Su lectura explica el título de estas dos entradas y su escritura emparejada. Es la novela gráfica de Paco Roca y Rodrigo Terrasa El abismo del olvido (Bilbao, Astiberri Ediciones, 2023), que me ha parecido algo más que otra magnífica obra del dibujante valenciano, que casi siempre he leído inducido por mis hijos. Así pasó con Arrugas (2007) y con Los surcos del azar (2013); pero ahora he sido yo el que ha traído el libro a casa para que ellos lo lean, para que comprueben lo bien que se muestra esa dimensión social y ética de lo que hace Paco Roca, ahora a partir de otro emocionante caso de justicia y memoria histórica con dos héroes protagonistas, uno del presente —Josefa Celda, «Pepica»— y otro del pasado —Leoncio Badía Navarro—, unidos hoy en páginas como estas en una misma rehabilitación. A decir verdad, el promotor e impulsor de la obra fue el periodista Rodrigo Terrasa (Valencia, 1978), como bien explica él mismo en el «Epílogo» (págs. 289-295), pues insistió desde 2017 a Paco Roca para que se embarcasen en el relato de la lucha infatigable de Pepica por recuperar los restos de su padre, un agricultor afiliado a Izquierda Republicana, detenido y acusado injustamente de «varios asesinatos cometidos en la localidad de Masamagrell, a unos cien kilómetros de distancia de su casa» (pág. 289), y que fue finalmente fusilado junto al cementerio de Paterna (Valencia) el 14 de septiembre de 1940. Ella es la heroína viva —tiene noventa años— que batalló contra las trabas administrativas de unas autoridades que aún parecen preferir el silencio y el olvido. El héroe, Leoncio, fue el enterrador de Paterna, a quien se conmutó una pena de muerte por un destino en el camposanto para enterrar, como se le dijo, «a los tuyos». Y lo hizo, procurando dejar junto a los cuerpos elementos identificativos introducidos en botellas y llevándose cientos de ellos que fue guardando en cestas de mimbre para poder dar indicaciones de la ubicación de los cadáveres a sus familiares. Su arriesgado quehacer sirvió muchos años después para la identificación del cuerpo del padre de Pepica, José Celda Beneyto, y de once personas más, todas con su botella con su nombre o elementos personales en una de las fosas. «En el Cementerio Municipal de Paterna existen unas 135 fosas comunes. En sus alrededores fueron asesinadas más de 2.200 personas provenientes de todo el territorio español. Es el lugar donde se constata la ejecución del mayor número de crímenes contra la humanidad una vez acabada la guerra civil», escribe Terrasa (pág. 295). Hablar de héroes consuena con la sustancia épica de este suceso real; pero en el cómic de Paco Roca, además, se evoca —y dibuja— (págs. 71-75, 169-173 y 179-180) la parte de la Ilíada que nos habla del significado de enterrar a los seres queridos que sugiere el episodio de la muerte de Patroclo, y la venganza de Aquiles sobre su matador, Héctor, y su propia familia. Es un acierto este giro clásico en una estructura que alterna el pasado y el presente de manera muy sugerente, pues acerca la motivación de investigar a la potencia de los hechos históricos. La historia está muy bien contada y muy bien hilada, a partir de un mismo escenario —el cementerio— en el que un equipo de arqueólogos realiza trabajos de exhumación y en el que antaño hubo un enterrador que se jugó la vida por honrar a los muertos. La variedad de los dibujos y sus diferentes encuadres, las expresivas viñetas mudas que abren algunas secuencias y que sirven también para darles un cierre, o la sutileza de las imágenes de la fosa desde perspectivas que la ahondan para reforzar la noción de abismo («El olvido es el abismo que separa la vida de la muerte», pág. 107)... Todos son elementos que confluyen para hacer de la lectura de esta novela gráfica una experiencia muy placentera, y también muy conmovedora.
sábado, diciembre 30, 2023
viernes, diciembre 29, 2023
El abismo del olvido (I)
Este diciembre ha sido pródigo en saludables ejercicios de memoria histórica. El día 1 asistí en remoto a la presentación en Zafra del libro de Francisco Espinosa Maestre 1936. La columna camino de Madrid. Yagüe, Varela y las «normas» del padre Huidobro (Galisteo, La Moderna, 2023); el domingo 17 pude ver también en Zafra la exposición La columna de los ocho mil. El primer éxodo de la Guerra Civil Española (Extremadura, 1936) y hace un par de días he leído El abismo del olvido, la novela gráfica dibujada por Paco Roca y escrita por él y por Rodrigo Terrasa (Bilbao, Astiberri Ediciones, 2023). La presentación la organizó en Zafra la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica «José González Barrero», que preside Maite Calderón Morales, y en ella se mostró la web Biblioteca de la Memoria Histórica Francisco Espinosa Maestre, que recoge la información del archivo y de la biblioteca del historiador de Villafranca de los Barros, catalogados por el documentalista Daniel Cupido, y que aspira a convertirse en un fondo documental sobre todo lo relacionado con la memoria histórica del entorno. El libro de Espinosa narra las circunstancias de la subida de la columna de los sublevados desde Mérida por Talavera y Toledo hacia Madrid, y trata la figura del jesuita Fernando Huidobro (1903-1937), que se unió a las fuerzas golpistas, quedó impresionado por los excesos de la represión, los denunció y, por ello, probablemente fue asesinado por los suyos. Las fotografías que se incorporan al libro y el análisis de las de Llerena que hace Jorge Arévalo Crespo en el apéndice son un sorprendente y fascinante valor añadido, y subrayan la relevancia de la imagen en la historiografía sobre la guerra. La exposición sobre La columna de los ocho mil, organizada por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica José González Barrero de Zafra y cofinanciada por la Diputación de Badajoz y el Ministerio de la Presidencia, se inauguró el pasado 7 de septiembre en la localidad de Fuente del Arco, escenario crucial del suceso, y fue pasando luego a Burguillos del Cerro, Valverde de Burguillos, Jerez de los Caballeros, Medina de las Torres, Fregenal de la Sierra, Valencia del Ventoso, Llerena, Villafranca de los Barros, Puebla de la Calzada, Campillo de Llerena, Los Santos de Maimona, hasta cerrar una primera ronda de itinerancia en Zafra, donde acompañé a mi hermano José María a la visita guiada que organizó para las nietas de uno de los que iban en la columna, que llegó hasta Madrid y que cuando volvió a su pueblo —Valencia del Ventoso— fue fusilado. Aparecía su nombre en un panel que se añadió a los doce habituales con todos los integrantes de la columna que salieron del pueblo pacense. La aludida fuerza de la imagen en estos ejercicios de memoria histórica se comprobó en el muro con una de las fotos tras la llegada de la columna a Valdepeñas en septiembre de 1936. Apreciamos la emoción de esas descendientes que buscan una simbólica reparación en la pervivencia de un recuerdo digno para sus ancestros. La exposición ha sido presentada también en la localidad de Feria y en el próximo 2024 pasará también por Mérida, el Instituto Suárez de Figueroa de Zafra, Badajoz, Rivas Vaciamadrid, Santa Marta de los Barros, Montijo, Segura de León, Bodonal de la Sierra... hasta comienzos de mayo; y las asociaciones o instituciones que quieran acogerla alguna de las semanas que aún quedan libres deben ponerse en contacto con la Asociación para la Recuperación Histórica «José González Barrero» (memoriahistoricazafra@gmail.com).
domingo, diciembre 24, 2023
Las superfluidades
© Andrés Rábago. El País
No me gustaría estar en Yabalia (Gaza). Me lo dije esta mañana al escuchar las noticias, y al escribirlo aquí pienso en la tonalidad casi siempre sombría de mis textos desde hace bastantes años en un día como el de hoy. A pesar de los buenos deseos. Debe de ser una reacción al alborozo forzoso, una manera de objetar frente a una realidad trucada a base de campanillas y adornos. Pero no me reconozco en tradiciones ajenas en las que nombres como Scrooge o Grinch están asociados a un rechazo desapacible de las fiestas navideñas. Ni en las tradiciones ajenas ni en las propias, aunque me apetezca ahora traer aquí Las superfluidades, un sainete de Navidad de Ramón de la Cruz, de 1768, que reprueba los comportamientos sociales en fechas tan señaladas. En el Madrid de la época, el personaje de don Blas asiste pasmado a la ansiedad febril de un grupo de ciudadanos por celebrar las fiestas («¿Conque Noche-buena quiere / decir hartura de panza?»), felicitar a todo quisque en persona por todos los barrios, por todas las calles y por todas las casas, o gastando seis resmas diarias en cartas con parabienes, para que las personas de buena condición y justa petimetría tengan el consuelo «de haber / dado a todo el mundo Pascuas», aunque muertas se caigan. No es difícil encontrar paralelismos entre la cuchipanda de una cena del sainete de Cruz a la que no puede faltar nadie, o las cartas masivas, y los usos actuales en los que pervive tanta tontería: «Que si se aplicaran / a cumplir su obligación / los hombres como se afanan, / superfluamente por que / no se murmure que faltan / a los cumplidos de duelos, / parabienes, años, Pascuas, / etcétera, evitarían / otras censuras que dañan / más su crédito, y mejor / tiempo y salud emplearan». Feliz Navidad.
