Es posible que las dos principales experiencias que me sitúan en el tiempo de las vacaciones de verano sean el viaje y la lectura, antes que pisar la arena de la playa o ponerme a la sombra de una higuera junto a una alberca. Son principales y extraordinarias en sí mismas, y, afortunadamente, habituales en cualquier momento del año; pero en estos días adquieren por contexto una dimensión distinta. El viaje casi siempre es en coche y no se limita al traslado de un punto de partida a otro de llegada para el disfrute del descanso, sino que se repite en distancias cortas para ir a sitios conocidos o ya vistos. La lectura solo es distinta por el cambio de lugar, ni siquiera por el tiempo que ocupa; y no comparto esa categoría de «lecturas de verano» que proscribe la reflexión e induce a una refrescante nadería. Eso sí, ocurre en este tiempo que se realimentan las experiencias gratas, de modo que el viaje propicia la adquisición de nuevas lecturas halladas en alguno de los lugares que uno visita; y estas provocan coincidencias con esos puntos sugeridos en algunas de sus páginas. En tierras navarras terminé de leer Castillos de fuego (Seix Barral, 2023), de Ignacio Martínez de Pisón, excelente reconstrucción realista de un tiempo a partir de una trama interesante ajustada a las fechas concretas que determinan los cinco libros en los que está estructurada, desde noviembre de 1939 a septiembre de 1945. Extensa hasta casi las setecientas páginas. Pero ya tenía conmigo la otra lectura que me ha ocupado en este tramo de vacaciones. La compré en Logroño, en Castroviejo, una librería en la que uno lamenta no quedarse, por ir de paso, como nosotros el último viernes de julio: Moisés Mori, Doble Autorretrato Mundo. Oviedo, KRK Ediciones, 2024. Gracias a Miguel Casado, que había reunido sus lecturas de Archivos en la misma colección, leí El nombre es lento (Burgos, Editorial Dossoles, 2004), y luego he seguido lo mucho escrito y publicado por este profesor y escritor asturiano (Cangas de Onís, 1950), al que debemos brillantes y nada convencionales lecturas de autores como César Aira, Stendhal, Ismael Kadaré, entre otros nombres, como el de la escritora francesa Annie Ernaux. No son ensayos al uso, como este sugerente Doble Autorretrato Mundo, cuyo título incorpora referencias a dos de las obras de los autores tratados, Autorretrato, de Édouard Levé, y Amor mundo, un libro de cuentos de José María Arguedas. Dos referencias como representación de un doble foco que toma como excusa de su indagación: el escritor francés (Neuilly sur Seine, 1965- París, 2007) y el escritor y antropólogo peruano (Andahuaylas, 1911- Lima, 1969), ambos suicidas después de la escritura de unas páginas reveladoras publicadas póstumamente: Suicidio (2008) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). Esto, en el plano más literal de un ensayo de aproximación a dos literaturas distantes y ahora conectadas por la mirada del lector-personaje-narrador que interviene en el texto, amén de la coincidencia de que se trate de dos autores que acabaron suicidándose. Esa participación —o intromisión— del yo lector y narrador en forma de poemas, excursos, recuerdos de infancia y juventud, apuntaciones domésticas y de otras lecturas —principalmente, pero no exclusivamente en las paradas en cursiva que se interpolan en los capítulos o tramos textuales sin numeración ni títulos —casi— de un todo dividido en dos grandes partes (cómo no) que sí están rotuladas: «No fuiste a Perú» y «Tormenta en Angoisse»— constituye el plano figurado del libro o novela, y su originalidad, su valor fundamental. De este modo, Mori propone la narración de un autor, de un lector que cuenta su experiencia lectora, que viaja por la escritura múltiple, aquí, de dos autores, Édouard Levé y José María Arguedas (págs. 130-131), que vienen a representar la lucha del yo con su autorretrato, y funcionan «como un desvío —más o menos intencionado— de la atención, como ese gesto que hacen los magos para distraernos y que no nos fijemos en el truco.» (pág. 277). La mixtura del conjunto, la desaparición del autor —explícita en los finales de los dos escritores glosados—, la exploración sobre lo propio, ese asomarse a vidas y obras ajenas para interrogarse sobre la propia, o los trasvases entre lo leído de Levé y lo leído de Arguedas, representa una especie de anomalía —todos los términos, títulos, palabras o alusiones están interconectados— que configura un mundo —libro mundo, dominó mundo (pág. 650)— que es todas las obras —en un remedo del mestizaje de Todas las sangres de Arguedas. Es un doble o triple o múltiple retrato de gozosa lectura que me ha parecido fascinante y profundo. Útil para ahondar en unas obras transitadas —las de Arguedas, de Agua a El zorro de arriba y el zorro de abajo— e incitante para buscar las no conocidas —las de Levé—; al contrario que el personaje de la hija del narrador, Clara, ya aludida en las primeras páginas del libro (pág. 21), que lee Autorretrato del francés y no ha leído nada del peruano. Quizá algún día lleguen los aires nuevos y frescos que propone Doble Autorretrato Mundo a los géneros académicos convencionales —desde el artículo científico a la tesis doctoral—, y que valga como superior excelencia un artefacto tan lúcido como este. Lástima que cueste todavía, sin embargo, naturalizar un ensayo especulativo que incorpora un retrato íntimo tan profundo y tan sugerente, una combinación de biografemas y apostillas críticas como la perpetrada por Moisés Mori. Tan difícil de explicar en esta breve nota de un viajero deslumbrado ante un espacio textual que no acierta realmente —«Lo reconozco, no queda claro» (pág. 745), escribe el autor— a ponderar y a recomendar.
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