Como el mismo día del pasado año, he disfrutado del radioteatro con el que nos regala la SER desde hace ya diez años, cuando escuché el Cuento de Navidad de Dickens adaptado por Eduardo Mendoza y narrado por José María Pou, con Juan Echanove como Scrooge. Pou también hizo de narrador unos años después en otra de las entregas del Cuento, la de La Gran Familia. Este mediodía ha sido El Mago de Oz, dirigido por Ana Alonso y con el diseño sonoro de Roberto García, y que la narradora haya sido en esta ocasión la actriz de mis ojos Aitana Sánchez Gijón no ha pesado casi nada en mi alta estima sobre otra de estas producciones de una de las emisoras que más escucho, después de Radio 3. «La famosa Dorothy, personaje principal de El Mago de Oz —escribe Juanjo Millás, autor de la versión de la novela de Lyman Frank Baum—, es una niña profundamente paradójica, pues se cree perdida cuando en realidad se está encontrando. […] Todos los personajes de El Mago de Oz están profundamente equivocados acerca de sí mismos, que es lo que nos ocurre a la mayoría de los seres humanos, seamos niños o adultos, de ahí el hechizo perturbador y trasversal que viene produciendo, desde que se publicara, esta novela de iniciación a la vida concebida para todos los públicos, porque no hay una sola etapa de la existencia en la que no nos estemos iniciando o reiniciando». Es así, y la conclusión puede ser esa después de escuchar las voces de la omnipresente por fortuna Aitana, y de Elena Rivera (Dorothy), Ernesto Alterio (Hombre de Hojalata), Dani Rovira (León), Gabino Diego (Espantapájaros) y Ramón Barea (Mago de Oz), entre los principales; pero también las colaboraciones de gente de la casa como José Luis Sastre, Raúl Pérez, Francisca González, Miguel Maldonado, Sira Fernández, Laura Martínez o Aimar Bretos, entre otros. La mano de Millás como adaptador del texto la veo en la repetición de una locución como «De súbito» —cualquiera sabe lo que habrá querido decir— y en la relación de verdes que ven los protagonistas cuando llegan a la ciudad de Esmeralda, en donde el todo verde era «una suerte de unidad cromática semejante a la del argumento de un relato». Reconozco que no pude —en la distancia y por persona interpuesta— convencer a unas niñas de que dejasen de jugar y que estuviesen pendientes de la radio durante hora y media; pero sí que pude hacer tareas de casa un día de Navidad y luego ducharme y afeitarme sin dejar de escuchar la radio, pensando en que vivía tan grata actividad en día tan señalado por todo. Una tradición.
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