Javier Alcaíns y yo estamos convencidos de que este libro va a ser la repanocha. Yo más que él; aunque se ha animado a enviar una carta electrónica promocional entre familiares, amigos y conocidos en la que anuncia que la pitonisa Marijuli, de El Carneril de Cáceres, ha predicho que la primera edición se agotará en cuestión de días, por lo que invita a acercarse a los dos puntos de venta principales —las librerías cacereñas El Buscón y Boxoyo Libros— antes de que la falta de ejemplares provoque a los desidiosos un colapso emocional. Yo, por si acaso, me he hecho con un par de ejemplares para regalar; y admito encargos. Aparte las bromas —de verdad— este libro puede convertirse en una de las más codiciadas delicadezas editoriales del año. Por su aspecto externo, encuadernado en cartoné con cuidadosos hendidos en la tapa para mostrar una variación de una de las luminosas ilustraciones a color que el libro lleva en su interior, acomodándose al texto —y el texto a ellas— en una edición primorosa. Me alegro de que la firmen los hermanos Álvarez, de Tecnigraf (Badajoz). Van a sentirse muy orgullosos por ello. El colofón dice: «Javier Alcaíns escribió este libro, realizó las ilustraciones y diseñó las páginas con líneas de plata. Comenzó en abril de 2018 y le dio fin el primer domingo de junio de 2019, fecha en la que seguía sin saber la solución de la adivinanza del agua». Tengo que escribir sobre el enigma del título. Y será también un libro codiciado por su texto, unas tres mil y pico de palabras, unos doce folios de andar por casa y menos de treinta páginas en esta edición que lo acomoda espléndidamente a planas casi todas distintas e iluminadas con extraordinarias ilustraciones. Qué voy a contar yo a estas alturas sobre Javier Alcaíns. Eso sí, sobre el texto sí; que es una maravilla: «Ahora que la medianoche se deshace y la lluvia marca un ritmo de corazón tranquilo, busca la memoria el agua del origen» (pág. 9). Queda pendiente.
miércoles, julio 31, 2019
Apuntaciones de un domingo
Que me aspen si la fotografía que el domingo publicó El País de Matías Cortés (q.e.p.d.) no es junto a Ángel Juanes Peces, que fue presidente del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura y de la Audiencia Nacional, y no, como dice el pie de foto de la edición en papel (pág. 31), con Juan Peces. Recuerdo que hace muchos años me contó un escritor muy estimado hoy cómo tuvo que administrar el éxito inmediato de una novela excepcional. Me dijo que le ofrecieron el premio más dotado de España, que el periódico más vendido de España le propuso colaborar cuantas veces quisiese y que incluso un ya fallecido famoso presentador de una televisión de España con una tertulia de éxito le ofrecía más de setenta y cinco mil pesetas de las de entonces por ir una vez a la semana a «tomar café y charlar con unos cuantos conocidos», como él me dijo para explicarme que acudió la primera vez por cortesía y que no volvió jamás a aquel programa. Parece que lo importante es el nombre, la fama. El domingo escuché a un actor estimable responder a las preguntas sobre su futura gestión en un importante cargo para el que lo más probable es que no esté tan bien dotado como para la interpretación sobre un escenario. Nombres, nombres, nombres. Un escritor de moda que firme una versión de Medea es una garantía de éxito; pero si la firma un extremeño de Azuaga llamado Antonio Jiménez Casero, autor de una novela como Medea murió en Corinto (2016), el asunto no tendría el gancho requerido. Mi hija me habla de su trabajo y el periódico del domingo me dijo que las horas extras no pagadas suben un 10,5%, que los «asalariados en España realizaron cada semana un total de 2,9 millones de horas extraordinarias que no son remuneradas por sus empresas en el segundo trimestre del año en que se implantó el registro obligatorio de jornada». Página 48, y ya no me extraña que noticias así no estén en portada. Ah, bueno, y lo impredecible de la vida, que queda prendido cuando ya ha pasado, y el asombro de estar vivos y la celebración de algo que uno no sabe cómo explicar. Pasé este domingo leyendo e intentando comprender su sábado más inmediato. Qué suerte.
