Ayer asistí a la lectura dramatizada de La maleta, la obra de Isidro Timón (Villanueva de la Vera. Cáceres, 1961) que ha editado la Asociación Cultural Letras Cascabeleras de Cáceres. En las intervenciones de dos de los promotores de esta publicación, Víctor M. Jiménez Andrada y Vicente Rodríguez Lázaro, se insistió en la vigencia del texto que escuchamos —la música de la guitarra de Mario Osuna acompañó las palabras de la actriz Amelia David y de Isidro Timón en la Sala Maltravieso, bien iluminados, con buen sonido y con el negro envolvente sustitutivo de toda escenografía. Qué bien tener tan cerca de casa una sala tan céntrica, tan bien dotada para pequeños formatos, en los que mostrar tanto de lo que se hace en teatro—. Se referían, creo, los dos escritores que hablaron sobre la obra a uno de los asuntos principales que trata el texto de Isidro, el de la emigración, que modernamente se ha enriquecido con matices morfológicos para representar una realidad social que es la que está presente en La maleta (inmigración, migración). Pero habría que añadir a esa vigencia la del propio texto, que sigue vivo con la lectura de ayer, después de su estreno en octubre de 2012, en el Gran Teatro de Cáceres, y después de la fecha en la que Timón lo firmó en enero de 2007, que es la que se imprime en esta edición de Letras Cascabeleras. Añado otro dato que está en un texto de Isidro que, con su permiso, reproduje aquí, hace casi diez años, con motivo de aquel estreno: que lo escribió o empezó a escribir en 2005. Salvo errata o lapsus en aquella carta de octubre de 2012 que nos envió a amigas y amigos, esto supone que el texto que escuchamos ayer tiene un recorrido de muchos años que acrece su vigencia. La de una obra que, como suele ser habitual en las creaciones de Isidro Timón, nos mueve a mirar a unos hechos pasados para interrogarnos sobre nuestro presente, que gusta del clímax dramático no sé yo si para dar significado estructural al anticlímax («Más raro que los ratones coloraos» es la última frase de uno de los policías de la segunda trama de una obra que implica al lector, al espectador o al escuchante en mucho más de lo que aparenta). Siento admiración por las cualidades humanas de Isidro Timón y por su capacidad de trabajo, una energía que produce constantemente más en beneficio de los otros que en el suyo propio. La que nos regaló ayer a muchos.
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