miércoles, diciembre 30, 2020
Cuidad del paraíso
martes, diciembre 29, 2020
Marcelino Cardalliaguet
lunes, diciembre 28, 2020
El amor en los tiempos del cólera
No pude escuchar la emisión el pasado día 25 del «Cuento de Navidad de la SER» basado en la novela de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera, como un homenaje a los mayores en estos tiempos de pandemia. Lo hice anoche, con mi ejemplar delante. (Nota bene para bibliófilos: tengo la primera edición en Bruguera de diciembre de 1985, una rareza entre un millón de ejemplares de tirada, je). Verdaderamente, no hay color entre la experiencia de lectura o relectura de una obra así y una ficción sonora de hora y media interpretada por buenos actores. Pero es extraordinaria la calidad de la adaptación de la novela por el escritor teatral y guionista Pablo Remón y la dirección de Ana Alonso, y quiero recomendarla porque estoy seguro de que los escuchantes pasarán un buen rato y sentirán la necesidad de volver sobre aquel texto magistral, como me ha pasado a mí. Es admirable cómo Remón selecciona fragmentos y frases de la novela sin apartarse del lenguaje de García Márquez y construye un relato radiofónico que combina el estilo indirecto de unos narradores con el estilo directo de los protagonistas sin que el lector deje de reconocer la obra original. No hay nada de lo esencial que no esté recogido en esta microversión de la novela. Me he acordado de una amiga que suele preguntarme cómo estoy y a la que yo muchas veces le he respondido con una frase parecida a esta que ni recordaba que estaba en El amor en los tiempos del cólera: «Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae». Aquí puede escucharse esta delicia, en la interpretación de actores como José Sacristán y Susi Sánchez —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza mayores—, de Ricardo Gómez y Greta Fernández —que son narradores y Florentino Ariza y Fermina Daza jóvenes—, de Juan Diego Botto como Juvenal Urbino, de Ana Wagener, de Nancho Novo, y de otras voces invitadas, como la protagonista del loro a cargo de Raúl Pérez o la de, entre más de una docena, de Primitivo Rojas. Un disfrute.
domingo, diciembre 27, 2020
Resonancia de Francisco Valdés
viernes, diciembre 25, 2020
Soñando caminos
jueves, diciembre 24, 2020
24 de diciembre
«Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Hoy he conocido por la prensa la muerte de Charo Cordero, la presidenta de la Diputación Provincial de Cáceres. Tenía 54 años y será despedida en la intimidad en su pueblo, Romangordo, del que era alcaldesa. En fechas señaladas como la de hoy, la dureza implacable de la muerte parece mayor. Y en un año como este todo es distinto e insólito. También la Nochebuena, que quiere ser vieja ya y despedir el año funesto. Yo he enviado mensajes de felicitación con el añadido de «¡A la porra 2020!», como si fuese el último día del año, como si fuese la Nochevieja. Hoy, en los periódicos, hay muchos anuncios a toda plana con el mismo sentimiento. Telefónica, con el anhelo por «un 2021 en el que las pantallas dejen de ser protagonistas de nuestros encuentros», juega con los «abzs» de 2020 que esperemos que sean «abrazos» en 2021; y El País envuelve su ejemplar con una sobreplana que es un gran anuncio de «Nos habría gustado contar un 2020 diferente», que se cierra en la última con un «Ojalá podamos hacerlo en 2021». En realidad, parece que queremos adelantar al 24 la despedida del 31. Será eso. Un 24 de diciembre de 1958 murió mi abuelo materno, a quien no conocí. Desde entonces, en la casa familiar todo fue distinto, y se obviaba la Nochebuena y la familia se reunía en Nochevieja. Algo parecido a lo de ahora. Es curioso; porque hoy he recibido un mensaje de una persona querida y allegada que me ha recordado que un día como hoy murió su padre. También ha compartido conmigo la fotografía de una edición de las obras de Miguel Hernández que ha comprado. Qué cosas, porque ella no sabe que ayer anoté antes de acostarme que hoy hace 85 años que murió Ramón Sijé, un 24 de diciembre. A él, el poeta dedicó aquello de «Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado». Feliz Navidad.