viernes, julio 26, 2019
El murmullo del mundo
«Luis Javier Moreno con su habitual socarronería: «Ya sabes que si copias a un autor dirán que has plagiado; pero si copias a quinientos dirán que eres un investigador» (pág. 314). No recuerdo exactamente desde cuándo conozco al escritor y profesor Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957). No sé si nuestro primer encuentro fue en Plasencia, cuando el Congreso de Escritores Extremeños de 1996, hace veintitrés años. Da igual, en verdad; y no sé por qué soy tan estúpido y escribo esto. Si hoy nos encontrásemos por primera vez, mañana estaría agradecido de su amistad. Este libro, El murmullo del mundo (Gijón, 2019), es muestra reciente de su gentileza, pues gracias a él me lo hicieron llegar desde Ediciones Trea a principios del mes pasado. Tiene más de cuatrocientas páginas y confieso que, con todo lo que uno tiene y los escasos sesenta días que han pasado desde que lo recibí, no lo he leído entero. Bueno, sí. Porque es el resultado de tres libros ya publicados —Para qué sirven los charcos, Los pormenores y La vida mitigada— y de uno inédito, Muda de siglo. Un paseo por el malestar, que dice Tomás en la nota previa que son apuntes «arrancados de unos cuadernos que regalé a mi hijo Diego allá por 2001, cuando cumplió dieciocho años, para entrar de algún modo junto a él en ese territorio de la sensatez obligada que los adultos llaman mayoría de edad» (pág. 7). Para qué sirven los charcos lo leí cuando Ángel Campos Pámpano y Manuel Vicente González se lo publicaron en Del Oeste Ediciones, así que ahora lo único en lo que me he fijado es que aquella tercera división de «Interior acuario» se ha retitulado en 2019 «Literario diario». Y de La vida mitigada ya hablé con pasión aquí. Por eso, en mes y medio he podido dar cuenta de aquellos pormenores que no llegué a leer y de lo inédito, claro. Ciento treinta páginas, más o menos. En ellas hay de todo un poco del «ajetreo habitual» de T.S.S. Por ejemplo: «En el Polo, donde habitan los osos polares, se llegan a alcanzar los treinta grados plantígrados. Eso me escribe un alumno en un ejercicio. Y lejos de espantarme, la respuesta me asombra. Ramón habría pedido permiso a este galopín para incorporar a su muestrario otra greguería» (pág. 233). «Encuentro por azar un libro, Muerte en Zamora, escrito por el hijo de Ramón J. Sender y que trata de dar claves sobre la ejecución de Amparo Barayón, su madre, por falangistas de la ciudad. Lo más estremecedor es el relato de la cárcel de mujeres y, entre menciones de lo horrible, nombres propios y apellidos que se convocan al estrado: Viloria, un tal Mariscal —que debió de ser feroz y sanguinario—, un gobernador de la estirpe de Pilatos, el obispo Ochotorena… No, en una guerra civil no hay ciudades inocuas. La mía tampoco lo fue, como nos hicieron creer durante tanto tiempo en la paz de nuestros comedores» (pág. 279). En la página vecina en la que Tomás habla de un vecino viudo y con soriasis, leo: «Estuvo dos horas y media —lo que duró el encuentro entre ambos con dos cervezas de por medio— hablando de sí mismo: firmas de libros, ventas, cenas, conferencias en pueblos… Cuando lo dejé hace un par de años era un joven bisoño que aspiraba a ser escritor. «Ahora escribo ya como me viene en gana», dice cándidamente ufano. Al despedirnos, justo antes de huir yo, me pregunta: «Bueno, ¿y tú qué haces ahora?». Me quedaban diez segundos de estar junto a él. ¿Y qué quería que hiciera?» (págs. 230-231). Es una gozada asomarse en estas páginas al cotidiano vivir y a la manera de pensar de coche de línea y de un sosiego distinto de Tomás Sánchez Santiago, que escribe como los ángeles que escriben bien. Certifico. E insisto en que estos libros deberían tener un índice de materias, porque son tantas: librerías, ancianos, política, literatura —aquí caben escritores, novelas, poesía, Gamoneda, Claudio Rodríguez, Luis Javier Moreno…, ay—, mujeres, calor, muerte, otoño, anuncios, rosquillas caseras, Diego, bares, madre, radio, Ana, cine, barrio, mercado…Un índice arduo de componer pero con la seguridad que da el orden alfabético.