sábado, diciembre 23, 2023
Sin pelos en la lengua
El lunes participé en uno de esos actos que ocupan un espacio de privilegio en mi currículum no normalizado. Tuve un encuentro con las alumnas y los alumnos del IES Rodríguez-Moñino en el CPR de Badajoz en la presentación del número 1 de la revista plurilingüe Sin pelos en la lengua. Without Mincing Words. Sans mâcher ses mots. Sem papas na lingua; así, en los cuatro idiomas. Es un proyecto didáctico encomiable que ha impulsado una antigua alumna, profesora de Lengua Castellana y Literatura, jefa de ese departamento, Nines (Ángela) Castro, con el apoyo de otros compañeros de los de Inglés (Josefa Acedo y Carlos Criado Vadillo), Francés (Cindy Flinois) y Portugués (Luis Leal Pinto), y la implicación de un buen número de alumnos de Bachillerato, alguno de 4.º de ESO e incluso una exalumna del «Moñino» (Mª Carmen Duarte Almeida) que hoy cursa primero de Filología Inglesa en mi Facultad. Me emociona el encuentro con un profesorado ya veterano en su centro —al que di clases—, con responsabilidades y con la vocación casi intacta que le lleva a emprender aventuras como la edición de esta revista en la que han escrito casi una cuarentena de alumnos en las cuatro lenguas que se imparten allí y sobre aspectos todos de carácter lingüístico. Son 47 colaboraciones, que, si no he contado mal, 19 son en español o sobre aspectos de la lengua española, 15 en inglés o sobre inglés (los de Pepi Acedo y Rocío Muñoz Perea son sobre anglicismos), 7 en portugués y 5 en francés (con el de Irene Gervasini sobre «Los falsos amigos»), a las que hay que sumar lo de Nines Castro («Más que amigas») que busca sus ejemplos en los cuatro idiomas. El recorrido políglota por sus páginas se hace especialmente grato y provechoso por tratar sobre errores lingüísticos (como a grosso modo en el artículo de Pilar Santa-Cruz Peromarta), o usos poco recomendables (como las muletillas de «¿Me entiendes o no me entiendes?», de Mª Dolores Gómez Torres y de las que también habla Clara Ordóñez), aspectos culturales («A Women's Thing», de Candela de Mariano), el significado de expresiones o de palabras (como en «Virar a casaca», de Yasmín Fuentes, Hugo Núñez y Jesús Ortiz; en «Comme dans un moulin», de Mario Barba; en «Uma origen de lenda», de Celia Ramos e Ethan Torres; en «Llueve sobre mojado», de Daniel Pérez-Cortés González; de «Mitin or meeting» de Isabel Martín García, o el de Marta Barragán), o su origen (como en la palabra rebeca de la colaboración de Jorge Giménez González; en «Ficar a ver navios», de Carmen Tamayo y Natalia Tardío; en «De pe a pa», de Victoria Pérez Paredes; o «¿Quiénes son fulano y mengano?», de Carlos Cruz Vaquerizo); o de curiosidades y matices que siempre conviene conocer (y pasa en la colaboración de Noelia Díaz Bayón sobre el acento del dialecto Mancuniano o con «les vaches espagnoles» de Esmeralda Miranda). A estas menciones sumo las de quienes subieron al estrado del repleto salón de actos del CPR para resumir sus contribuciones, cada uno en la lengua en la que las escribieron: Lucía Calamonte («Detecting the Detective»), Félix Orejón, que habló de uno de sus dos artículos («Dejà vu»), emparentado con el de Carmen Tato Castro («Vivre deux fois»), Rocío Sanguino sobre el trabajo que proviene del tripalium latino («Una tortura necesaria»), y Daniel Martín y Pablo Montero Vera («Ir para o maneta»). Fue un acto multitudinario en el que participaron un buen número de chavales y chavalas que representaron con su intervención o su asistencia las páginas escritas. «Humor entre cortinas», sobre el uso del lenguaje con propósito humorístico, de Pilar Castell Méndez; «Saudade», como «símbolo da lingua portuguesa», de Íñigo García Ganivet; «¿Hay algo más español que el famoso olé?», de Celia Pulido Matador; «O Killed», de Rocío Muñoz Perea; «Sandwich», de Irene Regidor; o «Hablemos mano a mano», de Inés Navarro Delgado, son otras de las colaboraciones de una revista que expresa su intención en esa locución en cuatro idiomas, y no traducidos; pues todos pretenden tener el mismo rango —a pesar de que el título principal por el tamaño de letra sea el primero, por ser española la sede editorial de un instituto de enseñanza en este territorio. Se refuerza así la idea multilingüe que quiere trasmitir y que es uno de los signos distintivos más poderosos de la enseñanza secundaria de nuestra era, en un valor y empeño que está muy bien expresado de manera genérica en el artículo de Rosa Palomar «El poder de las palabras y por qué hablar más de un idioma». Con Marta Hernández y Adriana Martínez, que firman dos artículos porque escriben en español y en inglés, con Juan Carlos Luengo, que trata la palabra cachivache, y Miguel García Montesinos que escribe sobre gentilicios y Daniel Martínez Izquierdo sobre dobletes, y no solo españoles, cierro esta relación desordenada —y espero que completa— del contenido de este primer número de una revista plural a la que deseo continuidad, pues cuenta con la materia inagotable de la lengua y el plantel fecundo de los colaboradores de la casa.
