Al cabo de unos meses, en octubre de ese año, se publicó en el suplemento Babelia de El País una reseña de Rafael Conte en la que el crítico, después de calcular que se habían publicado desde la muerte de Benet unas veinte tesis y unos trescientos cincuenta ensayos, escribió: «Todas las tesis y exégesis que se han producido en torno a esta obra oscura y genial de Benet palidecen al tenor de esta tesis desordenada, oscura, minuciosa e iluminada, que las supera por su cuidado y rigor». El comentario se notó a los pocos días en los pedidos de ejemplares que recibimos en el servicio y, sin duda, se debió a que su amigo José María Guelbenzu le había pasado el libro que yo le envié. Fue su modo de corresponderme. Algo tuvo que ver también Guelbenzu en la autorización que nos dio Alfaguara para reproducir en las cubiertas del libro de Antonia Mª Molina el Mapa de Región que se publicó en la edición de 1986 de Herrumbrosas lanzas, y en el que Benet dejó guiños para muchos de sus amigos, como el topónimo El Mercurio en homenaje a aquella ópera prima del escritor madrileño. El responsable de tantas recomendaciones y orientaciones sobre la literatura extranjera y su difusión en España, desde Henry James (mucho), Inmre Kertész, Maja Haderlap, Ali Smith, Mavis Gallant o la norteamericana Jessica Anthony, cuya novela Golpe magistral es objeto de su última crítica publicada en Babelia hoy sábado, tiene también para mí alto predicamento en lo más cercano, como me ratificó en aquel encuentro —quizá como deferencia de escritor de fuste a manso profesor—, con su valoración de una figura como Gustavo Adolfo Bécquer, de quien editó en el Libro de Bolsillo de Alianza sus textos de Poéticas, narrativa, papeles personales (1970). En su introducción destacó «una de las obras mayores de la literatura española» que había tenido «tal cantidad de atribuciones indebidas, y por supuesto falsas o vulgares, que desbrozarlas más parece ejercicio del tiempo que otra cosa, algo así como una erosión de despropósitos a cargo de la naturaleza». Lo escribió alguien que confesó al principio de aquellas líneas que hacía escaso tiempo que había podido entender por qué misteriosa e inasible razón era Bécquer un gran escritor» (pág.9). Revivo hoy aquella simpatía que sentí en este recuerdo en homenaje a tan digna autoridad.
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miércoles, julio 16, 2025
Hervás y Panduro y los mundos habitados
No imaginaba tener tan cerca esta rareza. No estrictamente en términos bibliofílicos, aunque no deja de ser una curiosidad la que encontré ayer en sitio tan nutriente y cercano como la librería cacereña Boxoyo Libros. Es un folleto de cincuenta y cuatro páginas editado en México con el sello de Publicaciones Particulares El Candil en el otoño de 1971, y lleva un prólogo («Leve noticia de un enciclopedista olvidado») del poeta conquense Federico Muelas, paisano del polígrafo Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), objeto del asunto. El interés por el jesuita enciclopedista del prolífico Carlos Murciano (1931) —en su «cuaderno de urgencia» sobre los premios literarios, de 1976, Antonio Hernández lo colocó a la cabeza de una clasificación global de premios ganados en poesía, narrativa y periodismo, con diecisiete galardones— cabe atribuirlo a la etapa de este escritor gaditano como «cronista de los fenómenos espaciales», que fue como lo acreditó el diario ABC de la época, que lo envió de corresponsal a los países en donde hubo testimonios de avistamientos de ovnis. Hervás y Panduro fue ortografista, lingüista, estudioso de la lengua de signos, filósofo, historiador, destacó como referente en antropogenia con su Historia de la vida del hombre (1789-1799), que había publicado antes en italiano, y mostró interés por las matemáticas y la astronomía, por un conjunto de disciplinas y saberes que hoy solo queda al alcance de los tertulianos y las tertulianas que campan por nuestros medios. Entre esos variadísimos intereses se encontraban los fenómenos celestes, como se leía en la portada de su Viaje Estático al Mundo Planetario, en que se observan el mecanismo y los principales fenómenos del Cielo, se indagan sus causas físicas y se demuestran la existencia de Dios y sus admirables atributos, que publicó la madrileña Imprenta de Aznar en cuatro tomos en 1793 y 1794, y que es la obra que Carlos Murciano recorre muy amenamente con comentarios en su librito, que sigue sus diferentes jornadas, astros y planetas —el Sol, Mercurio, la Luna, Marte y los «martícolas», Júpiter, o Saturno— y que se complace en recordar las palabras concluyentes de Hervás de que la Omnipotencia, Sabiduría infinitiva y Gloria de nuestro Hacedor no pudo limitarse a dar la vida solo en el pequeñísimo globo terrestre. Ahí es nada.
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domingo, julio 13, 2025
Ya casi no me acuerdo
Solo Malén Álvarez sabía hasta ahora lo que me gustó este libro cuando lo leí. Fue mientras compartimos la tarea de puntuar los títulos seleccionados en la primera fase del Premio de Narrativa Dulce Chacón de este año, sobre obras publicadas en 2024. No conocía a su autora, Clara Morales, que «se crio en Huelva y se gana la vida como bibliotecaria», según reza la solapa de esta edición de la Editorial Tránsito, que añade que Ya casi no me acuerdo es su primer libro. «Nísperos dulces en invierno» y «Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones» son los dos primeros relatos, causantes de mi buena predisposición para el resto de la lectura. Comparten el punto de vista de la primera persona que se mantiene en todo el libro, salvo en «Aquí», que es el último texto antes del «Epílogo. Causa 105», hilado también desde un yo que escribe la frase final de ese fragmento («Ya casi no me acuerdo») que sirve para el título general y subraya lo memorativo como clave general de la colección. Ambos relatos iniciales muestran la variedad de tono y de ambientación que buscará todo el conjunto, una diversidad que refleja igualmente el libro como inteligente muestrario de registros y formas narrativos en el género del relato corto: está un formalismo textual como bastidor del contenido —«Sé el coautor de tu propia vida» y «Jabón neutro»—, está la exploración de lo subjetivo de «Y supondréis que no sabemos responder» o «Verbena», y está, por ejemplo, la pauta epistolar que sustenta «Thanksgiving Day». Ya casi no me acuerdo contiene relatos memorables; pero, a la vez, es un buen libro de relatos. A los valores de las piezas que lo componen hay que añadir la voluntad constructiva general del volumen, que comienza con una especie de declaración-marco a través de la cual el lector sabe que estará ante alguien que recoge una historia que le han contado y que va a contar, a pesar de todo («Y esto lo sé yo, me decía al calor del brasero o en primavera por alguna vereda junto al río, y lo sabes tú y no lo sabe nadie más, así que no lo andes repitiendo», pág. 14). El epílogo no disuena en este afán de bucear en el pasado como fuente de historias; pero añade una rúbrica personal sobre su bisabuelo paterno, represaliado por masón en la guerra civil, que desvela una implicación ideológica que el lector percibe desde el principio. Me refiero a este lector que soy y que intenta expresar su experiencia de una lectura con una pizca de imprecisa complicidad o cercanía con quien ha escrito estos relatos. Y por eso quizá tenga sentido contar esta anécdota que me parece curiosa: fue en Badajoz, en la antesala de la sede de la calle San Juan de la Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País de Badajoz, en el piscolabis que siguió al acto de presentación del boletín de su biblioteca —del que ya hablé. El historiador Germán Grau, responsable del diseño y maquetación del boletín, se me acercó un momento mientras yo conversaba con Sara Espina, directora del Centro de Estudios Extremeños, para pedirme que cuando terminase, me sumara a su corrillo porque quería presentarme a alguien. Llegué y me presentó a una amiga como la madre de una escritora extremeña que había publicado un libro que quería recomendarme. Era María José Fernández, profesora de francés ya jubilada. «—Su hija ha escrito un libro que te gustará —añadió Germán—; se titula Ya casi no me acuerdo». Sin palabras. Bueno, sí: «Clara Morales» —completé rápidamente la ficha y dije que lo había leído y que me había encantado. La sorpresa fue grande y la madre, además, mostró una alegría orgullosa que yo compartí cuando me contó que eran originarias de La Codosera y que ella había dado clases en el Instituto Suárez de Figueroa de Zafra en los años ochenta, antes de su traslado a Huelva. La coincidencia me pareció deslumbrante y la mejor culminación de una cercanía intuida en la lectura de un libro tan interesante y tan bien hecho, que merece mucho la pena leer también como expresión de una conciencia que se empeña con razón en seguir defendiendo la dignidad de las agresiones del pasado y del presente. Clara Morales, Ya casi no me acuerdo. Madrid, Editorial Tránsito, 2024, 198 págs.
