Más de treinta años he tardado en incorporar a mis anotaciones sobre la poesía del siglo XVIII una importante referencia bibliográfica que ignoré en mi añeja tesis doctoral, en la edición de la poesía de Vicente García de la Huerta (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1997) y en la de los Ocios de mi juventud de José de Cadalso (Madrid, Ediciones Cátedra, 2013), entre otros trabajos. A pesar de que Guillermo Carnero, en su Antología de los poetas prerrománticos españoles (Barcelona, Barral Editores, 1970), que ya tiene más de cincuenta años, la mencionó, luego no la tuvimos en cuenta en casi ningún estudio o recopilación de la poesía del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Se trata de Neoclásicos y románticos. Selección y prólogo de Félix Ros. Madrid, Editorial Emporyon (Col. Poesía Española. Antología), 1940; y es una de las más destacables y amplias colectáneas de versos del siglo ilustrado y de la primera mitad del XIX. Si no he contado mal, son ciento uno los autores recogidos, entre los que solo hay cinco mujeres, y qué mujeres (Margarita Hickey, la reina María Amalia de Sajonia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Robustiana Armiño de Cuesta y Carolina Coronado). Más recientemente, Carnero volvió sobre ella en su lección salmantina El poeta subterráneo, o mis tres criptomanifiestos (Salamanca, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas, 2010), en el primero de sus «manifiestos encubiertos» en sus primeros trabajos de investigación. Cuenta el poeta y sabio dieciochista que cuando comentó con Carlos Barral lo de aquella antología «fue como si hubiera mentado a la bicha, ya que Ros era personaje de ominosa memoria en Barcelona, como miembro de la Falange catalana, y acaso porque se lo confundía con el valenciano Samuel Ros, por la amistad de este último con Juan Ramón Masoliver. Samuel, también falangista, había publicado en 1940 una Historia del traslado de los restos de José Antonio, y no importaba que hubiera sido un estimable vanguardista, autor de El ventrílocuo y la muda (1930), El hombre de los medios abrazos (1932) e Historia de las dos lechugas enamoradas (1939). Y cuando para mayor inri se me ocurrió decir que Félix Ros había publicado uno de los mejores libros de poemas de los años treinta, Verde voz (1934), el escándalo ideológico llegó a su paroxismo. Se me propuso que, a cambio de lo que despertaba asociaciones tan inquietantes, preparase una antología de poesía romántica; y la solución de compromiso —estando yo entonces engolfado en el estudio del origen dieciochesco del Romanticismo— fue lo que apareció con el discutido y discutible título de Antología de los poetas prerrománticos españoles, donde con todo conseguí meter de tapadillo —como venganza filológica contra la confusión debida a la intransigencia— el nombre de Félix Ros» (pág. 3). La palinodia de Carnero es de agradecer por lo que explica sobre lo que muchos lectores, que en los años ochenta teníamos pocas antologías dieciochescas a las que agarrarnos, no comprendimos nunca sobre una lista de «prerrománticos» que abrían Feijoo y Diego de Torres Villarroel, y cerraban Estanislao de Cosca Vayo y Manuel de Cabanyes (1808-1833), «el más puro poeta neoclásico español», como lo calificó un estudioso como Joaquín Arce. Lo cierto es que la antología de Félix Ros de 1940 es realmente estimable —incluye a García de la Huerta, a Cadalso, a Francisco Gregorio de Salas, a Bartolomé José Gallardo—, que hay que incorporar a la historia de la difusión moderna de la poesía dieciochesca, y que pude adquirir con el nuevo año al módico precio de diez euros en un ejemplar primorosamente conservado en su encuadernación en piel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario