En más de una ocasión he estado en lugares a los que no me habían llamado y en los que mi experiencia ha resultado extraordinaria. Han sido situaciones sobrevenidas, con el punto chocante del que gana una carrera sin competir o del que conoce a una celebridad por sustituir a otra persona, y las cuento con mucho placer por lo mucho bueno que me han deparado. Ayer domingo ocurrió algo así. Resulta que la Biblioteca Pública de Cáceres y la Asociación Amigos de la Ribera del Marco, que organizan desde 2020 una plantación solidaria de olmos en la que implican a colectivos de la ciudad —ya fueron los escritores y escritoras extremeños y los profesionales de los medios de comunicación, que ya acompañé—, enviaron a la Universidad de Extremadura la invitación para que esta se sumase a la actividad de este año, llamada «La Ribera de la Educación», en la que participaban los centros enseñanza de Cáceres en los niveles de Primaria y de Secundaria. Respondieron de treinta y siete colegios e institutos; pero ninguna autoridad de la institución universitaria. Parece que la solicitud fue al Rector, a algún vicerrectorado y a algún profesor; y la callada por respuesta nos pone lamentablemente al margen de actos de sociedad en los que la Universidad debería estar obligada a implicarse, a participar, a hacerse útil también en lo pequeño cotidiano. De no haber tomado café este viernes con uno de los entusiastas responsables de la organización, un bibliotecario de la Pública cacereña, que me habló de la actividad de este curso y de que el árbol de la UEX no tenía nadie que lo plantase, no me habría pasado por la Huerta del Conde la espléndida mañana de ayer domingo para participar en una iniciativa que reunió a numerosos docentes de colegios e institutos, a madres y padres y a bastantes niños y niñas. No estuve solo. Carmen, de la Biblioteca Central de Cáceres, fue conmigo; y allí, al vernos dispuestos con el cartelito de la Universidad, se nos sumó Lupe, del Centro Universitario de Mérida. Así que fuimos tres universitarios quienes plantamos el olmo que nos representa en tan especial paraje, en el que se dijeron palabras reivindicativas de la educación y su función esencial, y se recordó la prioridad de la conservación de un entorno natural tan próximo y querido como la Ribera del Marco cacereña. Me acordé de unos versos de Basilio Sánchez al llegar a casa: «Necesito vivir en un país / que no haya renegado de sus árboles, / necesito vivir en una tierra que envejezca a su sombra», de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor Libros, 2019).
Que buenísima idea, Miguel Ángel! Siempre atento a las buenas causas… Un abrazo, Pura
ResponderEliminarGracias, Pura. Un abrazo grande.
ResponderEliminarPlantar un árbol debería ser asignatura obligatoria en cualquier escuela que quiera inculcar valores humanos.
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