viernes, octubre 01, 2021

Cuaderno de Perugia (I)

Si hiciese un cuaderno de Perugia sin pretensiones podría abrir cada uno de mis apuntes con una referencia a la música que me acompaña en mis días aquí. Gioachino Rossini, L’italiana in Algeri, con Teresa Berganza, Luigi Alva, Fernando Corena, Rolando Paverai, Giuliana Tavolaccini, Truccato Pace y Paolo Montarsolo. O Edoardo Catenario a la guitarra interpretando a Paganini en Italian Virtuoso. The Bill Evans trío, con él al piano, Eddie Gómez al bajo, Eliot Zigmund a la batería en una grabación de 1977: «I Will Say Goodbye». El día de San Miguel escuché de Jacques Boyvin, 1er libre d’orgue, el de la iglesia de Nôtre-Dame de Guibray en Falaise, tocado por Serge Schoonbroodt; y a Stranvinsky (Piano concerto), dirigido por Vladimir Ashkenazy con la Deutches Symphonie-Orchester Berlin, en 1993, con Oli Mustonen al piano y Dimitri Ashkenazy con el clarinete. Tengo la suerte —ahora escucho el extraordinario clarinete de Gabriele Mirabassi en un disco titulado Latakia Blend— de vivir en una casa en el centro histórico de esta bella y sorprendente ciudad de Perugia, capital de la Umbria italiana, que me nutre de más de dos mil discos que puedo escuchar —menos los centenares en vinilo— gracias a un reproductor Sony que suena muy bien y que está situado en este salón estudio con el único fin de dar disfrute a quienes, como yo, alquilen este hogar tan acogedor. Si hiciese un cuaderno de Perugia sin pretensión alguna también podría iniciar mis apuntaciones con una referencia a algunos de los mil y pico libros que tengo a la mano mientras escribo. Ganas me dan de catalogarlos todos, de tomar nota de cada uno de ellos, organizados como si esta estancia fuese una librería, y no una biblioteca; pues cada estante, más o menos, agrupa los volúmenes con el criterio de qué editorial los publicó: Einaudi, Adelphi, Garzanti, Sellerio Editore, Pizzoli Libri, Editori Laterza, Feltrinelli o Mondadori y sus colecciones «La Biblioteca di Repubblica» o «I Meridiani», que ocupa un lugar destacado con sus elegantes lomos. Lo pongo aquí, con un afán casi notarial, que pueda corresponder en agradecimiento a quien, sin saberlo, ha dejado bañarse en una tinaja de vino a un santo bebedor. Después de esto, salí a la calle hace ya cinco días.

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