lunes, mayo 13, 2024

Biblioteca de Autoras Españolas

Me ha sabido a poco esta mañana en la Feria del Libro de Badajoz la exquisita muestra organizada por la Unión de Bibliófilos Extremeños (UBEx) Biblioteca de Autoras Españolas de Esperanza Marina Serrano. Sobre todo, después de saber por la presidenta de la UBEx Matilde Muro Castillo —en el texto del cuadernillo de presentación «Esperanza Marina Serrano. El amor a los libros»— que la colección de la que proviene consta de tres mil títulos dedicados a mujeres españolas creadoras. Por obvias razones de espacio es muy exigua la representación de un fondo que merecería una exposición mayor, dado su extraordinario interés y valor. Me ha sabido a poco también la mencionada presentación, sin un catálogo de las piezas expuestas, pues algunas son muy singulares, desde un ejemplar de la segunda edición salmantina de 1589 de las Moradas de Santa Teresa hasta algún tomo con dedicatoria autógrafa de las Obras completas de Emilia Pardo Bazán. Nombres como María Rosa Gálvez —se muestran los tres tomos de 1804 de sus Obras poéticas publicadas por la Imprenta Real—, Luisa de Carvajal, Fernán Caballero, Carolina Coronado, María Teresa León, en una poco vista edición de sus Fábulas del tiempo amargo, entre otros, estimulan las ganas de conocer todo el conjunto y a su responsable. Esperanza Marina Serrano (1939), que fue bibliotecaria en la Universidad de Extremadura, y antes en el Centro Coordinador de Bibliotecas de la Diputación Provincial de Badajoz, es una coleccionista particular muy especial, con raigambres bibliográficas y bibliofílicas. Su abuelo fue don Manuel Serrano y Sanz (1868-1932), el autor de los Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833, obra premiada por la Biblioteca Nacional en 1898 e impresa en Madrid en dos volúmenes por los Sucesores de Rivadeneyra en 1903 y por la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos en 1905, y es inevitable pensar en que su nieta ideó su colección —parece que iniciada en 1973, según Ascensión Martínez Romasanta— como una manera de continuar y materializar en sus plúteos la labor de los apuntes del ilustre bibliotecario. Resulta, además, obvia la relación de esta mínima expresión que sabe tan poco —pero que motiva tanto— con proyectos como Bieses, la Bibliografía de Escritoras Españolas que coordinan las profesoras Nieves Baranda y María Martos, y que estarían encantadas de contemplar y consignar esta Biblioteca de Autoras Españolas de Esperanza Marina Serrano.

martes, mayo 07, 2024

Una traducción temprana de Ángel Campos Pámpano

Si no recuerdo mal cómo me lo contó Ángel Campos Pámpano, fue en la redacción de la revista Nueva Estafeta en Madrid en 1980 donde coincidió con Gerardo Diego, que iba a cobrar una colaboración. Él iba a lo mismo, y le llamó la atención que una figura literaria consagrada, de más de ochenta años, mirase la peseta con la misma avidez que un joven de veintitrés, recién licenciado en Filología. Hoy, hojeando ejemplares antiguos de la revista que dirigió Luis Rosales, me he topado con el número 15, de febrero de 1980, en el que se publicó la traducción de Ángel del poema «Lluvia oblicua» de Fernando Pessoa (Nueva Estafeta, 15, febrero de 1980, págs. 4-8). El hallazgo me ha llevado a intentar reconstruir con algún documento aquel recuerdo, y he encontrado entre los papeles que conservo de Ángel, y que me traje de la casa materna de San Vicente de Alcántara —véase mi entrada «Hernán Cortés, 35»—, de septiembre de 2022—, dos copias mecanoscritas de la serie de seis «poemas interseccionistas» (I-VI) de «Lluvia oblicua», con la referencia de que fueron publicados por primera vez en Orpheu 2 (Año I, 1915, núm. 2, abril-mayo-junio, pp. 161-164). En una de ellas hay correcciones manuscritas de Ángel, que pasaron luego a la copia a limpio que supongo fue la que envió a Nueva Estafeta. En ésta, sin la fecha que figura en el original: «Salamanca, 8 de marzo de 1979». Debajo, en letra de Ángel, con voluntad de establecer un paralelo homenaje: «Lisboa, 8 de marzo de 1914». Además, he localizado otro recuerdo de Tomás Sánchez Santiago —disfruto estos días con la lectura de su libro de poemas El que menos sabe (León, Eolas ediciones, 2024)— que se publicó en el folleto colectivo —aunque... Ramón Pérez Parejo— Ángel Campos Pámpano, una voz necesaria (Mérida, Consejería de Educación de la Junta de Extremadura, 2009): «Creo que su primera publicación fue la traducción de Oda marítima (o Tabacaria, ya no lo recuerdo) en La Estafeta Literaria. Recuerdo que cuando fue a Madrid a cobrar su primer trabajo coincidió en el vestíbulo con ¡GerardoDiego!, que a su vez iba a cobrar alguna contribución suya. Ángel recordaría muchas veces esa circunstancia. Él fue, de toda la panda literaria de “detectives salvajes”, el primero que cobró por un texto en un medio entonces importante. Aquello bastaba para que lo miráramos con admiración, desde luego.» Me permitirá Tomás que complete la amistosa evocación de aquello con la lectura llena de sentimiento de aquella traducción temprana de Fernando Pessoa, que luego Ángel reescribió para su publicación en Un corazón de nadie, la antología poética en edición bilingüe que publicó Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2001.