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miércoles, julio 09, 2025
El olmo de la Ribera
En noviembre se cumplirán dos años desde que plantamos aquel olmo en la Ribera del Marco. Hace un par de semanas pasamos por allí. En realidad, no fue de paso, sino que tuvimos que adentrarnos aposta en un terreno sin desbrozar, descuidado, lleno de una maleza que no sé si todavía sigue ocultando el discreto sendero que cruza el arroyo Concejo hasta los bajos de Fuente Fría. La praderita verde que parecía aquella parcela era ese día un terreno poco agraciado en el que todo estaba crecido sin control. (Espero que no por mucho tiempo, en previsión de fuegos). También nuestro olmo está crecido, y llega casi a los dos metros de arbolito. Mantiene todavía la malla metálica que fijamos al alcorque y el cartelito embridado en el que se lee que ese olmo «se plantó el 19-11-2023 bajo la mención de Universidad de Extremadura» en la campaña «La Ribera de la Educación». Gusta ahora ver que arraigó aquel gesto incierto —yo, al menos, dudo de mi mano para el campo— e imaginar, que, salvo catástrofe, habrá un árbol más que declare el tiempo con la gracia de sus ramas verdecidas (Antonio Machado).
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sábado, julio 05, 2025
De la belleza en León
Va de confluencias. Acababa de tomar notas por la lectura de La belleza de la escritura, de Miguel Casado, y en León, en la galería Ármaga, tenían varios números a la venta de la colección «De la belleza» (Eolas Ediciones). También había algunos ejemplares de la amarilla colección de Dilema Editorial de la poesía reunida de Víctor M. Díez A un amanecer, otro crepúsculo (Dilema Editorial, 2025). Este poeta, como dije, intervino en el acto de presentación de la exposición de Antonio Gamoneda y Javier Fernández de Molina El hospital y el sinsonte, aprender a volar, con la lectura de un texto que glosaba la propuesta conjunta del pintor y del escritor; pero también participó en el acto el poeta Ildefonso Rodríguez, que fue el encargado de leer el poema de Gamoneda en su ausencia. Hacía mucho que no veía al escritor y saxofonista leonés que también publicó su obra reunida en Dilema (Escondido y visible 1971-2006, 2008), y me presenté recordándole un lejanísimo encuentro en Lisboa en febrero de 1997 por una de nuestras reuniones del proyecto de Hablar/Falar de Poesia, y al que acudieron, en representación de El signo del gorrión, él, Miguel Suárez, Esperanza Ortega, Luis Marigómez y Tomás Salvador. Le agradó mucho la evocación de aquello y, expansivo, me habló de su libro, precisamente, Pliegue a pliegue. El libro de Tomás. Con Tomás Salvador González (1952-2019), publicado el año pasado en Libros de la Resistencia, que lamentaba no tener allí para regalármelo. Sí, empero, acudió a la mesita en la que estaban los tomitos de «De la belleza», tomó el suyo (La belleza de los muertos) —el número 1 que abrió la colección en 2022—, me lo dedicó y me lo dio como brindis con gentileza de cómplice en aventuras antiguas. Fue el día de San Antonio. Y el sábado leí en algún sitio que esa mañana, en la librería Tula Varona, muy cerca de mi hotel, se presentaba La belleza de lo trágico, de la poeta, profesora, dramaturga y actriz Maru Bernal, número 26 de la misma colección en la que confluyen mis querencias. Poco antes de la una del mediodía, que era la hora anunciada del acto, estaba sentado en una de las mesitas de la librería-café, con un expreso, un vaso de agua y mi ejemplar del libro de Maru Bernal, que, tras los inevitables minutos de retraso por cortesía a los impuntuales y desconsideración a los presentes, hizo una lectura interpretada —dramatizada— de fragmentos del recorrido de La belleza de lo trágico por los diferentes linajes de los personajes principales de la tragedia griega, preferentemente femeninos, desde Clitemnestra y Electra, o la Andrómaca de Príamo y Hécuba, hasta Sémele, hija de Cadmo, rey de Tebas, que ocupa el «Panegírico al vino» de la última parte y remata el último de los cuatro cuadros genealógicos del libro, como un rasgo didáctico de quien lo escribió durante su último año de docencia como profesora de latín y griego. Al terminar aquello, no más de una hora después de haber llegado, sentí que había estado en un espacio de acogida, por el atentísimo trato de las libreras del sitio, que compartieron mi entusiasmo por encontrar allí también otra entrega (16) de la misma colección con la que ando, La belleza de la materia, de María Ángeles Pérez López (Eolas, 2024), y por añadir a mi conocimiento de Maru Bernal una reedición en Reino de Cordelia de su libro No todos volvimos de Troya, que fue XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, y cuyos versos me llevaron también a la emoción poética de La belleza de lo trágico, en donde, para culminar esta crónica de concurrencias, hay dos exergos de apertura, uno de John Keats y otro, ay, de Tomás Salvador González.
