miércoles, diciembre 30, 2020
Cuidad del paraíso
martes, diciembre 29, 2020
Marcelino Cardalliaguet
lunes, diciembre 28, 2020
El amor en los tiempos del cólera
No pude escuchar la emisión el pasado día 25 del «Cuento de Navidad de la SER» basado en la novela de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera, como un homenaje a los mayores en estos tiempos de pandemia. Lo hice anoche, con mi ejemplar delante. (Nota bene para bibliófilos: tengo la primera edición en Bruguera de diciembre de 1985, una rareza entre un millón de ejemplares de tirada, je). Verdaderamente, no hay color entre la experiencia de lectura o relectura de una obra así y una ficción sonora de hora y media interpretada por buenos actores. Pero es extraordinaria la calidad de la adaptación de la novela por el escritor teatral y guionista Pablo Remón y la dirección de Ana Alonso, y quiero recomendarla porque estoy seguro de que los escuchantes pasarán un buen rato y sentirán la necesidad de volver sobre aquel texto magistral, como me ha pasado a mí. Es admirable cómo Remón selecciona fragmentos y frases de la novela sin apartarse del lenguaje de García Márquez y construye un relato radiofónico que combina el estilo indirecto de unos narradores con el estilo directo de los protagonistas sin que el lector deje de reconocer la obra original. No hay nada de lo esencial que no esté recogido en esta microversión de la novela. Me he acordado de una amiga que suele preguntarme cómo estoy y a la que yo muchas veces le he respondido con una frase parecida a esta que ni recordaba que estaba en El amor en los tiempos del cólera: «Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae». Aquí puede escucharse esta delicia, en la interpretación de actores como José Sacristán y Susi Sánchez —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza mayores—, de Ricardo Gómez y Greta Fernández —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza jóvenes—, de Juan Diego Botto como Juvenal Urbino, de Ana Wagener, de Nancho Novo, y de otras voces invitadas, como la protagonista del loro a cargo de Raúl Pérez o la de, entre más de una docena, de Primitivo Rojas. Un disfrute.
domingo, diciembre 27, 2020
Resonancia de Francisco Valdés
viernes, diciembre 25, 2020
Soñando caminos
jueves, diciembre 24, 2020
24 de diciembre
«Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Hoy he conocido por la prensa la muerte de Charo Cordero, la presidenta de la Diputación Provincial de Cáceres. Tenía 54 años y será despedida en la intimidad en su pueblo, Romangordo, del que era alcaldesa. En fechas señaladas como la de hoy, la dureza implacable de la muerte parece mayor. Y en un año como este todo es distinto e insólito. También la Nochebuena, que quiere ser vieja ya y despedir el año funesto. Yo he enviado mensajes de felicitación con el añadido de «¡A la porra 2020!», como si fuese el último día del año, como si fuese la Nochevieja. Hoy, en los periódicos, hay muchos anuncios a toda plana con el mismo sentimiento. Telefónica, con el anhelo por «un 2021 en el que las pantallas dejen de ser protagonistas de nuestros encuentros», juega con los «abzs» de 2020 que esperemos que sean «abrazos» en 2021; y El País envuelve su ejemplar con una sobreplana que es un gran anuncio de «Nos habría gustado contar un 2020 diferente», que se cierra en la última con un «Ojalá podamos hacerlo en 2021». En realidad, parece que queremos adelantar al 24 la despedida del 31. Será eso. Un 24 de diciembre de 1958 murió mi abuelo materno, a quien no conocí. Desde entonces, en la casa familiar todo fue distinto, y se obviaba la Nochebuena y la familia se reunía en Nochevieja. Algo parecido a lo de ahora. Es curioso; porque hoy he recibido un mensaje de una persona querida y allegada que me ha recordado que un día como hoy murió su padre. También ha compartido conmigo la fotografía de una edición de las obras de Miguel Hernández que ha comprado. Qué cosas, porque ella no sabe que ayer anoté antes de acostarme que hoy hace 85 años que murió Ramón Sijé, un 24 de diciembre. A él, el poeta dedicó aquello de «Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Feliz Navidad.
