Ayer asistí a la lectura dramatizada de La maleta, la obra de Isidro Timón (Villanueva de la Vera. Cáceres, 1961) que ha editado la Asociación Cultural Letras Cascabeleras de Cáceres. En las intervenciones de dos de los promotores de esta publicación, Víctor M. Jiménez Andrada y Vicente Rodríguez Lázaro, se insistió en la vigencia del texto que escuchamos —la música de la guitarra de Mario Osuna acompañó las palabras de la actriz Amelia David y de Isidro Timón en la Sala Maltravieso, bien iluminados, con buen sonido y con el negro envolvente sustitutivo de toda escenografía. Qué bien tener tan cerca de casa una sala tan céntrica, tan bien dotada para pequeños formatos, en los que mostrar tanto de lo que se hace en teatro—. Se referían, creo, los dos escritores que hablaron sobre la obra a uno de los asuntos principales que trata el texto de Isidro, el de la emigración, que modernamente se ha enriquecido con matices morfológicos para representar una realidad social que es la que está presente en La maleta (inmigración, migración). Pero habría que añadir a esa vigencia la del propio texto, que sigue vivo con la lectura de ayer, después de su estreno en octubre de 2012, en el Gran Teatro de Cáceres, y después de la fecha en la que Timón lo firmó en enero de 2007, que es la que se imprime en esta edición de Letras Cascabeleras. Añado otro dato que está en un texto de Isidro que, con su permiso, reproduje aquí, hace casi diez años, con motivo de aquel estreno: que lo escribió o empezó a escribir en 2005. Salvo errata o lapsus en aquella carta de octubre de 2012 que nos envió a amigas y amigos, esto supone que el texto que escuchamos ayer tiene un recorrido de muchos años que acrece su vigencia. La de una obra que, como suele ser habitual en las creaciones de Isidro Timón, nos mueve a mirar a unos hechos pasados para interrogarnos sobre nuestro presente, que gusta del clímax dramático no sé yo si para dar significado estructural al anticlímax («Más raro que los ratones coloraos» es la última frase de uno de los policías de la segunda trama de una obra que implica al lector, al espectador o al escuchante en mucho más de lo que aparenta). Siento admiración por las cualidades humanas de Isidro Timón y por su capacidad de trabajo, una energía que produce constantemente más en beneficio de los otros que en el suyo propio. La que nos regaló ayer a muchos.
sábado, junio 25, 2022
viernes, junio 24, 2022
En Oviedo, con Inmaculada Urzainqui
Hasta la tarde de ayer se celebró en el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo el congreso El mundo del libro y la cultura editorial en la España del siglo XVIII, coordinado por el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (IFESXVIII) de la Universidad de Oviedo, y la participación también de la Queen’s University Belfast, a la que pertenece el profesor Gabriel Sánchez Espinosa, uno de nuestros grandes expertos en bibliografía material, en bibliotecas y en los aspectos históricos referidos al libro en diversas épocas y principalmente en el siglo XVIII, el período que ha sido el objeto de esta convivencia de investigadores. He podido beneficiarme de una parte pequeña de las aportaciones que se han presentado a esta reunión científica; pero lo mejor que me he traído de una ciudad preciosa y lluviosa, en un junio días atrás caluroso en extremo, ha sido asistir al homenaje que la Universidad de Oviedo dedicó el miércoles en su antiguo paraninfo a una dieciochista como Inmaculada Urzainqui Miqueleiz. La «excusa» fue su jubilación como profesora de la Universidad de Oviedo, después de cincuenta años de vinculación con ella, también como exdirectora del IFESXVIII y como catedrática de Literatura Española, y la expresión material del agradecimiento de todos es ahora la publicación del libro La República de la Prensa: periódicos y periodistas en la España del siglo XVIII, que, en edición de Eduardo San José Vázquez y María Fernández Abril (Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Universidad de Oviedo. Ediciones Trea, 2022), reúne los estudios más destacables de la autora sobre los orígenes y el desarrollo del periodismo español en el siglo XVIII, estudios que no han perdido vigencia y que cobran, reunidos ahora, un valor renovado muy especial para los estudiosos e interesados. Novecientas doce páginas rematadas con un poblado índice onomástico y de cabeceras