miércoles, diciembre 13, 2023
La poesía de Moratín
Una de las lecturas profesionales más provechosas que he hecho desde este pasado mes de junio ha sido la de esta edición: Leandro Fernández de Moratín Poesías. Edición de Jesús Pérez-Magallón. Madrid, Ediciones Cátedra (Letras Hispánicas, 883), 2023. Significa mucho para mí porque es una aportación de calado al estado de los estudios de un período y un género, de un autor y una estética que ocupan buena parte de mis intereses docentes y de investigación; y supera lo que se espera de una edición de la poesía casi completa de un escritor como Moratín el Joven. Conocía la gran edición, también de Jesús Pérez Magallón, de las Poesías completas (Poesías sueltas y otros poemas) (Barcelona, Sirmio. Quaderns Crema, 1995) y lo relativo a su lírica en los dos imponentes volúmenes de Los Moratines (Ediciones Cátedra. Col. Avrea, 2008), y también en el capítulo correspondiente de su libro Soñando caminos: Moratín y la nación imaginada (Madrid, Calambur Editorial, 2019); pero esos precedentes no quitan valor ni oportunidad a esta importante nueva edición. Después de los trabajos brillantes de René Andioc, ha sido Pérez Magallón quien más y mejor ha estudiado la vida y las obras de Leandro Fernández de Moratín, y coincide la aparición de esta edición con la culminación brillante de su trayectoria académica en la Universidad de McGill (Montreal), en donde fue director de la prestigiosa Revista Canadiense de Estudios Hispánicos. Moratín fue editor de sí mismo en su verso lírico con la edición de las Obras dramáticas y líricas de 1825, en cuyo tomo tercero incluyó lo que llamó «Poesías sueltas», setenta y siete poemas que representan en su ordenación su biografía literaria, que parte de su nacimiento como poeta (soneto «A D. Juan Bautista Conti») hasta llegar a su muerte simbólica con la excelsa elegía «A las musas». Con buen criterio, Jesús Pérez Magallón mantiene esa «coherencia y lógica internas» (pág. 120) de lo dado en 1825 en vida del autor en su exilio francés, mal de salud, y tres años mal contados antes de su muerte; a lo que añade «... Y otros poemas», treinta y tres textos, publicados e inéditos, descartados por el poeta para conformar sus «sueltas», y alguno como mero boceto que se publica por primera vez de lo que sería «A las musas», que, insisto, es uno de los poemas más extraordinarios salidos de la pluma de Moratín hijo. La prolijidad de esta edición puede abrumar al lector solo interesado en conocer los poemas de don Leandro, en una lectura por puro curioseo; pero es lo que la convierte en un estudio tan acabado sobre los caracteres de la lírica dieciochesca del último tercio del siglo y de las dos primeras décadas del XIX, y en un acervo de referencias literarias, históricas y culturales para contextualizar la obra del autor, una obra de mucho provecho para el estudioso. Entre sus rasgos, las cifras de 1698 notas que ocupan ciento cincuenta páginas del final del volumen y 200 páginas de introducción crítica incluyendo la extensa bibliografía citada. Esta introducción se divide en cuatro grandes secciones: «Vivir, tal vez soñar, morir» es el recuento biográfico. «Clasicismo contra nuevo culteranismo: acalófilos y galo-salmantinos» es un interesantísimo acercamiento a la polémica entre moratinistas y los llamados quintanistas. «Una manera clásica de entender la poesía» es un análisis de la poética moratiniana. Y «Variaciones sobre el tema clasicista: un modelo neoclásico» es la caracterización por temas de la lírica de Moratín. La solvencia de este editor tiene muchas muestras de comprobación; y citaré solo cómo Pérez Magallón nunca dio crédito —por no descansar «sobre bases sólidas, sino más bien sobre impresiones poco fiables» (pág. 194)— a la atribución a Moratín de las Fábulas futrosóficas, que, obviamente, no se recogen y a las que dedica una iluminadora nota al pie (3) —solo hay tres en toda la introducción— para confirmar lo que más recientemente ha demostrado Philip Deacon —a pesar del exquisito celo de la interrogación del título— en su artículo «Las Fábulas futrosóficas de 1821, ¿son de Bartolomé José Gallardo?» (Dieciocho, 46.1, primavera de 2023). Ediciones como la de estas Poesías son un modo excelente de restauración de la maltrecha opinión que sobre la poesía del siglo XVIII tienen los que no se han detenido en ella, o lo han hecho prejuiciosos por la repetición de los mismos lugares comunes y la presentación de textos de esa manera poco cuidada que se impugna con lo que nos regala Jesús Pérez Magallón en Letras Hispánicas.
domingo, diciembre 03, 2023
¿Adictos?
Fui con la prevención de haber leído una crítica de Raquel Vidales de septiembre del año pasado en El País, en la que decía que, cuando salió Lola Herrera a escena en el estreno en el madrileño Teatro Reina Victoria, el público arrancó a aplaudir. Y me temí lo peor —o sea, lo mismo— aquí, en Cáceres. El personaje de la prestigiosa científica Estela Anderson (Lola Herrera) se prepara para salir de su domicilio mientras habla con una máquina que responde a sus preguntas, controla sus constantes vitales, llama por teléfono y usa un lenguaje tan humano que en pocas frases repite más de cuatro veces la palabra evento. El cambio de escena sugerido por la luz y las subidas y bajadas de unos estores blancos —como todo el decorado, muy minimalista—, nos lleva al auditorio en el que la protagonista va a pronunciar un discurso muy importante sobre un trascendental avance tecnológico; y cuando saluda con un «Buenas noches, señoras y señores» y unos aplausos enlatados, el respetable de verdad, sin encomendarse a ilusión escénica ni a cuarta pared que valgan, se pone a aplaudir. Mal augurio de algo que resultó decepcionante. Una función tan inerte y rutinaria que hasta se quedó lejos de los noventa minutos (aprox.) que indicaba el programa de mano. (Alguien a la salida nos dijo que agradecía que no hubiese durado lo previsto). Lo de anoche fue una buena demostración de que un elenco de tres buenas actrices, una directora experimentada (Magüi Mira) y una producción más que pudiente no bastan si el texto no cumple unos mínimos, si la historia no ofrece casi ningún agarradero estable para que unos medios así puedan tirar de ella y sacar adelante un espectáculo. Adictos, escrita por Daniel Dicenta Herrera —hijo de Lola Herrera— y Juanma Gómez, lleva el subtítulo de Jugando a ser dioses, que añade más confusión al batiburrillo de una historia que quiere partir de la pregunta de hasta qué punto estamos sometidos por la tecnología, o qué tipo de sociedad hemos construido y qué capacidad de reacción tiene el ser humano para cambiar un estado de las cosas. ¿Qué cosas? ¿La expansión progresiva de la desinformación? ¿O la malversación extrema de una información total y asfixiante sobre la sociedad gracias a los avances tecnológicos? Es mejor quedarse con la vacuidad de lo que uno ha visto y no leer ni la sinopsis de los autores ni la explicación de la directora que se dan como información. No aclaran; embarullan. Una acción que parte del atentado que sufre la científica Estela Anderson, de los cuidados que recibe de una eminente experta en terapia cognitiva, la Dra. Soler (Lola Baldrich), y una periodista mediática, Eva Landau (Ana Labordeta), que por solicitar una entrevista con la doctora se ve envuelta en un meollo absurdo por lo mal contado que está y lo mal constreñido a un tiempo reducido que no se sabe administrar dramáticamente. El texto no permite subrayar con buena voluntad algún valor; y sí deja patentes, por ejemplo, la banalidad del uso de algo tan básico como el teléfono en escena, con todas las posibilidades que ofrece; o la afectación de la contextualización de la doctora que lee en voz alta una noticia de una tableta electrónica. De haber sido una obra de calidad, cabría interpretarla como un gesto en homenaje a una gran actriz al final de su trayectoria, y bien acompañada por dos buenas intérpretes; pero lo que resulta es un apaño que en mi opinión no llega al reconocimiento público en escena que merece Lola Herrera con un broche distinto al de la noche del sábado en el Gran Teatro de Cáceres.
sábado, diciembre 02, 2023
Francisco Gregorio de Salas
Escribo estos días sobre el singular poema Observatorio rústico de este poeta de Jaraicejo (Cáceres), que murió tal día como hoy de 1807, a los 79 años, como reza en el retrato que reproduzco arriba y que puede verse en una copia de la Biblioteca Nacional de España y en otra, la coloreada, que está en el Museo de Historia de Madrid y digitalizada en el fondo Memoria de Madrid. Estudiosos ya desaparecidos a quienes conocí y aprecié mucho, Juan Manuel Rozas y Vicente Sabido, escribieron sobre este poema y dieron las fechas de 1729 y 1808 como de nacimiento y de muerte del extremeño. Si murió a los setenta y nueve, como dice la esquela, debió de nacer en 1728; pero, en El Correo. Periódico Literario y Mercantil de 21 de diciembre de 1831, una nota biográfica anónima sobre el escritor dio la fecha precisa de 21 de enero de 1729, como conjeturó Rozas después de visitar el archivo parroquial del pueblo para preparar su trabajo «Mapa para leer al padre Salas» (Miscelánea Cacereña, 1980). Ahora bien, en la séptima edición del Observatorio, de 1802, el grabado de la portada llevaba una medalla con el nombre de Salicio —con Coridón, los dos interlocutores del poema en sus ediciones revisadas— con la efigie del poeta y con el texto «Etat. sue. 74 an.» («Aetatis suae 74 anno»); es decir, que debió de nacer en 1728. No están mis intereses ahora en completar la biografía del autor de esa otra égloga como Dalmiro y Silvano, amorosa y en elogio de la vida del campo (1780), sino en reconstruir el proceso de composición del Observatorio rústico, un poema prosaico de tres mil versos que no nació como un diálogo, sobre el que estuvo muy encima su autor y que tuvo una notable repercusión editorial hasta su décima edición de 1830; pero el conocimiento reciente de la fecha exacta de su muerte me ha motivado para recordar la coincidencia.