martes, diciembre 22, 2020
Cáceres Flamenco
viernes, diciembre 18, 2020
Palindropedia (I)
miércoles, diciembre 16, 2020
Surimonos
domingo, diciembre 13, 2020
Padrino (Despedida)
Escribí aquí atrás sobre lo de la manía de casar fechas. Pues eso. Que el 13 de diciembre de hace diez años publiqué aquí una nota sobre mi padrino, que ha muerto hoy, 13 de diciembre. Estas coincidencias no son más que eso, una manera de ajustarse una cosa con otra, de convenir por una ocasión, por una circunstancia. Manuel Lucia Hernández (Zafra, 1940-2020) era mi padrino y tuve con él una relación muy especial, como con su hermana Pilar, mi madrina; porque fue entrañable sin ser frecuente ni constante. Muy entrañable. Recuerdo lo que le gustaba que le hablase de algún vínculo entre los toros —que era lo suyo— y la literatura —que era lo de su ahijado—, y hoy he acudido a un poema de Fernando Villalón que no sé si llegó a conocer y que dice que «Ya la blanca polvareda / llena toda la vereda. / Ya se acercan. Ya se escuchan sus bramidos. / Entre cruces de garrochas conducidos / el cortejo de los toros va a llegar. / Los jinetes majestuosos vienen ya…» La última vez que le vi, este pasado mayo, fue en otro entierro en el que todos estábamos muy tristes. Supongo que la vida nos dice que ha llegado el momento de tener que volver al lugar de infancia y juventud para reencontrarse con algunos en las despedidas de otros. La de mi padrino será mañana lunes, 14 de diciembre, a las 11:00 horas, en la Parroquia de La Candelaria de Zafra. Allí estaré.
Zimna Wojna
Han pasado más de diez años desde que escribí aquí una entrada que se titulaba «No dar crédito» en la que lamentaba que la televisión pública interrumpiese con brusquedad irrespetuosa la música y los créditos que forman parte de la conclusión de una película. No pongo comas para que vuelva a notarse mi indignación. Es como si te prestasen un libro y le arrancasen el índice y el colofón. Es una vergüenza. Y en una televisión pública que cínicamente dice que apuesta por el cine, y que no tiene publicidad —sí autopromoción—, es irresponsable. Hace unas horas he disfrutado viendo la película de Pawel Pawlikowski Cold War (2018), cuyo título original en polaco llevo a la cabeza de esta entrega indignada por el poco estilo de La 2 de RTVE. Una vergüenza. Yo casi siempre llego tarde a lo que merece la pena. Leí de mayor Guerra y paz y todavía no he visto decenas de películas eminentes. A la de esta noche pasada también he llegado después de un tiempo de su estreno, y me ha gustado mucho la luz de su blanco y negro, la historia de sus amantes, la música, mucho, y esos encuadres, que fascinan tanto en la televisión de casa porque te mantienen sentado en tu sitio cuando podrías levantarte a por otra cerveza. La película me ha entusiasmado; pero me ha indignado mucho que, cuando iban a mostrarse los créditos, después de la dedicatoria a los padres del director, y cuando sonaba una versión de las Variaciones Goldberg —además, sí—, nuestra televisión pública me haya privado de lo demás. Desastroso. No creo que cueste tanto solucionar esto que es vergonzoso. Zimna Wojna, de Pawel Pawlikowski, con Joanna Kulig y Tomaz Kot, como intérpretes principales. Muy recomendable.
viernes, diciembre 11, 2020
La noción del cero
jueves, diciembre 10, 2020
Tiempo libre
La rapidez salva vidas y la lentitud puede abrigarlas. Es lo que diferencia la eficacia de la vacuna más veloz de la paciencia en esperarla respetando todas las medidas. La distancia que hay entre ser el primero y proclamarlo con interés, con alharacas, y aguardar con la responsabilidad del sentido común, sin llamar la atención. El sábado, como dije, leí el artículo de Nuccio Ordine («Perder tiempo para ganarlo»), que me parece muy recomendable. Tiene razón, creo, en que «tomarse su tiempo no significa perder tiempo, sino, por el contrario, ganar tiempo, adueñarse del tiempo», y que dedicar las horas a los afectos, a la reflexión o la conversación, a oír música o contemplar una obra de arte significa ganarlas para uno mismo y para los otros, y, como concluye Ordine, «contribuir a que la humanidad sea más humana». Comparto esta defensa de la ociosidad, parecida a la que leí de Stevenson; pero en esta era que vivimos la velocidad tiene su gracia. El tiempo que ganamos con los medios tecnológicos de que disponemos debemos utilizarlos para un mejor rigor en el trabajo. Es sencillo. No se trata de trabajar más deprisa, sino con mayor intensidad y con la garantía de una mejor presentación de lo que hacemos. Precisamente, gracias a que llegamos antes a conseguir un dato, a revisar un texto, o a contar las veces que una palabra se repite. Así que el tiempo ahorrado en eso, deberíamos emplearlo en frenar, en pararnos a reflexionar, en hacer mejor el trabajo, en pensar despacio. Todo un lujo después de tan frenético modo de vida en el que por momentos nos dejamos envolver. Parar y templar, sin necesidad de mandar.
