Por aquel entonces yo vivía solo. Mis hijos, como el último día del año 2020 y el tercero del siguiente, comían en casa. Cuando la pandemia. Lo pasamos bien juntos aquel tres de enero de 2021. Yo atendía a sus conversaciones sobre películas, libros, personajes de series, actores o conocidos comunes. Recuerdo que P. me habló de un famoso presentador americano de un muy seguido y antiguo programa de entrevistas que ahora, tanto tiempo después, no soy capaz de nombrar. Por aquellos días, hacía años de algo que me ocurrió con mi vecina. En realidad, no fue con ella; quizá por ella. Y sin ella, finalmente. Había escuchado voces en el patio de luz. Casa tomada. Ya están ahí. Fue cuando realmente me di cuenta de que ella ya no vivía abajo, y que habían llegado nuevos inquilinos. Fue hace ya tanto, cuando yo no la conocía, cuando me dio mucho apuro que ella pensase en que lo hice por conocerla. Un calcetín mojado cae más rotundo sobre el patio común. Me asomé para observar a mi ángel caído. Quise bajar al piso de mi vecina para recuperarlo. Quise decirle que si ocurriese más veces que podía sospechar; pero que no se preocupase, que no quería que creyese que tiraba mis prendas para verla. No lo hice. Ella se marchó para siempre y ahora la echo de menos, una vez que ha pasado aquel tiempo que secó para siempre aquel calcetín desparejado. Todavía me asomo y me lo imagino allí tirado. Todo aquello ocurrió cuando aún vivíamos en la superficie. Entonces, cuando un patio de luz era la pradera de un paraíso.
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