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domingo, junio 29, 2025
La musa juguetona y divertida
Todavía no lo tengo en papel. Viene de camino. Pero he podido ojearlo en la página del IFESXVIII (Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII de la Universidad de Oviedo) como una de sus novedades digitales. Entusiasmado, me pongo ya a difundir la publicación de una obra de cuya elaboración tengo noticias desde hace más de veinte años: La musa juguetona y divertida. Poesía erótica española del siglo XVIII. Censura y resistencia (Oviedo, IFESXVIII y Ediciones Trea, 2025, 510 págs.), de Philip Deacon. Sabíamos que este brillante hispanista, de los más expertos sobre nuestra literatura del siglo XVIII, estaba escribiendo un libro sobre la poesía erótica española dieciochesca. Sabía que iba a ser una aportación notable en el estado de los estudios de la malparada lírica de la época de las Luces en España, y el paso del tiempo venía a confirmar la manera concienzuda y rigurosa de trabajar que siempre ha demostrado el que fuera profesor de Hispanic Studies en la Universidad de Sheffield. Dio muestras de lo que le ocupaba cuando habló del libro erótico dieciochesco en un congreso salmantino del Instituto de Historia del Libro y de la Lectura en 2004, o cuando escribió sobre el erotismo poético de autores como Arriaza e Iglesias de la Casa en el volumen de homenaje (2011) a otro de los grandes estudiosos de lo sexual literario dieciochesco, Emilio Palacios Fernández (1944-2017). Luego, otros avances del contenido de esta musa juguetona y divertida —que es un verso del primer canto del Arte de putear de Nicolás Fernández de Moratín— trataron Los besos de amor, de Meléndez Valdés y la certera atribución a Bartolomé José Gallardo de las Fábulas futrosóficas o la filosofía de Venus en fábulas, que es la obra que cierra cronológicamente el recorrido de un libro organizado en tres grandes secciones: I. Un cambio de mentalidad sobre la sexualidad; II. Frenos a la lectura de textos en torno a la sexualidad; y III. La poesía erótica española, 1770-1821. Contexto y pensamiento, persecución y censura, y recuento y análisis de los testimonios. Estoy deseando tener el volumen en las manos, y aprender y disfrutar de una monografía eminente y esclarecedora sobre la poesía dieciochesca, otra prueba que engrandece los estudios dieciochistas en este tiempo.
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sábado, junio 28, 2025
La belleza de la escritura
Son muchas las páginas escritas por Miguel Casado de las que me he beneficiado como interesado en la poesía española contemporánea, en la obra de autores como Antonio Gamoneda, José-Miguel Ullán o Luis Feria, o como mero lector de poesía. En los últimos tres años, han sido numerosas las novedades que he conocido de primera mano de su trabajo, todas de extraordinario interés: en el otoño de 2023 apareció Deseo de realidad. Poesía reunida (Tusquets Editores. Nuevos textos sagrados), que juntaba en un único volumen sus libros de poemas desde 1986 hasta 2015, es decir La condición de pasajero, Inventario, Falso movimiento, La mujer automática, Tienda de fieltro y El sentimiento de la vista, toda su obra en verso, que aumentará pronto con una nueva entrega exenta en la misma colección. Un año después, nos dio a conocer a los lectores españoles la primera traducción de la poesía de la poeta china Liu Xia (Pekín, 1961) en la sugeridora antología Sillas vacías (Libros de la resistencia, 2024). Y este año 2025, esta primavera, ha salido Cosas contemporáneas. Ensayos sobre poesía (Libros de la resistencia), que es una compilación de sus trabajos críticos sobre poesía publicados —alguno inédito en español— en muy diferentes lugares entre 2008 y 2024, incluido el esclarecedor epílogo sobre la poesía de Xia que cerró aquella traducción. La componen también lecturas de nombres como César Vallejo, Roberto Bolaño, Tania Favela, Luis Feria, Claudio Rodríguez, Pedro Provencio, Mariano Peyrou o Gastão Cruz, cuyo poema de La moneda del tiempo, un libro que tradujo Miguel Casado en 2017 (Abada Editores), se toma como título del volumen («As aves de que sou contemporâneo / as árvores, os barcos que na ria / se movem ou se fixam sendo imagens / que simultaneamente brilham / em todos os momentos em que as vimos […]»). Además, en los primeros meses de este año se difundía otra obra de distinta índole de Miguel Casado, una nueva entrega de la sin par colección ideada por Gustavo Martín Garzo «De la belleza», que viene publicando Eolas Ediciones desde 2022. La belleza de la escritura (Eolas, 2024) hace el número 21 de una serie que se ha preguntado antes por lo bello de la infancia, de lo pequeño, del barrio o de la huella. La aproximación de Miguel Casado a la belleza de la escritura toma un poema de Carlos Piera («Ermitaño») para abrir y cerrar una reflexión articulada en la descomposición de los dos elementos del título y la suma que este propone: «De la belleza», «De la escritura» y «De la belleza de la escritura», rematadas por un listado de «Lecturas» que han servido para el conjunto. Como si el resultado dependiese de despejar las dos partes, los dos elementos. Por otro lado, la última sección es menor pero no menos significativa, pues «El que habla de la escritura la está leyendo» (pág. 27); de tal manera que la propuesta de Miguel Casado sobre la escritura es, sobre todo, una lectura. De una escogida selección de autores en la que están Arguedas, otra vez Vallejo, otra vez Gastão Cruz —ahora traducido: «Las aves de las que soy contemporáneo / los árboles, los barcos que por la ría / se mueven o se fijan como imágenes / que simultáneamente brillan / en todos los momentos en que las vimos». El breve recuento de la bibliografía de Casado de los últimos tres años cobra justificación por las páginas de este luminoso ensayo, porque en él están afectadas las facetas de poeta, de crítico, de lector y de traductor que son del autor. La escritura como acto y como habla está en todas, y desde todas esas dimensiones o actitudes cabe adentrarse en la reflexión sobre la belleza de la escritura que propone el libro. Que no es tanto la belleza sino la experiencia de la belleza que surge —verbo constitutivo— con la lectura de un texto, poético, por ejemplo. Tensión, instante, esencialidad o latigazo son síntomas que asoman en el recorrido por los fragmentos escogidos en el ensayo de Miguel Casado, que insiste en una idea de Émile Benveniste: «Todo hombre inventa su lengua y la inventa toda la vida. Y todos los hombres inventan su propia lengua en el instante y cada quien de manera distinta, y cada vez de modo nuevo. Dar a alguien los buenos días cada día de la vida es una reinvención cada vez». Insiste porque la recoge en la página 73 de su libro y la repite en su colofón. En tanto que acto de habla y de vida, La belleza de la escritura prolonga su huella mucho más allá de este simple comentario, y sigue aportando beneficios a este lector favorecido. Cómo se acomoda en esto la definición de 'escribir' que da María Moliner y que me ha recordado Andrés Neuman en su novela Hasta que empieza a brillar (Alfaguara, 2024): «Representar sonidos o expresiones con signos dibujados» (pág. 189). El pasado mes de abril, Miguel Casado habló sobre su libro en el programa de Fernando del Val Círculos concéntricos de Radio 5 y aquí puede oírse.