domingo, diciembre 06, 2020
En defensa de los ociosos
Hay viernes que no voy al campus, y convierto mi casa en el lugar guarecido que viene siendo desde que el desastre se instaló ahí afuera. Gozo aquí de una tranquilidad que no tengo en la Facultad —a pesar de las precauciones—, ni en la calle, ni en las tiendas. Y, con todo, uno sale, va a comprar, recibe a poca gente en casa y acude a trabajar a su lugar de siempre. El pasado viernes no salí más que para recoger muy temprano el periódico y desayunar con él. (En primera: «España sale del riesgo extremo por primera vez desde septiembre». En la última, la columna de Juan José Millás, fecundado por una imagen de Antonio Machado: «Allá, en las altas tierras [sic], / por donde traza el Duero / su curva de ballesta…». Y en El Cultural Clarice Lispector en portada, la reseña de Los ancianos siderales, de Luis Mateo Díez, a quien estaba escuchando en la radio, un anuncio de un clásico de Quevedo que voy a comprar y las «Hostias negras» de Luis María Anson, el artículo sobre la negritud que me llamó tanto la atención que acudí a un ejemplar que no recuerdo bien cómo llegó a casa de su libro La negritud, publicado en 1971 por Ediciones de la Revista de Occidente). Salto el paréntesis para decir que a veces lo leído nos lleva a algo vivido, o a algo que forma parte de nuestro entorno, como un poema que nos trae el mismo gesto de una amante que un día nos tomó de la mano. Y hay ocasiones en las que lo sentido en propia carne se corresponde en coincidencia con una lectura que a uno le visita después de haberlo experimentado. Como este pasado viernes, en el lugar guarecido que aparece en este delicioso ensayo que me trajo de Barcelona como regalo mi hijo Pedro y que habla del placer de permanecer a resguardo del viento, como acurrucado en un refugio. Es un librito de la primorosa colección «Great Ideas» de Taurus —ay, Penguin Random House Grupo Editorial— con unos breves ensayos de Robert Louis Stevenson en traducción de Belén Urrutia. Contiene ocho reflexiones sobre la vida —pues todo es vida, desde los lugares hasta las lecturas— que son muy gratas y que he revisitado sin saber que el pasado jueves 3 de este mes se han cumplido ciento veintiséis años de su muerte en Samoa, como recordó el mismo viernes del que hablo Elías Moro en su página de Facebook. El escocés escribe sobre el deleite de los lugares desagradables, que es cuando se refiere al placer de sentirse guarecido; escribe sobre enamorarse, que es —dice— «la única aventura ilógica, la única cosa que nos sentimos tentados de considerar sobrenatural en nuestro trivial y razonable mundo» (pág. 34), un accidente simple que es beneficioso y asombroso; escribe también sobre la vejez huraña y la juventud, como dos de las estaciones de la vida con las que hay que estar acordes en su momento y saber cambiar cuando las circunstancias cambian, pues en eso, dice Stevenson, consiste la verdadera sabiduría. Y escribe una apología del ocio, u ociosidad, «que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante» (pág. 7), una apología que va más allá de eso y que se convierte en una vindicación de la felicidad, en la de los demás y en la propia, como una siembra de beneficios anónimos, pues —dice Stevenson— que es «mejor encontrar a un hombre o una mujer feliz que un billete de cinco libras». Y yo añado que cuando alguien te confiesa su desdicha y pesadumbre es peor que la indigencia de estar sin libra alguna, sin duro alguno. Y es verdad que lo leído parece que genera un campo de afinidades que atrae otras actitudes, o, en este caso, otros textos. El sábado, ayer mismo, leí en el periódico el artículo de Nuccio Ordine «Perder tiempo para ganarlo», que vuelve, como Stevenson, a reivindicar el uso placentero y lento del tiempo fuera de toda utilidad u objetivo práctico y rentable. (Esto último, aderezado con una reflexión sobre la velocidad moderna, quizá me dé para otra entrada). En fin, que el ensayito de Stevenson es un libro deliocioso.
martes, diciembre 01, 2020
Odi et amo
Mañana miércoles acompañaré a Hilario Bravo en la presentación de su más reciente propuesta artística. Una carpeta con cinco serigrafías a tres tintas sobre preimpresión y un folleto que ha editado bajo el catuliano título de Odi et amo en una tirada de cuarenta copias numeradas y firmadas, más ocho pruebas de autor marcadas con números romanos y dos pruebas de estado. La edición tiene el patrocinio de la Diputación de Cáceres, y por eso mañana nos acogerá la Casa-Museo Guayasamín de Cáceres (Ronda de San Francisco, s/n), con aforo limitado. Aunque el título Odi et amo invoca uno de los poemas que no están iluminados de la antología de los veintitrés dedicados a Lesbia, su justificación es obvia en la representación conjunta que la obra propone de esos dos espacios, de esa división de la realidad pintada, y, por consiguiente, vivida, que se presentan contrapuestos en estas piezas. Mañana será un placer, nuevamente, hablar con el artista sobre su obra. Parece que, aunque no sé bien a quién, hay que confirmar asistencia.