periodísticas, que es la última de las tres secciones con las que se cierra el volumen que remite, además, a una Bibliografía citada —que facilita las consultas— y que relaciona todas las publicaciones de Urzainqui desde 1978 —la primera fue una reseña de la bibliografía de Francisco Aguilar Piñal sobre La prensa española en el siglo XVIII. Diarios, revistas y pronósticos— hasta 2021. Aunque supongo que los editores del compendio han estado en comunicación constante con la autora, se aprecia mucho su labor en la estructuración del conjunto en cinco nutridos bloques de trabajos que dejan distribuida la obra de muchos años de Inmaculada en (I) Panorama de la prensa en el dieciocho español —aquí quedan recogidos trabajos de referencia principal en el estado de los estudios de nuestro Setecientos—; (II) Prensa de opinión y crítica. Los espectadores; (III) Un nuevo espacio para la crítica literaria; (IV) Mujer y prensa —interesantísima su atención a los espacios de la mujer en la prensa—; y (V) Algunos nombres propios —Feijoo siempre, Isla, Rubín de Celis, Jovellanos…—. Pesa poco el tocho reparador de La República de la Prensa de Inmaculada Urzainqui comparado con la cantidad de amistad y estima que uno encuentra con tan solo desplazarse unos quinientos kilómetros para estar —a distancia por el puñetero virus que afectó a la homenajeada— con una «maestra también en cordialidad, constancia, entusiasmo y convicción», como deja escrito en las «Palabras preliminares» del libro la actual directora del IFESXVIII, Elena de Lorenzo, con quien, nuevamente, disfruté de su conversación, esta vez en un local de la Plaza Porlier en el que hablamos de Inmaculada, de Feijoo y Jovellanos, de los muchos colegas con los que departimos, de libros, de poesía contemporánea, de la amistad como asunto de la literatura del Dieciocho. Y eso. De la buena gente y de las buenas sensaciones que a la mañana siguiente me traje durante otros quinientos kilómetros.
sábado, junio 18, 2022
Saramago
Hoy, en el año de su centenario, se cumplen doce de la muerte de José Saramago. El Premio Nobel portugués nació en la freguesia o pedanía Azinhaga en 1922 y murió en Tías, en la isla de Lanzarote, en junio de 2010. He vuelto esta mañana a las páginas de El año de la muerte de Ricardo Reis, porque me lleva a Fernando Pessoa y me vuelve a evocar a Ángel Campos Pámpano, que tradujo la poesía completa de Saramago (Alfaguara, 2005). Y aprovecho esta efeméride para difundir el Curso de Verano del Campus Yuste y de la Universidad de Extremadura, con el apoyo de siempre del Gabinete de Iniciativas Transfronterizas de la Junta de Extremadura, que homenajea así a su persona y a sus obras. Tendrá lugar en el Monasterio de Yuste entre los días 27 y 29 de junio de 2022 y, felizmente, en formato presencial. Aquí está la información. Con orgullo, la Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste recuerda que Saramago fue nombrado académico —ocupó el sillón Rembrandt— en junio de 1998, unos meses antes de que se le distinguiese como Premio Nobel. Pero quiero anotar que también siguió manteniendo con Extremadura una constante vinculación al aceptar la propuesta que le hizo la Junta extremeña de ser el presidente del jurado del Premio Extremadura a la Creación en su modalidad de Trayectoria Artística de Autor Iberoamericano desde su primera edición, cuando en 2000 se otorgó al insigne poeta Eugénio de Andrade, que poco después obtuvo el Premio Camões, la máxima distinción para un escritor en lengua portuguesa y que ya mereció José Saramago en 1995. El autor de La balsa de piedra estuvo en la presidencia de ese premio extremeño en las siguientes ediciones, las que premiaron a otros escritores como Ernesto Sábato (2002), Rafael Sánchez Ferlosio (2003), Juan Marsé (2004), Juan Goytisolo (2005), y Eduardo Lourenço, es decir, hasta mayo de 2006. En aquella su última rueda de prensa como presidente del jurado, celebrada en el actual Hotel NH Palacio de Oquendo de Cáceres, Saramago hizo una contundente propuesta para abrir más las candidaturas de los premios a Iberoamérica. En aquel entonces, tener al Premio Nobel todos los años en Extremadura se convirtió en algo habitual, y disfrutar de su conversación en público y en privado es una de esas preciadas experiencias que uno recordará siempre. Por todo ello, y por más, será un gusto estar en Yuste recordando a un gran hombre.