martes, diciembre 22, 2020
Cáceres Flamenco
viernes, diciembre 18, 2020
Palindropedia (I)
miércoles, diciembre 16, 2020
Surimonos
domingo, diciembre 13, 2020
Padrino (Despedida)
Escribí aquí atrás sobre lo de la manía de casar fechas. Pues eso. Que el 13 de diciembre de hace diez años publiqué aquí una nota sobre mi padrino, que ha muerto hoy, 13 de diciembre. Estas coincidencias no son más que eso, una manera de ajustarse una cosa con otra, de convenir por una ocasión, por una circunstancia. Manuel Lucia Hernández (Zafra, 1940-2020) era mi padrino y tuve con él una relación muy especial, como con su hermana Pilar, mi madrina; porque fue entrañable sin ser frecuente ni constante. Muy entrañable. Recuerdo lo que le gustaba que le hablase de algún vínculo entre los toros —que era lo suyo— y la literatura —que era lo de su ahijado—, y hoy he acudido a un poema de Fernando Villalón que no sé si llegó a conocer y que dice que «Ya la blanca polvareda / llena toda la vereda. / Ya se acercan. Ya se escuchan sus bramidos. / Entre cruces de garrochas conducidos / el cortejo de los toros va a llegar. / Los jinetes majestuosos vienen ya…» La última vez que le vi, este pasado mayo, fue en otro entierro en el que todos estábamos muy tristes. Supongo que la vida nos dice que ha llegado el momento de tener que volver al lugar de infancia y juventud para reencontrarse con algunos en las despedidas de otros. La de mi padrino será mañana lunes, 14 de diciembre, a las 11:00 horas, en la Parroquia de La Candelaria de Zafra. Allí estaré.
Zimna Wojna
Han pasado más de diez años desde que escribí aquí una entrada que se titulaba «No dar crédito» en la que lamentaba que la televisión pública interrumpiese con brusquedad irrespetuosa la música y los créditos que forman parte de la conclusión de una película. No pongo comas para que vuelva a notarse mi indignación. Es como si te prestasen un libro y le arrancasen el índice y el colofón. Es una vergüenza. Y en una televisión pública que cínicamente dice que apuesta por el cine, y que no tiene publicidad —sí autopromoción—, es irresponsable. Hace unas horas he disfrutado viendo la película de Pawel Pawlikowski Cold War (2018), cuyo título original en polaco llevo a la cabeza de esta entrega indignada por el poco estilo de La 2 de RTVE. Una vergüenza. Yo casi siempre llego tarde a lo que merece la pena. Leí de mayor Guerra y paz y todavía no he visto decenas de películas eminentes. A la de esta noche pasada también he llegado después de un tiempo de su estreno, y me ha gustado mucho la luz de su blanco y negro, la historia de sus amantes, la música, mucho, y esos encuadres, que fascinan tanto en la televisión de casa porque te mantienen sentado en tu sitio cuando podrías levantarte a por otra cerveza. La película me ha entusiasmado; pero me ha indignado mucho que, cuando iban a mostrarse los créditos, después de la dedicatoria a los padres del director, y cuando sonaba una versión de las Variaciones Goldberg —además, sí—, nuestra televisión pública me haya privado de lo demás. Desastroso. No creo que cueste tanto solucionar esto que es vergonzoso. Zimna Wojna, de Pawel Pawlikowski, con Joanna Kulig y Tomaz Kot, como intérpretes principales. Muy recomendable.
viernes, diciembre 11, 2020
La noción del cero
jueves, diciembre 10, 2020
Tiempo libre
La rapidez salva vidas y la lentitud puede abrigarlas. Es lo que diferencia la eficacia de la vacuna más veloz de la paciencia en esperarla respetando todas las medidas. La distancia que hay entre ser el primero y proclamarlo con interés, con alharacas, y aguardar con la responsabilidad del sentido común, sin llamar la atención. El sábado, como dije, leí el artículo de Nuccio Ordine («Perder tiempo para ganarlo»), que me parece muy recomendable. Tiene razón, creo, en que «tomarse su tiempo no significa perder tiempo, sino, por el contrario, ganar tiempo, adueñarse del tiempo», y que dedicar las horas a los afectos, a la reflexión o la conversación, a oír música o contemplar una obra de arte significa ganarlas para uno mismo y para los otros, y, como concluye Ordine, «contribuir a que la humanidad sea más humana». Comparto esta defensa de la ociosidad, parecida a la que leí de Stevenson; pero en esta era que vivimos la velocidad tiene su gracia. El tiempo que ganamos con los medios tecnológicos de que disponemos debemos utilizarlos para un mejor rigor en el trabajo. Es sencillo. No se trata de trabajar más deprisa, sino con mayor intensidad y con la garantía de una mejor presentación de lo que hacemos. Precisamente, gracias a que llegamos antes a conseguir un dato, a revisar un texto, o a contar las veces que una palabra se repite. Así que el tiempo ahorrado en eso, deberíamos emplearlo en frenar, en pararnos a reflexionar, en hacer mejor el trabajo, en pensar despacio. Todo un lujo después de tan frenético modo de vida en el que por momentos nos dejamos envolver. Parar y templar, sin necesidad de mandar.