lunes, noviembre 30, 2020
Mi madre y Pessoa
El pasado miércoles recordé aquí a Ángel Campos Pámpano sin conocer la noticia de la muerte de Maradona, también un veinticinco de noviembre, como, hace cuatro años, Fidel Castro. Me fijo mucho en esas coincidencias de fechas señaladas. Ya lo he dicho otras veces: la muerte de Lola Flores un 16 de mayo, el mismo día que nació mi hijo Pedro, un mismo día de otro mayo que fue el de la muerte del torero Joselito el Gallo en 1920, tres años después de que naciese otro dieciséis de mayo Juan Rulfo. Hoy Carlos Galilea ha dedicado su Cuando los elefantes sueñan con la música a Fernando Pessoa, que murió un 30 de noviembre de 1935, como mi madre, un 30 de noviembre de 2016, casi a esta hora en la que por algún impulso incontrolado he comenzado a escribir sobre ella por recordarla tal día como hoy. Yo creo que he heredado esa inclinación al calendario que ella tenía y que ahora mantengo en homenaje.
domingo, noviembre 29, 2020
La hora izquierda
Tengo escrito en la penúltima hoja —vuelta— de mi ejemplar de museo de la clase obrera (Madrid, Calambur Editorial, 2018), de Juan Carlos Mestre, una especie de colofón de lector: «Sentirse acompañado por un libro, sí» —en tinta azul, que no frecuento. En la página 71 hay otra anotación en rojo —que uso casi siempre para acentuar lo que tiene importancia— que alude al subrayado de un verso en prosa de Mestre: «el poema comienza cuando estalla la bombilla». Y a la reacción enardecida de mi hermano Josemari un día de marzo del año pasado. Me entusiasmó aquel libro por su forma y por su fondo, su intención y su pertinacia en buscar la verdad de un mundo que le ha dado la razón al poeta por la incertidumbre con que nos regala y la insumisión a la que nos empuja. Lo he rescatado hoy para escribir que justo el día que quería rebajar la altura de los volúmenes apilados en mi escritorio compré once centímetros lineales. Había un clásico de los gordos, un par de novedades, y una novela flaca cuyo argumento me recordó a alguien conocido. Uno de esos libros, este, La hora izquierda (Madrid, Ya lo dijo Casimiro Parker, 2019), me costó 15 euros, a pesar de que la poesía de Mestre la tengo casi toda en casa, y en este caso se trata de una antología. De una antología hecha por un lector amigo —Emilio Torné, el editor de Mestre— y con un prólogo titulado «La imaginación insumisa», que quería tener, como también un libro publicado por una editorial tan singular e independiente como Ya lo dijo Casimiro Parker, que ha publicado obras de Luis Eduardo Aute, Eduardo Scala, Emily Dickinson, Pedro Casariego Córdoba, Ana Pérez Cañamares, Adolfo García Ortega, Alfonsina Storni… Sí, La hora izquierda es una antología de la poesía de Mestre desde sus primeros textos de La visita de Safo (1983), de su Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (1985), o de su premiado La poesía ha caído en desgracia (1992), que fueron luego republicados por Calambur Editorial, que ha sido su editora de los libros mayores, como La casa roja —Premio Nacional 2009—, La bicicleta del panadero —Premio de la Crítica 2012— o mi museo de la clase obrera (2018). Alguien que conoce tan bien a Juan Carlos Mestre como Emilio Torné propone un nuevo libro a partir de la selección de poemas reunidos en secciones —siete— en las que quedan barajados, menos los de La tumba de Keats, que Torné considera casi un poema único y que divide en fragmentos en esta muestra, sin que sirva de precedente. Así que el lector de La hora izquierda tendrá la ocasión de habérselas con una muestra inédita de la escritura constante de Mestre, que, según su prologuista, procede por restitución —al estado original— y no por renovación; y que no tiene nada de automatismo, de irracionalismo ni de superrealismo. Bien dicho queda por Torné que la obra de Juan Carlos Mestre es una reflexión sobre «la imaginación poética insumisa que se adentra en los desafíos de la memoria y el porvenir» (pág. 10). Por cierto, antes de la penúltima hoja de museo de la clase obrera está el «índice» más creativo e inteligente, sin dejar de remitir a sus páginas, que he leído nunca. Mestre en estado impuro.