viernes, junio 17, 2022
Ex Libris Alonso Zamora Vicente
Hermano con este título esta entrada con otra que dediqué aquí al fondo bibliográfico de Pedro de Lorenzo (1917-2000) para hacer mi crónica de esta inauguración, celebrada esta mañana en la Biblioteca Central de la Universidad de Extremadura en Cáceres. Pongo en cursiva inauguración porque los libros de Pedro de Lorenzo están en la Diputación de Cáceres desde 1983 y los de Zamora Vicente desde 1990, y han formado parte del patrimonio bibliográfico de la institución desde entonces. Sin embargo, hoy se ha inaugurado —ahora sí, en redonda— una nueva ubicación de la colección y una nueva idea sobre cómo poner a disposición de los usuarios un patrimonio bibliográfico impresionante. Confieso que me he emocionado esta mañana viendo todo aquello, sintiéndolo mío —otra vez la cursiva, claro—, como el resultado de la colaboración de dos instituciones que han dado un ejemplo de sensibilidad y de generosidad, como nos consta que ocurrió hace más de cincuenta años en los orígenes de lo que hoy somos. Y hoy somos una biblioteca universitaria con escasísimos parangones en valor entre aquellas que se fundaron el siglo pasado. Ya nos sentíamos orgullosos de los más de cien miles volúmenes del campo humanístico y social, de un estimable fondo histórico y de un admirable fondo hemerográfico, y este incremento por depósito compartido es una acción de notable importancia. Nos beneficiamos los investigadores y también los estudiantes que pueden sacar oro para sus trabajos de fin de estudios o sus tesis doctorales, como un añadido de lujo a la bibliografía utilitaria que toda universidad alberga. He disfrutado mucho viendo el resultado material de un esfuerzo grande de personas cercanas de la Diputación de Cáceres y de mi «casa», la Universidad, que dice tanto del mimo y de la delicadeza que se han puesto en mostrar todo; como he compartido esta mañana con mi admirada Ana Zamora, nieta de don Alonso, sobre la que podría poner aquí varios enlaces sobre su dedicación y su excelencia. Las raíces, el medio, la educación, el teatro, la vida. Y qué alegría, claro, ver a tantas personas cercanas y queridas, de las dos casas que se han encontrado esta mañana. Qué buen ambiente. Y qué llamativa la irrupción de toda la comitiva en la sala de lectura de la Biblioteca Central con los estudiantes que preparaban sus exámenes sin dar crédito a que el Rector, el diputado de Cultura de la Diputación de Cáceres, la directora de la Biblioteca Central y otras autoridades y adláteres, se presentasen allí para celebrar la recepción de más de cuarenta mil volúmenes, objetos personales, papeles manuscritos, y una parte de la colección de cerámicas que la filóloga, dialectóloga y novelista María Josefa Canellada (1912-1995) y su marido Alonso Zamora Vicente (1916-2006) fueron adquiriendo en sus muchos viajes por España. Un emocionante disfrute. He echado en falta esta mañana a Mª Antonia (Queca) Fajardo, alma desde el inicio de la Biblioteca de don Alonso acogida por la Diputación. Como funcionaria de la institución, fue la que mejor conocía el fondo y sobre el que escribió algunas líneas —en aquellas actas de un Congreso Internacional dedicado a Zamora Vicente en la Universidad de Alicante de 2003— que reconozco ahora publicadas sin firma en las noticias que se difunden en los medios y que, indolentes por intención objetiva, nos alejan tanto de lo que verdaderamente tiene un valor. Intelectual. Y sentimental.
