martes, marzo 31, 2020

Diario de estos días (XIX)


«le echó agallas y atacó» (Isabel Urueña)

Martes, 31. Ayer me llamó el único paisano que tengo en el equipo de gobierno de la UEX. Esto es raro —que solo haya uno—, pues los de Zafra somos gente importante y entregada. Fuera de la chufla, lo que quería el Vicerrector de Extensión Universitaria —el concepto de extensión debería ser trasversal, como el de igualdad, y que no solo se asocie a la acción cultural— era compartir conmigo la iniciativa de lanzar las bases de un premio literario de microrrelatos sobre la situación que estamos viviendo. Se trata de «reflexionar de manera crítica, irónica, nostálgica o melancólica […] sobre la dura realidad que se vive en estos días, sobre los anhelos y temores o sobre las múltiples posibilidades que puede deparar el futuro». Esto dice la entradilla que abre la información sobre este concurso que, en homenaje al gran —metro sesenta— Augusto Monterroso y a su cuento «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», lleva el título de «Y cuando desperté…». Es un premio muy singular, porque el plazo se cierra dentro de un mes y su primera edición esperamos que sea la última. Ojalá que haya respuesta, aunque la participación está restringida al ámbito de la Universidad de Extremadura —estudiantes, personal de administración y servicios y profesorado. Por eso mi paisano y yo hemos vuelto a hablar hoy; y es que, sorprendentemente, en cuanto se han difundido las bases, varias personas han preguntado si un hijo o una madre de alguien que estudie o trabaje en la UEX puede concursar. Me ha parecido una pregunta cuya contestación creo que va a permitir reforzar la intención de este premio y hacerlo más vinculado a este encierro en casa. En casa, sí. Pues han decidido que también participen los de casa. Y vuelvo a Zafra. Allí, desde hace siete años, se viene convocando el «Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez», promovido por el Colectivo que lleva el nombre de ese otro llorado paisano, importante y entregado. De Zafra. Un premio que también recuerda a Monterroso, porque en sus bases se precisa que la extensión de los textos que pueden enviarse debe estar entre 9 palabras —las del cuento del guatemalteco de Honduras— y 186 —que son las que tiene el capítulo 68 de Rayuela de Cortázar. En la última edición, la séptima, del año 2019, se recibieron 1.565 relatos. Y, así se lo dije a mi paisano J.C., no quiero imaginarme que nos llueva una cantidad de textos parecida después de la cuarentena y que el fallo tenga que publicarse el 15 de mayo; pero de 2021. Cierro por hoy; y por primera vez en diecinueve días y sin que sirva de precedente explico el epígrafe que encabeza esta entrada. Son cinco de las setenta y nueve palabras del microrrelato de Isabel Urueña Cuadrado (1951-2018), a quien tuve el gusto de conocer en Zafra como ganadora de la primera edición del premio «Manuel J. Peláez», con un espléndido texto titulado «Última duda».

lunes, marzo 30, 2020

Diario de estos días (XVIII)


«Pensando en ti como ahora pienso» (José Agustín Goytisolo)

Lunes, 30. Hoy es el cumpleaños de J., mi hija. La situación de este día sin poder abrazarla es lo más parecido a cuando nació, siete u ocho semanas antes de la cuenta. Sana, pero prematura, tuvo que estar en la unidad neonatal del Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres veinticinco días, hasta que logró pesar los dos kilos y medio necesarios —había nacido con 2,200 kgs. y perdió unos gramos en la primera semana— para que le diesen el alta y nos la pudiésemos llevar a casa. Pasamos muchas horas durante esos días contemplándola, junto con otros bebés, a través de un cristal y me he acordado de aquello cuando la he felicitado por skype, viéndola enmarcada —eso sí, a pantalla completa— en este ordenador. Tengo algunos apuntes en un cuaderno antiguo sobre aquellos días felices. En uno de ellos, qué cosas, esta frase: «Todo se adelanta». Porque a las dos de aquella madrugada del sábado 30 al domingo 31 de marzo de 1991 también adelantamos todos los relojes hasta las tres. Cuando nuestra criaturita todavía estaba en neonatos, escribí a José Agustín Goytisolo y le adjunté una fotocopia de su conocido poema dedicado a su hija para que se lo dedicase a J., y fue Asunción Carandell quien me respondió amabilísima. Su marido estaba fuera de Barcelona; pero en cuanto volviese nos lo dedicaría y me lo enviaría. Eso sí, ella se había preocupado de hacer otra copia, porque en el sobre que envié el folio había llegado muy arrugado. Desde aquel tiempo, tenemos en casa un cuadro con el texto de José Agustín enmarcado, con la dedicatoria, que terminaba: «Buena suerte viviendo. Muchos besos». Por cierto, un día me encontré mi carta digitalizada en el maravilloso Fondo José Agustín Goytisolo que está en el repositorio de la Biblioteca de Humanidades de la Universidad Autónoma de Barcelona, y me dio mucha vergüenza que aquello estuviese allí, aunque fuese para fines de investigación. ¿Investigación? Ya me adelanto yo para aportar la clave de todo. Felicidades.



domingo, marzo 29, 2020

Diario de estos días (XVII)


«¿Me he muerto ya…? » (José Luis Alonso de Santos)

Domingo, 29. Tenía ya casi lista mi apuntación de hoy en este diario de un confinamiento. No tenía especial interés, como viene siendo habitual; pero el motivo que me ha llevado a relegarla para otro día creo que puede tenerlo. El lunes 23, mi compañera M., que es distinta a mi compañera M., me escribió por la noche para decirme que su vecino Ángel Salgado, viudo de Vicenta Naranjo y cuñado de mi amigo el librero Jaime Naranjo Gonzalo, padre de su hijo Jaime Naranjo García, también librero, también amigo, había muerto de un infarto. No, no me he ido por las ramas —por una familiar, en este caso. Vamos, que Ángel había fallecido esa tarde. El martes por la mañana llamé a Jaime padre para darle el pésame; pero no pudo atenderme. Creo que ese mismo día insistí, o quizá el miércoles; pero no encuentro registro de esa segunda llamada. Hoy, esta tarde, recibí un mensaje de S. diciéndome que Jaime había muerto, que le había dado un infarto. No daba crédito. Pero no por el impacto que siempre produce una noticia así de inesperada; sino porque me pareció que todo podía ser una errata lógica en el texto que escribimos de la vida. Pensé en ello; pero me resistí a creer que no me había cogido el teléfono por eso. Busqué en internet. Jaime Naranjo Gonzalo es una persona muy conocida en Cáceres y en Extremadura. Significado siempre políticamente, fue Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura en una etapa crucial del arranque de nuestra Comunidad Autónoma…, y seguro que una noticia así de infausta tendría que quedar reflejada en los medios. Llamé a M. Llamé a S. Nadie sabía. Nadie podía confirmar nada. Y llamé a Jaime. Y respondió. «Que siento lo de tu cuñado», le dije. Y ya luego fue reírnos por la circunstancia. Al parecer, el primero que le llamó preguntándole si se había muerto fue su amigo M., amigo y compañero de aquellos años de acción política. Siempre es un gusto hablar con Jaime —a quien es difícil parar como entusiasta de la conversación que es—; pero lo de esta tarde ha sido una alegría enorme. Le he pedido permiso para contar esto y me lo ha dado. Ahora que estoy revisando un texto que escribí sobre Carolina Coronado, digo que la historia tiene que estar llena de falsas muertes, y que me cabe el honor de desmentir una de las que más habría sentido en un trance como este. Va por ti, Jaime. Felices, sanos y confinados.  

sábado, marzo 28, 2020

Diario de estos días (XVI)

«El aire está en tiempo presente» (José Emilio Pacheco)

Sábado, 28. La palabra del día de hoy en la página del Diccionario de la Lengua Española de la RAE es totora. En países como Argentina, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Venezuela designa una planta perenne, propia de esteros y pantanos, de tallo largo, que se usa para construir techos y paredes para cobertizos. Qué extraña coincidencia. Tengo en mi escritorio una edición de hace cuarenta años de la novela de Arguedas Los ríos profundos, en la que el personaje de Ernesto alude en un par de lugares a los bosques de totora de los grandes lagos y más adelante a que unos niños de aldea jugaban con barcos hechos de papel y totora que soltaban en la corriente. Como dije aquí este pasado lunes, estamos con ese texto en clase, y en cuanto he visto la palabra totora en la web académica he recordado el relato del peruano. Mi edición más moderna de la novela, la que publicó, al cuidado del poeta y crítico Ricardo González Vigil, Ediciones Cátedra en su colección Letras Hispánicas, quedó en mi despacho de la Facultad antes del confinamiento. Por eso tengo avisados a A. y a M., del curso de 3º, para que me ayuden si necesito que me miren algo en sus ejemplares que tienen en casa. Sin duda, va a ser un curso muy especial. Da igual que sea sábado y que nos quiten esta madrugada una hora. Es todo tan distinto. Resultó ayer nuevamente raro asomarse al balcón la noche de un viernes y no sentir la actividad de las terrazas cercanas o el transitar de la gente hacia la zona de copas de la calle Pizarro y constatar la responsabilidad social de la mayoría. No parece sábado y da la sensación de que la luz preciosa que ha entrado desde la calle tiene algo de engaño; pero lo cierto es que cada día trae razones de celebración por compartir con los demás una circunstancia así. Ayer escribí a mi amigo I. una frase insólita: «Qué ganas de abrazarte». Y más insólito fue que mi amigo A., a quien llamé a Madrid por sus ochenta y tantos, me dijese que me quiere mucho, que no sabía por qué, pero que me quería mucho. Literal. Yo creo que estaba algo calamocano. Bueno, me despido por hoy con que tendremos que darnos cuenta en este tiempo en el que vivimos de que la mayoría de las respuestas que llevamos dando a todo —a la convivencia, a la educación, a lo útil y a lo superfluo, al bienestar global, al valor y al precio, a la justicia social…— van fracasando; pero que todas las preguntas van a seguir estando ahí.

viernes, marzo 27, 2020

Diario de estos días (XV)

© Foto de Lorenzo Cordero HOY

«tanto en la medicina como en la literatura se establece una relación de ayuda» (Basilio Sánchez)

Viernes, 27. Quién iba a decirme que pondría aquí una fotografía de Basilio Sánchez con su bata de médico. Con las veces que he escrito sobre él por motivos literarios. También el sábado pasado, cuando celebrábamos anómalamente el Día Internacional de la Poesía, en plena crisis por el coronavirus, aludí a él para llamar la atención sobre su condición de poeta y cómo ha evitado siempre mencionar en sus publicaciones literarias su profesión de médico. Él escribió sobre esto en «Güelfos y gibelinos», uno de los capítulos de su delicioso libro de prosas La creación del sentido (Pre-Textos, 2015). Se apoyó en la palabra de otros médicos escritores, como Gregorio Marañón o Miguel Torga, y en imágenes imaginadas como la del médico y poeta gallego Luis Pimentel (1895-1958), tan de vanguardia, tan del 27, escribiendo en su consulta algunos poemas en el reverso de las recetas, para venir a decirnos que «quizá mi relación diaria con el dolor y la enfermedad estén en la raíz de una poesía que para mí ha sido siempre un lugar de acogida y de resistencia» (pág. 155) y que es posible que haya cierta reciprocidad entre ambas dedicaciones en los estratos más hondos de la vivencia de todo. Ahora está entregado con afán a los demás, a quienes tanto lo necesitan; y con ello, no sé, me parece que, en efecto, la poesía también ayuda. Y ahora a las ocho volveré a salir al balcón a aplaudir. Pero me he querido adelantar para asomarme aquí, mostrar la foto de Basilio y mandarle mi abrazo y mi agradecimiento. Esta vez, no por las dedicatorias de sus libros, no. Menos mal que a algunos lo único que nos piden es que nos quedemos en casa como la mejor manera de ayudar; porque si a mí me solicitasen que tuviese el arrojo que sanitarios, cuidadores, policías, guardias civiles, etc., están teniendo estos días, todo sería un desastre. Una amiga enfermera acude todos los días al hospital y cuando vuelve a casa se limpia bien, se desinfecta; pero no se quita ni un ápice de la entrega, la generosidad, la responsabilidad y la humanidad que ha llevado al espacio íntimo que comparte con su pareja, que es la que me dijo el otro día que a veces está acojonado —palabra suya— cuando su amor vuelve a casa. Es una situación particular que es tan global que habría que llevarla a cualquier escena, para que su valor enorme haga el efecto que necesitamos. Hoy, encima, que estamos en el Día Mundial del Teatro. Las butacas vacías y las camas llenas. Nos ha tocado esto.

jueves, marzo 26, 2020

Diario de estos días (XIV)


«oh misterio, oh engaño, oh espejismo» (Carlos Fuentes)

Jueves, 26. Ayer me acosté con una sensación de irrealidad después de escuchar en la radio una parte del debate en el Congreso de los Diputados sobre la prórroga del estado de alarma. Dudé si estaba ocurriendo en directo, porque no encontré ningún canal de televisión, ni privado ni público, que lo estuviese emitiendo. También dudé si era verdad que algunos ya hayan encontrado al responsable de tantos muertos. Como siempre, la comprensión, la generosidad, el sentido común, la cordura y la solidaridad son visiones de espejismo en política. Falsa expectativa. Irreales también han sido los minutos que he pasado solo esta mañana esperando a que mis estudiantes entrasen a la sesión virtual, cuando era yo el que había sido transportado a otro sitio que me pareció por un rato la casa triste y desdichada, la lóbrega y oscura del Lazarillo, una especie de limbo del que logré salir con esa prolongación de la mano que se llama ratón. Ya puesto, diré lo que el clérigo en el tractado segundo de la novelita: «Cómete eso, que el ratón cosa limpia es». Con solo unos minutos de retraso, la clase ha ido bien. Al menos, eso me ha parecido. Cada día que pasa hay una inquietud más preeminente que otra. Da reparo decirlo desde esta posición de privilegio; pero hoy me he preocupado por la posibilidad de no poder conectarme con el exterior desde los dispositivos que tengo aquí. Da vértigo, sin embargo, pensar en que nada valdría si se cayese la red eléctrica o el abastecimiento de agua potable. Otro día que me ponga apocalíptico hablaré de un inquietante ensayo de Umberto Eco sobre un no menos inquietante libro de Roberto Vacca (Il Medioevo prossimo venturo, 1971) que abrió un librito colectivo de Alianza Editorial —están también trabajos de Furio Colombo, de Francesco Alberoni y de Giuseppe Sacco—, La nueva Edad Media (1974), que hace años me recomendó Honorio Blasco y que yo compré en la desaparecida librería «Vicente Libros» de Cáceres, que tenía toda la colección de El Libro de Bolsillo. Qué casualidad. Esta tarde he salido a leer al balcón para que me diese el sol y sigo con el volumen de Jaime Salinas (Cuando editar era una fiesta), precisamente, por el capítulo segundo de la etapa de Alianza Editorial (1965-1976).

miércoles, marzo 25, 2020

Diario de estos días (XIII)

«La vida se ha quedado de pronto huérfana de acción. Pero también así se está bien, ¿no?» 
(Luis Landero)

Miércoles, 25. Ha continuado el zafarrancho doméstico. Como I. lleva dos miércoles sin venir, me toca mantener todo esto a punto. Hoy el despliegue ha sido general, y he tenido que proveerme de todos los productos y pertrechos de limpieza para dejar la casa como una patena. Fue tal el arrebato de dos horas y media que hasta puse una lavadora —la ropa ya está debidamente tendida— y coroné el frenesí con una ducha reconfortante y el afeitado de cara y cabeza. De la cabeza quería yo hablar, porque estas simplezas hacen más efecto que un tráiler de lexatines. Mi compañera M. ya inauguró este encierro en ese papel, como ella dijo en facebook, de «gladiadora» del hogar, y bien a gusto que se quedó. Es también estimulante cómo uno puede volver a adaptarse a un protocolo que tenía delegado en la persona encargada de la limpieza semanal y de la plancha. He ido del ala este de esta mansión que es mi espacio íntimo a su ala oeste, desde la cocina hasta el salón, un recorrido en cuya lógica he estado pensando mientras limpiaba y que solo se rompe cuando le pido a I. que adelante tarea en otro distrito porque tengo que salir. Es estimulante todo, sí. Sin ir más lejos —locución adverbial bien oportuna para un confinado—, uno, mientras limpia, puede volver sobre un libro o sobre un objeto al que pasa el paño con un cariño especial ahora. Esta mañana ha sido con el tintinábulo que a principios de este enero compré a mi antigua compañera de carrera, amiga y vecina del barrio, Delia Sánchez Matas, que recibió uno de los Premios Nacionales Mestre 2017, el Premio al Mejor Proyecto de obra Final en la categoría Ciclo Grado Medio. Me encanta esta delicada pieza que cuelga en esa peana de hierro —hay otro modelo rectangular— y que recrea un tintinnabulum romano, esa campanilla de terracota o de bronce que a veces tenía forma fálica y se usaba como talismán. Delia le ha dado esa apariencia tan atractiva y se ha traído la tradición romana a la raya portuguesa con esa decoración del dorso. Cuando fui a recogerlo a su casa, que está a cien pasos de aquí, su marido, casi como excusa, me dio a conocer una nueva palabra: acojormao. Me dijo que la había escuchado para referirse a un sitio lleno de cosas acumuladas y desordenadas, que la había buscado y que existe como término. No en el diccionario académico; pero sí como leonesismo que se localiza en Extremadura, en lugares como Piedras Albas, en la frontera. Me gusta mi tintinábulo y me gusta la palabra que me dio a conocer L.; pero hoy he vuelto a hacer todo lo posible para que mi casa no sea un sitio acojormao. Aunque no espere visita.

martes, marzo 24, 2020

Diario de estos días (XII)

© M.Á.F.

«No es extraño sentirse en compañía» (Pablo Guerrero)

Martes, 24. Mi amiga M. me envía una fotografía de las obras del Parque del Príncipe, en el que siguen trabajando operarios a debida distancia. Qué amplitud de miras. Y con esto enlazo con lo dicho en mi apunte del séptimo día y la envidia que me provocan esas vistas que abrirían de par en par cualquier encierro. Me he sorprendido con el trapo del polvo sobre un hombro y poniendo orden en el salón —libros reubicados y cojines recompuestos— como si fuese a venir alguien a casa. Me ha hecho gracia. Pero no estoy dispuesto a que el triste imposible de recibir visita sea motivo de mi abandono. Si tuviese tiempo y supiese hacerlo, pegaría a la foto de arriba un par de personajillos que son universales, como ayudando con las obras. Astérix y Obélix. Hoy ha muerto el dibujante Albert Uderzo, uno de los grandes creadores de la célebre historieta. Me he acordado de mi hija y de J., el socio de mi hermano, apasionado de los cómics, coleccionista y experto, a quien acompaño en el sentimiento desde la distancia. Me ha llamado P. y me ha recordado hoy que no he mencionado en mi diario que el otro día su hermana, él y yo lo pasamos bien jugando por skype al Scattergories, ese juego de mesa que consiste en escribir en un tiempo limitado palabras que comiencen por una misma letra y que pertenezcan a una misma categoría. Nombres de artistas, batallas o guerras, cosas que hay en un escritorio, ciudades de veraneo, enfermedades, palabras relacionadas con el dinero, diseñadores o diseñadoras de ropa, títulos de películas, juegos, cosas que uno se puede poner, marcas de cerveza, algo que se pueda hallar en un circo… P. tiró el dado alfabético y salieron las letras D y B, en un segundo turno. Resultado desigual y algunas coincidencias, que no puntúan, claro. La prueba final por lo visto es escribir palabras que empiecen por la letra sorteada pero de una misma categoría. Grupos de música por la A. Y yo: «Asfalto», «Amaral», y luego, «Banda de Música de Avilés», «Banda Sinfónica Municipal de Alicante», «Banda Municipal de Música de Almería», «Banda Municipal de Alpedrete», «Banda de Música de Ávila», «Banda Municipal de Alhaurín de la Torre»… Perdí.

lunes, marzo 23, 2020

Diario de estos días (XI)

«En el cielo brillaban nubes metálicas como grandes campos de miel» (José María Arguedas)

Lunes, 23. Hoy he dado mi primera videoclase de la asignatura optativa de literatura hispanoamericana, sobre Los ríos profundos de José María Arguedas. Salvo algún problema técnico debido a mi bisoñez en el medio, creo que ha ido bien. He podido compartir la presentación y homenaje al escritor peruano que se celebró en el Instituto Cervantes en Madrid el 17 de enero del año pasado con motivo de la reedición en Drácena de la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo en 2018 —Santos Domínguez escribió sobre ella—, y por el cincuentenario de la muerte de Arguedas. De ello hablaron la autora del prólogo —la profesora Dora Sales—, y el escritor Gastón Segura, muy vinculado a la editorial. Es fascinante poder responder al confinamiento con una experiencia docente así, en casa, y con la posibilidad de compartir lo que veo en la pantalla de mi ordenador, desde el enlace a una página web hasta un documento elaborado precisamente para el análisis en clase de los textos. Mañana le tocará al teatro del siglo XVIII; y no dejará de ser chocante —y placentero— hablar de la Lucrecia de Nicolás Fernández de Moratín, o de la Raquel de García de la Huerta, desde casa, rodeado de mis libros, y saber que lo estoy haciendo simultáneamente a sitios como Azuaga, Torremayor, Badajoz, Mérida o Elvas, algunas de las localidades desde donde se ha conectado la docena y media de estudiantes que ha seguido la clase. Además, la Universidad de Extremadura, a través de su Vicerrectorado de Transformación Digital, está poniendo a disposición de su profesorado más de quinientas licencias de la plataforma que nos facilita dar estas clases virtuales; y esto me permitirá disponer de más de cuarenta minutos por sesión, aunque hasta el momento he superado ese límite y no ha pasado nada. Al finalizar la de hoy, fui a la cocina a llenar la botella de agua —en esto no hay cambio, pues necesito beber cuando hablo en público— y vi el papel que dejé anoche como recordatorio para la comida: «Tortilla de patatas». Me ha quedado jugosita. Lástima no poder demostrárselo a nadie.

domingo, marzo 22, 2020

Diario de estos días (X)

«Caminar por caminar cansa» (Antonio Gómez)

Domingo, 22. Lo peor está por venir, repitió anoche el presidente del Gobierno. Lo comentaron luego algunos tertulianos en un programa que me arrepiento de haber visto, aunque fuese solo durante unos minutos. Me indigna que estén en un plató televisivo unos personajes ridículos con un presentador que interpreta muy bien su papel de impostor, todos juntos, cada uno llegado desde su domicilio, caminando por la calle o en un vehículo particular o público, preparados para intervenir —maquillados—, y luego todos vueltos a sus casas. A los demás nos cierran los centros de trabajo y nos piden que no salgamos a la calle para nada. Ya son diez días y lo vamos consiguiendo. Me estoy acostumbrando a leer mientras camino por la casa para hacer algo de ejercicio. Sigo con Cuando editar era una fiesta (Barcelona, Tusquets Editores, 2020), la correspondencia privada de Jaime Salinas con Gudbergur Bergsson, «el compañero de una vida», como dice el muñidor de esta espléndida edición, el profesor —de la Universidad Ca’Foscari de Venecia— Enric Bou, que ha pespunteado el cuerpo principal de las cartas con materiales diversos como fragmentos de entrevistas, trozos de estudios, artículos, noticias de prensa, etc. Grata e insólita lectura peripatética de la que igual un día extraeré una estricta tabla de correspondencias entre el número de pasos y el número de páginas. Nunca me lo había preguntado: ¿qué distancia recorre un lector medio después de haber leído completo caminando el capítulo 1 de Rayuela? Entretanto lo averiguo, hoy he comprobado que cuatro mil pasos son dos kilómetros y ochocientos metros. Y sin salir de casa.

sábado, marzo 21, 2020

Diario de estos días (IX)

«El poeta es un creador» (Juan Ramón Jiménez)

Sábado, 21. Día Mundial de la Poesía. Hoy la red se está llenando de versos. Y hay un montón de iniciativas que promueven, como trae La Vanguardia.com, festivales «poéticos por Internet, rimas en las redes sociales y pancartas en los balcones», como una forma de combatir la cuarentena a ritmo de verso. Mi querida compañera G. me envía una foto del poema que ha copiado a mano en un folio y ha pegado en la ventana hacia la calle, siguiendo la propuesta de la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Junta de Extremadura. Lo ha hecho con un poema de Basilio Sánchez, el decimoquinto de la primera parte de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2018), XXXI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe: «Pertenecer a algo, / al cauce de un riachuelo, / al país de las hojas del otoño, / al arriate verde de la casa / que un hombre solitario levantó en una noche. […]». El caso de Basilio Sánchez es poéticamente ejemplar por la calidad incuestionable de su escritura. Son muchos años, son muchos libros, muchos reconocimientos por ellos y, afortunadamente, he tenido muchas ocasiones de estar cercano en persona y por escrito a su quehacer literario, que también es humanamente edificante. Salvo en las entrevistas o en alguna nota biográfica redactada por alguien, nunca en los datos a él referidos publicados en las cubiertas y solapas de sus libros se menciona su profesión de médico intensivista en Cáceres. Por supuesto, en su poesía no hay nada que deje asomar esa circunstancia de su vida, nada de lo que rodea a una dedicación tan cercana a la vivencia extrema, como estos días de ahora nos muestran. Y es que ayer leí un libro de poemas que representa el otro extremo de Basilio. Me llegó junto a La patria de los náufragos, de José Antonio Ramírez Lozano, «Premio Leonor» 2019 de la Diputación de Soria. Es Hallar la vía, de Noelia Palacio Incera, que mereció el «Premio Gerardo Diego» 2019 de la misma institución. Noelia Palacio (Santander, 1985) es, según se lee en la solapa de este su primer poemario, psicooncóloga y experta en cuidados paliativos. Casi todo el libro, desde su título, es una extensión literaria —con momentos de cierta intensidad poética— de su profesión: hay un paratexto titulado «Sedación», hay poemas como «Cáncer», «Fagocitosis», «Quimio», «Aislamiento», «Enfermedad refractaria», y hay otro paratexto al final que se titula «Sanar», que culmina una segunda parte menos referencial y más sugerente. Curioso. Y por eso anoche me acordé del autor de La mirada apacible y de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes; porque lo que leí es todo lo contrario a lo que llevo viendo poéticamente en un médico como Basilio Sánchez. Salud y poesía.

viernes, marzo 20, 2020

Diario de estos días (VIII)

«en cárcel presa ya y aún no nacida» (Alfonsina Storni)

Viernes, 20. Acabo de leer un titular escalofriante: «¿Y qué ocurre cuando el maltratador también se queda en casa?» (ABC.es. 20.3.2020). Aunque el texto de Érika Montañés aborda otras cuestiones, como que, según el Observatorio de Violencia Doméstica y de Género del Poder Judicial, hay menos quiebras de las órdenes de alejamiento, la miga del asunto está en el terrorífico encierro de una mujer en el mismo espacio que su agresor. Por eso algunas asociaciones están pidiendo que los centros de acogida permanezcan abiertos. Al principio, me sorprendía pensando en algunas situaciones cotidianas que se agravan por lo que ocurre, por ejemplo, que alguien que está confinado solo, como yo, salga a la compra y se deje las llaves y el teléfono dentro de casa; pero la lectura de la prensa me trae tantas excentricidades que mejor es pasar página. Y a otra cosa. Por ejemplo —y mucho mejor—, que hoy he dado una clase con mi grupo de 3º de Filología Hispánica, y que veintidós alumnas y un alumno se han conectado a la hora —las cinco y media de la tarde— en la que he podido programar la sesión. Gracias, muchas gracias. Hoy ha sido una excepción, porque yo quería hacer una prueba técnica que ha resultado muy bien y que hemos aprovechado para resolver dudas sobre las tareas pendientes. La próxima semana, en el horario de clase, volveremos a servirnos de estos medios maravillosos para resolver una crisis así. Quién iba a decirme que, después de treinta y cuatro años dando clases, iba a dar una desde mi casa, desde este estudio en el que paso la mayor parte de mi vida, y con una taza de café al lado. Me ha sabido a poco la hora y pico que hemos estado juntos; y no descarto que en alguna de las próximas clases que nos queden dedique unos minutos a preguntar individualmente cómo llevan este trance excepcional. La de hoy ha sido una experiencia muy grata. Por compartida.