jueves, noviembre 26, 2020
Metaplasmos por recortes
Había pedido permiso en la dipu y pasó por el hiper para comprar algo que no necesitase frigo —también se llevó unas chuches para la peque. Tenía que recoger a sus hijos. Primero, a la niña, del cole, y luego, al otro, del insti, porque querían pasar el finde en la finca del abu. La chica miraba en el coche sus dibus en el móvil y el niño preguntó por las vacas, que dónde las pasarían. «—Los primeros días en casa de mami —le dijo—, que yo me voy con Vane a una ruta larga en bici». En la radio del auto escuchó la noticia de las palabras aceptadas por la RAE: «Coronavirus», «trol», «fascistoide» o «finde». Eso, finde.
miércoles, noviembre 25, 2020
La Moneda de Carver
Ángel, en la memoria
El motivo por el que traigo aquí, precisamente hoy, este libro tiene que ver con una parte de su contenido. La Moneda de Carver (Madrid, Reino de Cordelia, 2020), de Javier Morales, está compuesto por ocho relatos organizados en tres secciones: «El tiempo del tabaco», «Ninguna necesidad» y «Nuevas miradas»; y está lleno de sugerencias y guiños literarios, y es un libro que, de haber tenido tiempo, habría reseñado aquí hace semanas. Lo hago hoy por recordar a Ángel Campos Pámpano (1957-2008), a quien dedica el autor uno de los relatos del precioso y cuidado volumen —«Viaje a la Ciudad Blanca»—, y al que recuerdo ahora por contar afligido doce años desde su muerte. El cuento arranca cuando en Lisboa, en agosto de 1988, un joven somnoliento de veinte años llamado Samuel —alter ego que está en otros sitios— se apea del tren, del Lusitania Express, y tiene su primera experiencia en la ciudad blanca, que es el título del libro de poemas que le acompaña en su viaje. Aquel primer y determinante libro de Ángel publicado por Pre-Textos en la primavera de aquel año en el que ardió meses después el Chiado. Mi recuerdo, pues, para Ángel; y mi recomendación de lectura de un libro que, en esa su parte central, la citada «Ninguna necesidad», se fija en tres escritores que murieron pronto: el que sirve para el título de todo, Raymond Carver —su moneda de medio dólar está en la página 59—, que vivió cincuenta años; Ángel, que murió con cincuenta y uno; y José Antonio Gabriel y Galán, que se fue con cincuenta y dos, casi la misma edad que tenía Julián Rodríguez, a quien es inevitable encontrar por su Ninguna necesidad (Barcelona, Random House Mondadori, 2006) —y por su prematura pérdida— en las páginas de esta obra de Javier Morales. Salvado este trozo tan literariamente elegíaco, creo que los otros cuentos del libro son piezas sabiamente labradas en la elección del punto de vista —femenino en más de una—, en su objeto, bien sea literario o extraído de una experiencia personal —hay un Javier personaje que se suma como profesor de cursos de Escritura Creativa—, o en una manera de escritura depurada, un estilo reconocible por su llaneza en comparaciones como las de las hojas del tabaco «listas para transformarse en cigarrillos, en humo, como ocurre con los veranos de mi adolescencia» (pág. 26). Sencillo. Sugerente. Bien escrito. No puedo evitarlo: esta lectura de La Moneda de Carver, que merece más, está dedicada a la memoria de Ángel.
martes, noviembre 24, 2020
Palabras para un fin del mundo
Cinco personas en una sala con capacidad para más de cien no creo que sea para preocuparse en este estado de alarma. Si acaso, la empresa, que sigue manteniendo un pase de Palabras para un fin del mundo, el documental dirigido por Manuel Menchón que he visto hoy. Me alegra mucho que la figura de Unamuno siga propiciando la producción de libros, artículos, películas como la de Amenábar —que esta noche he tenido presente— o documentales como el que vuelve sobre los últimos años, los últimos meses, las últimas semanas y el último día de tan respetable figura intelectual. «Intelectual» es una palabra que se repite, siempre en boca de quienes la desprecian, en muchos momentos de esta excepcional manera de recordar al autor de Niebla y de Del sentimiento trágico de la vida. De la vida que se le fue, según los datos que aporta este documento formidable, en unas circunstancias extrañas sobre las que yo creo que indaga con razonable credibilidad. Palabras para un fin del mundo repite la imagen de un entierro del rector de Salamanca rodeado de falangistas, y pone a uno de ellos, Bartolomé Aragón, que no acudió al sepelio, junto a la camilla del maestro cuando murió, sin que luego nadie certificase con verificable certeza ni hora ni causa de la muerte. Todo esto está muy bien montado en un documental que aporta imágenes —no soy ningún experto en la historia gráfica de aquellos años— que yo no había visto nunca, y que incide en la quema de libros y en el ondear de banderas, que son las más notorias situaciones en las que se manipula aquí para expresar mejor lo que pudo haber sido. Lo que fue.