domingo, mayo 05, 2024

Partituras ilustradas

Me cabe la satisfacción de haber colaborado en el conocimiento de las obras de uno de los escritores y dibujantes más singulares de la historia literaria extremeña desde los años ochenta, cuando publicó en la Editora Regional de Extremadura (ERE) Memoria de los viajes (1989), un libro de poemas que había recibido el Premio Cáceres de Poesía el año anterior. Años después, abrió la apreciada colección «La Gaveta» de la ERE con sus siete relatos de La locura y las rosas (1997), y también suyo fue el primero de los títulos de la nueva colección de poesía del mismo sello editorial que ahora celebra sus cuarenta años, el libro de poemas Teatro de sombras (1999), que llevó una breve nota prologal de Luis Alberto de Cuenca. Menos visible fue su paralela dedicación —su primera obra la concluyó en 1986— a la ilustración y la caligrafía de textos propios, como Las horas felices o Arquitectura melancólica, y ajenos, el Cantar de cantares o El cuervo de Poe, el lorquiano Diván del Tamarit o el Apocalipsis de San Juan; hasta que algunos de esos títulos rompieron el ámbito íntimo de la edición artesanal y limitada para dar el salto a sitios tan notables como Manuel Moleiro Editor, donde aparecieron los citados Apocalipsis (1999) y Cantar (2000), y, además, el Libro de Daniel (2001), reunidos en una serie titulada en el catálogo del sello Códice Alcaíns. Luego, fue la ERE quien también acogió en 2009 una bella edición de Sepulcro en Tarquinia de Antonio Colinas, como muestra del trabajo de este artista a quien verdaderamente mueve en este tipo de obras su admiración y su fascinación como lector. Y como afortunadamente el magín de Alcaíns no para, difundo con muchísima complacencia una ocupación insólita de sus horas que se ha materializado en una esmerada edición de su música. Sí, su música. Alcaíns, autor musical. Actualmente, la colección «Partituras ilustradas» se compone de las siguientes entregas, presentada cada una de ellas en una primorosa carpeta de cartulina verjurada ahuesada, con una viñeta del autor en cubierta, que contiene una lámina a color con la letra de la canción, caligrafiada e iluminada con un dibujo alusivo por Alcaíns, y la partitura en una hoja apaisada desplegable: Tarabilla y cardo (1), Mirador en Lisboa (2), Encuentro en el jardín (3), Cabaliñu (4) y Paisaje en primavera (5). Solo en un caso, el de Cabaliñu, el juego va acompañado de una hoja que aporta la traducción de la letra original en fala de la canción del «Caballito», con una deliciosa nota autobiográfica de Javier Alcaíns que explica la escritura de esa pieza como una «carencia sentimental», un recuerdo de un deseo incumplido por no haber podido encontrar en esa lengua nativa de a fala —que se habla en las localidades cacereñas Valverde del Fresno, donde nació Alcaíns, Eljas y San Martín de Trevejo— alguna cancioncilla equiparable a las que su madre le cantaba de niño junto a sus hermanos. Las letras, las músicas, las ilustraciones y el diseño son de Javier Alcaíns, que agradece en el colofón a la profesora de piano Elena Martín Narciso toda la ayuda prestada; la impresión se ha realizado en Gráficas Cacereña, la edición es de  Javier Martín Santos, y la tirada es de cien ejemplares numerados y firmados por el autor. A la venta, a 9 € cada una, en librerías de Cáceres como Boxoyo Libros o El Buscón. Sé que Javier Alcaíns, que vive un momento de entregada formación musical, está afanándose en encontrar a alguien que cante sus letras y grabarlas con su melodía. Lo conseguirá, seguro. Y escucharemos pronto este caso de creación total en el que se ven juntos el escritor, el calígrafo, el dibujante y el músico. Tarabilla y cardo: «Tarabilla bella, / cabecita negra / y al cuello un fular, / entre el jaramago / y la avena loca / se te oye cantar. / Pósate en un cardo, / como en una estampa / del viejo Japón, / y te haré un retrato / para que lo cuelgues / en tu habitación. / Me acerco despacio, / parece que ignoras / que voy hacia allá. / Pronto, un miedo grande / de pájaro chico / te obliga a escapar. / Yo sólo quería / mirar tu plumaje, / no te iba a cazar. / Pero hay que entenderlo: / si se acerca un hombre / es mejor volar» (© Javier Alcaíns, 2023).