viernes, diciembre 01, 2023
El Espejo
«Esto del teatro es muy raro», escribe Isidro Timón en el último número de El Espejo (15), la revista de la Asociación de Escritores y Escritoras de Extremadura, que dedica una sección monográfica a la literatura dramática de aquí. Desde el número 13 (2021), último bajo la dirección de Pilar Galán y Víctor Jiménez Andrada, que trató el cómic, la revista aborda en unas escogidas páginas un asunto de interés, como fue la poesía experimental en el número 14 (2022), ya bajo la dirección de su actual coordinador el poeta y profesor Antonio Rivero Machina. Quizá quede bien aquí hacer un recuento somero sobre quienes han sido los responsables de esta publicación que, con algunos huecos, tiene ya sus veintiocho años: Antonio Gómez, Elías Moro y Plácido Ramírez (núms. 1, 2, 3 y 4, entre 1995 y 1998), Daniel Casado y José María Cumbreño (núm. 5, de 2003), Daniel Casado, José María Cumbreño y Plácido Ramírez (núm. 6-7, hasta 2005), Urbano Pérez, Hilario Jiménez Gómez y David Matías (núm. 8, de 2016), Hilario Jiménez Gómez, Marisa de Llanos Pérez y Diego González (núm. 9, de 2017), Hilario Jiménez Gómez, Isabel Mª Pérez Gónzalez y Serafín Portillo (núm. 10, de 2018, que recordó los 35 años de la revista y publicó un sumario de sus sumarios hasta la fecha), Hilario Jiménez Gómez y Carlos García Mera (núm. 11, de 2019) y Pilar Galán y Víctor Jiménez Andrada (núms. 12 y 13, de 2020 a 2021). «Esto del teatro es muy raro», escribe Isidro Timón en esta entrega de El Espejo; y me parece un buen mote de esa parte de su contenido que se fija en el «Presente y futuro del teatro en Extremadura», un título demasiado ambicioso en un espacio tan reducido de cuarenta páginas que dedica casi la mitad al extracto de una obra de uno de nuestros autores más visibles, Marino González Montero —que acaba de publicar su Anasté. La hecatombe de Tarteso—, que nos muestra una versión de la comedia Hecyra, de Terencio, para Clípeo Teatro, el grupo integrado por profesores del IES Santa Eulalia de Mérida; y a una elocuente entrevista con el dramaturgo Miguel Murillo Gómez, una figura ineludible en la evolución del teatro en Extremadura desde los años ochenta del siglo pasado hasta la actualidad. Completan el monográfico una instantánea del momento presente del teatro profesional extremeño hecha por un gestor y director como Marce Solís, y los testimonios de tres creadores sobre su propia creación: Concha Rodríguez, Isidro Timón y Verónica Jiménez Jiménez, cuya juventud proyecta nuestro panorama teatral hacia un futuro propicio, curiosamente sugerido —también— en la mención de Miguel Murillo de su sobrino Miguel Murillo Fernández (Badajoz, 1997), que ya ha publicado dos piezas, Revolución sin previo aviso y La esposa del ermitaño en la colección «Escena Extremeña» de la Editora Regional de Extremadura. No todo cabe, pues, en este espejo que se completa con las habituales colaboraciones literarias y las notas de lectura, y la novedad de una sección —«La palestra»— que recoge la «visión de la realidad creadora» —dice el editorial— de alguien destacado en las letras extremeñas, que, en este caso, es Antonio Orihuela con su contundente, combativo e impugnador «Contra el compromiso único» (págs. 51-56). Justo en el centro del volumen como palestra notoria, resulta una necesaria llamada de atención.
sábado, noviembre 25, 2023
Obdulia
Galdós la llamó en su prólogo a La Regenta «tipo feliz de la beatería bullanguera, que acude a las iglesias con chillonas elegancias, descotada hasta en sus devociones, perturbadora del personal religioso». Clarín, la primera vez que la hace aparecer en la novela, dice de ella —«toda Vetusta lo sabía»— que era «una mujer despreocupada»; y yo, sugestionado, sé identificar perfectamente a Obdulia Fandiño, la viuda de Pomares, al escuchar sus carcajadas. Esto es lo que pasa cuando uno se mete tan de lleno en su trabajo. Sí, tiene uno el privilegio de ganarse la vida así. Por ejemplo, contar en público —la clase— lo vivido a solas, que puede ser por una lectura optativa u otra necesaria para preparar un tema. Compartir con un grupo de estudiantes de literatura lo que tanto deseé hacer meses, días u horas atrás leyendo a solas. Quizá uno escribe un artículo de investigación o una reseña también por eso, por la necesidad de decir algo propio, nuevo, sobre lo que todo el mundo ve. Y uno quiere creer que a veces sirve. El caso es que las circunstancias me han permitido dar unas clases que no son mías en una asignatura que di hace años y que incluye el análisis de una joya como La Regenta, que me brinda la oportunidad de demorarme en los procedimientos narrativos utilizados por el autor para mover a un personaje como Obdulia —no digamos ya la inmensidad de otros como Ana, el Magistral o, claro, el acólito Celedonio—, o lo que es lo mismo, de disfrutar como un niño explicando la novela o permitiéndome digresiones sobre cómo fue recibida con el entusiasmo de Emilia Pardo Bazán o con el punzante desprecio del P. Blanco García. Lo de doña Emilia fue literal, pues escribió a su «distinguido» Alas para que le mandase a París (Rue Richelieu, 80) un ejemplar del primer tomo, que leyó fascinada en abril de 1885, y tuvo que esperar hasta principios de julio para fingir sentirse indispuesta con jaqueca, meterse en la cama y disfrutar con la continuación de la historia de ese «tipo femenino de equilibrio inestable» que es Ana Ozores. Así, más o menos, lo conté ayer; y noté ese brillo de interés en el aula que te salva una clase. Para compensar, no sé si merece la pena repetir la alusión al padre Francisco Blanco García, que en La literatura española del siglo XIX (1891) despachó en cinco líneas la novela, que llamó «disforme relato de dos mortales tomos», y arremetió contra los escritores naturalistas de este modo: «Renuncio a prolongar esta reseña con los nombres, poco y en mala parte conocidos, de varios escribidores que han hallado en el naturalismo un medio para salir de la obscuridad, vertiendo a granel las contadas especies que caben en sus empobrecidos y anémicos cerebros, lanzando a la voracidad lujuriosa de algunos lectores los hediondos comistrajos, las hirvientes gusaneras con que se sacian, para irritarse de nuevo, los estímulos de la sensualidad. No a la crítica literaria, sino a la policía, toca habérselas con los productos nocivos del contrabando novelesco» (2ª ed., 1903, pág. 554). Nunca tiene uno tantas ganas de que se tome nota; pero, sobre todo, de que se lea con la misma fruición que la autora de Los Pazos de Ulloa una obra tan sobresaliente y que, por fortuna, sigue figurando en nuestros planes de estudios. El próximo día volveré con más ganas a recomendar su lectura, y, vista la construcción general del relato, por ejemplo, abordar cómo y por qué resuelve el autor algunos capítulos con los cabos sueltos que retomará con maestría más adelante. Por el momento, me quedo con Obdulia en el final del capítulo VII, mostrando un pollo pelado que palpitaba a punto de jincar el poleo. Propuestas de interpretación y trabajo gustoso.
lunes, noviembre 20, 2023
La Ribera de la Educación
En más de una ocasión he estado en lugares a los que no me habían llamado y en los que mi experiencia ha resultado extraordinaria. Han sido situaciones sobrevenidas, con el punto chocante del que gana una carrera sin competir o del que conoce a una celebridad por sustituir a otra persona, y las cuento con mucho placer por lo mucho bueno que me han deparado. Ayer domingo ocurrió algo así. Resulta que la Biblioteca Pública de Cáceres y la Asociación Amigos de la Ribera del Marco, que organizan desde 2020 una plantación solidaria de olmos en la que implican a colectivos de la ciudad —ya fueron los escritores y escritoras extremeños y los profesionales de los medios de comunicación, que ya acompañé—, enviaron a la Universidad de Extremadura la invitación para que esta se sumase a la actividad de este año, llamada «La Ribera de la Educación», en la que participaban los centros enseñanza de Cáceres en los niveles de Primaria y de Secundaria. Respondieron de treinta y siete colegios e institutos; pero ninguna autoridad de la institución universitaria. Parece que la solicitud fue al Rector, a algún vicerrectorado y a algún profesor; y la callada por respuesta nos pone lamentablemente al margen de actos de sociedad en los que la Universidad debería estar obligada a implicarse, a participar, a hacerse útil también en lo pequeño cotidiano. De no haber tomado café este viernes con uno de los entusiastas responsables de la organización, un bibliotecario de la Pública cacereña, que me habló de la actividad de este curso y de que el árbol de la UEX no tenía nadie que lo plantase, no me habría pasado por la Huerta del Conde la espléndida mañana de ayer domingo para participar en una iniciativa que reunió a numerosos docentes de colegios e institutos, a madres y padres y a bastantes niños y niñas. No estuve solo. Carmen, de la Biblioteca Central de Cáceres, fue conmigo; y allí, al vernos dispuestos con el cartelito de la Universidad, se nos sumó Lupe, del Centro Universitario de Mérida. Así que fuimos tres universitarios quienes plantamos el olmo que nos representa en tan especial paraje, en el que se dijeron palabras reivindicativas de la educación y su función esencial, y se recordó la prioridad de la conservación de un entorno natural tan próximo y querido como la Ribera del Marco cacereña. Me acordé de unos versos de Basilio Sánchez al llegar a casa: «Necesito vivir en un país / que no haya renegado de sus árboles, / necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra», de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor Libros, 2019).
