De ella dijo Dámaso Alonso que "no hay en toda la literatura española otro poema con estos rasgos de serenidad, de contención, de precisión, de felicidad conceptual y expresiva". De la Epístola Moral a Fabio, de Andrés Fernández de Andrada:
"Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve
que no perturbe deudas ni pesares."
domingo, octubre 29, 2006
miércoles, octubre 25, 2006
Emilia
Tiene catorce días, me ha dicho su padre hace unas horas.
—Se llama Emilia; ya somos cuatro.
Y más que el número, como es lógico, ha sido el nombre el que ha dado forma a la criatura y tono a la ternura con la que su padre me ha comunicado su dicha. Su padre, mi amigo Fulgencio. Su madre, Concha. Su hermano Juan. Su abuela, Emilia. Emilia.
—Se llama Emilia; ya somos cuatro.
Olor a ropa limpia —blanca— y a comida recién hecha. El dolor previo a la lluvia. La firmeza del abrazo. La cima de la delicia. Todo por teléfono.
—Se llama Emilia; ya somos cuatro.
Y más que el número, como es lógico, ha sido el nombre el que ha dado forma a la criatura y tono a la ternura con la que su padre me ha comunicado su dicha. Su padre, mi amigo Fulgencio. Su madre, Concha. Su hermano Juan. Su abuela, Emilia. Emilia.
—Se llama Emilia; ya somos cuatro.
Olor a ropa limpia —blanca— y a comida recién hecha. El dolor previo a la lluvia. La firmeza del abrazo. La cima de la delicia. Todo por teléfono.
miércoles, octubre 18, 2006
Per Abbat
Acabo de recibir, hace unos días, esta nueva revista con una orientación singular que es su primer valor y que espero que nunca pierda, un Boletín filológico de actualización académica y didáctica. Sabía del proyecto sostenido por Pedro Martín Baños gracias a antiguas alumnas como Mercedes Martínez Esperilla, María Soriano —quien me ha hecho llegar este ejemplar— o Carolina Molina. Hay más, como Irene Sánchez Carrón, colaboradora en este número, entre otras.
Se trata de una útil herramienta complementaria para la formación permanente de los profesores de Secundaria (y más, por qué no) de Lengua y Literatura que contiene estudios directamente enfocados a ese propósito, otros trabajos, materiales y notas bibliográficas. Puede consultarse en la página de su editora ETC Libros, de Almendralejo (Badajoz), y su versión impresa es mucho más agradable que en pantalla, por la cartulina de cubierta, el papel interior y la 'tipografía'.
(Desisto. Blogger no me deja cargar la imagen de la cabecera de Per Abbat, como tampoco me dejó con Dieciocho, mi entrada anterior.)
Se trata de una útil herramienta complementaria para la formación permanente de los profesores de Secundaria (y más, por qué no) de Lengua y Literatura que contiene estudios directamente enfocados a ese propósito, otros trabajos, materiales y notas bibliográficas. Puede consultarse en la página de su editora ETC Libros, de Almendralejo (Badajoz), y su versión impresa es mucho más agradable que en pantalla, por la cartulina de cubierta, el papel interior y la 'tipografía'.
(Desisto. Blogger no me deja cargar la imagen de la cabecera de Per Abbat, como tampoco me dejó con Dieciocho, mi entrada anterior.)
viernes, octubre 13, 2006
Dieciocho
Soy suscriptor de la revista Dieciocho desde hace dieciséis años, desde su volumen 13, de 1990. Pagaba por ella 15 doláres que eran 1.454 pesetas de aquella época . El banco me cobraba una comisión mínima por moneda extranjera de 1.000 pesetas y unos gastos de correo de 135 pesetas, que casi igualaban el importe de la suscripción. Así que pagaba 2.589 pesetas por recibir desde Estados Unidos la revista que en aquellos años editaba la profesora Eva María Kahiluoto Rudat. Luego, en 1993, se hizo cargo de su dirección el profesor de la Universidad de Virginia, y buen amigo, David T. Gies, que, después de más de una docena de años, sigue llevándola con mucho acierto y que ha conseguido hacer de la revista uno de los referentes bibliográficos del mundo dieciochista. David T. Gies. La D de Dieciocho, la T de tesón y la G de ganas.
Un descuido mío fue el culpable de que haya estado un tiempo sin recibir la revista, y que ahora, hace unos días, haya recibido un saco con los últimos números. No, sólo eran cinco volúmenes de ciento cincuenta páginas cada uno, aproximadamente; pero lo que he recibido ha sido, literalmente, un saco, una saca de correo. Dentro, un discreto paquetito con los ejemplares. No sé por qué ha venido así el envío.
La desmesura y aparato del envío han tenido su continuación en la lectura de una tacada de todos los números, desde los de 2004 al último de 2006. Conocía algunos trabajos, y los echaba de menos en casa. He leído excelentes estudios de grandes investigadores en el homenaje a René Andioc —si la estima y la admiración hubiesen sido los criterios para colaborar en ese homenaje, el volumen de páginas habría sido descomunal. Menos mal que el criterio que manda en estas cosas es el de la autoridad en el gremio— sobre textos muy poco conocidos como El café de Alejandro Moya o La Pensatriz Salmantina, sobre autores como Moratín hijo o Luzán. He leído un artículo de Irene Vallejo sobre el don Juan dieciochesco de No hay deuda que no se pague y convidado de piedra, y muchas reseñas que aportan una información valiosa para el que se interesa por la cultura del siglo XVIII. Algunas de estas reseñas son de compromiso, muy superficiales otras; hay alguna que aporta tanto, casi, como la obra que comenta; otra trata sobre una edición que no se puede adquirir, y hay alguna más que destaca cómo más del cincuenta por ciento de la bibliografía (selecta) citada en el libro es del autor del mismo. Y hay mucho más en esta revista del mejor dieciochismo.
Un descuido mío fue el culpable de que haya estado un tiempo sin recibir la revista, y que ahora, hace unos días, haya recibido un saco con los últimos números. No, sólo eran cinco volúmenes de ciento cincuenta páginas cada uno, aproximadamente; pero lo que he recibido ha sido, literalmente, un saco, una saca de correo. Dentro, un discreto paquetito con los ejemplares. No sé por qué ha venido así el envío.
La desmesura y aparato del envío han tenido su continuación en la lectura de una tacada de todos los números, desde los de 2004 al último de 2006. Conocía algunos trabajos, y los echaba de menos en casa. He leído excelentes estudios de grandes investigadores en el homenaje a René Andioc —si la estima y la admiración hubiesen sido los criterios para colaborar en ese homenaje, el volumen de páginas habría sido descomunal. Menos mal que el criterio que manda en estas cosas es el de la autoridad en el gremio— sobre textos muy poco conocidos como El café de Alejandro Moya o La Pensatriz Salmantina, sobre autores como Moratín hijo o Luzán. He leído un artículo de Irene Vallejo sobre el don Juan dieciochesco de No hay deuda que no se pague y convidado de piedra, y muchas reseñas que aportan una información valiosa para el que se interesa por la cultura del siglo XVIII. Algunas de estas reseñas son de compromiso, muy superficiales otras; hay alguna que aporta tanto, casi, como la obra que comenta; otra trata sobre una edición que no se puede adquirir, y hay alguna más que destaca cómo más del cincuenta por ciento de la bibliografía (selecta) citada en el libro es del autor del mismo. Y hay mucho más en esta revista del mejor dieciochismo.
lunes, octubre 09, 2006
In memoriam, Antonio García.
Casi al filo de las tres me ha llamado José Antonio Ramírez Lozano para darme la noticia de la muerte de Antonio García, mi profesor de Literatura del instituto, del que hablé aquí a propósito de Francisco Ayala el 13 de mayo de 2006. Después de veintiséis años. Ya no lo volveré a ver. Me ha conturbado la noticia. Me apena. Pero, además, me ha llamado mucho la atención la forma de dármela del poeta, del novelista, del consumado escritor que es José Antonio Ramírez Lozano. Genio y figura.
