Tengo mucha admiración por quienes se dedican a la traducción literaria, y celebro cuando esta se reconoce cumplidamente en las ediciones traducidas de una obra extranjera. No ha sido siempre así y ha tenido que pasar su tiempo hasta que la mención de quien ha traducido una obra se imprima en su cubierta, y no solo en la portada o en los créditos. Libros del Asteroide, Anagrama, Galaxia Gutenberg, Nórdica o Pre-Textos son sellos que lo publican en la tapa, y otros con una importante producción de literatura extranjera, como Tusquets, Periférica o Capitán Swing lo hacen en la portada interior. Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, se publicó por primera vez en Seix Barral en 1967, y ni en cubierta ni en portada se puso quién la tradujo. Dentro, en los créditos, se decía que el traductor fue Jaime Gil de Biedma. Hoy, la misma editorial lleva el nombre de Rosa Martínez-Alfaro a la tapa trasera de Mateo perdió el empleo, de Gonçalo M. Tavares, y lo repite, claro, en la portada. Hace unos meses anoté mi experiencia de lectura de la trabajada traducción de Victoria Pradilla del libro de Anna Sherman sobre Tokio, y poco después volví a fijarme en el trabajo de creación de quienes nos traen las palabras del cercado ajeno, que diría un traductor eminente como Enrique Díez-Canedo. Fue cuando leí algunas obras traducidas de Annie Ernaux: La vergüenza (Traducción de Mercedes y Berta Corral. Tusquets Editores), Pura pasión (Traducción de Thomas Kauf. Tusquets Editores), Los armarios vacíos (Traducción de Lydia Vázquez Jiménez. Cabaret Voltaire)… Y, especialmente, Los años, traducida también por Lydia Vázquez Jiménez, catedrática de Filología Francesa en la Universidad del País Vasco, para esa misma editorial Cabaret Voltaire en 2019. Y me fijé en expresiones como «¡qué chorrada!», «mola», «chungo», «chachi» o «de puta madre», que aparecen —todas juntas— en uno de los breves fragmentos con los que se construye la obra, y me pregunté por las palabras de origen en francés. Conseguí una reimpresión de la edición francesa de Gallimard (Col. Folio, núm. 5000) de 2008 y comprobé el texto original: «c’est cloche», «formidable», «la vache», «vachement» (pág. 55). Sin duda, la traductora ha elegido términos más adecuados al uso del lector español para que se este se haga una idea de ese «lenguaje nuevo» de los jóvenes de clase media de los que habla el fragmento. A partir de ese momento, y apreciando la licitud de esta connaturalización de la versión española de un texto en otra lengua, fui anotando momentos destacables como este: «A ellos les importaba un pito, cantaban a voz en grito Pinocho fue a pescar, imitaban las voces de Piolín y Silvestre, se lo pasaban bomba repitiendo Chocolate con leche Nestlé extrafino, un gran vaso de leche en cada tableta, Bic Bic Bic, Bic naranja, Bic cristal, Moussel, Moussel de Legrain Paríiiis» (pág. 176). Que transcribo por mi edición francesa: «Ils n’en avaient cure, chantaient à tue-tête À la pêche aux moules moules moules, imitaient les voix de Titi et Grosminet, s’enchantaient de répéter Mammouth écrase les prix, Mamie écrase les prouts, les Muppet Show et les durs pètent froid» (pág. 139). Confirmaba que la intención de la traductora no es buscar la fidelidad con el texto de partida, sino congeniar, por así decirlo, con el medio sociolingüístico del receptor español. Así también cuando se alude a los periódicos gratuitos distribuidos en París por los SDF (sans domicile fixe), los sin techo o mendigos en la traducción, y Le Réverbère o La Rue se convierten en La Farola y La Calle. Hay una clara voluntad de adaptación que conlleva un tratamiento muy especial del lenguaje directo y actual de Annie Ernaux en su escritura, «una escritura donde cada palabra pesa un kilo», como dijo Lydia Vázquez en un artículo en el que explicaba buena parte de lo que a mí me interesó cuando leí las obras de la autora normanda, que no se traducen palabras sino experiencias, que es muy difícil encontrar una equivalencia que funcione: «Por ejemplo, en Los armarios vacíos, Ernaux menciona “le quat'sous”. Quat'sous o quatre sous, literalmente “cuatro céntimos”, en francés se utiliza para definir algo sin valor. Pero ella utiliza esa expresión para nombrar al sexo femenino (según el léxico infantil de su Normandía natal en su época). Yo conocía el primer significado pero no el segundo. Descubrirlo me sirvió para entender la polisemia de quat'sous y poder traducirlo en español como hucha». En Los años, se renuncia al calambur en francés compromis (compromiso) / con promis (coño prometido) y se traduce: «cariño, ¿tú y yo qué somos? Dos pronombres» (pág. 22). El quehacer fascinante de quienes nos traen los textos de otras lenguas nos puede proporcionar un redoblado disfrute en la lectura.
Los años es una obra sencilla pero profunda. Gracias por la información de la traducción.
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