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jueves, junio 19, 2025
Gamoneda, Javier y el sinsonte
El hospital y el sinsonte, aprender a volar es el título de la exposición de Antonio Gamoneda (textos) y Javier Fernández de Molina (dibujos) que se inauguró el pasado viernes 13 en la galería Ármaga de León. El conjunto de esta obra en colaboración es un libro de artista compuesto por trece grabados en diversas técnicas, y un poema manuscrito de Gamoneda concebido a partir de una suerte de revelación primera en una cama hospitalaria, con un pájaro, con Javier Fernández de Molina y con César Vallejo al fondo como arúspice de la palabra: «[…] Vallejo andará por ahí bendiciendo fusiles chuecos, o clamando universal el mendrugo […]». Una situación de partida que se ha venido reflejando en las diversas variantes que el texto ha tenido desde su concepción antigua. Recuerdo haber visto hace más de un año en el estudio del pintor en Mérida algunas de las propuestas del poema de Gamoneda, y algo de esta dinámica creadora puede observarse en la muestra, en la que hay algún vestigio de otros estadios previos que lo titulaban: «El sinsonte, Vallejo, nosotros mismos». O así. «El libro —puede leerse en el texto firmado por el poeta que está en la página de la galería— se inició con unas veinte líneas de texto poemático que confirmaban esencialmente el tema y los acuerdos previos, de los autores. Seguidamente, se dio un tramo dibujístico que produjo matices y variantes. El poeta, procurando ya la “obra integrada”, los hizo suyos en gran parte, y produjeron cambios textuales en el literal ya redactado del poema». Por su parte, el poeta leonés Víctor M. Díez escribe en otro texto que presenta la exposición: «El libro es de ver, es de abrir, es de escuchar. El libro es de leer con los ojos cerrados y la mente abierta. Este libro es una fiebre amistosa para sentir el jipío del planeta». Lo leyó en la inauguración mientras sostenía un teléfono a través del cual escuchaba Antonio Gamoneda, al que un virus lo retuvo en casa. Se lamentó su ausencia; pero se disfrutó de un buen jamón extremeño en León cortado por un experto de aquí y del reencuentro con buenos amigos como Tomás Sánchez Santiago, tan cercano. Un ejemplar del libro acompañó una muestra selecta de obra anterior de Javier Fernández de Molina, de piezas colgadas derivadas del hospital y del sinsonte, y de una magnífica representación de las extraordinarias cerámicas que aún esperan una exhibición pública del artista. El hospital y el sinsonte, aprender a volar es un magnífico epítome de un prolongado y sorprendente diálogo creativo entre el poeta y el pintor, y fue una ocasión estupenda para visitar la galería Ármaga de León.
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domingo, junio 08, 2025
Moñino en la Económica de Badajoz
La semana pasada se presentó en Badajoz el número 27 —primavera de 2025— del Boletín de la Biblioteca de la Real Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País de Badajoz dedicado a don Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970). Me alegro por este nuevo recuerdo del gran bibliógrafo de Calzadilla de los Barros, pues no sobran los gestos que subrayen la relevancia de las grandes figuras de la historia, en este caso, de un hijo de Extremadura, que como tal se reivindica en estas páginas. Lo hace una sociedad como la Económica de Badajoz en la que Rodríguez-Moñino ingresó como socio en mayo de 1927, es decir, con diecisiete años casi recién cumplidos, y en la que desempeñó la labor de bibliotecario hasta 1933. Las huellas documentales de su relación con la RSEEAP quedan oportunamente recogidas en el trabajo que cierra esta entrega de la revista —de sesenta y ocho páginas—, firmado por Laura Marroquín Martínez y Remedios Sepúlveda Mangas, responsables de su biblioteca, y que completan esa presencia con la relación de libros de y sobre Rodríguez-Moñino existentes en sus fondos, y con una addenda a manera de estrena —que se entregó al público asistente a la presentación— con los artículos y noticias relacionados con la vida y la obra del bibliógrafo publicados en diarios y revistas del siglo XX. Ellas, junto a Carmen Araya, componente como vice-bibliotecaria de la junta directiva de la RSEEAP, han sido las motivadoras y coordinadoras de esta publicación en la que se ha dado cabida a colaboraciones sobre aspectos biográficos de Moñino —en los textos de Julia Rodríguez-Moñino Soriano, de Ángel Zamoro Madera, de Ricardo Hernández Megías o de Adelardo Lozano Durán—, sobre su acción en defensa del patrimonio bibliográfico y artístico durante la guerra civil —en el artículo de Pablo Ortiz Romero, cuyo libro Antonio Rodríguez-Moñino. Luces y sombras del mayor bibliógrafo español del siglo XX, de 2021, ocupa el trabajo en el boletín de Manuel Pecellín Lancharro—, sobre otros lados de la extraordinaria figura del extremeño, como su poesía —en torno a la que escribe José Luis Bernal Salgado— o sus relaciones amistosas y epistolares —en las páginas que firman Juan Antonio Yeves Andrés, Antonio Ramiro o José María Lama—, o, en fin, la imponente presencia de las obras de Moñino en el Centro de Estudios Extremeños —Sara Espina Hidalgo—, en la Biblioteca del Seminario San Atón de Badajoz —Rocío Pérez Ortiz— y en la Biblioteca de Extremadura —Javier Paule Rodríguez. Entre un conjunto de veintidós aportaciones. Me alegra mucho, además, que este homenaje a una figura intelectual de tal envergadura en la cultura española del siglo XX llegue sin efeméride redonda, en 2025, como, en feliz coincidencia, la próxima publicación en el sello de la Unión de Bibliófilos Extremeños —otra sociedad cuya fundación está ligada al reconocimiento del nombre de Rodríguez-Moñino— de un imponente estudio bibliográfico que es continuación del que don Antonio publicó en 1955 con el título de Don Bartolomé José Gallardo (1776-1852). Estudio bibliográfico y que es obra de Alejandro Pérez Vidal: Bartolomé José Gallardo. Bibliografía. Todo un homenaje doble a dos eminencias relacionadas, Gallardo y Moñino, que espero divulgar aquí en breve.
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sábado, mayo 31, 2025
Presentes
Es un lugar común que la lectura nos hace vivir más, que nos lleva a otras realidades, nos emociona como si estuviésemos en un sitio deseado, al que nos sentimos trasportados al pasar con placer las páginas de un libro. En una novedad reciente del grupo Penguin Random House leo después del colofón: «Para viajar lejos no hay mejor nave que un libro», de Emily Dickinson. A estas alturas, no vamos a descubrir el poder de la lectura para trasladarnos a otros mundos; pero hay veces que el placer promueve experiencias menos simbólicas y más corrientes, y establece relaciones con nuestro entorno más cotidiano por una simple coincidencia. Leía semanas atrás la novela de Paco Cerdà Presentes (Alfaguara, 2024), un interesante relato múltiple que toma como hilo el hecho histórico, afectado y siniestro del cortejo que trasladó a pie los restos de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante hasta El Escorial en once días de noviembre de 1939. En ese hilo se interpolan otras unidades textuales que son evocaciones, estampas o retratos de otros protagonistas como el Miguelillo que titula uno de estos fragmentos, que «tiene treinta y un años, se llama Miguel de Molina y esta noche actúa en el Pavón de Madrid» (pág. 55) y al que se llevan «Por marica y por rojo» (pág. 58) mientras yo contemplaba sus cosas, sus trajes, sus carteles, sus fotografías o sus cartas en la exposición que, en el ciclo para la preservación de la memoria histórica «Tiempo Negro», organizó la Diputación Provincial cacereña. En Cáceres estuvo confinado el artista entre marzo y abril de 1940. Más adelante, en «Valdemoro, km 387», otro capítulo de Presentes, escribe a mano en Mallorca un francés, Georges Bernanos, en unas cuartillas en las que se iba larvando la mutación del católico y filofalangista que condenaría la implicación indigna de la Iglesia en la guerra española: «No veía una cruzada religiosa. No veía ecos de guerra santa. Solo veía depuraciones a sangre fría y un clero oportunista, despojado de todo cristianismo, bendiciendo el aquelarre» (pág. 218); y a Bernanos escucho decir «—Desencantado. Muy pronto, el levantamiento dejó de tener aquella legítima aura nacional y cristiana que me había entusiasmado y se convirtió en una gran depuración. De pronto, en la cara de aquellos cura, militares y falangistas de última hora vi a los verdaderos enemigos de mi país, a los enemigos de la Francia eterna. Y dejé Mallorca antes de que mi voz incontinente resultara un perjuicio irreparable para los míos. Antes de que mi ejecución fuera comunicada como un accidente más de carretera». Se lo escucho por boca del actor Joan Gomila, que, junto a Òscar Intente, interpretan el diálogo del escritor francés con Stefan Zweig en la obra de Jaume Capó Z/B, que pude ver en la Sala Maltravieso de Cáceres el segundo día de mayo. Una sugerente reconstrucción de un encuentro que tuvo que darse en Brasil en 1942 entre los dos escritores, y del que ninguno de los dos dejó testimonio. Una propuesta escénica dirigida por Frederic Roda que pone el acento en un diálogo sobre cultura, escritura y dignidad, muy bien resuelta por dos intérpretes avezados que —me confesaron cuando los saludé al finalizar— todavía no tenían muy rodada la versión española de la obra en catalán, que en edición bilingüe me traje a casa (Barcelona, Mèl·loro rosso, 2024). Sin lugar a dudas, la lectura nos trasporta. En mi caso, a dos calles del barrio para reproducir a otra escala una experiencia de memoria que incorpora nuevos matices y significados a todo. A veces, leer a solas y en silencio nos predispone para probar con los demás y afuera, como el que quiere enseñar y compartir un regalo.