domingo, noviembre 19, 2023
Jóvenes y dieciochistas
O de Oviedo a Cádiz. Escribía este pasado miércoles en la preciosa ciudad del sur, a la que me llevaron asuntos académicos próximos a los intereses que me pusieron a primeros de mes en Asturias. Allí estuve en las IV Jornadas de Investigación de Jóvenes Dieciochistas organizadas por el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (IFESXVIII) y la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII (SEESXVIII) en los días 2 y 3 de este noviembre, y ya desde allí tuvieron que ver con lo de Cádiz de esta semana. La organización ya por cuarta vez de esas jornadas es una de las más gratificantes actividades de unas asociaciones entre cuyos principios fundamentales está contribuir al conocimiento y al estudio multidisciplinar del siglo XVIII, y fomentar ambos entre los jóvenes investigadores. La SEESXVIII, además, convoca anualmente un premio a un artículo de temática dieciochesca publicado en una revista científica —en formato papel o digital— escrito por un investigador o investigadora en etapa temprana de su carrera —en periodo doctoral o que haya defendido su tesis durante los diez años anteriores a la convocatoria. En esta modalidad, recibió su galardón en Oviedo la joven dieciochista Noelia López Souto por su trabajo «Epicureísmo y erotismo en la obra del poeta José Iglesias de la Casa. Nuevas aportaciones y lecturas», publicado en el Boletín de la Real Academia Española (tomo CII, núm. 326, de 2022). Ella, Noelia, había sido una de las participantes de estas jornadas en otros años, y representaba el resultado brillante de sus afanes en los primeros pasos en la carrera académica universitaria; en su caso, ya con otra proyección. Fue muy agradable convivir durante unas horas con otros jóvenes graduados que trabajan aún en sus tesis doctorales y que se esfuerzan para presentar de la manera más correcta posible sus últimas investigaciones, con la pretensión de encontrar un buen sitio de publicación en alguna revista de referencia. Trabajos sobre individuos de cierta relevancia en ámbitos locales o de América, sobre diplomacia, correspondencia o sobre elites o familias en diferentes momentos del siglo ilustrado, sobre prensa y la repercusión de las noticias de enfermedades, o sobre aspectos literarios en géneros como la tragedia o el prosaísmo como recurso poético del que trató el hijo de veintipocos años de un compañero dieciochista a quien conocí cuando teníamos parecida edad y no éramos doctores. Fue en el IV Encuentro De la Ilustración al Romanticismo que sobre el rey Carlos III se celebró en abril de 1988 en Cádiz, en el que algunos —como el otro día en Oviedo— les pusimos caras a las fuentes secundarias que manejábamos como referentes del dieciochismo español. Un viaje de norte a sur, de un mar a otro, en el que el tiempo presente es una orilla y el pasado otra, y la distancia entre ambos quiere sentirse como mera apariencia.
domingo, noviembre 12, 2023
El tiempo confeso
2022 fue un año de celebración para Hilario Bravo (Cáceres, 1955). Celebró los cincuenta años de trayectoria artística con una gran exposición —Diario de un chamán. 50 años— que estuvo en la Sala El Brocense de Cáceres, en septiembre-octubre, y en el MEIAC de Badajoz, en noviembre-diciembre; y que luego remontó en San Sebastián en mayo-junio de 2023 en la Casa de Cultura Okendo, para culminar así un largo recorrido de medio siglo iniciado precisamente en Donostia con una primera muestra colectiva en 1972. Otro gesto recopilatorio, menos público, fue la edición de una carpeta con el mismo título de Diario de un chamán que incluía cinco reproducciones y un cuaderno explicativo de otros tantos ejemplos de series o etapas de su pintura en estos cincuenta años: las series ‘Tenerife’ —de finales de los setenta— ‘Berlín’ —en los ochenta—, ‘Roma’ —testimonio de la beca en la Real Academia de España en el curso 1995-1996—, ‘Las cuentas de Caronte’ —que recibieron el nuevo siglo— y la serie ‘La ventana de Malevich’ —de 2019. Pero, sin duda, fue la acción expositiva lo más notorio de esa mirada histórica hacia una labor constante y una obra copiosa que ha hecho girar su reflexión sobre el ser humano en torno a ejes temáticos como la existencia, la naturaleza, la noción de lugar o, también, la expresión artística del texto literario, que es hacia donde está orientado el otro gran acontecimiento del año de Hilario Bravo: la publicación de la primera entrega de una trilogía —Escritos en la niebla— bajo el título de El tiempo confeso (1972-2022). Diarios de Hilario Bravo (Cáceres, Edición del autor, 2022), que recoge todos los textos sobre arte del autor. A mí esto me parece muy importante, pues no suelo disponer de tanta cantidad de páginas que alberguen el pensamiento de un artista plástico contemporáneo, no solo sobre su propio quehacer, sino sobre muy diversos asuntos, como la política cultural o el modelo de ciudad, el cine o la obra de otros creadores. No es una mera recopilación cronológica de textos, desde un primer apunte facsimilado de agosto de 1972, sino que es una reunión de escritos razonada estructuralmente, articulada en cuatro grandes bloques: «Dibujando en la niebla» sí es el compendio más exhaustivo, y extendido en el tiempo (1972-2022), de notas y apuntes sobre el arte, que permite ver la evolución del pensamiento de Hilario Bravo. «Escribiendo en la niebla» como segundo corte tiene el carácter recopilatorio de recoger escritos dispersos en muchas publicaciones, periódicos, revistas, catálogos o redes sociales. «Diarios en la niebla» son las apuntaciones creadas en torno a algunas de las creaciones del autor entre 1997 y 2019, como Las cuentas de Caronte, La ventana de Malevich, Los papiros de Nut o Las paredes de la idea. Y «Conversaciones bajo la lucerna» cierra el volumen como larga y pensada entrevista con Maider Beunza, que es también un rico venero del que nutrirse para acceder al pensamiento artístico y vital de Hilario Bravo. Celebro esta lectura porque siempre se ha insistido en la presencia de la literatura en su obra, que incorpora texto o palabra al trazo o al dibujo, o que toma el texto como inspirador en propuestas como el Cantar de los cantares (1990), las Jarchas mozárabes (el agua incendiada) (1997), La pluma y el espino. I Centenario de Carolina Coronado (2010), o las serigrafías ‘catulianas’ de Odi et amo (2020), entre otras. Su insistencia me la confirmó la charla que programó para el 27 de octubre en el Espacio de Arte y Creación Belleartes de Cáceres sobre «La palabra pintada. ¿Palabra o imagen?» y que coincidió con la inauguración de la exposición Como una llamada a los cuervos en medio del silencio, de la colección de videoarte de Teresa Sapey, organizada por la Fundación Caja Extremadura en el Museo Vostell Malpartida. Lo cierto es que la obra pictórica de Hilario Bravo siempre ha estado relacionada con la literatura, con su propia vocación literaria, y estos ‘escritos en la niebla’ de El tiempo confeso —tras aquel sugerente Cuaderno de Roma (2002)— deben ser tenidos en cuenta en un panorama todavía no historiado de una escritura ensayística y diarística que entre autores extremeños viene dando destacables ejemplos. Y el de Hilario Bravo merece mucha atención por su hondura y por su capacidad de acompañar luminosamente la comprensión de su propia obra.
