Siento mucho la muerte ayer de José María Guelbenzu (Madrid, 1944), a quien debemos una obra narrativa que ocupa un lugar preeminente en la historia literaria española desde 1968, fecha de la aparición de El mercurio, que fue uno de los más logrados ejemplos de la novela innovadora y experimental de aquellos años, un «juguete exacto», en palabras de Ana Rodríguez Fischer en su edición anotada de la obra en la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra (1997). Guardo un gratísimo recuerdo de su estancia en Cáceres cuando participó en el Aula literaria José María Valverde en enero de 2007. «No puedo negarme a colaborar con un aula que lleva ese nombre», respondió a la invitación en abril del año anterior. Disfruté largamente con él de una conversación inteligente, en la que salieron con reiteración los nombres de sus amigos Juan Benet, Juan García Hortelano y Antonio Martínez Sarrión. Los dos primeros, «los dos juanes —me dijo cuando vio el ejemplar que yo llevaba de su novela La noche en casa (1977)— bromeaban con ella: —José María la noche, Guelbenzu en casa». Sabedor de la amistad que le unió a Benet, le anuncié que íbamos a publicar en pocas semanas el libro de Antonia Mª Molina Ortega, Las otras regiones de Juan Benet (Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 2007), cuyo origen fue una tesis doctoral dirigida por mi colega José Luis Bernal Salgado. Guelbenzu me insistió mucho en que hiciese el favor de enviárselo cuando saliese, y se lo mandé a su casa de la calle Valenzuela sin recibir acuse. Al cabo de unos meses, en octubre de ese año, se publicó en el suplemento Babelia de El País una reseña de Rafael Conte en la que el crítico, después de calcular que se habían publicado desde la muerte de Benet unas veinte tesis y unos trescientos cincuenta ensayos, escribió: «Todas las tesis y exégesis que se han producido en torno a esta obra oscura y genial de Benet palidecen al tenor de esta tesis desordenada, oscura, minuciosa e iluminada, que las supera por su cuidado y rigor». El comentario se notó a los pocos días en los pedidos de ejemplares que recibimos en el servicio y, sin duda, se debió a que su amigo José María Guelbenzu le había pasado el libro que yo le envié. Fue su modo de corresponderme. Algo tuvo que ver también Guelbenzu en la autorización que nos dio Alfaguara para reproducir en las cubiertas del libro de Antonia Mª Molina el Mapa de Región que se publicó en la edición de 1986 de Herrumbrosas lanzas, y en el que Benet dejó guiños para muchos de sus amigos, como el topónimo El Mercurio en homenaje a aquella ópera prima del escritor madrileño. El responsable de tantas recomendaciones y orientaciones sobre la literatura extranjera y su difusión en España, desde Henry James (mucho), Inmre Kertész, Maja Haderlap, Ali Smith, Mavis Gallant o la norteamericana Jessica Anthony, cuya novela Golpe magistral es objeto de su última crítica publicada en Babelia hoy sábado, tiene también para mí alto predicamento en lo más cercano, como me ratificó en aquel encuentro —quizá como deferencia de escritor de fuste a manso profesor—, con su valoración de una figura como Gustavo Adolfo Bécquer, de quien editó en el Libro de Bolsillo de Alianza sus textos de Poéticas, narrativa, papeles personales (1970). En su introducción destacó «una de las obras mayores de la literatura española» que había tenido «tal cantidad de atribuciones indebidas, y por supuesto falsas o vulgares, que desbrozarlas más parece ejercicio del tiempo que otra cosa, algo así como una erosión de despropósitos a cargo de la naturaleza». Lo escribió alguien que confesó al principio de aquellas líneas que hacía escaso tiempo que había podido entender por qué misteriosa e inasible razón era Bécquer un gran escritor» (pág.9). Revivo hoy aquella simpatía que sentí en este recuerdo en homenaje a tan digna autoridad.
sábado, julio 19, 2025
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