lunes, noviembre 23, 2020
El quiosco irreductible
Irreductible como la aldea gala. Me lo anunció B. hace unos años, cuando nos sobrevino uno de los proyectos de reforma de la plaza. Iban a trasladar su quiosco a la acera de enfrente, junto al Mesón Ibérico. Me pareció innecesario y pensé en cómo le caería el sol en los meses duros. La reforma se hizo; pero el quiosco permaneció en su sitio, y nadie volvió a remover el asunto. Hasta que hace unas semanas B. me dijo una mañana que ya era inminente, que estaban recogiendo todo para vaciar el cubículo y facilitar el traslado. Dos días después, no había aparecido nadie y todo seguía igual. «—Dicen que mañana». La informalidad propia de los informales de la que todos los días a todas horas hay afectados. Lo ha contado muy bien Jeremías Clemente en su muro de Facebook. El pasado lunes, temprano, ya vi a unos operarios que estaban abriendo con herramientas todo el cerco pegado al suelo del sitio en el que diariamente me llevo mi periódico; y creo que fue la primera vez que lo recogí desde un banco de la plaza. B. me dijo el martes que al día siguiente traerían una grúa para culminar la operación. El miércoles no hubo grúa. El jueves tampoco me di cuenta de nada, cuando B. ya me había asegurado a primera hora del miércoles que al volver del campus a mediodía igual me encontraba el quiosco en otro sitio. Pues no. Solo vi a algunos funcionarios del Ayuntamiento y un quiosco herido, pero impasible. «—¿Todavía seguimos aquí?», dije a B. y G., el viernes; ambos, bien temprano, dentro de ese «aislamiento perdurable del quiosco», como dijo Gonzalo Hidalgo Bayal en La escapada (pág. 269), que es para la pareja su segunda casa. Y fue G. quien me explicó que parece ser que los anclajes de toda la estructura son tan firmes que cualquier actuación la descuajaringaría y que sería peor el remedio que la enfermedad. ¡Acabáramos! ¿Enfermedad? ¿Qué necesidad había de utilizar tantos recursos, dedicar tanto tiempo, importunar a una familia y a sus clientes y gastar dinero en algo superfluo en estos momentos que estamos pasando? Ninguna. Y la mejor lección la ha dado un quiosco mudo pero aferrado al sitio en el que ha estado siempre como una ventana más, que me ha tenido conectado al mundo con ese puntito de romanticismo de lugares así, que pronto serán tan solo un recuerdo. Así que mi quiosco irreductible, como la aldea gala de Astérix y Obélix, sigue en su lugar como todo un símbolo contra la jactanciosa incompetencia municipal. Limpio ya de unos feos y absurdos grafitis, luce ahora su verde épico coronado por la publicidad de una cabecera que el referido miércoles dieciocho difundió el despropósito. En mi ambigüedad en el uso de kiosco y quiosco, habría ahora que reivindicar la K extraña, exótica o alienígena, como diría Gonzalo Hidalgo, en lo que tiene también de contestataria y radical en el ámbito social de los okupas, en el político de la anarkía o en el musical del punk. Algo que leí en un artículo de Juan Francisco Fuentes sobre los usos ideológicos de la letra K de este Quiosco con mayúsculas de la placita de San Juan en Cáceres que sigue ahí con una dignidad de héroe, con Q y con K.
miércoles, noviembre 18, 2020
Actos de fe / Acciones concretas (Julián Rodríguez, tipógrafo)
Esta tarde se ha inaugurado sin inauguración oficial la exposición Actos de fe / Acciones concretas (Julián Rodríguez, tipógrafo), que estará en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) de Badajoz hasta el día 12 de enero de 2021. La Editora Regional de Extremadura (ERE), que ha impulsado esta muestra de la faceta del escritor cacereño como diseñador gráfico y de la que se benefició en la imagen todavía vigente de muchas de sus colecciones, ha difundido una nota de prensa de la que extraigo casi todo lo que constituye esta entrada. La nota va encabezada por estas palabras que evocan a uno de los autores predilectos de Julián y de su hermano Javier: «John Berger escribió que la esperanza es un acto de fe y tiene que estar sostenida por acciones concretas: las que introduce esta exposición y recorre libros, portadas, maquetas, tarjetones, postales, borradores, papeles y cartulinas y tipografías que dieron cuerpo a la esperanza en los años que nos iluminó Julián Rodríguez». Y se cierra con las referidas al comisario de la exposición Juan Luis López Espada (Cáceres, 1973), escritor, profesor y diseñador multimedia, con el que he tenido la ocasión de estar muchas veces por razones de todo tipo entre las que se encuentran dos especialmente destacables: en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres como alumno del Máster de Formación del Profesorado de Educación Secundaria, que me dijo que cursó por prepararse para cuando sus hijos llegasen