sábado, noviembre 04, 2023
Tan solos los muertos
Por segunda vez, y ahora en torno a fechas tan señaladas como los días de Todos los Santos y de Difuntos, la editorial vallisoletana Deméter presenta en Extremadura una de sus novedades, esta edición del texto de Gustavo Adolfo Bécquer Tan solos los muertos. Ilustrado por Roger Olmos (Valladolid, Editorial Deméter, 2023). La conocida rima LXXIII —la 71 en el Libro de los gorriones— como ejemplo clásico de recreación de lo fúnebre, seña de identidad de este singular sello editor. Será el viernes 10 de noviembre, dentro de las VIII Jornadas Góticas de Cáceres que organizan conjuntamente las asociaciones Norbanova y Letras Cascabeleras, y cuyo programa puede verse aquí. La rima conocida por su estribillo «¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!» ha sido una de las que ha ocupado más espacio a la crítica sobre la obra poética de Bécquer. Por un lado, por su historia textual, en la que destaca un manuscrito que ha sido editado modernamente, y como más reciente, una edición facsimilar que publicó su propietario Enrique Toral al cuidado de una especialista como Marta Palenque (Editorial de la Universidad de Sevilla, 2020). Por su contenido, ha propiciado algunas de las lecturas que alimentan la leyenda becqueriana y se afanan en encontrar correspondencias en sus versos con la vida del poeta, o, simplemente, ha generado lecturas muy razonables que han tenido en cuenta unos precedentes literarios tan cercanos al autor como el Diablo Mundo de Espronceda, precisamente. Lo funeral de la rima LXXIII tiene en Bécquer el contrapunto cómico-macabro de los dibujos que el poeta hizo en el álbum de Julia Espín bajo el título de Les morts pour rire, que nos ofrecen esos «muertos de risa» que juegan al tenis, hacen esgrima atravesándose la osamenta o fuman en pipa, y que editara y estudiara brillantemente Jesús Rubio Jiménez en su revista El Gnomo en 1997 y luego en su reconocido libro Pintura y literatura en Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2006); y que pueden verse en la prodigiosa Biblioteca Digital Hispánica de la Biblioteca Nacional de España. Qué interesantísima conciencia sobre la muerte la de Bécquer que ahora me recuerda esta esmerada edición de Tan solos los muertos, como otra materialidad por mano ajena —la del ilustrador barcelonés Roger Omos— de la coexistencia artística y vital de escritura y dibujo en el gran poeta de las Rimas.
viernes, octubre 27, 2023
Traducir
Tengo mucha admiración por quienes se dedican a la traducción literaria, y celebro cuando esta se reconoce cumplidamente en las ediciones traducidas de una obra extranjera. No ha sido siempre así y ha tenido que pasar su tiempo hasta que la mención de quien ha traducido una obra se imprima en su cubierta, y no solo en la portada o en los créditos. Libros del Asteroide, Anagrama, Galaxia Gutenberg, Nórdica o Pre-Textos son sellos que lo publican en la tapa, y otros con una importante producción de literatura extranjera, como Tusquets, Periférica o Capitán Swing lo hacen en la portada interior. Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, se publicó por primera vez en Seix Barral en 1967, y ni en cubierta ni en portada se puso quién la tradujo. Dentro, en los créditos, se decía que el traductor fue Jaime Gil de Biedma. Hoy, la misma editorial lleva el nombre de Rosa Martínez-Alfaro a la tapa trasera de Mateo perdió el empleo, de Gonçalo M. Tavares, y lo repite, claro, en la portada. Hace unos meses anoté mi experiencia de lectura de la trabajada traducción de Victoria Pradilla del libro de Anna Sherman sobre Tokio, y poco después volví a fijarme en el trabajo de creación de quienes nos traen las palabras del cercado ajeno, que diría un traductor eminente como Enrique Díez-Canedo. Fue cuando leí algunas obras traducidas de Annie Ernaux: La vergüenza (Traducción de Mercedes y Berta Corral. Tusquets Editores), Pura pasión (Traducción de Thomas Kauf. Tusquets Editores), Los armarios vacíos (Traducción de Lydia Vázquez Jiménez. Cabaret Voltaire)… Y, especialmente, Los años, traducida también por Lydia Vázquez Jiménez, catedrática de Filología Francesa en la Universidad del País Vasco, para esa misma editorial Cabaret Voltaire en 2019. Y me fijé en expresiones como «¡qué chorrada!», «mola», «chungo», «chachi» o «de puta madre», que aparecen —todas juntas— en uno de los breves fragmentos con los que se construye la obra, y me pregunté por las palabras de origen en francés. Conseguí una reimpresión de la edición francesa de Gallimard (Col. Folio, núm. 5000) de 2008 y comprobé el texto original: «c’est cloche», «formidable», «la vache», «vachement» (pág. 55). Sin duda, la traductora ha elegido términos más adecuados al uso del lector español para que se este se haga una idea de ese «lenguaje nuevo» de los jóvenes de clase media de los que habla el fragmento. A partir de ese momento, y apreciando la licitud de esta connaturalización de la versión española de un texto en otra lengua, fui anotando momentos destacables como este: «A ellos les importaba un pito, cantaban a voz en grito Pinocho fue a pescar, imitaban las voces de Piolín y Silvestre, se lo pasaban bomba repitiendo Chocolate con leche Nestlé extrafino, un gran vaso de leche en cada tableta, Bic Bic Bic, Bic naranja, Bic cristal, Moussel, Moussel de Legrain Paríiiis» (pág. 176). Que transcribo por mi edición francesa: «Ils n’en avaient cure, chantaient à tue-tête À la pêche aux moules moules moules, imitaient les voix de Titi et Grosminet, s’enchantaient de répéter Mammouth écrase les prix, Mamie écrase les prouts, les Muppet Show et les durs pètent froid» (pág. 139). Confirmaba que la intención de la traductora no es buscar la fidelidad con el texto de partida, sino congeniar, por así decirlo, con el medio sociolingüístico del receptor español. Así también cuando se alude a los periódicos gratuitos distribuidos en París por los SDF (sans domicile fixe), los sin techo o mendigos en la traducción, y Le Réverbère o La Rue se convierten en La Farola y La Calle. Hay una clara voluntad de adaptación que conlleva un tratamiento muy especial del lenguaje directo y actual de Annie Ernaux en su escritura, «una escritura donde cada palabra pesa un kilo», como dijo Lydia Vázquez en un artículo en el que explicaba buena parte de lo que a mí me interesó cuando leí las obras de la autora normanda, que no se traducen palabras sino experiencias, que es muy difícil encontrar una equivalencia que funcione: «Por ejemplo, en Los armarios vacíos, Ernaux menciona “le quat'sous”. Quat'sous o quatre sous, literalmente “cuatro céntimos”, en francés se utiliza para definir algo sin valor. Pero ella utiliza esa expresión para nombrar al sexo femenino (según el léxico infantil de su Normandía natal en su época). Yo conocía el primer significado pero no el segundo. Descubrirlo me sirvió para entender la polisemia de quat'sous y poder traducirlo en español como hucha». En Los años, se renuncia al calambur en francés compromis (compromiso) / con promis (coño prometido) y se traduce: «cariño, ¿tú y yo qué somos? Dos pronombres» (pág. 22). El quehacer fascinante de quienes nos traen los textos de otras lenguas nos puede proporcionar un redoblado disfrute en la lectura.
