No le ha faltado detalle a esta ciudad. Dos de las librerías más interesantes de Gijón están en el mismo lado de la misma calle (La Merced); pero solo en una de ellas encontré el viernes lo que no suele verse en otras librerías convencionales de España. La «Librería Paradiso» es y no es convencional o generalista, pues fue y es un importante foco cultural de la ciudad, muy significada en los años de la transición democrática —nos contó mi amiga Elena de Lorenzo—, y también fue galardonada años después por su labor de fomento de la lectura; y «El desván del libro antiguo» merece dedicarle más tiempo a la búsqueda de alguna curiosidad y —así fue mi caso— saciar la necesidad de aumentar una colección o de poseer algún impreso de una época que me interesa, como el siglo XVIII o los primeros años del siglo XIX en los que se publicaron obras de autores nacidos en el anterior. Mi «colección» responde al apellido Goytisolo, que es el que, indistintamente, cuenta para el catálogo de este librero que nos atendió. Para mí solo vale Juan; pero, por extensión, y con el correr de los años, he hecho lo mismo que el librero de «El desván»: Goytisolo solo. Al preguntar, como el que pregunta en una tienda de discos por singles de Raphael, el librero vio negocio y me sacó todo lo que tenía. Dos cositas me llamaron la atención: la primera edición de las cuatro narraciones incluidas en Fin de fiesta. Tentativas de interpretación de una historia amorosa (1962), de Juan Goytisolo, que ya tenía en otra más moderna, una reimpresión de principios de los ochenta en la «Biblioteca Breve de Bolsillo»; y la primera de la segunda novela de su hermano Luis, Las mismas palabras (1963). Mucho más valor que precio, si gasté veinte euros en un testimonio de la apuesta editorial de entonces de Seix Barral por los Goytisolo; cuando, después de Las afueras, Premio Biblioteca Breve en 1958, a Luis le publicaron esta edición de Las mismas palabras que hojeo en casa. Y a Juan, mayor —pero menor que José Agustín—, que ya había iniciado su andadura en Destino y fuera de España, también Seix Barral acogió como autor de su sello al publicarle esa especie de guion que fue La isla (1961). «—Como para una tesis doctoral sobre esos Goytisolo» —, escuché al librero. Más caros pero asequibles fueron un apretado volumen del Manual de literatura (1844) de Gil de Zárate —la edición resumida en dos de los cuatro que salieron primeramente— y una edición de Poesías escogidas de Nicolás y Leandro Fernández de Moratín de 1830, que confirma que ya en esas fechas se usó la entidad de los «Moratines» que en nuestros días ha reivindicado y estudiado un especialista como Jesús Pérez Magallón. Más tarde, llegaron ediciones de padre e hijo tan canónicas como la de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneira en 1846, y otras de 1874 y de 1882, hasta los dos contundentes volúmenes de Los Moratines de Magallón en la Bibliotheca Avrea de Ediciones Cátedra en 2008. Puedo dar noticia de esta menudencia de edición de las Poesías escogidas publicadas por la Oficina de J. Ferrer y Orga en Valencia, en la que ya el hijo se sobrepone al padre. De hijo y padre ha ido este viaje a este Gijón en el que padre e hijo han compartido espacio con mucho gusto. Un Gijón que uno pasea siempre con placer; y quizá con mayor placer sintiéndose acompañado por Jovellanos y sus frases en lugares emblemáticos de la ciudad en los que se notaba la huella de Elena de Lorenzo y sus afanes cuando el bicentenario de 2011, o 20J1. Si mi hijo decidiese irse a vivir a un sitio tan alejado de aquí, no me importaría. Al fin y al cabo, esta mañana a primera hora estábamos paseando Pedro y yo por el paseo marítimo de San Lorenzo y a las cuatro de la tarde ya estábamos a treinta y seis grados en Cáceres. Una apacible operación retorno sin tráfico y sin mayor incidencia que una buena ración de jamón en carretera. Y el recuerdo reciente de un Gijón de libro.
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