jueves, marzo 19, 2020

Diario de estos días (VII)

«La calle es breve, angosta.» (Álvaro Valverde)

Jueves, 19. Desde el programa de Carles Francino «La ventana» llaman a los oyentes para que cuenten lo que ven si se asoman. Hay quien ve el campo y otros el mar desde sus casas. Hay quien puede subir a una azotea y contemplar buena parte de la ciudad desde lo alto. Ayer, M., una compañera, me enviaba imágenes muy apacibles de los jardines que se ven desde su casa, verde y reconfortante fronda amenizada por el trino de los pájaros. Una amiga me enviaba desde su pueblo la vista de una sierra de Gredos nevada a lo lejos. Yo solo veo mi calle estrechita y un pedazo de verde de los árboles de San Juan; suficiente para airearme esta cara de folio en blanco que se me está poniendo, como dice mi cuñada cuando me ve por skype, y para conversar un poco cuando salimos a aplaudir por las tardes o cuando coincidimos en los balcones porque sí. A., el vecino más ruidoso de toda la calle, no lo puede evitar y acompaña todos los días los aplausos con estentóreos gritos de ánimo, como si estuviese pasando una carrera por aquí abajo. Y hay quien desde la otra esquina lo jalea y vocea su nombre y se despide hasta mañana. Hoy es el llamado Día del Padre y he hablado con mis hijos, y a lo mejor a alguien le parece que es todo más difícil por ser fecha señalada. Qué tontería. Lo estamos llevando bien y es muy bonito sentirse tan acompañado en soledad. Lo más crucial está pasando afuera, y por eso no salimos. Así que la ventana principal por la que todo me llega, a falta de una casa que dé a un jardín, al mar o a Gredos, un sitio al que salir y poder ver lo distante, es esta pantalla de ordenador de 21,5 pulgadas, a la que estoy asomándome todos los días. Vamos, casi como antes.

miércoles, marzo 18, 2020

Diario de estos días (VI)

«Todo es cuestión de tiempo, dice» (John Berger)

Miércoles, 18. Estas jornadas de encierro creo que van a estar llenas de altibajos. No sé, la vida está llena de ellos; sin embargo, basta con que uno no pueda salir de casa para que al natural amparo le salgan grietas por las que se cuela la intemperie. Ayer me propuse dedicar el apunte de hoy a un mensaje muy positivo, de ánimo; y no renuncio, claro. Pero es que el lunes se le murió la madre a una amiga y no pudieron despedirla como es debido. Y ayer también supe que un chiquitín de un año, nieto de una persona querida, ha vuelto a ingresar en el hospital bastante malito. Y esta mañana recibí de un entrañable lector la noticia de la muerte el pasado domingo de su prima Pepi. Ella fue alma de uno de los órganos vitales de mi Facultad, su biblioteca —hoy centralizada—; y la tengo asociada a los mejores momentos como profesor en aquel antiguo edificio Valhondo que desocupamos en 1999. Por supuesto, ella fue una de las participantes más queridas del documental al que aludí en esa entrada sobre su primo y su imagen me ayuda a mantener vivo el recuerdo de su generosidad y de su bondad inalterables. Tristeza, pues. E inquietud, por las imágenes del hemiciclo del Congreso de los Diputados, semivacío, en la comparecencia del Presidente del Gobierno. Y no he podido evitar recordar aquella imagen antagónica de la tarde del 23-F de 1981, con ese sitio lleno y todos los diputados, la gran mayoría hombres, como todos los golpistas, con las manos sobre la delantera del asiento. Así que, por el momento, quedan días para sacar fuerza de donde sea y difundir ánimo. Hoy ha sido sorprendente y muy grato que en Radio Clásica hayan incluido, entre pieza y pieza —y yo que me quejaba de que últimamente hablaban mucho—, una entrevista con José Antonio Muela, profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Jaén, que nos ha ilustrado sobre la motivación intrínseca que es pensar dentro del círculo de aquello que puede ayudar al bien común, y no pensar en aquello —fuera del círculo— para lo que no servimos, como salir a la calle y buscar cómo exterminamos el virus. En fin, que este profesor nos ha ayudado hoy a llevar una cuarentena sana.

martes, marzo 17, 2020

Diario de estos días (V)

«La música, lo recuerdo ahora» (José Hierro)

Martes, 17. Ayer Extremadura no aparecía en los datos que daba El País por comunidades autónomas. No es que se olvidasen de nosotros; es que no llegábamos a los cien casos que hoy ya superamos (128). Hoy sí estamos en la tabla con nuestra tasa de un 12.0 de afectados por cada cien mil habitantes. Por la radio, principalmente, me llegan conmovedoras muestras de adaptación de la vida a una situación inédita. Un profesor de gimnasia que da clases a todo el que quiera seguirle desde su terraza, una pareja de novios que tiene que cancelar su boda y que simula casarse en la radio, una señora mayor que vive sola y que es ayudada por unos vecinos que juegan al bingo voceando los números por el patio de luces, mientras otros pelotean de ventana a ventana en una conexión entre imaginaria y real que nos mantiene a todos solidarios, responsables y expectantes. Tengo una sensación permanente estos días de comunidad —extraña sensación sin ver a nadie— y a la vez del lujo de un espacio propio y aislado que parece un paraíso raro —por obligado— porque escucho a un volumen generoso piezas como el aria del segundo acto de Las bodas de Fígaro o el concierto para trompeta y orquesta en mi bemol mayor de Haydn. Me gustaría compartirlo desde este estado de sitio. Hoy, la novedad ha sido hablar por videoconferencia con mi hermano J. y con mi hija, por separado; pero en estos días quedaremos para reunirnos todos de algún modo. Y es reconfortante saber que podemos seguir viéndonos. Me he quedado con la cifra de 200.000 millones de euros de la rueda de prensa del Presidente del Gobierno y con que ha utilizado en varios momentos el término frente para aplicarlo a lo sanitario, a lo social y a lo económico. Tres son las acepciones que trae el diccionario de esa palabra referidas a lo militar, y me confirma que estamos ante una gravedad similar al estado de guerra. Tenía que tocarnos y sabremos salir.

lunes, marzo 16, 2020

Diario de estos días (IV)