domingo, junio 12, 2022
Tartufo
El montaje que vimos anoche en la Plaza de San Jorge del Tartufo de Molière, en el XXXIII Festival de Teatro Clásico de Cáceres —que ha comenzado con muy buen pie—, me llevó a rescatar días antes una singular edición que tengo de esa obra, publicada junto a La escuela de los maridos, con el título de El hipócrita. Lo singular no es solo que sea uno de los tomitos de la popular colección Cisneros de Ediciones Atlas, con un estudio preliminar de don Marcelino Menéndez Pelayo, sino que el texto es el de la versión en octosílabos que publicó el escritor felizmente volteriano José Marchena (1768-1821) en 1811. Fue prohibida su lectura y su representación en 1814, que reparó el Trienio Liberal, para volver a ser censurada en 1824. Se reeditó en 1836 y en 1860, y yo tengo una reedición de 1944 presentada por el historiador de los heterodoxos españoles, entre los que estaba Marchena. Otra versión bien distinta, pero no menos importante, es la que ha hecho Ernesto Caballero para mostrarla al público del siglo XXI en un montaje que ya adelanto que considero notable como lectura de un clásico y demostración del arte escénico en el que tantas personas participan, desde la iluminación, la decoración o la confección del vestuario, hasta la cara más visible de quienes interpretan su papel frente al público. Un año más, se quedó pequeño el graderío de la Plaza de San Jorge en una noche en la que habríamos agradecido mayor distancia de seguridad —se vieron algunas mascarillas— entre el público, es decir, que corriese más el aire. Entradas agotadas. Ya comenzó a pintar bien el asunto cuando se hizo el silencio al salir a escena una chica con bata blanca de limpiadora y con una mopa que pasó por el suelo del escenario, justo cuando escuchamos el aviso grabado de «Faltan cinco minutos para que comience la representación». El personal, por lo extemporáneo, mostró cierto regocijo y desenfado, que fue el que tomaron —pasados los cinco minutos— los actores para mostrarse como si fuesen unos cómicos que venían a representar a Cáceres una obra de Molière, un clásico antiguo que ninguno sabe cómo va a tomarse el respetable. Este discurso es el que pone en marcha la obra con la preocupación por el lugar del teatro clásico en nuestro tiempo, y la reflexión sobre la mentira, y el juego argumental entre apariencia y realidad llevado al marco metateatral, con un actor conocido —Pepe Viyuela— que interpretará su papel de famoso para afrontar el del mentiroso, cuestionándose a sí mismo como intérprete, hasta el final de una obra que arranca con la hilarante escena de Dori (Dorina) sorprendida por ver al «calvo de la tele» —el «Chema» de Aída—, sorprendiendo —y no sé si incomodando a los puristas—, y que, sin embargo, resulta sabiamente acorde con el personaje de la criada resolutiva del texto de Molière, cuyas intervenciones marcan los cambios de ritmo de la acción, como ocurre con la interpretación sobresaliente de la joven María Rivera, que hace de una secundaria principal, la chica de la mopa y de la bata. La explotación de la figura de un gran primer actor como Pepe Viyuela —que ocupa el falso brillo del cartel promocional— obliga al director a tenerlo en escena desde el principio —como Pepe y como la señora Pernelle, madre de Orgón—, pues su personaje, de lo contrario, no saldría a escena hasta el principio del acto tercero de la pieza. Un acierto, obviamente, y ocasión justificada para el lucimiento de tan imponente actor que sabe equilibrar su incuestionable vis cómica con los rasgos de un villano despreciable, el falso devoto que engaña a un Orgón que vive fuera del mundo más que por su «necia bondad», por su mera y simple necedad, bien mostrada por un experimentado Paco Déniz, que comparte con Silvia Espigado, estupenda en el papel de su esposa Elmira, la caracterización indirecta y el sostenimiento del enredo dirigidos hacia Tartufo. Jorge Machín como Damis, el hijo, Estíbaliz Racionero como Mariana, la hija, Javier Mira como Valerio, su pretendiente, y Germán Torres como Cleante, cuñado de Orgón, completan un elenco que contribuye a la solidez de este montaje como expresión moderna de la lectura de un clásico controvertido en su tiempo. Expresión moderna, como toca en el nuestro, de complementos como el vestuario, de objetos como un teléfono móvil, o los espejos de camerino que recuerdan siempre el marco en el que nos movemos, o en el tik tok que las actrices y los actores hacen como un nuevo modo de saludo casi final. Por cierto, el texto base que ha manejado Ernesto Caballero para su propuesta ha sido el de José Marchena. Qué cosas. Otra agradable noche de teatro en buena compañía.
