En la complicada mañana del pasado viernes en Badajoz, por lo mucho que llovió, visité en el Centro de Estudios Extremeños (CEEX) la exposición La forja de la palabra, que conmemora el centenario del nacimiento del poeta y escultor Luis Álvarez Lencero (1923-1983), y que, inaugurada el pasado 12 de diciembre, estará hasta el primero de marzo de 2024. Sin lugar a duda, es su sitio, pues el CEEX acoge desde su adquisición en 1999 el archivo personal y artístico de Álvarez Lencero, que, en los últimos años desde 2021, se ha incrementado por la donación de la familia del pintor Juan Manuel Tena Benítez, amigo del escritor, de poemas, cartas, fotografías, documentos personales, libros y revistas, que completan aspectos ahora más conocidos de su vida y de su obra, como el expediente de censura del libro Juan Pueblo (1971), cuyo pliego de cargos puede verse en la muestra, y que estudió Moisés Cayetano Rosado en su artículo «Expediente sancionador contra Luis Álvarez Lencero por su Juan Pueblo», publicado en la Revista de Estudios Extremeños (LXXVII, 1, 2021, págs. 137-167), y ampliado en el capítulo «Juan Pueblo, la marca del poeta Luis Álvarez Lencero» (págs. 411-452) del libro por él coordinado Luis Álvarez Lencero. Centenario de un recio forjador de la poesía (Badajoz, Fundación CB, 2023). Este libro, junto con el catálogo de esta exposición, es el hecho editorial más importante que ha dado este centenario de uno de los escritores extremeños más destacados de la segunda mitad del siglo XX, junto a Jesús Delgado Valhondo y Manuel Pacheco, muy presentes también en todo lo relacionado con el autor de Poemas para hablar con Dios (1982). Tuve el privilegio el viernes de tener como guía a Sara Espina Hidalgo, directora del Centro de Estudios Extremeños, que introduce doblemente el catálogo con un texto, «La forja de la palabra», que explica el significado que ha querido darse al argumento del conjunto, y con otro más presentativo («El legado de Luis Álvarez Lencero») firmado con Mª Teresa Rodríguez Prieto, directora del Museo de Bellas Artes de Badajoz (MUBA), en el que dan cuenta de las aportaciones del centro y del MUBA para conservar la obra del artista. Una de las piezas que alberga ese museo, la máscara «El profeta», de 1970, es la que sirve de imagen principal en la cubierta del catálogo y en el cartel, y hace las veces de gozne en la sala expositiva entre las palabras y las formas, entre la obra literaria y la obra plástica, que dan el retrato creativo completo de Lencero. Los tres comisarios de la exposición, Moisés Bazán de Huerta, Román Hernández Nieves y Francisco López-Arza Moreno, sostienen la base del catálogo como estudio aproximativo. El último firma con su hijo Francisco López-Arza García-Mora, descollante filólogo en ciernes, un trabajo —«En el principio fue la palabra...»— sobre la trayectoria literaria de Álvarez Lencero, que todavía sigue careciendo de una digna y rigurosa obra poética completa. Los otros tratan sobre «Los dibujos de Lencero. La creación de un universo personal», el de Moisés Bazán, y el de Román Hernández Nieves sobre la obra escultórica en «El maestro del hierro sin taller». La mala suerte de Lencero en cuanto a su proyección editorial la palía este catálogo bien elaborado y diseñado por David Fernández Fernández, que se cierra con una cronología que hace las veces también de pie colectivo para las numerosas ilustraciones incluidas en el volumen. Su lectura queda ahora como el mejor modo de revisitar tan estimulante muestra.
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