viernes, julio 18, 2008

La novela de Julián Ríos

Lo normal en mí sería decir que debo el conocimiento de Julián Ríos a la lectura de Juan Goytisolo; pero no es así. Cuando se publicó Larva, en 1983 —y Rafael Conte cuenta que hasta enero de 1984 no estuvo en las librerías—, la primera persona por la que conocí una recomendación sobre el libro fue mi amigo y antiguo compañero de instituto José Gras. Siempre me acuerdo de él cuando tengo entre manos algo de Julián Ríos. Me acuerdo más que de Juan Goytisolo, que ya es decir, y más que de Julián Ríos. (¿25 años desde la publicación de Larva y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales no dice nada? ¡Imposible!)
Mi hermano Josemari tenía la edición de Edicions del Mall, por donde la leí, y luego, años después (1992), compré la de Círculo de Lectores, con las ilustraciones de Antonio Saura. Por cierto, con una errata en la Nota supernumeraria o solapa: “ilustraciones”, cuando lo lógico, y lo correcto, en Ríos, es “ilustraiciones”. Comprendo las dificultades de cazar la errata en las turbulencias textuales de Ríos...
La leí hace ya unos meses, y he vuelto a pasar por sus páginas por revivir el placer de una lectura redoblado, además, por la curiosidad de leer a un Julián Ríos de los años sesenta —“Escribí Cortejo de sombras de 1966 a 1968 en Madrid (trataba entonces de revivir y de recrear sin regionalismos mi particular Galicia, el país de las maravillas de la niñez y de la adolescencia, con sus sombras del pasado ominosas a veces, al que se anexionaba entre nostálgico y fantasmal el país del que te irás y no volverás de tantos emigrantes) y cuando me fui a vivir a Londres, en 1969, me llevé el manuscrito con la intención de añadirle un par de capítulos que tenía ya esbozados.”—, y preguntarse —tonterías de filólogo— cuánto hay de verdad en aquello que dijo el gran Milalias y que el propio Ríos evoca, lo de que yo soy el que es hoy y que Ríos con esta novela antigua no ha tenido otra opción que ser lector de su propia obra antigua (?). “No tuve, por tanto —dice—, nada que añadir ni que quitar.”
Así las cosas, vale que Julián Ríos, el 19 de noviembre de 2007, fecha del prólogo explicativo de esta novela, escriba algo así como que con Larva trató de “ensanchar el castellano y sacarlo de sus castillas”, pero que en la novela de 1968 que se publica ahora hable del “brincalegre de los recreos”, de la “amadaesposa” que “lloraullando” y de los “gocespasmos”... A mí me da en la nariz que lo de Ríos viene de largo (como lo Míos con lo de Largos).
Cortejo de sombras (La novela de Tamoga) está compuesta por nueve capítulos que pueden funcionar también como secuencias independientes. Es evidente la noción de conjunto, y la relación que puede establecerse entre los textos, como entre “Cacería en julio” y “Dies irae”, dos entre estas historias que nos hablan de personajes que han de sumarse a la tradición de figuras como las creadas por los grandes de la literatura que nos ha llegado de los de Galicia, ese país de las maravillas.
Cuánto agradezco a José Gras sus complicidades lectoras. Ahora, me gustaría devolverle el favor recomendándole esta espléndida obra de un Julián Ríos mucho más cercano que hace tantos años. ¿O casi igual?

En estos espacios, esta novela de Julián Ríos ya fue comentada por Santos Domínguez en su blog y en sus Encuentros, en donde llegó a decir que “Si no hubiera permanecido inédita hasta hoy, si se hubiera publicado en 1969 por ejemplo, Cortejo de sombras hubiera obligado a escribir de otra manera la historia de la novela española contemporánea.” A veces, querido Santos... ¡Viva el Atleti y Curro Romero!

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