viernes, junio 10, 2022
El Bufón
Entre «Somos El Bufón y a veces tiramos piedras» y «…recuerda que aquí no servimos a dioses», mensajes de presentación y de cierre, hay todo un mundo que he disfrutado gracias a los podcasts que Teatro del Bufón viene editando desde enero de 2021. Debo el gusto a mi querida Mercedes Martínez Esperilla, que ha compartido conmigo un proyecto apasionante que debería contar con todos los apoyos de espectadores, lectores e instituciones con sintonía con el teatro periférico que se hace lejos de las grandes superficies del espectáculo o de los centros del poder escénico. Un teatro de verdad. Conozco bien el empeño de Maltravieso Teatro en Cáceres y de Guirigai en Los Santos de Maimona, y agradezco que alguien con la sensibilidad de Mercedes me haya dado acceso a otro proyecto afanoso y ejemplar de gente que cree como cree en el teatro. Raúl Cortés, escritor y director teatral, y Cristina Mateos, actriz, directora de La Periférica Compañía de Cómicos, son los impulsores también de Ediciones del Bufón, una editorial especializada en artes escénicas de la periferia que es la responsable de la edición de los interesantísimos audios que se pueden escuchar aquí: sobre un olvidado dramaturgo como Alfonso Jiménez Romero (editado el 20 de enero de 2021), sobre la actriz y dramaturga colombiana Paola Guarnizo (20 de octubre de 2021), sobre la bailarina, coreógrafa y directora Nieves Rosales (24 de noviembre de 2021), sobre la emocionante historia de María Pisador, que murió de leucemia a sus treinta años, que no quiso morirse sin asistir a una representación de La Zaranda en el Teatro Principal de San Sebastián, muy enferma. Luego, Eusebio Calonge, de La Zaranda, montó Convertiste mi luto en danza basado en su historia. Mercedes, aquí, dice muy bien un poema de María. O, en el más reciente podcast (30 de enero de 2022), sobre Juan Bernabé, director del Teatro (Estudio) Lebrijano, y su manera de reivindicar a los jornaleros en tiempos tan difíciles como los del franquismo. La vocación de este propósito es andaluza y latinoamericana, periferia auténtica; y el interés es central, sin lugar a dudas. Desde Morón de la Frontera. Los anteactos y los entreactos de los actos que son los podcasts principales de El Bufón no tienen desperdicio, y recomiendo escucharlos. Qué interesante. Gracias, Merceditas. Qué grande.