«—decía Juan de Mairena a sus alumnos—» (Antonio Machado)

Lunes, 16. Hoy es el primer día sin clases en la Universidad y, desde las ocho de la mañana, el primero de aplicación del Real Decreto del Estado de Alarma con el fin de afrontar la situación de emergencia sanitaria provocada por el coronavirus. Ayer domingo, y derivado de esto, se publicó la Resolución Rectoral por la que se cierran todos los edificios de la UEX hasta nueva orden. No hace tanto que era inimaginable que iba a descargarme en mi escritorio documentos de tanta trascendencia histórica. He hablado con mi decano, que me cuenta que han echado el cierre a la Facultad, que no aparezca por allí. Me pregunto que para qué, pues todo, que no es mucho, puedo gestionarlo desde casa. En estas horas he pensado en los estados de guerra, y cualquiera que haya vivido una se pasmaría por los medios de que uno dispone para afrontar esta crisis. Voy a estar encerrado durante bastantes días; pero puedo hablar con quien quiera, durante tiempo ilimitado, con solo marcar un número. También podría mantener contacto visual durante esa llamada, si quisiese. Estoy informado al segundo por radio, por televisión, por internet, por los mensajes que me llegan al móvil; y puedo comunicarme con mis grupos de clase y compartir con todos materiales gracias al Campus Virtual de la UEX. Afuera llueve y hace frío; pero aquí se está a muy buena temperatura, y puedo resolver también algún asunto administrativo que me preocupa. Trabajo en mis cosas, con todos los libros a mi alcance y, de no tener uno para poder culminar un compromiso, sin duda, creo que sería disculpable. Esta mañana tomé el pulso al día asomándome al balcón, y un hombre fue requerido por la policía local desde un coche. Respondió que iba a llevar una factura a un cliente y que se volvía a casa, que vivía cerca, en la calle Caleros; porque alguien desde dentro del vehículo le dijo que no le parecía de primera necesidad llevar esa factura a sitio alguno. En direcciones contrarias, los unos siguieron con el deber cumplido y el otro se fue cabizbajo, como pillado en falta, no molesto del todo. Me dio esa sensación. En el teclado predictivo de mi teléfono me aparece «muy» después del verbo cuando quiero escribir «Estoy bien». Es para animarse, la verdad.

domingo, marzo 15, 2020

Diario de estos días (III)

«El mundo solo por el cielo solo» (Federico García Lorca)

Domingo, 15. Hoy ni siquiera he bajado a por la prensa. Anoche salí muy tarde a tirar la basura y —con mucha prudencia y sensación culposa— di un corto paseo por el centro de una ciudad vacía en la que tan solo me crucé, a debida distancia, con una docena de personas. Me fijé en una pareja que caminaba delante de mí, a unos veinte metros, y me pareció una imagen de rara grandeza que me llenó de melancolía: ella y él iban cogidos de la mano. Había estado a las diez de la noche con dos vecinas de tertulia improvisada de balcón a balcón después de haber aplaudido en reconocimiento a los profesionales sanitarios. Es curioso: estamos haciendo de lo excéntrico moneda común y de lo instintivo un acto heroico. Me escribe mi compañera P., y me manda ánimos. Me dice que en su casa intentan llenar las horas con actividades agradables, que han sembrado tulipanes y que el hecho sencillo de verlos brotar será bien gustoso. Cuando esta mañana sacó a su perro, dos motos de la policía local patrullaban por el Paseo de Cánovas y uno de los agentes le dijo que podía salir para que la mascota haga sus necesidades, pero no para pasear. Sigo informándome por la radio y por internet; aunque hoy, por vez primera desde que me he confinado, he encendido el televisor para ver las noticias y adormilarme con una película mala de tarde de domingo. Esa es otra. Los días van a ir pasando, salvo por indicación de calendario, sin que se note si se trata de un lunes o un viernes, porque todo lo allanará un mismo hábito, esta insólita permanencia obligada en casa. 

Gracia sola

«A Garcilaso», que es lo que quiere decir el anagrama del título de esta entrada. No sé por qué volví a leer hace unos meses el soneto IX del poeta, y se me ocurrió que podría convertirse en un texto en prosa enviado en una carta o texto parecido. Lo importante es que no se olvide el soneto original; pero la tontería quedó así: «Hola, reina, si yo estoy sin ti y en esta vida duro y no me muero, me da la sensación de que ofendo a lo que te quiero y al bien del que gozaba hasta ayer reciente. Y hoy, tras todo esto, el desastre es ver que te pierdo de mi vida, y desespero, y así ando en lo que siento diferente. Y esa diferencia veo, sin saber qué hacer por esta ausencia, y con mis sentidos peleando noche y día y solo concertados en mi daño». A un amigo he dicho que si esto se convirtiese en una carta sería del ámbito privado; pero qué bien que el soneto de Garcilaso sea de dominio público. Aquí va:

                     Señora mía, si de vos yo ausente
                     en esta vida duro y no me muero,
                     paréceme que ofendo a lo que os quiero,
                     y al bien de que gozaba en ser presente;
                     tras éste luego siento otro accidente,
                     que es ver que si de vida desespero,
                     yo pierdo cuanto bien de vos espero;
                     y así ando en lo que siento diferente.
                     En esta diferencia mis sentidos
                     están, en vuestra ausencia y en porfía,
                     no sé ya que hacerme en tal tamaño.
                     Nunca entre sí los veo sino reñidos;
                     de tal arte pelean noche y día,
                     que sólo se conciertan en mi daño.

sábado, marzo 14, 2020

Diario de estos días (II)

«interrupción, oquedad, silencio» (Juan Goytisolo)

Sábado, 14. Parece que todo está cambiando radicalmente. Hoy ya no hay terrazas en la zona de San Juan y el silencio a veces resulta inquietante por su perseverancia, solo contradicha por las campanadas de las dos iglesias más próximas. En algún momento del día he apagado la radio o he parado la música, y es tan envolvente el silencio que se diría que esta clausura es otra; que no es la decisión responsable y disciplinada de un ciudadano, sino que realmente la gente se ha olvidado de mí, que nadie se acuerda de que existo, porque nadie me llama, nadie me escribe y nadie responde a mis mensajes. Además, soy el único vecino en todo este modesto edificio. Dentro de poco, para mis seres queridos, habré sido el recuerdo de lo que fui, una especie de ectoplasma que debió de deambular por esta casa… Es broma. La sensación duró un instante, los minutos que tardó en volver la red y el tiempo que tardé en llamar a J., que está en Madrid, y preguntarle por todo. Mi hija ha sido la segunda persona con la que he hablado hoy, después de B., a la que he comprado el periódico en el quiosco: «—Casi todo está cerrado», me ha dicho, con la misma tristeza que se le notaba en los dedos temerosos de contagio que me han dado el cambio. Al volver a casa, visto y no visto, me he lavado las manos, desconsolado. Me ha gustado mucho leer a Antonio Muñoz Molina («Testimonios del tiempo») hoy en Babelia de El País. Dice que la «observación es un deber de ciudadanía. Hay que fijarse muy bien en las cosas de las que somos testigos para poder contarlas tal como fueron a los que están lejos y a los que vengan después». Dice que el «que observa en presente ve con igual intensidad lo que después se sabrá que era trivial y lo que era significativo. Pero justo en lo trivial suele residir misteriosamente el sentido del tiempo. Lo trivial, lo accidental, lo mínimo, solo dejan rastro en el recuerdo de los testigos». Pues eso. Qué día tan interesante, de nuevo, solo, casi sin salir de casa.