jueves, octubre 19, 2023
Mujeres sobre Elena Garro
Tomo notas para unas clases futuras en las que quiero trabajar sobre la narrativa de Elena Garro (México, 1916-1998) y he leído las miradas de cinco escritoras en la edición de Alfaguara de 2019 de Los recuerdos del porvenir, la novela principal de la autora mexicana que voy a programar en el curso. El pasado tuve la experiencia de vivir la fascinación por Elena Garro demostrada en la elaboración de un trabajo de fin de grado de Adriana Sánchez Vaquero que mereció la máxima calificación, centrado en ese caso en el eco de la escritora en España, y, principalmente, en su faceta de poeta, pues ha sido una editorial española —extremeña para más señas— la que más ganas ha puesto y está poniendo en dar a conocer su obra poética completa: Cristales de tiempo. Poemas de Elena Garro. Edición, estudio preliminar y notas de Patricia Rosas Lopátegui. Galisteo (Cáceres), La Moderna, 2018. Es una edición hecha sobre la que se publicó en la Universidad Autónoma de Nuevo León en enero de 2016, para celebrar el centenario del nacimiento de la escritora. Lo cierto es que quien quiera leer en España su poesía tiene felizmente a su disposición esta edición promovida por David Matías y Lidia Gómez en La Moderna. En lo que ando ahora es en Los recuerdos del porvenir, la obra que, junto con los cuentos, ha tenido más recorrido editorial en España, y una de las que mejor representa la postergación de la autora y de su literatura en relación con la presencia y la pujanza de los escritores contemporáneos de su entorno mexicano, desde Juan Rulfo o Carlos Fuentes, hasta el que fue su marido, Octavio Paz. «Se la ha considerado una ‘precursora’ del realismo mágico, del mismo modo que a Juan Rulfo aunque a ella se le ignoró por décadas» (pág. 317), dice Gabriela Cabezón Cámara. Esta escritora argentina es la encargada de abrir el apéndice —«Más allá de Ixtepec»— que se incluye en la edición citada de Los recuerdos del porvenir; «una gran aventura para leer y releer» (pág. 323), según la chilena Isabel Mellado, la violinista autora de Vibrato (Alfaguara, 2018). Muy oportunamente, la española Lara Moreno escribe sobre «Las mujeres de Ixtepec», pero también sobre el narrador y sobre el espacio de este libro «hermoso, suave y duro como un paisaje olvidado» (pág. 332). Completan estas miradas sobre Elena Garro dos autoras de la misma edad, la mexicana Guadalupe Nettel y la colombiana Carolina Sanín. La primera es una de las más firmes en protestar por determinadas circunstancias de subestimación y en reivindicar el lugar que merece la literatura de Garro y un título como Los recuerdos del porvenir, «la mejor novela mexicana escrita en el siglo XX» (pág. 340); y Sanín destacará de nuevo la evidencia de lo femenino y de una noción de lugar en ese relato en su texto «La piedra aparente», que retoma la primera frase de todo: «Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente» (pág. 15). Es un buen coro de voces para envolver Los recuerdos del porvenir, un coro sobre el que ya llamó la atención otra mujer, Berna González Harbour, en el diario El País, en donde Javier Rodríguez Marcos publicó una ocurrente columna —«Las fajas las carga el diablo»— sobre la metedura de pata de una editorial española en la promoción de la reedición de la novela Reencuentro de personajes (2016), de Elena Garro: «Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges». ¡Ay!
lunes, octubre 16, 2023
Villuercas
Al llegar a casa la noche del sábado fui a mi ejemplar del libro de Ada Salas que ilustra esta entrada. Estuve en las Villuercas, en Cabañas del Castillo, y pasé el día con Ada y Rafa Fontán, y con su amiga Catina Avendaño, una experta en arquitectura rural. Allí me señaló Ada una ruina que fue el modelo del dibujo de Jaime Anduiza que ilustró la cubierta de Esto no es el silencio (Madrid, Hiperión, 2008), por el que obtuvo el año anterior el XV Premio de Poesía Ciudad de Córdoba «Ricardo Molina». Con el libro en las manos, reparé en que el título tiene ahora una clave cómica que espero explicar en esta breve crónica; pero también una razón literaria que lo vincula al maravilloso entorno natural que acoge a estos amigos y que el sábado me tuvo como admirado visitante. Ahora, mi lectura de poemas como el inicial («El óxido / la zarza / algún resto que antiguos habitantes / no llevaron consigo. No es hospitalario / este lugar. Es hosco / y sin embargo / qué te trajo hasta aquí. / No hay nadie / ya lo ves / no hay nada / y sin embargo / esto no es el silencio» […]) se enriquece al asociarle lo visible de un paraje, cuyos elementos —las ramas, la roca, la grieta, el buitre…— pueblan los textos, que, en algunos casos, se me presentan, tantos años después y además, como un cuaderno de campo («Villuercas, I», «Villuercas, II») en el que los vestigios de un castillo están en «esta roca elevada / sobre la luz del mundo», y su relectura es un modo de perduración de un instante de especial plenitud. Es muy estimulante volver a mirar así un libro. Y es muy divertido bromear con su título y decir «Esto no es el silencio», o cuestionar el verso «No hay nadie», después de haber pasado unas horas en las que aquel entorno natural y apacible se llenó de un infrecuente y colorido gentío que acudió a la convocatoria de la Marcha Rosa contra el Cáncer de Mama. Bienvenida fue aquella inesperada invasión que nos ofreció una tarde también festiva en eso.
sábado, octubre 07, 2023
Mi tía Carolina Coronado
Ayer pasé en coche por las traseras de las casetas de la XXXIII Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid que está en el Paseo de Recoletos, y las pocas horas que estuve en la capital no me dieron para echar un vistazo con tranquilidad y pescar alguna pieza apetente. Pero allí estaba mi hermano Josemari, a quien recogí en la Plaza de las Cortes, con este regalo espléndido que me compró en la feria: la primera edición de Mi tía Carolina Coronado, de Ramón Gómez de la Serna (Buenos Aires, Emecé Editores, 1942), un ejemplar excelente, encuadernado en holandesa con lomo en trapecio y que conserva las cubiertas originales. No recuerdo así la obra, y sí, probablemente, en las biografías completas; y está claro que cuando uno pasa por los libros con otro propósito no repara en lo que luego le interesará por otros motivos. Por ejemplo, que Ramón dedicó unas cuarenta páginas, antes de empezar con el «Nacimiento y primeros años de Carolina Coronado», al romanticismo, al «primer romántico de España, Cadalso el desenterrador», al «segundo romántico» —Larra— y a Espronceda. Y que en el novelesco capitulillo sobre el autor de las Noches lúgubres edita dos de sus poemas («Injuria el poeta al amor» y «Retráctase el poeta de las injurias que dijo al amor en el mismo metro»), como modelos de su «estro oscilante entre el creer y no creer» y de «su inquietud romántica» (pág. 34). Me gusta tener este libro como una pieza histórica sobre una autora que solo desde los últimos veinte años del pasado siglo ha sido bien estudiada y bien editada, como una recreación de una «silueta rica en tirabuzones» (pág. 57), que puso el acento más en la novelización de los detalles de vida y de dulzura que en el rigor documental. Me gusta leer esa imagen que Ramón escribe de la hermana de su abuela materna, aunque, en términos de rigor histórico y para compensar fabulaciones, me tranquiliza hacerlo con un antídoto cerca, este otro libro que me ocupa desde que me lo traje de Almendralejo el 7 de julio, cuando se presentó. Es el monumental estudio biográfico —y más— de Carmen Fernández-Daza Álvarez e Isabel María Pérez González Carolina Coronado, un siglo en rotación (Editora Regional de Extremadura, 2023), de casi novecientas cincuenta páginas. Aparte de sus muchos valores y aportaciones como trabajo de investigación y biografía principal y definitiva de la escritora, es una obra muy especial por su condición de alianza de dos afanes admirables. Es una obra de una doble autoría que es la unión de dos vidas dedicadas al estudio de la de Carolina Coronado, la unión de las dos biógrafas que más han aportado en trabajos muy citados como Carolina Coronado. Del Romanticismo a la crisis de fin de siglo (1999) —y antes su biografía Carolina Coronado. Etopeya de una mujer (1986)—, de Isabel Mª Pérez González; y La familia de Carolina Coronado. Los primeros años en la vida de una escritora (2011), de Carmen Fernández-Daza. Es tal la voluntad de sumar estos dos capitales intelectuales reunidos durante tantos años, y tal la complicidad, que en los veinte capítulos que conforman el libro y que firman individualmente Carmen —nueve— e Isabel —once— promueven un original diálogo entre ambas con los exergos de todos y cada uno de ellos, de tal manera que todos los redactados por Carmen Fernández-Daza se encabezan con citas del libro principal de Isabel Pérez, y los de ésta van encabezados por otras de La familia de Carolina Coronado, de Fernández-Daza. El conjunto es portentoso, y un comentario bien elaborado sobre sus virtudes precisaría de no pocas páginas para hacerle justicia. Ya que todo ha comenzado en Mi tía Carolina Coronado, añadiré lo que Carmen Fernández-Daza dice sobre el librito de Ramón para renegar «de la licencia de imaginar, que es don del novelista» (pág. 49) y hacer una contundente demostración de honestidad intelectual sobre su propia investigación: «Se trata de una reescritura del personaje femenino que nace del goce de solo presentir, de la ‘veraz’ imaginación de la intimidad, en todo ese universo que puebla la superhistoria del novelista. Ya en el prólogo del libro se nos sugieren la reivindicación de la fantasía y la lucubración del género biográfico que, lejos del rigor histórico, alientan en general a los personajes redivivos de Gómez de la Serna» (págs. 48-49). Contra esto, la mejor vacuna es la lectura de un estudio tan incontestable y honesto como Carolina Coronado, un siglo en rotación.
