Manuel Ariza Viguera es Catedrático de Historia de la Lengua Española en la Universidad de Sevilla. Lo fue antes en la Universidad de Extremadura, adonde llegó en 1975, hasta 1989, si no me equivoco. Fue mi profesor en quinto curso, en Historia de la Lengua. Un excelente profesor, prestigiado por sus estudios de onomástica, de lingüística histórica, de historia de la lengua literaria..., con un extenso currículo (ver parcialmente
aquí). No hemos dejado de tener cierto contacto, con encuentros esporádicos, porque él no ha dejado de venir por Extremadura a reuniones, seminarios o lecturas de tesis doctorales. En estos días, tengo la satisfacción de cuidar el proceso de edición de un libro que reúne sus artículos dispersos sobre el extremeño. Saldrá en una colección querida para él, en los “Anejos del
Anuario de Estudios Filológicos” del Servicio de Publicaciones de la UEX.
Mi despacho de la Facultad es vecino del de un buen amigo de Ariza, de otro de mis profesores de antaño, hoy compañero cercano, Antonio Salvador Plans, impulsor junto a Manolo del I Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española y de la Asociación de Historia de la Lengua Española. Por él sé mucho de Ariza. Y por él he sabido ayer que la CNEAI (Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora) le ha denegado el último de los sexenios de investigación que solicitó a finales del pasado año. Mi antiguo profesor y amigo Manuel Ariza ha escrito una carta a la Ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, que quiero reproducir, extractada, y así, con el permiso de Manolo, ayudo a su difusión. La ha enviado también a la prensa, a S.M. el Rey, y al Presidente del Gobierno.
“Excma. Sra. Ministra:
Por primera vez en mi dilatada vida académica, me han negado un sexenio de investigación, el último que me faltaba. Quiere ello decir que la comisión ha estimado que yo no he tenido los méritos científicos suficientes para que se me conceda un pequeño aumento de sueldo —147’05 euros mensuales. Me considero absolutamente insultado cuando, como puede comprobar, en el último sexenio he publicado 27 artículos y tengo 18 en prensa. Parece que eso no es suficiente.
La ley dice que, al menos, hay que tener cinco publicaciones para poder obtener un sexenio de investigación. Parece que 45 son pocas. Me gustaría saber cuántos han publicado en el mismo sexenio los componentes de esa comisión.
No voy a hablar de los méritos académicos de algunos miembros de la comisión, aunque podría, pero quiero destacar que la constituyen: un catedrático de historia de las religiones, una catedrática de ética, un catedrático de inglés, un catedrático de filología catalana, un catedrático de literatura española y finalmente una catedrática de lengua española de mi mismo departamento. No hay nadie de mi especialidad. Ni creo que ninguno de ellos se haya leído mis publicaciones.
[…] dos aportaciones a dos Congresos Internacionales de Historia de la Lengua Española, máxima reunión de los especialistas y que cuenta con un comité científico, no han merecido ni siquiera un aprobado, pero además, sin ningún criterio, pues uno tiene un 4’5 y otro un 4. Madre de Dios, uno se pasa meses investigando, gasta un buen dinero para asistir a los congresos —hoteles, comidas, etc.— para ni siquiera aprobar. ¿Qué se pretende?, ¿acabar con los congresos?
¿Es que son malas investigaciones?. La comisión lo ignora. Solo sucede que alguien —algún idiota científico, dicho sea en la acepción de Nebrija— ha decidido que los congresos no tienen predicamento científico. (Por cierto, uno de los congresos de Historia de la Lengua fue presidido por Sus Majestades los Reyes). Por lo tanto, suspenso en congresos.
¿Y por qué un artículo publicado en una revista mejicana solo tiene un 5’50?. Lo ignoro, como ignoro por qué no llegan a notable dos capítulos míos en la mejor Historia de la Lengua que existe.
La comisión actúa por parámetros fijados de antemano con unos criterios que nada tienen que ver con los científicos. Y se supone que deben juzgar mi investigación, mi contribución a la ciencia. Pero claro, eso es pedir peras al olmo: ninguno de ellos está capacitado para juzgar mi investigación, simplemente porque no son especialistas en Historia de la Lengua.
Pero permítame que me detenga en los supuestos criterios científicos que hacen que se valore más una u otra investigación. ¿Qué es lo que más cuenta? ¿el interés científico?, ¿la novedad?, ¿que se rellene una laguna existente? No, nada de eso, lo que cuenta para la comisión es si se publica en inglés —¡los de Filología Hispánica!—, y en revistas extranjeras; pero las mejores revistas de la especialidad son españolas, por lo que no tiene ningún sentido. ¿Qué es lo que menos? Los congresos. ¿Por qué? Lo ignoro, cuando —como dije— generalmente en ellos hay un consejo de selección y además es la única investigación que nos cuesta dinero, a veces mucho. Alguien ha copiado parámetros que a lo mejor son positivos para la gente de ciencias o para los generativistas, pero que no tienen entidad en otras especialidades. Parece que alguien ha decidido que lo científico es ‘café para todos’.
Porque resulta sorprendente que si publico un artículo en inglés en una revista de Australia sobre un asunto baladí la comisión seguramente lo valorará con un 7 o con un 9 (no sé si influye el quilometraje), y si publico una investigación importante en la revista de mi Universidad la comisión no la valorará
Pero, es más, la comisión no ha tenido en cuenta el resto de mis investigaciones, que no son pocas, así es que mis demás trabajos no merecen las sesenta centésimas que me faltan para conseguir un mísero seis. Perdone la expresión: tiene narices. […]
¿Así es como ese Ministerio va a fomentar la investigación? […]
Es evidente que pienso recurrir e ir a los tribunales si es necesario, pero he querido que V.E. sepa lo que pienso.”