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sábado, mayo 24, 2025
Gaza
Buscaba un dato —que encontré, por supuesto— en mis cuadernos antiguos y me topé con este recorte de El País del verano de 2006, cuando visitamos Carmen y yo la isla de La Palma. Lo de «Ed. Canarias» no es más que había comprado mi ejemplar con un día de retraso, una mera curiosidad que no ha restado ni una pizca de aflicción a la lectura, en el contexto de la tragedia actual de Gaza, de aquella carta firmada por John Berger, Noam Chomsky, Harold Pinter y José Saramago. (Me llama la atención que en la edición digital del periódico que hoy se puede consultar falte la firma del Nobel portugués). Una desolación es constatar entre papeles domésticos llenos de recuerdos que la «larga práctica militar, económica y geográfica cuya intención política es nada menos que la liquidación de la nación palestina», de la que hablaban tan preclaros escritores, sigue justificando la masacre vigente de un pueblo; y recordar que aquellos aludían en su texto al secuestro del soldado israelí Ghuilad Shalit en junio de 2006, una acción que provocó la Operación Lluvia de Verano que causó más de cuatrocientas víctimas palestinas, de las que más de la mitad fueron civiles. No sé si la comparación de aquellas cifras con las que ahora llenan las noticias de todos los días desde octubre de 2023 podrá añadir indignación a nuestra mirada desde lejos a lo que sucede; si la contumaz hemeroteca podrá recordarnos que quienes tienen en su mano parar tal ruina son cómplices y consentidores y que, hagan lo que hagan, ya es tarde. Muy tarde.
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martes, mayo 13, 2025
Poesía a escena
Hoy, en el Gran Teatro de Cáceres, se celebrará una lectura poética especial: Álvaro Valverde, Carmen Hernández Zurbano y Basilio Sánchez en ESCENA POESÍA. Una experiencia de la palabra, con tres voces principales de la poesía española contemporánea escrita por autores de Extremadura. La intención es arropar la escritura poética en un escenario inusual y ofrecerla con atractivos añadidos, como la música en directo de Juanjo Cortés, que bien sabe de música y de versos. Es una experiencia de la palabra ideada por el área de Cultura de la Diputación Provincial de Cáceres que está enmarcada en la Semana de la Literatura «Con L de Cáceres», la semana de los premios literarios que concede la Diputación cacereña. A las 20:30 horas. Entrada libre.
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lunes, mayo 12, 2025
Poesía y luna
La nueva edición —y van diez aquí— del Festival Plena Moon en Cáceres con la participación —después de un expresivo estreno el año pasado— de estudiantes de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras. En la esquina de San Pablo, en la Plaza de San Mateo, esta noche a las 21:00 horas, leerán sus poemas y también poesía de otros autores Fran López-Arza García-Mora, Daniel Macías Rodríguez, Elena Rubiales Galea, Julia González Sánchez, Esther Almoharín Sarró, Hugo García Pita y Miguel Rodríguez Oliver.
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sábado, abril 26, 2025
Memorias de España 1937
Me complace difundir aquí la publicación de una nueva edición de las fascinantes Memorias de España 1937 de Elena Garro (Valencia, Bamba editorial, 2025), cuyos escritos siguen suscitando justificado interés en nuestro país. Me alegro de que el subtítulo principal de aquel trabajo de mi querida alumna Adriana Sánchez Vaquero, La presencia de Elena Garro en España, tenga su proyección y que el deseo explícito allí de que su obra fuese cada vez más conocida se cumpla con iniciativas como esta última en esta editorial que publicó tan solo hace un año su novela Testimonios sobre Mariana (Valencia, Bamba editorial, 2024), con prólogo de su incansable estudiosa y biógrafa Patricia Rosas Lopátegui, autora también de una introducción tras el prólogo de Ximena Garro —sobrina nieta de la autora— en esta edición de Memorias de España 1937. En 2018 la editorial extremeña La Moderna publicó su poesía desconocida, Cristales de tiempo, y hace muy poco, la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra su novela más celebrada, Los recuerdos del porvenir, sobre la que tratamos en clase en las dos últimas semanas antes del parón de la Semana Santa. Hoy, precisamente, trae el suplemento Babelia, de El País, un informe de Andrea Aguilar sobre el rescate de grandes escritoras latinoamericanas, en el que se citan las Memorias de Garro —también obras de autoras como Albalucía Ángel, María Luisa Bombal, Marta Lynch, Alejandra Pizarnik, Rosario Castellanos, Marvel Moreno, Sara Gallardo, Armonía Somers y Amparo Dávila— y otra de sus novedades en España, la novela —de 1995, hasta ahora inédita aquí— Inés (Getafe. Madrid, Editorial Espinas, 2025). Memorias de España 1937 es la reconstrucción de lo vivido a partir de algunas apuntaciones antiguas; pero, sobre todo, como un ejercicio de recordación muy posterior a los hechos, pues es en los años setenta, durante uno de los exilios de Elena Garro —el español, entre 1974 y 1981— cuando publicó en varios medios como Informaciones, Nueva Estafeta o Cuadernos hispanoamericanos, algunos trozos en 1978 y 1979. Posteriormente, se publicaría como libro en la edición de Siglo XXI Editores de México de octubre de 1992. Lo vivido recompuesto mucho después fue el viaje a España que emprendió la jovencísima Garro, recién casada con Octavio Paz, junto a otros intelectuales mexicanos, para asistir al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura. No puedo evitar acordarme del preciso endecasílabo «Madrid, 1937», del extraordinario poema de Paz Piedra de sol (1957), como un vestigio lírico para el que el texto de Elena Garro es un testimonio rotundo con nulas concesiones al simbolismo sobre la misma circunstancia. El sabroso relato de la mexicana, sin pretensiones de objetividad, mordaz y crítico, está dividido en XVIII secuencias que reconstruyen todo el viaje desde la partida en barco de Nueva York a Europa, el viaje en tren desde París hasta Barcelona y luego Valencia, y las sucesivas estancias en Madrid (IV y XI-XII), en el frente de Pozoblanco (VIII), en Valencia (XIII) y la vuelta por París (XV) y la travesía por mar desde Cherburgo hasta Veracruz, tras parar en La Habana en donde visitaron a Juan Ramón Jiménez. La distancia temporal desde la que narra la escritora ya experimentada —y maltratada— puede condicionar la percepción de los enfrentamientos ideológicos y doctrinarios de algunos de los personajes notables que conoció, o la de su propio matrimonio —«siempre tuve la impresión de estar en un internado de reglas estrictas y regaños cotidianos, que, entre paréntesis, no me sirvieron de nada, ya que seguí siendo la misma» (pág. 179)—; sin embargo, el relato es fresco, sabroso, irónico, con notas de humor a veces, a pesar de lo descarnado de todo, y es un gusto leerlo. Especialmente, cuando se fija en algunas figuras de especial aprecio, como Luis Cernuda («Era como si Cernuda viviera separado del mundo por una cortina invisible», pág. 57), Miguel Hernández («También ahora los envidiosos podían decir que Miguel andaba disfrazado de pobre, aunque lo vieran temblar de frío», pág. 160) o César Vallejo («Nunca entendí la manía que le tenía Pablo Neruda ni la persecución que ejercía contra él […] me fascinaba el rostro grave de Vallejo, como si estuviera devorado por un terrible sufrimiento […] Aquel hombre era un hombre aparte, era un poeta. Creo que la poesía va unida a la profundidad de la bondad. Todavía veo su suéter de lana cruda y sus ojos trágicos», págs. 166-167). Hay que agradecer propuestas editoriales como estas —Testimonios sobre Mariana también— de Bamba editorial, que son rescates deleitosos y necesarios.