miércoles, mayo 01, 2024

Memorias en conserva

«La cosa es que era uno de aquí, de mi pueblo, de Nuez, y tenía una burra, una burra y una mujer, ¡güey Jesús!, que se fueron a poner de parto las dos a un tiempo y la mujer le parió un rapá, un chico, y la burra, pues claro, parió un buche, y el crío vino bueno, pero el buche salió medio entariñido, que no cogía aliento, con poca vida, y claro, pues había que darle calor, que la calor es lo mejor a las criaturas, y lo metieron en una talega grande, de los talegones de traer las uvas en la vendimia, y lo ponen al pie de la lumbre y tapadico con un cacho manta, al buche, y acertó a entrar una vecina que venía pues a lo de las mujeres, si sería a darle la enhorabuena o a llevarle una pastilla de chocolate o algo, y vio la talega y destapó el buche y dijo «¡güey coño, qué condenao de rapá que salió arretratadico al padre». El texto es uno de los ochenta testimonios que se incluyen en el interior de esta lata, impreso en una cartulina —la número 26— cuyo anverso va ilustrado con un collage que lleva una reproducción del grabado de Goya Tú que no puedes, con un pañuelo familiar sobre la hoja de un libro de cuentas, creación de Leticia Ruifernández. Como todas las ilustraciones de esta obra que debería destacarse como uno de los acontecimientos editoriales de Extremadura en este curso, pues la fecha que lleva la primera edición es octubre de 2023. No tengo datos fehacientes, pero creo que la acogida que ha tenido esta singular propuesta desde que apareció en las librerías ha sido buena; y estoy seguro de que a la grata sorpresa de encontrar un libro así en los estantes acompañará el gusto de pagar poco más de treinta y ocho euros por algo tan peculiarmente elaborado. Las ochenta tarjetas (15,5 x 19,5 cm.) con los relatos que recrean historias orales —muchas del norte de Cáceres— van abrazadas en el interior de una lata como las de carne de membrillo que se veían antaño en las casas y que en algún momento sirvieron para guardar bagatelas que se hicieron recuerdos. Ese sabor antiguo que ofrece la novedad de estas Memorias en conserva (Garganta la Olla, Papel Continuo, 2023) ideadas por el etnógrafo, folklorista, actor y músico José Luis Gutiérrez (Zamora, 1973), que ha preparado los textos, y por la ilustradora Leticia Ruifernández (Madrid, 1976), que ha cuidado el diseño y la maquetación de todo. La caja es «el fruto de muchos años de escucha y de paciente recuperación de materiales, imágenes, sonidos, texturas...», dicen sus editores en el cuadernillo que acompaña al mazo con los trozos de memoria, y que detalla el modo de uso, los ingredientes, los sabores y colores de este tesoro, cuyo índice con descripciones se recoge oportunamente en esas páginas, desde el número 1 (En la memoria de Benita Jambrina de Moraleja del Vino. Fotografía de emigrante en Argentina, sobrina de la protagonista, sobre cartulina bordada por María Rodríguez con patrón de zapato de baile y jaculatoria original de origen desconocido) hasta el 80 (Contado por David «Moialde» en la taberna familiar. Estampa de la Virgen del Carmen de devocionario de la familia Gutiérrez, coloreada con acuarela). El surtido de los elementos con los que están elaborados los collages (telas, fotografías, tarjetas postales, dibujos, hojas de cuadernos antiguos...) se acompasa con la diversa procedencia y variedad de unos relatos de innegable valor histórico y social.  En el acceso al sustrato de su más reciente libro —Arqueologías—, Ada Salas escribió: «Lo que fuimos entonces constituye un paisaje»; y lo recuerdo porque a su modo, este acierto editorial de Memorias en conserva cartografía una suerte de territorio temporal que nos pertenece.