jueves, junio 09, 2022
Gente que cuenta
Como dice Antonio Muñoz Molina, autor del prólogo («Arte y oficio de la entrevista», págs. 11-17), creo que uno de los atractivos de este libro —dedicado a Julián Rodríguez— está en las páginas en las que la autora cuenta algo de sí misma, lo más personal, lo que no estaba en el texto publicado en El País Semanal, en donde salieron por primera vez las veintisiete entrevistas que se incluyen en este volumen de Anatxu Zabalbeascoa, Gente que cuenta (Madrid, Círculo de Tiza, 2022). Me enteré de que no era una mera recopilación de las conversaciones ya publicadas cuando escuché por la radio a Anatxu el jueves 10 de febrero, en el programa La ventana, de Carles Francino, durante un viaje en coche conduciendo por la A-5 hacia la capital. Me parece que fue el periodista quien le dio pie microfónico para que hablase de eso, y habló de su enfermedad. Dos semanas después compré el libro en Cáceres —acerté con la librería que lo tenía y no necesité que me lo pidieran, que suele ser lo habitual—, y tardé poco en leer y releer esta galería de gente que pertenece al ámbito selecto de las celebridades en campos tan diferentes como la música, la arquitectura, el diseño, la sociología, el cine, el urbanismo, el arte, la antropología, la edición, el deporte o la literatura…, en las que los nombres de Patti Smith o María Jiménez, de Zaha Hadid o Rem Koolhaas, de Milton Glaser o Miguel Milá, de Richard Sennett, de Isabel Coixet, de Santiago Beruete, de Jacobo Siruela, de Susana Rodríguez, o, en ese orden de dedicación, de Ian McEwan o Jhumpa Lahiri, entre otros nombres incluidos en este carrusel de voces que uno escucha con delectación gracias a que alguien previamente pregunta para que cuenten. Para quien conoció en su día las respuestas de estas personalidades, lo interesante, insisto, de este volumen es que quien pregunta también cuenta. De tal modo que, cuando Carles Francino propició que Anatxu hablara en la radio de sus dos cánceres, los lectores del libro ya comprobasen que no era nada que no estuviese ya en esas nótulas de cierre en las que la entrevistadora titula las entrevistas sin título, pues en una de ellas, en la que hace a la escritora estadounidense de origen bengalí y Premio Pulitzer Jhumpa Lahiri, Anatxu escribe: «La entrevista fue en el piso que tiene alquilado, desde hace más de una década, en el Trastévere. Le conté que había vivido en ese barrio durante un año, hacía entonces veintiuno, y que allí había conocido a mi marido. Como me estaba tratando con quimioterapia un segundo cáncer de pecho, mi marido me acompañó a Roma. […] Jhumpa no preguntó por mi pañuelo en la cabeza en pleno mes de julio. Pero al terminar la entrevista lo señaló. Y me deseó suerte» (pág. 55). Este es el cariz de este libro que sobrepasa el interés y el buen hilo de las entrevistas que se publican en El País Semanal. Es tan sugerente que, ahora, cuando leo las que recientemente aparecen en las páginas del semanario —a la arquitecta y activista alemana Anna Heringer, a la psicoterapeuta Anabel Gonzalez (sin tilde), a la arquitecta Paola Antonelli o al sociólogo Eric Klinenberg, en las últimas semanas—, me quedo con ganas de conocer el comentario de Anatxu sobre cómo se hicieron, y anhelo un nuevo volumen que actualice sus quehaceres en otro Gente que cuenta. No es un libro que pueda comentarse en tan poco espacio, y espero tener ocasión de decir algo más. Esto es un poquito insuficiente sobre tanto aire fresco de fuera que nos trae gente que conocer.