domingo, diciembre 06, 2020
En defensa de los ociosos
Hay viernes que no voy al campus, y convierto mi casa en el lugar guarecido que viene siendo desde que el desastre se instaló ahí afuera. Gozo aquí de una tranquilidad que no tengo en la Facultad —a pesar de las precauciones—, ni en la calle, ni en las tiendas. Y, con todo, uno sale, va a comprar, recibe a poca gente en casa y acude a trabajar a su lugar de siempre. El pasado viernes no salí más que para recoger muy temprano el periódico y desayunar con él. (En primera: «España sale del riesgo extremo por primera vez desde septiembre». En la última, la columna de Juan José Millás, fecundado por una imagen de Antonio Machado: «Allá, en las altas tierras [sic], / por donde traza el Duero / su curva de ballesta…». Y en El Cultural Clarice Lispector en portada, la reseña de Los ancianos siderales, de Luis Mateo Díez, a quien estaba escuchando en la radio, un anuncio de un clásico de Quevedo que voy a comprar y las «Hostias negras» de Luis María Anson, el artículo sobre la negritud que me llamó tanto la atención que acudí a un ejemplar que no recuerdo bien cómo llegó a casa de su libro La negritud, publicado en 1971 por Ediciones de la Revista de Occidente). Salto el paréntesis para decir que a veces lo leído nos lleva a algo vivido, o a algo que forma parte de nuestro entorno, como un poema que nos trae el mismo gesto de una amante que un día nos tomó de la mano. Y hay ocasiones en las que lo sentido en propia carne se corresponde en coincidencia con una lectura que a uno le visita después de haberlo experimentado. Como este pasado viernes, en el lugar guarecido que aparece en este delicioso ensayo que me trajo de Barcelona como regalo mi hijo Pedro y que habla del placer de permanecer a resguardo del viento, como acurrucado en un refugio. Es un librito de la primorosa colección «Great Ideas» de Taurus —ay, Penguin Random House Grupo Editorial— con unos breves ensayos de Robert Louis Stevenson en traducción de Belén Urrutia. Contiene ocho reflexiones sobre la vida —pues todo es vida, desde los lugares hasta las lecturas— que son muy gratas y que he revisitado sin saber que el pasado jueves 3 de este mes se han cumplido ciento veintiséis años de su muerte en Samoa, como recordó el mismo viernes del que hablo Elías Moro en su página de Facebook. El escocés escribe sobre el deleite de los lugares desagradables, que es cuando se refiere al placer de sentirse guarecido; escribe sobre enamorarse, que es —dice— «la única aventura ilógica, la única cosa que nos sentimos tentados de considerar sobrenatural en nuestro trivial y razonable mundo» (pág. 34), un accidente simple que es beneficioso y asombroso; escribe también sobre la vejez huraña y la juventud, como dos de las estaciones de la vida con las que hay que estar acordes en su momento y saber cambiar cuando las circunstancias cambian, pues en eso, dice Stevenson, consiste la verdadera sabiduría. Y escribe una apología del ocio, u ociosidad, «que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante» (pág. 7), una apología que va más allá de eso y que se convierte en una vindicación de la felicidad, en la de los demás y en la propia, como una siembra de beneficios anónimos, pues —dice Stevenson— que es «mejor encontrar a un hombre o una mujer feliz que un billete de cinco libras». Y yo añado que cuando alguien te confiesa su desdicha y pesadumbre es peor que la indigencia de estar sin libra alguna, sin duro alguno. Y es verdad que lo leído parece que genera un campo de afinidades que atrae otras actitudes, o, en este caso, otros textos. El sábado, ayer mismo, leí en el periódico el artículo de Nuccio Ordine «Perder tiempo para ganarlo», que vuelve, como Stevenson, a reivindicar el uso placentero y lento del tiempo fuera de toda utilidad u objetivo práctico y rentable. (Esto último, aderezado con una reflexión sobre la velocidad moderna, quizá me dé para otra entrada). En fin, que el ensayito de Stevenson es un libro deliocioso.
martes, diciembre 01, 2020
Odi et amo
Mañana miércoles acompañaré a Hilario Bravo en la presentación de su más reciente propuesta artística. Una carpeta con cinco serigrafías a tres tintas sobre preimpresión y un folleto que ha editado bajo el catuliano título de Odi et amo en una tirada de cuarenta copias numeradas y firmadas, más ocho pruebas de autor marcadas con números romanos y dos pruebas de estado. La edición tiene el patrocinio de la Diputación de Cáceres, y por eso mañana nos acogerá la Casa-Museo Guayasamín de Cáceres (Ronda de San Francisco, s/n), con aforo limitado. Aunque el título Odi et amo invoca uno de los poemas que no están iluminados de la antología de los veintitrés dedicados a Lesbia, su justificación es obvia en la representación conjunta que la obra propone de esos dos espacios, de esa división de la realidad pintada, y, por consiguiente, vivida, que se presentan contrapuestos en estas piezas. Mañana será un placer, nuevamente, hablar con el artista sobre su obra. Parece que, aunque no sé bien a quién, hay que confirmar asistencia.