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martes, abril 22, 2025
Suso Díaz o la generosidad
Es una suerte de desprendimiento motivado por la voluntad de enaltecer a alguien literariamente. El caso más reciente es este Diálogo en ausencia de Ángel Campos Pámpano (Lobios. Ourense, Murabellos, 2025), sustanciado en el ánimo del sentido figurado de su primer término y la desconsoladora realidad del segundo. La imposibilia clásica que declara un homenaje. Quienes conozcan la trayectoria de Suso Díaz Estévez (Ludeiros. Orense, 1971) sabrán que su actitud tiene precedentes notorios, como los poemas de O sol dentro da cabeza (2017), sobre textos narrativos de su paisano Carlos Casares (1941-2002), o los de Amada Rosalía (2024), dedicados a la autora de Follas novas; o su traducción al gallego de Poeta en Nueva York en 2020, que motivó su libro de poemas De Ludeiros a Nova York, publicado en 2021. Son gestos de generosidad y de admiración por el texto ajeno que conllevan una consideración humilde y subalterna de la obra propia, una asumida postura de secundario ante el referente principal, que se representa en este Diálogo en la elección de un verso de la poesía de Ángel Campos Pámpano, tomado como título o pretexto que da pie al poema —un haiku— de Suso Díaz: «la herida es una sombra / unha medalla / que vai tomando a forma / de quen a carga» (pág. 143). Así en los 112 haikus del libro, escrito enteramente en gallego, salvo los textos de Campos y el prólogo («Su sitio en la memoria», págs. 9-11) de sus hijas Paula y Ángela Campos Fernández. Hay más precedentes de esta actitud de Suso Díaz en relación con la admirada poesía del sanvicenteño: en 2010, el programa de radio La voz en espiral, que tomó el nombre del libro de poemas de Ángel Campos de 1998, que, en dos temporadas con setenta emisiones, se dio en la radio municipal de Mérida, ciudad en la que Suso reside desde 1997; la antología dedicada a Ángel En el vuelo de la memoria (Editora Regional de Extremadura, 2018), en la que Suso convocó a casi ochenta autores y autoras que escribieron un texto —los había en español, en portugués, en catalán, en francés y en gallego— que integraba algún verso de Ángel; y el homenaje promovido por el poeta Carlos Medrano bajo el título de Recobrada memoria (Vberitas, 2022), con la reedición de los dísticos Materia del olvido, de Ángel Campos, y dísticos, otros textos e ilustraciones de casi sesenta colaboradores. Precisamente, el dístico de Suso Díaz («Cómpre chegar / baleiros de pecado, coa alma limpa») fue el acicate para este nuevo tributo del Diálogo en ausencia de Ángel Campos Pámpano. Un libro que, además, proyecta esa dadivosidad literaria de Díaz en el lector al plantear un sugerente juego creativo con la combinación de los títulos de las secciones, de los versos de Ángel Campos, de los diferentes haikus del conjunto en secuencias distintas..., en una propuesta que se explica en las «Indicacións para outras lecturas desde libro» de una hoja desplegable incluida al final, antes de los «Agradecementos», el índice, un ejercicio de nuevas composiciones con los textos y el colofón. Un libro singular, sin duda. Un nuevo gesto de generosidad de Suso Díaz, que no mereció ayer el menosprecio de la Feria del Libro de Cáceres, que supuestamente acogía su presentación. Había cuatro personas en la carpa. No cuento a la esposa de Suso; ni al técnico de sonido, que, requerido por mí —yo acompañaba al autor—, avisó para que alguien llevase el agua que nadie se había preocupado de disponer en la mesa. Hubo también a ratos dos responsables de la organización. Me dejó pasmado que la escenificación pública de un gesto de generosidad literaria como el de Suso Díaz —con el fondo dignísimo de la figura de Ángel Campos Pámpano— fuese respondida ayer con tal indiferencia. Qué tristeza.