sábado, junio 04, 2022
La herejía de Durango
Conozco a Pedro Martín Baños por sus obras, que no es mal modo, como dejó escrito Cervantes. La primera de las suyas me llegó en forma de revista —Per Abbat—, gracias a una exalumna, María V. Soriano, que compartió con él pasillos y pasiones en un instituto de Almendralejo, el «Carolina Coronado», del que fue director y en el que sigue dando clases. Luego supe de sus publicaciones sobre El arte epistolar en el Renacimiento europeo 1400-1600 (Universidad de Deusto, 2005), que fue el asunto de su tesis doctoral, la edición de la Apologia, de Antonio de Nebrija, para la que escribió el estudio preliminar (Universidad de Huelva, 2014), y, más recientemente, La pasión de saber. Vida de Antonio de Nebrija, con prólogo de Francisco Rico (Universidad de Huelva, Biblioteca Biográfica del Renacimiento Español, 2019). Para mí, Pedro Martín Baños es una persona cercana en su lejanía, por no habernos tratado lo debido en estos casos y por dedicarnos a tramos distantes en la historia literaria. Por eso estimo tanto mi sentimiento admirado de cercanía. La muestra más reciente ha sido la edición primorosa que ha publicado de La herejía de Durango en una serie de la que soy adicto por culpa del buen hacer del profesor Pedro M. Cátedra. Estas ediciones de la Sociedad Española de Historia del Libro (SEHL) y del Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas (SEMYR) llevan nutriendo la bibliografía de raros textos con estudio desde hace décadas, y una de sus novedades más reciente es esta edición de Pedro Martín Baños de La herejía de Durango y la inédita «Responsio Apologitica ad Epistolam Fratris Alfonsi de Zamora» (c. 1441). Salamanca, SEHL & SEMYR, 2021. Es un placer siempre recibir ejemplares tan cuidados en la elección del papel, de la letra y sus tamaños, en la pulcritud de su resultado e incluso en este caso en la nota como encarte que su artífice Pedro M. Cátedra envía a los suscriptores aludiendo a la invasión rusa de Ucrania —un «vergonzoso sindiós»—por dejar noticia del presente en el afán exquisito de dar piezas singulares del pasado. Lo es este testimonio desconocido hasta ahora de la herejía de Durango, el movimiento heterodoxo del siglo XV (1440-1441) que cualquier curioso puede reconstruir con la lectura de la contextualización de Martín Baños en los primeros capítulos de su introducción, antes de hacer la descripción de un códice conservado en la Catedral de Oviedo, en el que se encuentra el texto que ahora se da a la luz por primera vez con su traducción, cuya edición constituye el motivo de este cuidado volumen. Recuerda Pedro Martín Baños que el único escrito conocido de la herejía de Durango era la carta de uno de los heresiarcas, fray Alonso de Zamora, dirigida al rey Juan II, y es precisamente el texto editado una respuesta directa —«Amigo fray Alfonso, aunque todo esto habría debido bastar para poner freno a tu boca y quebrar tu altísona lengua […]» (pág. 150)— y coetánea que refuta los argumentos y la doctrina de los disidentes que huyeron al reino de Granada para evitar la represión, y que confirma buena parte de la secuencia de los hechos que se conocen. El manejo preciso de las fuentes primarias y secundarias que derrocha este estudio es admirable, y abre variadas vías al conocimiento de la religiosidad y de las corrientes espirituales de aquel momento en el que un texto como el de Zamora proponía puentes de conexión entre creencias diferentes, entre el mundo cristiano y el mundo musulmán. Tanto propone este estudio que, con los pies en la tierra de la profesionalidad honesta del investigador, Martín Baños escribe: «El asunto no está ni mucho menos cerrado, pero la lectura que la Responsio apologitica hace de la carta de fray Alfonso establece, creemos, una sólida base sobre la que seguir investigando» (pág. 61). Queda en mi modesta biblioteca una pieza más que me ha permitido unas horas de erudito disfrute —sintagma que reivindico—; y la cercana lejanía que conlleva aprender de ámbitos que uno desconoce gracias a las exquisitas hechuras de un libro que aportan un sabor mejor aún a lo leído. Tenía ganas de escribir algo sobre esto, que me ha tenido ensimismado.
miércoles, junio 01, 2022
Escribir
Me cuenta una amiga que se escribe mejor cuando nadie te dice lo que tienes que escribir. Yo le digo que sí; pero que muchos también encontramos disfrute cuando escribimos por encargo, por obligación profesional. Y a veces obtenemos un beneficio. Otras, escribimos por escribir; como ahora, para recordar en este principio de junio un verso memorable que en estos momentos no me viene.