a ese nivel de estudios, y en el inopinado funeral de Julián, con quien abrió la galería «Casa sin Fin» en Cáceres y con quien colaboró en muchos de los diseños de las colecciones de la ERE. Me alegro de que hayan estado juntos casi una treintena de años. Me alegro también de que los textos que explican este homenaje estén escritos por Javier Rodríguez Marcos y por Luis Sáez Delgado y que aparezcan mencionados en agradecimiento nombres como los de Javier Alcaíns, José Alvarado, Helga de Alvear, Irene Antón, María Jesús Ávila, Francisco Tomás Cerezo, Inés Fajardo, Asunción Fernández, María José Hernández, Paca Flores, Pilar García, Miryam Ginés, Ana Jiménez del Moral, Manolo Laguillo, Andrés Manzano, Antonio de la Osa, Catalina Pulido, María Marcos Rendo, Jorge Ribalta, Julían Rodríguez Rodríguez, Antonio Sáez Delgado, José María Viñuela o Natalia Zarco. La nota de prensa que tengo delante y que se ha difundido hoy añade que «Julián Rodríguez atravesó nuestra vida como un cometa que a cada uno ilumina de forma diferente, pero deja una estela en la que todos nos reconocemos: en la literatura, en la edición, en el diseño, en el arte, en la fotografía, también en la amistad y el consejo. Una de las líneas que con mayor intensidad brilló en esa estela fue el diseño editorial, un oficio que tiene mucho de trabajo artesano y de talento, tanto como de compromiso con cada objeto que salía de su mano, por pequeño que fuese. Y hasta tal punto llega ese compromiso que se puede acompañar buena parte de su biografía y sus pasiones a partir del hilo conductor de los proyectos que, desde la adolescencia, lo sitúan como uno de los más sabios tipógrafos de España y uno de los más audaces. Esa biografía material es la que recorre Actos de fe / Acciones concretas, y sigue la pauta de su colaboración con la Editora Regional de Extremadura, un momento prolongado donde consolida buena parte de su experiencia y corre paralelo a la creación de Periférica, su editorial, la galería Casa sin fin y a muchas aventuras más. El reconocimiento de Julián Rodríguez es también el de la cultura en Extremadura y, sus obras, balizas que acompañan el desarrollo de la cultura en España durante cuatro décadas, desde los años ochenta a la segunda década del siglo XXI». La exposición Actos de fe / Acciones concretas (Julián Rodríguez, tipógrafo), que reúne más de un millar de piezas, como los fanzines cacereños de los años ochenta o las hojas de sala de su galería, los centenares de libros de diferentes editoriales que diseñó, la Carta de Vinos del restaurante «Atrio» de Cáceres o las obras de arte que inspiraron portadas o diseños, recogidas de diferentes colecciones o instituciones como el centro de Arte Helga de Alvear, se puede visitar en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) de Badajoz desde hoy 18 de noviembre de 2020 hasta el 12 de enero de 2021 por iniciativa de la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura.
lunes, noviembre 16, 2020
Francisco Brines, Premio Cervantes
domingo, noviembre 15, 2020
Territorio de creación
Hace ya algunos años propuse la organización en Cáceres, bajo el lema Extremadura, territorio de creación, de un encuentro literario con escritores que, por diversas circunstancias, habían elegido esta tierra para vivir temporalmente y escribir desde aquí. Ocurrió con Bernardo Atxaga —que iba a ser uno de los participantes de aquel ciclo nunca celebrado—, porque redactó buena parte de su novela El hombre solo (Barcelona, Ediciones B, 1995), en la casa de su amigo el exfutbolista de mi Athletic Club, y entrenador y fotógrafo, Ernesto Valverde, en Viandar de la Vera, donde vivió el vasco de Asteasu durante seis meses. Me impresiona que hayan pasado veinticinco años de la publicación de aquella novela y de mi propuesta de una actividad en la que quería que participasen también Rafael Sánchez Ferlosio, por su vinculación con Coria, Andrés Trapiello y su territorio de creación en Las Viñas, que es como el mirador exterior de su Salón de pasos perdidos como diario y novela en marcha, y Rafael Chirbes, que se vino a Valverde de Burguillos y ahí vivió durante una docena de años. Este era el elenco —Bernardo Atxaga, Rafael Chirbes, Rafael Sánchez Ferlosio y Andrés Trapiello— que también propuse en 2006 —sin éxito, por razones que ahora no vienen al caso— entre la programación de actividades de la bien temprana candidatura de Cáceres como Capital Europea de la Cultura 2016. Hoy, cuando ya no es posible contar con Ferlosio ni con Chirbes, sumaría un nombre más: Julio Llamazares. El País Semanal acaba de dar un adelanto de su libro Primavera extremeña. Apuntes del natural (Madrid, Alfaguara, 2020), que habrá que esperar a leer hasta el próximo jueves 19, cuando