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viernes, abril 18, 2025
Joaquina Hoyas
Me emocionó ayer recibir de mi compañera y amiga Pilar Montero Curiel (apud Pepe Barquilla) esta fotografía de una esquela en la puerta de la parroquia de Madroñera que noticiaba el fallecimiento en Barcelona de Joaquina Hoyas Gómez, «Viuda de Juan Marse», este miércoles 16 de abril, pocos días después de haber cumplido los 89 años. Me conmueve que a tantos kilómetros de distancia alguien haya recordado —«Con cariño de toda tu familia»— a «la Joaquina de Herguijuela» —así figuró en la dedicatoria, por ejemplo, de El embrujo de Shanghai—, que «vino al mundo el 11 de abril de 1936 en un habitáculo serrano que pertenecía al término de Herguijuela, en la provincia de Cáceres», aunque su madre se trasladó antes de terminar la guerra civil a Madroñera, donde vivieron en «un chozo parecido a los bohíos de Cuba, hecho de ramas y paja» (págs. 266-267), como Joaquina explicó a Josep Maria Cuenca en su extraordinaria biografía de Juan Marsé, Mientras llega la felicidad (Barcelona, Editorial Anagrama, 2015), de donde tomo también la mención de su nacimiento y la mayoría de los datos de esta nota. Fue la segunda de tres hermanos. Antonia fue la mayor y Lorenzo, el pequeño, y todos acabaron emigrando; a Madrid ellas y a Alemania y Holanda el varón. En la capital, Joaquina encontró trabajo como peluquera en varios locales —había aprendido el oficio en Trujillo—, hasta que la conoció la distinguida María Rosa Campos Peñaranda —la «Marquesa»—, que llegó a tenerla como asistenta personal en sus diferentes domicilios en el hotel Wellington, en la calle del Dr. Esquerdo o una casa en El Escorial por la que pasaban los poetas Ángel González y Jaime Gil de Biedma, y junto a los que en agosto de 1964 conoció a Juan Marsé, con quien se casó en mayo de 1966. En enero de 1968 nació su primer hijo, Sacha, y en noviembre de 1969 Berta completaba la familia. Recuerdo ahora —poseo recorte— la airada y justificada reacción de Marsé a unas declaraciones del productor Andrés Vicente Gómez por las críticas del escritor al bodrio de película de Sigfrid Monleón El cónsul de Sodoma, producida por Gómez. Éste dijo que lo que verdaderamente molestaba al novelista era que hubiesen aireado aspectos de su vida personal como cómo conoció a su mujer, «que era una criadita de una marquesa de Madrid». Juan Marsé publicó en El País (jueves 14 de enero de 2010, págs. 27-28) un artículo con el título de «Peliculeros» en el que tomaba esa alusión como ejemplo de la «rencorosa mala baba del productor» y afirmaba: «Mi mujer fue la peluquera particular de María Rosa Campos, amiga ésta de Jaime Gil y de Ángel González desde mucho antes de que yo conociera a ambos poetas. Pero da lo mismo, Joaquina podía haber sido su criada, ¿y qué? ¿O es que estar casado con una criada es para el señor productor una prueba más de la insolvencia social, profesional y moral del pequeño escritor? ¿Qué tiene contra las criadas el señorito Andrés?». Con la biografía de Josep Maria Cuenca —espléndida, insisto— se puede completar la imagen de una mujer que se abrió paso en la vida, sin duda, gracias a su coraje y su viveza, y a un «carácter nómada, que en algunos aspectos ha perdurado hasta hoy» (pág. 270), al decir del biógrafo de su marido, con quien Joaquina Hoyas tanto compartió y a quien ha sobrevivido casi cinco años. Como su familia y conocidos de Madroñera, desde Cáceres, con afecto, descanse en paz.
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domingo, abril 06, 2025
Recuerdo de Carlos Ortega
Hace unas semanas cayeron en mis manos en pocos días unos documentos de diferente carácter sobre un mismo tiempo. Por un lado, unos folios mecanoscritos en letras mayúsculas, sin puntuación ni tildes, con el relato desaseado de algunas anécdotas y circunstancias de los primeros años de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres, fundada como tal en 1973, tras su etapa como Colegio Universitario. También tuve la oportunidad de consultar, antes de que pasasen a la custodia del archivo histórico de la UEX y gracias a la sensibilidad de quien azarosamente los salvó de la destrucción, los libros de actas de las juntas de aquel centro que sigue siendo hoy la casa en la que trabajo. En ambos vestigios hay un nombre que se repite, el de Ricardo Senabre, que de nuevo aparece en el libro que ahora me ocupa y que evoca también aquel tiempo. Se presentó en Cáceres, en lo que fue la librería-café Psicopompo, el sábado 15 de junio de 2024, y si he retrasado publicar aquí esta nota ha sido por acercarla a la pretensión de repetir en la Facultad de Filosofía y Letras un acto de presentación de este Poesía y textos, de Carlos Ortega (1954-2020), cuya edición ha corrido a cargo de Pedro Barco y Santiago Lindo, ambos compañeros de estudios de Filología en la primera y la segunda promociones, respectivamente, del entonces Colegio Universitario de Filosofía y Letras en 1971, germen de la creación de la Universidad de Extremadura dos años después. Se comprenderá la pretensión de organizar en la Facultad —aunque ya no esté ubicada en aquel «Edificio Valhondo» que acogió los primeros estudios universitarios de la ciudad— un acto que sirva como recuerdo y homenaje de sus amigos a aquel joven estudiante de Filología que fue Carlos Ortega. Quizá esta vuelta a la semilla pueda significar algo también para quienes, más de cincuenta años después, siguen manteniendo la llama encendida de los estudios filológicos en Cáceres, que podrán ver a los que quisieron formarse en lo mismo. Cuenta Pedro Barco, que firma el «Prólogo» del volumen, que fue la lectura compartida de los textos breves de Jardiel Poncela en Para leer mientras sube el ascensor (1948) la que los «predispuso favorablemente a la amistad» (pág. 6), y que luego serían Borges o Lewis Carroll otros autores frecuentados. El título elegido de Poesía y textos no es muy preciso para designar lo que recogen las poco más de ciento setenta páginas del libro, pues si la primera sección de «Poemas» incluye versos escritos entre 1973 y 2005, la segunda parte de «Textos» está compuesta por textos en prosa, pero también por numerosos poemas manuscritos —reproducidos facsimilarmente— provenientes de varios cuadernos y libretas que la familia de Carlos puso en manos de sus amigos para publicarlos. El conjunto se cierra con dos partes más: unas «Traducciones» — de Maquiavelo y de Raul Pompeia— y media docena de «Fotografías» de diferentes etapas de su vida. Habría tenido su gracia elaborar una edición más filológica a través de la que se pudiese reconstruir —o sugerir— parte de la cronología y la evolución de los escritos de Carlos Ortega, sin llegar al no pretendido —se dice en el prólogo— «estudio filológico» (pág. 7). Entre otras cosas, porque esta muestra de una temprana vocación literaria tiene mucho interés por sus sugerentes ecos de lecturas, su voluntad rupturista, su humor, su contestación y crítica..., como para presentarla con algunos referentes y detalles más, y que bien conocen Santiago Lindo y Pedro Barco, participantes en aquel contexto del que surgió también la única obra que yo conocía de Carlos Ortega antes de la recuperación de estas Poesías y Textos, la novela mecanoscrita que firmó con Felipe Núñez Nada por aquí, nada por allá, de la que di cuenta aquí hace unos años. Porque así tiene que ser, el libro de Carlos Ortega se presentará en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres a las 12:00 horas del miércoles 9 de abril de 2025. Intervendrán en el acto Pedro Barco y Santiago Lindo como editores, y otros amigos como Jesús Alonso, Juanjo Cortés y Abelardo Martín interpretarán algunas canciones a la guitarra.