jueves, julio 25, 2019
Teoría de la novela
Algunas cositas leí hace años y con desigual aprovechamiento sobre teoría narrativa, desde La retórica de la ficción de Booth, la perspectiva semiológica de Bobes Naves en La novela, lo de Bourneuf y Oullet, o muchos textos sobre análisis literario, de Carlos Reis, de Darío Villanueva, de tantos otros…; pero esto, más reciente, me pareció formidable cuando nos lo regaló su autor, sin notas a pie de página, sin apoyo bibliográfico: «Nunca, nunca, aunque no pase nada, la gente deja de contar, y si hay infierno, también allí seguirán contando por los siglos de los siglos, dándole cuerda una y otra vez al juguete de las palabras, intentando entender algo del mundo, tanteando en el absurdo de la vida en busca quizá de algún resorte que abra su ciega cerrazón, como la cueva de Alí Babá al conjuro de una palabra mágica, y nos descubra el gran tesoro de la razón, de la luz, del sentido exacto de las cosas…» (Luis Landero, Lluvia fina. Barcelona, Tusquets Editores, 2019, pág. 225).
Paseo
Ya a estas horas, el calor es más soportable y el callejeo me lleva por esquinas y chaflanes a comprobar cómo se levanta el aire hecho viento —todavía caliente y perezoso, como en la novela inmortal. A las —Clarín— diez de la noche llega uno a estas piedras desde las avenidas modernas, desde el «parque» que llaman, o cualquier plaza llena de gente, menos bulliciosos por ser julio; pero con una vida que parece ignorar a conciencia la ciudad monumental que tanto llena la boca a los que presumen de casco histórico. De paseo.
domingo, julio 21, 2019
Memorias
He leído hoy que las memorias personales y políticas del escritor italiano Andrea Camilleri, fallecido hace unos días, creador del comisario Montalbano, serán publicadas bajo el título de Carta a Matilda, como un texto dirigido a su bisnieta. Se me ocurre que si yo escribo alguna vez cosa parecida podría titularla Palabras para Julia y para Pedro. A la buscada eufonía del título, tan reconocible en su primera parte como un precedente literario, se suma la novedad o variante del añadido personal de un receptor más que se incorporó a la vida de su madre y a la mía en mayo de 1995, para quedarse en ellas, como se queda lo importante. Ya veremos. Por el momento, me ocupo en demostrar que soy fiable, que no soy malo, que no me río de nadie, ni juego con nadie y que respeto a las personas a las que quiero. Sería un buen modo de empezar escrito memorativo de tanto empaque y de tan escasa tirada —dos ejemplares—; aunque solo fuese como descargo de conciencia. No sé.
viernes, julio 19, 2019
Retales sueltos
Ayer tuve la oportunidad de recuperar de las pilas de libros acumulados en mi escritorio dos títulos de Victoria Pineda, a quien hoy he acompañado en su concurso para la obtención de una plaza de catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Esos libros eran hoy dos evidencias más de los muchos méritos presentados por mi colega: su brillante ensayo Écfrasis, exemplum, enárgeia. Luis Cernuda y la poesía de la evidencia (Madrid, Calambur Editorial, Col. Selecta Philologica, 8, 2018) y su traducción de la colección de nueve cuentos reunidos bajo el título de En la frontera del color (Tegueste, Tenerife, Baile del Sol, 2014), del escritor y activista afroamericano Charles W. Chesnutt (1858-1932), a la que Victoria puso una nota preliminar en la que destacaba al autor como «uno de los primeros escritores negros que gozó del favor del público y de la crítica en un ambiente literario y social predominantemente blanco, cuando las esperanzas suscitadas a raíz de la emancipación de los negros después de la Guerra de Secesión empezaban a difuminarse» (pág. 9). Feliz jornada de celebración académica. Recoloco esos libros sobre los que no llegué a escribir aquí y remuevo notas y apuntes de meses atrás, como vestigios de un tiempo lleno de intensidad y asombro en lo más cotidiano. Por ejemplo, una noche se rieron de mí por llevar este libro en la mano: Curvas de nivel. Artículos 1997-2017 (Sevilla, La isla de Siltolá, 2018), de Jordi Doce. Bueno, nadie sabía de qué libro se trataba; pero era un libro en un lugar extraño, en una situación poco propicia para leer; y me sigue llamando mucho la atención que la gente se preocupe o se fije en si llevas corbata un día sin motivo, en si vas de la mano de un amigo o si has comprado el ABC cuando tú eres de toda la vida de La Vanguardia. De algo habrá que hablar, dirá el otro. Septiembre. Tardé bien poco en reservar dos habitaciones en un hotel de Vigo, otra en uno de Madrid para un sábado de ese mes, un billete de ida y vuelta en el AVE de Madrid a Barcelona y un NH en la calle Valencia 105 de Barcelona para estar con mi hijo. La anotación ponía «Qué tontería publicar esto». La crítica de urgencia. Es