Porque me ha llamado José Antonio y me ha recordado aquella entrada en mi blog del 13 de mayo, que él leyó. Me ha dicho que si no sabía que Antonio García y él fueron compañeros en un instituto de Sevilla durante varios años, y que volvió a casarse, y que lo hizo con una alumna. No sabía nada. Me ha contado José Antonio al teléfono —me acuerdo ahora de sus palabras de hace tiempo sobre la trascendental función de este artilugio en la literatura, en la dramática, por ejemplo— que Antonio García, después de casarse con una mujer mucho más joven que él, no fue capaz de dar una clase sobre Antonio Machado. ¡Él, y sobre Machado! Cosas de la vida. Cosas, me ha dicho José Antonio Ramírez Lozano. Luego me ha contado que a la joven esposa de Antonio le diagnosticaron un cáncer de hígado y le dieron una esperanza de vida de meses, de muy poco tiempo. Y me ha dicho que se encontró con Antonio García un día y que le habló de mi texto sobre él, de mi grato recuerdo como alumno de él como profesor en Zafra. Y que Antonio le manifestó su satisfacción por estas cosas, después de los años, y que, en su situación, era gratificante recibir estos reconocimientos en una profesión a veces demasiado ingrata. Yo estaba a punto de agradecerle a José Antonio Ramírez Lozano tanta información sobre alguien a quien debo mucho y al que no veo desde hace tantos años, y a punto de expresarle mi condolencia por la situación de una esposa gravemente enferma; cuando, tras toda la narración, José Antonio Ramírez Lozano, el novelista, me dice: —Pues bien, ayer, Antonio murió de un infarto. Y José Antonio me ha recalcado que al menos Antonio se ha ido a la tumba sabiendo que un alumno como yo le estaba profundamente agradecido por las lecturas a las que me había motivado.
Luego, me ha pedido que llame a MariCarmen Rodríguez, que también salía en mi texto de mayo, y que fue compañera de Antonio. Antes de escribir aquí, le he dado la noticia a ella. El entierro es mañana en Sevilla. Antonio García deja viuda joven, terminal. La vida.
Porque me ha llamado José Antonio y me ha recordado aquella entrada en mi blog del 13 de mayo, que él leyó. Me ha dicho que si no sabía que Antonio García y él fueron compañeros en un instituto de Sevilla durante varios años, y que volvió a casarse, y que lo hizo con una alumna. No sabía nada. Me ha contado José Antonio al teléfono —me acuerdo ahora de sus palabras de hace tiempo sobre la trascendental función de este artilugio en la literatura, en la dramática, por ejemplo— que Antonio García, después de casarse con una mujer mucho más joven que él, no fue capaz de dar una clase sobre Antonio Machado. ¡Él, y sobre Machado! Cosas de la vida. Cosas, me ha dicho José Antonio Ramírez Lozano. Luego me ha contado que a la joven esposa de Antonio le diagnosticaron un cáncer de hígado y le dieron una esperanza de vida de meses, de muy poco tiempo. Y me ha dicho que se encontró con Antonio García un día y que le habló de mi texto sobre él, de mi grato recuerdo como alumno de él como profesor en Zafra. Y que Antonio le manifestó su satisfacción por estas cosas, después de los años, y que, en su situación, era gratificante recibir estos reconocimientos en una profesión a veces demasiado ingrata. Yo estaba a punto de agradecerle a José Antonio Ramírez Lozano tanta información sobre alguien a quien debo mucho y al que no veo desde hace tantos años, y a punto de expresarle mi condolencia por la situación de una esposa gravemente enferma; cuando, tras toda la narración, José Antonio Ramírez Lozano, el novelista, me dice: —Pues bien, ayer, Antonio murió de un infarto. Y José Antonio me ha recalcado que al menos Antonio se ha ido a la tumba sabiendo que un alumno como yo le estaba profundamente agradecido por las lecturas a las que me había motivado.