viernes, marzo 13, 2020

Diario de estos días (I)


«ni siento sino a mí» (Nicasio Álvarez de Cienfuegos)

Viernes, 13. Hoy me he despedido de mi clase de tercer curso hasta dentro de dos semanas. De la más de la veintena que suele venir, hoy solo había ocho estudiantes en el aula 7. Lo primero que me ha llamado la atención ha sido que nada de hueco entre las que siempre se sientan juntas en las mismas filas. A al lado de I, e I junto a E, pegadita a M, que, sentada junto al único chico, al lado de C, ha estado hablando con su compañero —no ha sido agradable, me ha molestado— mientras yo me afanaba en comentar la poesía de Cienfuegos, el poeta del XVIII, tan singular, tan legible. No sé, son jóvenes; pero estaban demasiado cerca entre ellos. Hoy ha traído el periódico crónicas de Italia en las que se dice que se intenta concienciar a la población de menor edad de que también corre riesgo. Luego, he podido comprobar en el supermercado del barrio que no se puede confiar en el comportamiento responsable del prójimo. Más clientes de lo habitual, recipientes repletos para el envío a domicilio, carros llenos, estantes llamativamente vacíos… Y supongo que en los próximos días todo irá a peor; y no solo por la propagación del Covid-19, sino por esa actitud egoísta que espero que el declarado estado de alarma pueda paliar. Cuando llegaba a casa con mi bolsita de la compra, una de las terrazas más concurridas de la plaza estaba más concurrida que nunca, con la gente al sol de este marzo atroz. Luego, anochecido, he dado un paseo prudente, casi subrepticio, que me ha permitido ver mi parque cerrado, como algún céntrico café; y, a la vuelta, a dos vecinas en apacible charla en la terraza de la esquina convencidas de que mañana quizá no habrá ocasión. Cierro aquí este primer día hasta mañana, sin contagio.

jueves, marzo 12, 2020

En Takla Makán

© El Periódico Extremadura (1995) y Sandra Moreno Quintanilla (2020)
Un testimonio de la entrada de ayer.

martes, marzo 10, 2020

Camino de Takla Makán


Por puro juego nostálgico —que no es un juego—, mañana se intentará componer imagen parecida —¡ay!— a aquella que se publicó hace veinticinco años. Álvaro Valverde abría desde la izquierda la fotografía, en el centro Gonzalo Hidalgo, yo —sí— a su lado, con corbata, y a mi izquierda el editor, que, hace veinticinco años, fue Ángel Campos Pámpano (1957-2008). Pasado el tiempo, mañana representará esa figura David Matías, que, junto a Lidia Gómez, sostiene la editorial La Moderna, que es la que ha publicado esta edición conjunta de los ensayos sobre Sánchez Ferlosio del admirable escritor Gonzalo Hidalgo Bayal. Camino de Jotán (La razón narrativa de Ferlosio) se publicó en 1994 en el sello Del Oeste Ediciones, y a su presentación acudimos aquella noche «lluviosa y ventosa» a la que alude la crónica de El Periódico Extremadura de febrero de 1995. En la primavera de 2007, la Editora Regional de Extremadura nos sirvió El desierto de Takla Makán (Lecturas de Ferlosio), la reunión de escritos de Gonzalo desde 1997 en torno a su admirado autor y esparcidos por diferentes sitios, con el afán, como dijo su aliado lector, de protegerlos «de los inciertos azares periódicos y digitales». Ahora, Lidia y David en La Moderna publican en un único volumen ambas obras, con notas añadidas y un más que sugerente documento fotográfico, en una muestra de reconocimiento al extraordinario escritor que es Gonzalo Hidalgo Bayal y a la monumentalidad de la razón narrativa de Ferlosio, a su obra toda; y, ya puestos —añado— al tiempo adquisitivo y consuntivo, todo en uno, que representan los que ya no están. Por el puro juego nostálgico que, claro, no es un juego.
Mañana: presentación de Camino de Jotán. El desierto de Takla Makán, de Gonzalo Hidalgo Bayal. (Galisteo, La Moderna, 2019). 19:30 horas. Biblioteca Pública «Rodríguez-Moñino/María Brey», Cáceres.

domingo, marzo 08, 2020

Invisibles

He ido a ver Invisibles, la película de Gracia Querejeta rodada en Cáceres, en el Parque del Príncipe, por el que paseo tanto, a veces casi diariamente; y no como las protagonistas, Amelia (Nathalie Poza), Elsa (Enma Suárez) y Julia (Adriana Ozores), que quedan todos los jueves. Durante su rodaje por estas fechas del año pasado pude notar de noche la presencia del equipo técnico y algún día tuve que variar mi itinerario por la grabación de alguna secuencia. Esta mañana he leído una entrevista en XL Semanal en la que Gracia Querejeta, que tiene mi edad, habla de la invisibilidad de la mujer a los cincuenta —«No te enteras, llega un momento en que serás invisible», dice que le dijo Mercedes Sampietro. Las relaciones personales y familiares, la situación laboral, la vida docente, en suma, recorren esta película que la propia directora califica como «muy personal» y que se basa brillantemente en la palabra y en casi un único espacio, y mantiene el interés del espectador durante los ochenta minutos de metraje con una interpretación excelente. Supongo que muchas mujeres se habrán sentido identificadas con las conversaciones de estas tres amigas paseantes, con su opinión sobre los hombres sin caer en el desprecio virtuoso, con sus puyas, su fingimiento, sus problemas, su sinceridad, sus dudas, su vivencia del sexo, su desamparo trágico. La vida. Pero la vida bien contada —tranches de vie— en imágenes luminosas, casi todas matinales para comenzar los días de semana en semana como una manera como otra cualquiera de marcar el paso del tiempo. Yo he visto a muchas mujeres esta mañana en la manifestación y concentración en la Plaza Mayor con motivo del Día Internacional de la Mujer; ninguna invisible. Pero Gracia Querejeta pone el dedo en la llaga de una sociedad que repercute en una profesora, en una ejecutiva que es despedida o en una madre frustrada atormentada por su hijastra. Ha sido un buen día con mujeres, mayoría también en la sala de cine.