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miércoles, marzo 19, 2025
Lecturas aliñadas
«El estudio del mundo antiguo tiene algo de treno», escribe Rafael Fontán en este libro (pág. 173). Salvo que esté en manos de gente sabia y apasionada como él, añado yo. Es verdad que estudiar la Antigüedad es lamentarse por no contar con fuentes directas, por el estado fragmentario en el que nos han llegado los textos o por las dificultades de entender los restos epigráficos; pero cuando, con esas carencias, el estudioso logra componer un relato coherente, argumentado y ameno, hay que celebrarlo. Y es lo que se nos ofrece en esta obra de Rafael Fontán Barreiro, La almazara de Catón. Olivos y aceite en Grecia y Roma (Barcelona, Godall Edicions, 2025), que nos lleva por la presencia del olivo y de sus frutos en los textos griegos y latinos. De las dos partes del libro, la primera es el recorrido de la mano del estudioso que quiere, a la vez, hacer un elogio de la vida del campo y un homenaje a quienes lo trabajan; la segunda es una antología de los textos pertinentes de Teofrasto (Historia de las plantas), Catón (Tratado de Agricultura), Varrón (Las cosas del campo), Columela (Los doce libros de agricultura), Plinio el Viejo (Historia Natural) y Paladio (Tratado de Agricultura), las fuentes principales que toman el testigo de este paseo del olivar al ánfora que se brinda a los lectores. La doble tipografía de La almazara de Catón permite diferenciar entre los comentarios del autor y los textos agronómicos antiguos, dándose las dos en la antología (Parte II) para mejor seguir las fuentes. Es una lectura amena y provechosa, nutritiva en todos los sentidos, gracias a un comentarista de excepción como Rafael Fontán —solvente traductor de la Eneida de Virgilio—, con quien comprobamos en la selección propuesta las invariantes de la naturaleza del árbol (Teofrasto, Plinio), de los preparativos del terreno (Catón, Columela) o del aliño de las aceitunas (Catón, Columela, Paladio). Ay, el aliño. Catón, en De agri cultura, 117 [CXXVI], sobre las aceitunas verdes: «Antes de que se pongan negras, macháquense y pónganse en un agua que se cambiará con frecuencia. Luego, cuando estén maceradas, escúrranse, échense en vinagre y añádase aceite y media libra de sal […] Métanse por separado hinojo y lentisco en vinagre […]» (pág. 106). Entonces, por ese extraordinario y enigmático placer de las lecturas concatenadas, termino de leer otro libro amable. Palabras (Editora Regional de Extremadura, 2024) se titula, y lo firma Simón Viola; que, con liberal intención, nos obsequia este puñado de hitos autobiográficos llenos de sentimiento, de literatura, y de tareas tan genuinas como el del aliño de unas aceitunas cornicabras: «entre verdes y pintonas, que he machado y a las que he cambiado varias veces el agua. A mi lado ya tengo todos los productos del aliño, la sal gorda, un par de puñados de dientes de ajo, tomillo y romero, varias cáscaras de naranja, tres pimientos rojos, hojas de laurel verdes y un manojo de fragantes ramas secas de orégano» (pág. 97). Yo, hasta que cojan el gusto las olivas de Simón, tengo a mi lado La almazara de Catón. Olivos y aceite en Grecia y Roma, que se presenta esta tarde (19:30 hs.) en el Ateneo de Cáceres, con la intervención de su autor, de Matilde Martínez, editora, y de Isabel Navarro.
Publicado por Miguel A. Lama en miércoles, marzo 19, 2025 0 comentarios
sábado, marzo 15, 2025
Hueso en astilla
La estructura visible de un libro de poemas no lo hace mejor que aquellos que consisten en una gavilla de unos textos en orden cronológico de escritura; pero lo hace libro, y su construcción es un significante que me gusta analizar y que valoro especialmente. Hueso en astilla (Barcelona, Tusquets Editores, 2024), de Alfonso Alegre Heitzmann (Barcelona, 1955) atiende al primer caso, el de una notable disposición orgánica de un libro de poemas. Está construido en cinco secciones de un número variable de textos: «El día blanco», «Labdácidas», «Décima luz», «Tinta y pinceles», dividida en dos secuencias, y «Semillas en lo oscuro». La composición de cada una de estas partes es tan precisable que ni siquiera el índice recoge con exactitud los textos que las conforman, pues no detalla que hay poemas que se dividen en dos o tres estancias, ni que hay series de varios monósticos que no están listados sumariamente. De modo que solo la tercera sección, «Décima luz», de diez décimas, se corresponde con el cómputo que establece el sumario, que da como total noventa y un textos. Dicho quede como indicativo de la pensada organización de esta obra. Se aprecia igualmente en cómo están dispuestos en las páginas los poemas que la componen, pues el criterio de la colección de dejar blanca la página par si no es continuación de texto, no se cumple en las dos secciones finales, en las que los títulos como marcas desaparecen en muchos casos y las unidades textuales, en ocasiones hasta el mínimo mencionado del monóstico, se suceden en una sugerente malla. Un entramado que yo veo igualmente en el conjunto de las cinco partes, un global que se abre y se cierra con variaciones sobre el hecho creativo o una especie de viaje a la semilla como vertebrador semántico de todo. Así es la obertura —matizo un valor musical muy presente— de «El día blanco», que, desde el sustrato de su primer poema —«Subnivium»—, cifra en el silencio, en lo quieto o en lo blanco una poética muy evidente en la escritura de Alfonso Alegre, sugerida en diversos referentes —literarios, cinematográficos, de la naturaleza...— que aparecen en esta parte del libro, en la que se tiende a la concentración expresiva, a veces al juego caligrámico («Retorno», pág. 75), y patentizada en la segunda con casi divisas como «Cada palabra es una huella de lo que una vez estuvo» (pág. 83), que me trae de inmediato «el residuo que sólo nos deja lo que ha sido llama» de José Ángel Valente. Así es también en la unidad de significado que se tiende entre el principio y el final, en donde las palabras, que son «como semillas en lo oscuro» (pág. 179), vuelven a la misma idea: «Hablamos para hacer sensible la inteligibilidad del silencio» (pág. 180). Otro registro o variante de esta indagación en los sentidos de la creación —y otro valor, otro aliciente— está en la propuesta de mirada hacia la tradición literaria, que corona la obra en el título que rescata el verso de un soneto de Francisco de Aldana («Hueso en astilla, en él carne molida») y que se incluye en un tramo bajo el de «Labdácidas», alusivo a la estirpe del ciclo de Tebas y el destino trágico, el de las pérdidas (Ángel Campos Pámpano, Manuel Hermínio Monteiro, el in memoriam de E. H....; a las que Alfonso Alegre tendrá que sumar la de Andrés Sánchez Robayna, su amigo, que ha impactado funestamente sobre el término de esta nota), y el del final del poeta en la batalla de Alcazarquivir. Me cautiva el eco de Aldana en una obra de esta hondura y me ha recordado la recreación que hizo hace ya años Gonzalo Hidalgo Bayal en El cerco oblicuo (1993), con los versos de la Epístola a Arias Montano —muy presente también en su brillante intensidad en el poeta barcelonés—: «Montano, cuyo nombre es la primera / estrellada señal por do camina / el sol el cerco oblicuo de la esfera». En el libro de Alegre, ese tramo contiene el mayor número de poemas en prosa como propuesta de expresión de un tanteo con las tradiciones poéticas, que funcionan como espejos de confirmación de una noción de la poesía o de la creación en general en tanto que búsqueda de una expresión que sea en sí misma la realidad expresada. La evocación del clásico —y del destino trágico— como actitud ante el hecho literario se complementa en el libro con la voluntad formal de adecuar los contenidos a formas prefijadas como la sección mencionada, enteramente compuesta en décimas, o como el soneto, que cierra («El sueño de Jacob») toda la obra... Hay otro soneto en la cuarta sección, como hay otro Jacob, más vertical, en la sección cuarta, por mencionar los muchos trenzados del libro. En fin, me satisface dejar constancia de una de mis más provechosas lecturas de poesía del final del pasado año, que he podido retomar ahora, para ahondar en este Hueso en astilla que celebro como otro regalo, después de El camino del alba (2017), del catálogo de los «Nuevos textos sagrados» de Tusquets.
Publicado por Miguel A. Lama en sábado, marzo 15, 2025 0 comentarios