martes, octubre 03, 2023
Leer mucho
Rafael Ximeno y Planes
A lo mejor en otro momento, si me vaga, me explayo sobre los motivos por los que compré y leí las Memorias de una mujer libre, de Nuria Amat (Madrid, La Esfera de los Libros, 2022). Uno de sus capítulos se titula «Escribe mucho y lee mucho» y coincidió su lectura con una clase en la que hablamos de escribir y de leer. Me acordé aquel día de que hacía años, mi colega —y entonces compañero de Facultad— Luigi Giuliani, a quien invité a mi curso para que hablase de crítica textual, preguntó a mis alumnos si tocaban algún instrumento. Lo hizo porque un poco antes había preguntado de quién era el verso «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada», final del soneto «Mientras por competir por tu cabello» de Góngora, y nadie supo responder. De las chicas y chicos presentes, J. había dicho que sí, que tocaba la viola; y Luigi le preguntó cuántas horas al día: «—Dos» —respondió. Entonces mi colega dijo que un profesional de la música puede tocar entre cuatro y seis horas diarias, y que quien quisiera dedicarse profesionalmente a la literatura debería leer algo equivalente, parecido número de horas. Aquello me pareció muy bien llevado al aula y una aproximación cercana a un ideal que un joven con pretensiones literarias no debería despreciar. Y ojalá que el leer mucho lleve a escribir mucho, aunque lo escrito no germine en nada perdurable. Pero habrá merecido la pena, como constaté el sábado 16 del mes pasado en Badajoz, en el encuentro de la Escuela de Letras organizado por la Asociación de Universidades Populares de Extremadura (Aupex), la Editora Regional y la Asociación de Escritores y Escritoras de Extremadura, en la Biblioteca de Extremadura, y en el que varias alumnas y menos alumnos de los talleres del pasado curso leyeron sus textos en público, con vocación sobrada y pudor disimulado. El que superó Víctor Valadés Paredes al preguntarme si yo era yo y presentarse. Me regaló su libro de poemas Conversaciones con Mariel (Amargord Ediciones, 2022), y supe que tenía ya dos libros más publicados en la colección Alcazaba de la Diputación de Badajoz, avalados por Manuel Simón Viola, su valedor desde sus estudios en el Claret de Don Benito, de donde es natural Valadés. Leí el libro condicionado positivamente por el gesto de su autor, y sobre sus «conversaciones» con alguien no explícito me reservo unos comentarios que le haré llegar. Fue otra de esas experiencias en torno a la literatura más satisfactoria y humana, que no siempre coincide con la más culta y cualificada, y que aporta una autenticidad a lo que uno lee muy de agradecer. De lectura van unas palabras de Cervantes que hace años fotocopié y pegué en un cartón que tengo en una estantería de mi despacho: «[…] que el ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres.» Son de las que dice Auristela a Sinforosa en el capítulo sexto del libro segundo del Persiles; que es la misma idea que está en la segunda parte del Quijote, en el capítulo XXV: «Ahora digo […] que el que lee mucho y anda mucho vee mucho y sabe mucho.», capítulo por el que volví a pasar la otra noche. Viajar es leer y leer es viajar, o algo parecido, creo que se atribuye a Victor Hugo; y me gusta lo que leí en una novela que ya mencioné aquí, Tres luces, de Claire Keegan, cuando el personaje de la niña recuerda cómo leía con ayuda: «Al principio, me costaban las palabras más largas, pero Kinsella mantenía la uña debajo de cada una, pacientemente, hasta que la adivinaba y entonces hice eso yo sola hasta no necesitar más adivinar y seguí leyendo. Fue como aprender a andar en bici; sentí cómo arrancaba, y la libertad de ir a lugares a los que no había podido ir antes, y resultó fácil.» (págs. 70-71). Leí y anoté, con voluntad de volver a compartir este placer asequible que da la afición a la lectura.
jueves, septiembre 28, 2023
Lisboa
Escribo cerca de la lisboeta Praça do Rossio por la que pasé al llegar aquí y de vuelta del Museu Nacional de Arte Contemporânea. Gustosamente inevitable el recuerdo de las «mañanas ruidosas» del poema de Ángel en La ciudad blanca, la que acorta las horas de un día al revisitarla un poco y transitar por la alfombrada presencia de los calceteiros, admirables. La cualificada recomendación de Antonio Sáez de bajar hasta Alcântara se concentró en la librería Ler Devagar. Me llevé un libro «antiguo» —de 2002— de Teresa Rita Lopes, A Fimbria da Fala, con dibujos de Mário Botas y un prólogo de António Ramos Rosa, y, como una cosa lleva a otra, eché a la bolsa el primer volumen de la Obra poética del poeta de Faro, una edición que no conocía, de Assírio & Alvim, de 2018, en 1264 páginas, de la que hay un segundo volumen que no tenían, publicado dos años después, y que me ha parecido un buen motivo para volver a esa nave inmensa llena de libros en la que un joven autor se afanaba por atraer la atención de las cuatro personas que se habían sentado para la presentación de su obra. Leo en los diarios de Miguel Torga anotaciones fechadas en España —Salamanca, Ávila, Madrid, El Escorial, Toledo Barcelona, Mallorca…— en agosto y septiembre de 1950: «Pensar, em Castela, é deambular numa prisão. A prisão da Fé e da Pátria». Dom Quixote editó hace años los volúmenes del Diário y también una Antologia poética en 1999, sobre la preparada por el propio autor un año antes de su muerte. He caminado de vuelta hasta Marquês de Pombal casi sin notar el peso, fijándome en todos los detalles de una zona con menos turistas como yo; y escribo ahora como por necesidad de rubricar una jornada provechosa fuera pero cerca de casa.
jueves, septiembre 21, 2023
Nao de sones
Había escrito buena parte de esta nota sobre este disco que he escuchado varias veces en estos días desde que lo recibí; y esperaba tener un hueco para revisarla y publicarla cuando me ha llegado la noticia de que a Ana Zamora le han concedido el Premio Nacional de Teatro 2023. Merecidísimo. Por el empeño y la profesionalidad que esta segoviana nieta de filólogos ilustres ha puesto en su trayectoria como directora de la compañía Nao d’amores, gracias a la que hemos conocido, montada con una calidad extraordinaria, una selección exquisita del teatro medieval y renacentista español, de autores poco vistos en la cartelera tradicional, como Juan del Enzina, Lucas Fernández, Gil Vicente, Bartolomé de Torres Naharro o Jerónimo Bermúdez. Claves y cornamusas, panderos y chirimías, flautas y salterios…, más las voces de tiples y altos, tenores y barítonos… han acompañado desde su fundación todas las propuestas dramáticas de Nao d’amores, inconcebibles sin una música cuya dirección durante muchos años corrió a cargo de la sabia mano de Alicia Lázaro (1952-2022), a quien va dedicado este disco: 20 años navegando. Espectáculos 2012-2021. Quizá llamen la atención las fechas, que acotan solo diez años. Veinte son los que llevaba la compañía «navegando», desde 2001, y la mitad que falta en la rotulación del cedé está en la edición de otro, el primero, que apareció en 2011 (Nao d’amores. 10 años navegando). Si aquel recogía piezas musicales y vocales de los memorables montajes Auto de los Reyes Magos, Dança da morte/Dança de la muerte, Misterio del Cristo de los Gascones, Auto de la Sibila Casandra, Auto de los Cuatro Tiempos y la Comedia llamada Metamorfosea; ahora, en la última década, la selección cubre un portentoso repertorio: Triunfo de amor (2015), Farsas y églogas de Lucas Fernández (2012), Comedia Aquilana (2018), Tragicomedia llamada Nao d’amores (2016), Europa que a sí misma se atormenta (2017), Nise, la tragedia de Inés de Castro (2019) y Numancia (2021). En la grabación, realizada en la iglesia de San Quirce de Segovia este año 2023, ha participado prácticamente todo el equipo de actores-cantores-músicos-intérpretes y técnicos de Nao d’amores, una demostración más de una filosofía teatral que integra en escena palabra, música, movimiento… con una maestría fundada siempre en una tenaz tarea de investigación y estudio, que ha convertido a esta compañía en una de las más exigentes y cualificadas del panorama teatral español. Parte de su gran banda sonora en todos estos años me acompaña ahora para celebrar este Premio Nacional de Teatro a su fundadora y directora. Enhorabuena, Ana.