viernes, marzo 06, 2020

Música y poesía

Preparaba mis clases sobre Octavio Paz y releí hace unos días el origen familiar del poeta mexicano y las menciones que hace de su madre, Josefina Lozano, nacida en México; pero hija de andaluces y la que —dice el escritor— le abrió las puertas de la palabra dicha, de la conversación y del canto, de la palabra cantada. Ha sido inevitable acordarme de que el pasado viernes 28 de febrero Basilio Sánchez, quien dice que el poema es un acto de reflexión moral, en su intervención en el Curso de Escritura Creativa que el Vicerrectorado de Extensión Universitaria de la UEX tiene en marcha y que lleva el periodista y narrador Javier Morales Ortiz, aludió a su madre, también andaluza, de Huelva, recientemente fallecida, y dotada de una voz que su hijo poeta quiso fijar de algún modo en el recuerdo de su canto. Lo dejó dicho en sus libros autobiográficos, en las dos entregas de un mismo impulso a las que me referí aquí. «A mi padre, por las imágenes. A mi madre, por la música», van dedicadas aquellas dos obras emparentadas. En el caso de la madre, poesía y canción. Voz y letra. Y vuelvo a un texto del hijo poeta Basilio Sánchez: «Cantaba con una voz muy baja, casi susurrada, como si quisiera retenerla en aquel espacio reducido que compartíamos, pero aun así ofrecía todos los matices e inflexiones de los que era capaz, todo el virtuosismo que su garganta privilegiada le había permitido conseguir. Yo la oía, desde mi cercanía complaciente, con una percepción exacerbada que no he vuelto a tener nunca, como si me amparase la conciencia de estar asistiendo al milagro fecundo de una melodía creada por los sentidos para los sentidos que se abrirían en mí. Una armonía privada que, en aquel mismo momento, y sin que nada pudiera hacerlo sospechar, se estaba convirtiendo en una parte constitutiva de mi ser, en el hilo que hilvanaría en el futuro las diminutas cuentas de mi lenguaje, mi manera de relacionarme con las cosas». Y me ha parecido escuchar también la palabra seseante y serena de Paz, otro de los autores que han escrito los textos que me ocupan. Un privilegio.

martes, marzo 03, 2020

El cuento del espejo

Aquí iba una alusión al premio Planeta, a escribir sobre él y a la polémica a costa del grande Benito Pérez Galdós. Pero no me ha parecido procedente para no quitar importancia a que leí El cuento del espejo (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, Ayuntamiento de Villanueva de la Serena, Diputación Provincial de Badajoz, Junta de Extremadura —¡uf!—, 2019), de Rui Díaz (Badajoz, 1982), a quien conozco desde las aulas de la Facultad y echo de menos en la conversación literaria y personal; y eso que tampoco estamos tan lejos. Es un acierto que al título de este relato que recibió el XXXVIII Premio de Narración Corta Felipe Trigo se haya llevado la palabra «cuento», porque es lo ficticio, la ficción, la mentira, cabría decir, lo principal de esto. Por eso se dedica a «los poetas, los cuentistas, los narradores, los músicos, los actores, los cantantes… Gracias por mentir». Pero es que hay otros paratextos al principio y al final que ponen las cosas en su sitio, y que enmarcan todo con mucha intención. Los dos primeros, uno de Tagore («No es tarea fácil dirigir a los hombres; empujarlos, en cambio, es muy sencillo») y otro en cursiva y asumido sin firma que dice: «Cuando llegó el día de la fiesta, los tejedores trajeron al rey la tela cortada y cosida, haciéndole creer que lo vestían y le alisaban los pliegues. Al terminar, el rey pensó que ya estaba vestido, sin atreverse a decir que él no veía la tela». Los dos últimos, uno de Borges («Hoy, al cabo de tantos y perplejos / años de errar bajo la varia luna, / me pregunto qué azar de la fortuna / hizo que yo temiera a los espejos») y otro en cursiva y asumido sin firma que dice: «—Muy bien, estoy a punto —dijo el Emperador—. ¿Verdad que me sienta bien? —Y volvióse una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido». Solo el de Tagore parece referirse a la trama del relato; lo demás atañe a su significado, que, en cierta manera, está en una frase que el prepotente personaje de Aarón dice a su becario: «Porque la ficción es un espejo que muy pocos saben leer y demasiados confunden» (pág. 64). Leído El cuento del espejo, esos paratextos resultan como un postre o ese dulce picoteo final con el que te agasajan después de haber degustado un suculento menú. Excelente menú el relato de Rui Díaz. Pero el gesto no queda ahí, porque las citas en cursiva y sin referencia son recreación del exemplo XXXII de El Conde Lucanor, que es el origen del cuento de H. C. Andersen El traje nuevo del Emperador (1837). Que el autor no dé ninguna pista sobre la procedencia de esos textos da que pensar para adentrarse en un escenario en el que las fronteras entre la verdad y la mentira son tan difusas. Este relato tiene muchos valores, y casi todos están relacionados con esa intención de presentar la vida como fingimiento; por ejemplo, los giros autorreferenciales a la trama, como si los personajes fuesen plenamente conscientes de estar participando en una representación. Una representación marcada en la narración como las indicaciones de las salidas y entradas de actores, casi con acotaciones («Se abre el telón», pág. 47; «Y abandona la escena. El público aguanta la respiración en silencio […] Una tos al fondo. Las luces se hacen un poco más tenues, indicando el paso del tiempo, breve, pero asociado a un cambio, a duras penas perceptible», pág. 61). Una representación, en suma. Me parece un acierto. A mí el relato me ganó; pero confieso que en mi primera experiencia de lectura reparé en lo que creo que es un fallo del que quizá el propio autor no es consciente, porque incluso podría asumirlo con la naturalidad de quien escribe como dueño de su historia. Se trata de la presencia excesiva del narrador —que, sin embargo, parece distanciarse en beneficio de escenas de diálogo— en las numerosas comparaciones valorativas sobre todo tipo de circunstancias de la narración: «como nunca lo hace la felicidad» (pág. 11); «igual que lo haría un tren en un túnel» (pág. 12); «como la boca de una atracción de feria» (pág. 12); «como el hocico de un perro policía» (págs. 12-13); «como una señal entre caminos que se bifurcan» (pág. 13). Esto solo en tres páginas. Hay muchas más («acaba con la boca seca, como si su cuerpo hubiese catalogado la verdad como una patología», pág. 43; «apunta Ana, precavida, justo antes de recitar una ristra de datos igual que lo haría con un poema vanguardista», pág. 46; «como los amigos que llegan tarde a la fiesta en la que todo el mundo está borracho», pág. 53; «Su cabeza da vueltas como la de un ateo que se enfrentara al dios en el que no cree», pág. 59); «Se siente como un niño», pág. 67). Porque si el narrador juega a mirar el relato como el que se divierte con su retablo de marionetas («Minipunto para el equipo de los becarios, que parece volver al partido», pág. 19) no debería dejarse notar tanto con estas apreciaciones. No sé, ha sido solo una sensación en la lectura placentera de tan recomendable narración que mañana miércoles, día 4, se presenta en el salón de actos del Palacio de la Isla (Pl. de la Concepción) de Cáceres. «Orín pues» (pág. 42), inserta el juguetón que narra. «De milagro», digo yo, no me he presentado esta tarde allí convencido de que era hoy la presentación. Espero no perdérmela mañana. A las siete de la tarde, Palacio de la Isla, miércoles 4.