se anuncia su puesta a la venta. Desde el mismo entorno que el lagar de Trapiello, el autor de La lentitud de los bueyes (León, Colección Provincia, 1979) nos regala la crónica real y sentimental de un tiempo difícil desde marzo a mediados de junio de este 2020 en un paisaje muy nuestro del que un vecino ilustrado, Konrad Laudenbacher, que fue conservador jefe y restaurador de la Pinacoteca Nueva de Múnich, hizo una acuarela al natural que es la base del texto que yo he leído hoy en El País y que será la del libro que mañana saldré a reservar en mi librería para darme el gusto de no tener que pedirlo a una gran compañía por internet. Llamazares relata la circunstancia que le trajo a Extremadura justo el día anterior a la declaración del estado de alarma y describe muy bien el paisaje natural, pero también sentimental y sensitivo, del espacio en el que ha pasado con su familia varios meses en uno de los más expresivos ejemplos de cómo un escritor levanta la cabeza del cuaderno o de la pantalla del ordenador para escribir que «Tormentas, lluvias, nubes de paso o agarradas a las montañas durante días, arcoíris de circunferencia inmensa, brillos de todos los tonos dejaron paso a una profusión floral que llenó la sierra de mil colores y de una gama de verdes que iba de un extremo a otro de la paleta sin dejar ninguno: del verde claro de la hierba nueva o de las hojas de los madroños y los membrillos al luminoso de los olivos y al casi negro de las encinas. Y sobre ellos, un millón de pájaros que iban y venían continuamente de un lado a otro disfrutando de la soledad de un campo que nunca habían conocido así. Y lo mismo pasaba con las mariposas, los insectos y los reptiles, dueños de un campo vacío que sólo compartían con los corzos y con los animales domésticos, ovejas y caballos principalmente, que pastaban tranquilamente en las fincas ajenos a nuestras preocupaciones». Para los que vivimos aquí son muy obsequiosas las palabras de Llamazares sobre nuestro entorno; pero si no he interpretado mal, es mucho más lo que esta tierra, este paisaje y esta soledad del campo con sus mariposas le ha dado a él para vivir, aunque sea unos meses, y escribir, aunque solo sean unas páginas, por estos lares. Unas páginas que yo espero que pueda presentar aquí cuando todo lo peor haya pasado. Territorio de creación.
sábado, noviembre 14, 2020
Escuchas
viernes, noviembre 13, 2020
Cáceres en Abril
jueves, noviembre 12, 2020
Un sueño
Ojalá, se dijo, le hubiesen notado durante la clase la cara de satisfacción. Iba embozado y todo fue muy diferente. Habló de que habría que erradicar el concepto de «lectura obligatoria» y eliminar esos ítems del programa que van encabezados con la palabra «Tema» y un número. Que en lugar de «Tema 16», más, por ejemplo, «El problema [sic] del naturalismo español», que empezaba con algo parecido a que la «novela naturalista fraguó en Francia, merced sobre todo a Zola, ya desde finales de la década de los sesenta, pues su gran creación de veinte volúmenes Les Rougon-Marcquart comenzó a publicarse en 1871, aunque no se concluyó hasta 1893», el tema lo encabezase un texto como Los Pazos de Ulloa, seguido —tema 2— de La Madre Naturaleza. Les dijo que en el primer supuesto había un término —«naturalista»—, un país —Francia—, un apellido —Zola—, un título impronunciable por muchos — Les Rougon-Marcquart— y dos fechas —1871 y 1893—; y que, por el contrario, en su propuesta, solo habría una frase: «Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabrillas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigualísimos de loco galope». Que ese era el principio de Los Pazos de Ulloa y que esas cincuenta palabras serían el principio del Tema 1. Y punto. Y que a partir de ese momento iban a empezar a trabajar, no sobre un argumento, que, al fin y al cabo, es algo que a todos puede suceder y concernir; sino sobre una realidad solo textual, en la que habría que explicarse por qué el jinete, por qué el trote cochinero y las palabrillas calmantes. Y lo que vendría después —pues por fortuna habría que seguir leyendo—, estaba seguro —dijo a sus alumnas—, iba a facultarles para conocer, si no Francia, ni Zola, ni los veinte volúmenes de Les Rougon-Marcquart, sí lo que fue el naturalismo literario en España. Se había quedado dormido con la mascarilla puesta y la puerta de su despacho abierta, y fue un compañero quien le devolvió al temario de las oposiciones que sirve para habilitar a los profesores del futuro; el que le devolvió a que la «novela naturalista fraguó en Francia, merced sobre todo a Zola, ya desde finales de la década de los sesenta, pues su gran creación de veinte volúmenes Les Rougon-Marcquart comenzó a publicarse en 1871, aunque no se concluyó hasta 1893».