tal la rapidez con la que la crítica se hace eco, por razones editoriales, de las novedades, que no da tiempo a veces a leer las obras de las que todas las semanas te hablan suplementos y otras publicaciones. Ocurre que los suplementos o la crítica de urgencia cumple un papel importante en las conversaciones de muchos lectores que hablan sobre lo mal que ha puesto alguien la novela que acaba de aparecer o lo bien que la ha puesto otro, pero ninguno ha leído la novela de la que se habla, porque, evidentemente, estamos a otras cosas y no hay tiempo. Dedicado a Jaime Naranjo, padre. Algo así como Moñino y las bibliotecas particulares. «Para llenar un gran hueco en la bibliografía nacional haría falta que alguien se ocupase en recoger noticias sobre bibliotecas particulares y públicas de antaño» (A. Rodríguez-Moñino, Historia de una infamia bibliográfica. La de San Antonio de 1823. Realidad y leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de don Bartolomé José Gallardo. Estudio bibliográfico, Madrid, Editorial Castalia, 1965, pág. 14). Y no tanto de antaño, sino las actuales; la cantidad de bibliotecas que hoy están sin catalogar —o no hechas públicas por sus dueños. He hablado tanto de esto con mi apreciado Manuel Márquez de la Plata… Anagrama. Una persona a la que quiero mucho me ha dicho que está en un parque, que no le pasa nada, que no siente malestar alguno, ni picor en los ojos, ni reprensión de estornudar. Se me ha ocurrido que un anagrama, que es el cambio en el orden de las letras de una palabra que da lugar a otra, me vendría bien para decirle su bien. Vamos, que «Cuando desapareció la alergia, llegó la alegría». Apuntamientos de varias cosas. Ayer anocheció triste el día y esta mañana la secuela tuvo como lema unos versos de César Vallejo y el título de un poema, «Despedirse», de Margarit. Unamuno presente en un poema de Luis Rosales, que cerró así: «que no te falte yo como me faltas». Habitación 214. Una cita: «En la forma consiste el arte» (Amor y pedagogía). Un pasillo de hotel ocupado por los carros de la limpieza diaria. Nueve y media de la mañana. Un verso («Sólo soledad sonando») y unas palabras escuchadas en la radio de una reportera con un recuerdo de infancia, porque alguien le dijo de niña que «Cuando no sepas si lo que vas a hacer está bien o mal, piensa en si podrías contarlo». Así, retales. En este mes de julio que empieza a ser caluroso; qué bien, qué tarde.
lunes, julio 15, 2019
Lectura secundaria obligatoria
Leo trabajos de fin de máster de alumnos que han realizado las prácticas en centros de Educación Secundaria y que tienen que cumplir con este requisito, excesivamente formalizado y poco creativo, para que les den el título. No puedo decir que los lea con el regocijo que me llevaría a reflejarlo en estas líneas, porque el género no se presta; pero sí que hay algo importante en casi todos ellos, tengan la calificación que tengan. Es ese carácter de crónica real y candente de la actividad que día a día se realiza en todos esos centros, mayoritariamente públicos, en la tarea de todos esos profesores que yo me imagino detrás de las páginas tan dadas a lo premioso que ahora leo. No es solo el período lectivo, que una madre que acude a una tutoría, una persona que visite el centro o un profesor invitado, como ha sido mi caso muchas veces, puede comprobar en pasillos, salas y aulas; sino todas esas actividades que se llaman «extraescolares» —y a las que no pillo el prefijo— que se organizan en todos esos espacios estratégicos —la educación es tan estratégica como la defensa nacional— que son los colegios y los institutos. Y leo que han organizado un viaje de estudios en el que voluntariamente se implican unos profesores, o un concurso de lectura en público, o una semana cultural con exposiciones y otras actividades, como un taller de protección solar, unos juegos de mesa para inculcar algo o una jornada de convivencia. Y leo la cantidad de horas que hay detrás de todo, y la cantidad de problemas que se llevan a casa los docentes, con sus necesidades. Extraigo ahora de esta lectura todo lo que he visto, que he conocido y que conozco, y concluyo con mi convencimiento de que lo que yo diga sobre los trabajos que leo no sirve para nada si nadie se cree que estoy convencido de lo que decía don José Manuel Blecua hace unos años, que no voy a volver a repetir. Porque ya está bien. O no. No sé. Qué lástima.
domingo, julio 14, 2019
Un afán de escritura
Leído en La escapada, de Gonzalo Hidalgo Bayal (Barcelona, Tusquets Editores, 2019): «(porque también yo creo que cuando termino las cosas es cuando estoy verdaderamente en condiciones de poder empezarlas)» (pág. 85).
martes, julio 09, 2019
1616
Hoy, al despertar de la siesta, ha sido inevitable reparar en la fecha señalada.
