Casi al filo de las tres me ha llamado José Antonio Ramírez Lozano para darme la noticia de la muerte de Antonio García, mi profesor de Literatura del instituto, del que hablé aquí a propósito de Francisco Ayala el 13 de mayo de 2006. Después de veintiséis años. Ya no lo volveré a ver. Me ha conturbado la noticia. Me apena. Pero, además, me ha llamado mucho la atención la forma de dármela del poeta, del novelista, del consumado escritor que es José Antonio Ramírez Lozano. Genio y figura.
Porque me ha llamado José Antonio y me ha recordado aquella entrada en mi blog del 13 de mayo, que él leyó. Me ha dicho que si no sabía que Antonio García y él fueron compañeros en un instituto de Sevilla durante varios años, y que volvió a casarse, y que lo hizo con una alumna. No sabía nada. Me ha contado José Antonio al teléfono —me acuerdo ahora de sus palabras de hace tiempo sobre la trascendental función de este artilugio en la literatura, en la dramática, por ejemplo— que Antonio García, después de casarse con una mujer mucho más joven que él, no fue capaz de dar una clase sobre Antonio Machado. ¡Él, y sobre Machado! Cosas de la vida. Cosas, me ha dicho José Antonio Ramírez Lozano. Luego me ha contado que a la joven esposa de Antonio le diagnosticaron un cáncer de hígado y le dieron una esperanza de vida de meses, de muy poco tiempo. Y me ha dicho que se encontró con Antonio García un día y que le habló de mi texto sobre él, de mi grato recuerdo como alumno de él como profesor en Zafra. Y que Antonio le manifestó su satisfacción por estas cosas, después de los años, y que, en su situación, era gratificante recibir estos reconocimientos en una profesión a veces demasiado ingrata. Yo estaba a punto de agradecerle a José Antonio Ramírez Lozano tanta información sobre alguien a quien debo mucho y al que no veo desde hace tantos años, y a punto de expresarle mi condolencia por la situación de una esposa gravemente enferma; cuando, tras toda la narración, José Antonio Ramírez Lozano, el novelista, me dice: —Pues bien, ayer, Antonio murió de un infarto. Y José Antonio me ha recalcado que al menos Antonio se ha ido a la tumba sabiendo que un alumno como yo le estaba profundamente agradecido por las lecturas a las que me había motivado.
Luego, me ha pedido que llame a MariCarmen Rodríguez, que también salía en mi texto de mayo, y que fue compañera de Antonio. Antes de escribir aquí, le he dado la noticia a ella. El entierro es mañana en Sevilla. Antonio García deja viuda joven, terminal. La vida.
Aunque supongo que no servirá de mucho consuelo a la tristeza por la pérdida de tu MAESTRO, el emotivo comentario de hoy me trae al recuerdo a Fina, aquella gallegiña, menuda pero corajuda, que tanto me motivó -y no sólo en literatura, también en cine o compromiso social- y a quien también estaré siempre profundamente agradecido; tan agradecido como a aquel otro joven profesor universitario que hace casi 20 años, en la vieja Facultad de Letras del Edificio Valhondo, me ayudó a comprender mejor El estudiante de Salamanca, Niebla o Paisaje después de la batalla, me acercó a los poemas menos "populares" de Alberti o Cernuda y me hizo descubrir autores como Valente o Ángel González.
ResponderEliminarGracias de un ex-alumno.
Gracias, es muy agradable tu recuerdo. Ahora, otro edificio, aulas nuevas, menos alumnos, esos y otros autores, la misma convicción... Muchas gracias.
ResponderEliminarAunque joven aun,miro para detrás y veo que el recuerdo de tu maestro me lleva a recordar mi paso por el instituto de mi pueblo.Y más concretamente al profesor de literatura. Por eso entiendo tu desencuentro tras conocer la noticia. Mi profesor sigue enseñando en aulas y revistas, el tuyo no, pero su semilla fructificó en un alumno suyo, un gran maestro, tú. Porque todos tenemos un profesor.
ResponderEliminarMiguel Angel, me da la triste noticia de la muerte de Antonio tu hermano José Mari y me quedo consternado. Coincidí con él en Zafra el curso 78/79, o quizás el siguiente , no lo recuerdo bien. Antonio era un hombre muy especial, sensible, conversador incansable de gran ocurrencia, con el que entablé una buena amistad en aquellos años. Recuerdo el café de las tardes en la terraza del Salón Romero, eterno. Allí Mercedes, Vivi, Olga Y todos los demás nos embelesábamos con su verbo. A Zafra Antonio vino sólo, su mujer de entonces le hacía una visita de vez cuando, pero encontró família en los amigos y me consta que guardó a Zafra en su recuerdo. Además fué un magnífico profesor, qué bien. Un abrazo para él en el recuerdo.
ResponderEliminarGracias Lama, ahora en este nuevo edificio, en estas aulas nuevas... por hacer que la literatura nos guste cada día más y más.
ResponderEliminarConfío en que dentro de muchos años seguiré teniendo un grato recuerdo de tus clases, de un profesor que me hizo entender la literatura más allá de la propia literatura. Gracias!