Luego, me ha pedido que llame a MariCarmen Rodríguez, que también salía en mi texto de mayo, y que fue compañera de Antonio. Antes de escribir aquí, le he dado la noticia a ella. El entierro es mañana en Sevilla. Antonio García deja viuda joven, terminal. La vida.
domingo, octubre 08, 2006
Maria João Pires & Ricardo Castro
El otro jueves, 5 de octubre, leí en El País —también traía un informe de 2000 de los peritos del ácido bórico diciendo que esta sustancia no es explosiva ni incendiaria— una entrevista con la pianista Maria João Pires, que el martes había tocado junto a Ricardo Castro en el Teatro Real de Madrid. Qué envidia, me dije. Madrid tiene estas cosas. Luego —contraviniendo la costumbre, porque siempre leo la prensa nacional después de leer lo de aquí— abrí el periódico regional, el Hoy, y leí asombrado la noticia de que Maria João Pires y Ricardo Castro tocaban esa misma noche en Cáceres en el Complejo Cultural San Francisco.
No había entradas. Era lógico, pero no tanto; porque no había más que invitaciones, dado que se trataba del Concierto de Otoño programado por la Fundación Caja Duero. Pues allí que nos fuimos Carmen y yo, sin invitación —como otros, i. e., Antonio Merino— y conseguimos pasar cuando ya había entrado todo el público reglado. Estaba el auditorio casi lleno. La última vez que lo vi así —más, diré— fue cuando vinieron don Felipe y doña Leticia, los Príncipes, en el Congreso de la Lectura. El concierto fue impresionante. 6 impromptus a cuatro manos de Schuman, las sonatas 31 y 32 de Beethoven, y la Fantasía de Schubert, también al alimón. Las manos de los dos pianistas acariciaban el teclado de un piano mágico por propio, y los ojos cerrados y el cabeceo de Maria João Pires... Los más entusiasmados, los jóvenes, como siempre. Mucha gente.
Casi a la misma hora, los políticos, los empresarios, la gente guapa y de la cultura, y el personal del periódico que me había dado la noticia, el Hoy, que lo merecen, lo pasaban bien entregando sus premios y apoyando a Cáceres como Ciudad Europea de la Cultura en 2016 en la Plaza de Santa María.
No había entradas. Era lógico, pero no tanto; porque no había más que invitaciones, dado que se trataba del Concierto de Otoño programado por la Fundación Caja Duero. Pues allí que nos fuimos Carmen y yo, sin invitación —como otros, i. e., Antonio Merino— y conseguimos pasar cuando ya había entrado todo el público reglado. Estaba el auditorio casi lleno. La última vez que lo vi así —más, diré— fue cuando vinieron don Felipe y doña Leticia, los Príncipes, en el Congreso de la Lectura. El concierto fue impresionante. 6 impromptus a cuatro manos de Schuman, las sonatas 31 y 32 de Beethoven, y la Fantasía de Schubert, también al alimón. Las manos de los dos pianistas acariciaban el teclado de un piano mágico por propio, y los ojos cerrados y el cabeceo de Maria João Pires... Los más entusiasmados, los jóvenes, como siempre. Mucha gente.
Casi a la misma hora, los políticos, los empresarios, la gente guapa y de la cultura, y el personal del periódico que me había dado la noticia, el Hoy, que lo merecen, lo pasaban bien entregando sus premios y apoyando a Cáceres como Ciudad Europea de la Cultura en 2016 en la Plaza de Santa María.
viernes, octubre 06, 2006
Tuércele el cuello al cisne
He leído algunos cuentos y la introducción —un poco espesa— de la nueva edición de los Cuentos de Manuel Gutiérrez Nájera en Cátedra (Letras Hispánicas, 593) y me ha devuelto el Duque de los bigotes (Gutiérrez Nájera) a un viejo proyecto que quise titular "Tuércele el cuello al cisne", retomando el verso de aquel soneto de Enrique González Martínez, el poeta mexicano, amigo de Azaña para más sañas, perdón, señas: "Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje / que da su nota blanca al azul de la fuente". Era una reunión de escritores extremeños de diferentes generaciones o promociones. Poner a hablar a Juan José Poblador con Alonso Guerrero, o Álvaro Valverde con Javier Rodríguez Marcos o Daniel Casado. A ver qué tal. Seguro que bien. Cosas de la lectura.
En cualquier caso, Tuércele el cuello al cisne podría resultar para un encuentro de esa naturaleza.
En cualquier caso, Tuércele el cuello al cisne podría resultar para un encuentro de esa naturaleza.