«[…] no es maravilla que nuestros pensamientos se muden: que éste se tome, aquél se deje, uno se prosiga y otro se olvide; y el que más cerca anduviere de su sosiego, ése será el mejor, cuando no se mezcle con error de entendimiento» (Capítulo primero del Libro III de Los Trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia setentrional).
lunes, julio 08, 2019
Lectura de César Vallejo
Considerando en frío, ya no en caliente, no sé si «imparcialmente, que el hombre es triste, tose y, sin embargo, se complace en su pecho colorado; que lo único que hace es componerse de días», y comprendiendo, con más esfuerzo que el resto de la gente, «que el hombre se queda, a veces, pensando, como queriendo llorar, y, sujeto a tenderse como objeto, se hace buen carpintero» —qué buen oficio el de carpintero—, «suda, mata y luego canta, almuerza, se abotona…». Considerando y examinando, en fin, la doble atrocidad de acostarse mal y despertar peor, y seguir vivo, sin embargo, y «comprendiendo que él sabe que le quiero, que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente… Considerando sus documentos generales y mirando con lentes aquel certificado que prueba que nació muy pequeñito… le hago una seña, viene, y le doy un abrazo» sin convicción alguna, flojo, indeciso, descreído de respuesta, sin la sustancia de la vida, como ido, extraño, sin afecto, sin suma, indiferente. Considerando que escribo por leer a César Vallejo para seguir sin saber nada y a pesar de todo ocupar las clases que me tocan cuando comience el curso como pasa siempre, siempre que esta rueda no se pare. Así, ya considerando en frío, en un nublado de julio, parcialmente.
jueves, julio 04, 2019
Teresa de Jesús, 1588
Examino a C. de la asignatura de «Fuentes para el estudio de la literatura española», muy práctica. Prácticamente, hora y media con ella para asegurarme de que se marche de vacaciones con una clase particular en la que conozca buena parte de lo que vimos durante el curso y con un aprobado raspado. Lástima. Busca la etimología de una palabra, consulta un repertorio bibliográfico, otro, una historia de la literatura, otra, le propongo buscar en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional la colección completa de Abeja española, el semanario publicado en el Cádiz de 1812 y 1813 con Bartolomé José Gallardo por ahí, de cuyo Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos le hablo sin que me haga mucho caso, casi sin darse cuenta de mi entusiasmo. Le pido que me responda a una de las preguntas del examen, a saber, que compruebe si de la edición de Salamanca impresa por Guillermo Foquel en 1588 de Los libros de la Madre Teresa de Jesús hay más ejemplares que los que el catálogo de la Biblioteca Nacional de España nos da. No estoy seguro —ay— de que no sea la primera vez que consulta el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español. Lo consulta y encontramos ejemplares en Galicia, en Salamanca, en Ávila, en Gerona… Animo a C. a ojear el libro y lo encuentra en Google Books y comprueba que la descripción física del impreso con la signatura de sus pliegos (Sign.: ¶⁴, A-Z⁸, 2A-2M⁸; ¶⁴, A-Q⁶; A-T⁸) concuerda con el original. Noto en ella cierto asombro. Se va C. con su aprobado y yo, después de tomar un café con una colega de lingüística francesa por culpa de Bartolomé José Gallardo —otra vez, felizmente—, he recogido el correo del día. Un sobre, acartonado como es costumbre, con un nuevo número —el 87, de enero-abril de 2019— de los Avisos de la Real Biblioteca de Madrid. Me ha costado creerlo. En él —sorpresa— un artículo firmado por Luis Crespí de Valldaura sobre Los libros de la Madre Teresa de Jesús y la edición de Salamanca de 1588, de la que ha cotejado cuatro ejemplares que están en la Biblioteca de las Descalzas Reales de Madrid. No sé. Creo que voy a salir ahora a comprar un décimo de la lotería.